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E. BOTERO T.

viernes, 22 de junio de 2012

LOS MENOS DE NOSOTROS…


Eduardo Botero T.

Poco a poco el descontento parece encontrar caminos de unidad y de acción favorables por lo menos a la contención de las ambiciones de una minoría que considera haber aprestigiado su causa sirviendo de manera obsecuente a los intereses de la casta que simultáneamente elogian y detestan.

Sin el concurso de los maleantes, la casta no hubiera podido sacar adelante sus reformas favorables al incremento de la utilidad en proporción inversa a los intereses de las mayorías.  Como solían decir en los foros académicos, flexibilizaron el régimen laboral para incrementar las posibilidades de empleo y a lo que condujeron fue a la ampliación de la brecha entre propietarios y desposeídos que hoy haría sonrojar al mismísimo Nelson Rockefeller…

Se hicieron al control de instituciones como el congreso y el aparato represivo del estado mientras su contraparte armada hacía lo mismo por su parte, arriando las banderas de la causa y de la ética revolucionarias cambiándolas por la ambición y la congelación de un conflicto que amenaza siempre de perpetuidad. 

Mientras los maleantes elogian y detestan a quienes bien sirven, estos, a su vez, les devuelven como reflejo lo suyo: los consideran necesarios y, a la par, repugnantes.  De esta manera el grueso de ciudadanos queda prisionero de un espejismo que lo hace tomar partido por quienes simulan ser lo que realmente no son, delegando en estos su representación y la esperanza de la defensa de sus intereses. 

El escenario tiene todos los visos de un tinglado donde la verdad se esconde y la desesperanza, el mal humor pusilánime, cunden.  Los círculos cercanos a los líderes que han impuesto su grito como programa de gobierno, se revelan cada vez más nítidamente servidores de causas que en los discursos son repudiadas.  Grita furioso el líder de la misma manera que el ladronzuelo de la calle que se abre paso entre la multitud al grito de ¡cójanlo! ¡cójanlo!  La argumentación es desplazada por el epíteto, el adjetivo, el insulto efectista a la manera del provocador de peleas callejeras que de este modo mantiene la tensión del clima necesaria para el desarrollo favorable del conflicto.  Los abastecedores de insumos para la batalla promueven la favorabilidad pública hacia el camorrero y aceitan la maquinaria represiva para acallar la disidencia.  El niño que grita ¡el rey está desnudo! provoca la reacción de la feligresía enfurecida más con su desatino que con la verdad de lo que enuncia. 

Tal vez confiados en que la estridencia del grito representa una correlación de fuerzas favorable, dan el paso siguiente sin limitarse a vergüenza alguna: promover una reforma de la justicia que los haga inmunes a todo acto justiciero y les permita conformarse como grupo privilegiado de ciudadanos frente a la dureza de la ley.

Se desgarran las vestiduras aquellos a quienes han servido los maleantes, como si estos estuvieran obligados a suicidarse.  Todas estas acciones son verdaderas facturas de cobro que  están pasando sin límites ni convenciones hipócritas los maleantes a sus criadores.  “No tiene porqué todo ser cárcel, extradición y muerte para nosotros, mientras que ustedes, a quienes bien servimos, pretenden seguir llevando sus estilos de vida…”

Mientras tanto los menos de nosotros no podemos impedir que en nuestros rostros aparezca la sonrisita de la Monalisa a la par que observamos la ferocidad con la que se tratan entre sí, ahora, aquellos que ayer celebraban su asociación delincuencial. 

La indignación que ha generado la última movida en el congreso de la república hace pensar que el campo de los menos de nosotros está ampliándose y eso, en realidad, es el acontecimiento que debería resaltarse. 

miércoles, 20 de junio de 2012

LA VENGANZA DE EDGARDO BORRERO SOTO


Por Eduardo Botero Toro

¿Venganza?  ¡La mía!

En primer lugar, él está muerto, totalmente, sin atenuantes, líchigo.  En segundo lugar, sus crías andan de huída, cambiándose los nombres.  En tercer lugar, la tía Rubiela, que vivía tan agradecida con los regalos del mafioso, sufre de una esclerosis múltiple que no la deja en paz ni un segundo.  En cuarto lugar, los aliados del capo, andan también de huída, unos que creyeron que volviéndose poder político podrían ponerse a salvo, qué va, no han podido, otros haciéndose más malos que el más malo, andan pactando entregas con sus perseguidores a  trocando vida, bienes y delaciones, por rebaja de penas. ¿Honra?  Qué honra…

Y yo que era el único de esa caterva de morrongos  que no le comía cuento a ese tontoniel empujado, aquí estoy, viéndolos a todos huir cada cual cogiendo quién sabe qué caminos para ponerse a salvo no de las autoridades sino de ese pasado que los carcome, los atormenta y los mantiene empepados de cuenta del Dr. Sanalotodo que no le niega a nadie ninguna pastilla para calmar la nervia que se los come. 

Por eso digo que venganza-venganza, la mía…  Es que así se trata a las venéreas, con nitrato… Ni trato con rufianes, ni trato con lavadores, ni trato con gente que usa la retórica como disfraz de la decencia.  ¿Qué me quedé solo?  Pues, con semejante compañía, para qué estar acompañado, digo yo.  ¿Qué todos pensaban que era el bobo de la casa?  Pues sí, nada mejor para alguien inteligente hacerle creer al que se las da de vivo, de que es un idiota.  Hamlet bendito! 

Yo veo el fantasma de mi padre asesinado primero psicológicamente y después físicamente por el bobo azuzado, que porque dizque era comunista y él iba a acabar con todos los comunistas para que lo dejaran entrar al Club de Los Elegidos por la puerta de adelante y no por la de atrás, que ya le fastidiaba.  Es que ni siquiera el arzobispo iba a dejar que lo veláramos que porque era un incrédulo, cuando mi mamá y mis hermanos y mis tíos todos eran católicos camanduleros. Todos acudieron al Dr. Sanalotodo a preguntarle por mi caso, mi caso, sí, mi negativa a hacer parte de la natillera mafiosa organizada por los lugartenientes del rufián y el Dr. Sanalotodo les explicaba que mi padre sufría de una enfermedad mental muy grave que yo había heredado.

¡Y dele a recetar pepas qué fascinación por las pepas legales!

Yo me negué a tomarlas sabía que cuando se tienen ideas claras lo peor es llenarse de químicos para desbaratarlas y poner la mente al servicio del que te atosiga preguntándote cuánto has dormido, si estás comiendo o no y si tienes ideación suicida activa o no.  Y mi idea era clara frente al propósito de pertenecer a esa feligresía semi-clandestina que consiguió formar el mafioso.  No quería pertenecer a ningún culto, menos a uno que hacía de la deslealtad y del sicariato sus máximos oficiantes.  Allá ellos con sus ganas de ser industriosos sin sudor, de ascender en la escala social soplando bazuco y lamiéndole el culo a los lugartenientes del capo. 

Por eso insisto que venganza propiamente dicha, la mía.  Ellos han quedado infestados soportando el sabor del sarro en sus lenguas, dándose golpes de pecho ante la imagen de María Auxiliadora y la tía Rubiela sollozando porque la epe-esa no le autoriza el medicamento que le recetó un colega del Dr. Sanalotodo.  Que por costoso.  La misma vieja que desfilaba montando el mejor de los caballos de los establos de un socio del rufián, cada año, religiosamente, nada más que para ser vista… La pobre tía Rubiela…

El hijo de puta mandó a matar a mi papá y en lugar de generar mayor repudio entre sus descendientes, estos se dieron a la tarea de probar fidelidad absoluta a sus caprichos y mandatos.  Había qué ver cuando llegaba a casa, antecedido por una caterva de escoltas que movían todo de arriba abajo para cerciorarse de que no corría peligro alguno.  ¡Cómo salía despedida la tía Rubiela! gritando: ¡Llegó Saulo! ¡Llegó Saulo! Y todos detrás de ella formando graniadito un corrillo alrededor del imbécil que no dejaba de andar como si se tratara del amo y señor del universo.  Y de las casas vecinas salía gente por montones con ganas de saludar directamente al Patrón y este se escabullía hacia adentro para salvarse de la romería.  Y preguntaba por mí el hijue puta y la tía Rubiela diciéndole “vos sabés Saulo que él es muy raro y nada que logramos forzarlo a tomarse la droga recetada por el Dr. Sanalotodo” y entonces el vergajo no preguntaba más y yo me tenía que poner en posición fetal para tratar de no escuchar la algarabía que se formaba.  Y ella entraba a mi pieza a decirme “mirá comunista hijueputa –ella era hermana de mi mamá- si no te parás a saludarlo, te embuto la droga en inyecciones así no te volvás a parar en años, malparido”.  Y yo entonces me metía medio alkaseltzer en la boca y empezaba a “convulsionar”, sabiéndome golpear lo suficiente como para que los golpes y la babaza que me salía por la boca la convencieran de que lo mejor era largarse de mi cuarto…

Mi venganza ha sido simple, hacerme el bobo todo este tiempo.  Mi cansancio es evidente.  Tal vez por eso me pongo a escribir.  Como para recordar que yo era hasta inteligente, que hubiera podido llegar muy lejos si hubiera hecho parte de esa jauría de hijos de puta. Llegué, a mis 70, vivo.  Que es mucho decir en este país.






lunes, 11 de junio de 2012

LOS NOMBRES DE LOS PADRES




Por: Eduardo Botero Toro



En coro se postula la declinación del Nombre del Padre como acontecimiento característico de la cultura.  Se dice que la misma explica la extensión  y la profundidad de su malestar actual.  Es un decir que armoniza las aproximaciones sociológicas y psicológicas, que abandonan sus discrepancias tradicionales para fabricar este canto al unísono. 

Ni la ferocidad de los seguidores de Alá, los de Yahvé y los de Dios, ni la exaltación furiosa de los dirigentes conservadores elegidos por ciudadanos, ni la proliferación de bandas criminales organizadas alrededor de la promoción y la defensa de un capo, parecen significar  mayor cosa para quienes postulan esa declinación del Nombre del Padre.  Tampoco la buena salud de que gozan las monarquías europeas, pasados más de dos siglos de ocurrida la Revolución Francesa…

La estadística que muestra la deserción del padre de familia y la emergencia de la llamada familia monoparental cuya dirección corresponde a la madre cabeza de hogar,  parece ser el único hecho que probaría la verosimilitud de lo postulado. 

Encargado de la función de regular el deseo mediante la ley, la relajación de la relación de los ciudadanos con esta última, haría de la declinación del Nombre del Padre explicación suficiente para entender el actual estado de cosas, consecuencia nefasta de esa relajación.  El malestar entonces no provendría de la necesaria represión del deseo para efectos de conseguir la armonía social, sino, por el contrario, de su desbordamiento.

Habría malestar entonces porque existe anarquía, porque la fuerza pulsional se ha desbordado y la entrega de la economía a la dependencia del salvajismo del mercado, contraría  la formación social que reflejaba el autoritarismo de la producción que delegaba en el Estado el papel de verdadero Padre capaz de regularla. 

Faltando el padre en casa, se explicaría que los ciudadanos hijos de esos hogares monoparentales, encabezados por las madres cabeza de hogar, no estarían dispuestos para aceptar la regulación y ejercerían una especie de encargo tácito en virtud del cual fracturarían la solidez de los nexos sociales otrora capaces de encausar sus energías en la perspectiva de obtener metas de engrandecimiento de cada quien por la vía de su contribución al engrandecimiento colectivo.   De esta fractura provendrían los sentimientos de inseguridad y de temor predominantes.

Presentadas de este modo las cosas, el malestar actual provendría de ese ejercicio anárquico de los ciudadanos, capaz de subvertir el orden de un Padre debilitado por la acción.  Los sentimientos de inseguridad y de temor frente a la vida, serían la consecuencia de la misma acción y su remedio estaría en la restitución de un Padre vigoroso y altivo encarnado en la figura de un hombre que hubiera dado muestras de haber reprimido en él mismo, toda tentación a la relativización y al ejercicio de la libertad.  En otras palabras, de alguien que demostrara no haber sucumbido al desbordamiento pulsional y promoviera la restitución de esa fortaleza como única vía de escape a esos sentimientos de inseguridad y de temor  predominantes en el humor de la colectividad. 

martes, 5 de junio de 2012

MALEANTES Y GÁNGSTERS: UNA ÚLTIMA APUESTA DE LA MUERTE




Eduardo Botero T.

“Es el fin del fin”, dijeron los generales del ejército colombiano cuando su ofensiva contra la guerrilla más antigua del mundo prosperaba en cuanto a bajas y a conquista de posiciones.  Por final del fin, entendían que, una vez acabada la insurgencia, el país podría ser… pacífico.  Sin embargo, y de manera nítida, un síntoma emergía en lo que atañe al frente psicológico de la guerra: ellos mismos se denominaron héroes. 

¿Por qué un síntoma?  ¿Un síntoma de qué?

Existen títulos cuyo valor se establece solamente por que el merecimiento hace que otros lo concedan.  Cuando alguien vuelve un honor tema de promoción publicitaria, está demostrando poseer una forma negligente de asumir la desesperación.  “Dado que el título no me es concedido por quienes se esperan deberían ofrecérmelo, yo mismo lo promuevo”, parece ser la fórmula que los asesores de imagen y de comunicaciones vendieran al alto mando. 

La exaltación de la fórmula, vía su repetición a través de la pauta publicitaria contratada con los medios privados de televisión, no podía más que insinuar la existencia de una debilidad contrastante con la euforia demostrada a través de diversas manifestaciones como las realizadas después de la liberación de unos cuantos prisioneros de guerra cautivos de la insurgencia.  Como un 5-0 contra la selección argentina, el triunfo episódico no se correspondía con un trasegar victorioso sostenible. 

Como un mal estudiante que, cuando logra obtener una buena calificación, cree que con ella podrá desmentir las afirmaciones de un padre molesto con su rendimiento académico, como un adicto a las drogas que pretende demostrarse recuperado por haber tenido dos días de abstinencia, como un violador de menores que supone atemperada su crueldad al dar muerte rápida a una de sus víctimas, como un policía que dice contribuir a la disminución de homicidios porque estos no se han cometido en la misma proporción del mismo mes del pasado año, como…

… como todo aquello que se postula desmentida de una realidad estructural.  Cuando se pretende que lo excepcional se niegue a confirmar la regla y, por el contrario, se promueva como su desmentida, no estamos en el fin del fin sino en el mantenimiento de lo mismo.