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E. BOTERO T.

martes, 5 de junio de 2012

MALEANTES Y GÁNGSTERS: UNA ÚLTIMA APUESTA DE LA MUERTE




Eduardo Botero T.

“Es el fin del fin”, dijeron los generales del ejército colombiano cuando su ofensiva contra la guerrilla más antigua del mundo prosperaba en cuanto a bajas y a conquista de posiciones.  Por final del fin, entendían que, una vez acabada la insurgencia, el país podría ser… pacífico.  Sin embargo, y de manera nítida, un síntoma emergía en lo que atañe al frente psicológico de la guerra: ellos mismos se denominaron héroes. 

¿Por qué un síntoma?  ¿Un síntoma de qué?

Existen títulos cuyo valor se establece solamente por que el merecimiento hace que otros lo concedan.  Cuando alguien vuelve un honor tema de promoción publicitaria, está demostrando poseer una forma negligente de asumir la desesperación.  “Dado que el título no me es concedido por quienes se esperan deberían ofrecérmelo, yo mismo lo promuevo”, parece ser la fórmula que los asesores de imagen y de comunicaciones vendieran al alto mando. 

La exaltación de la fórmula, vía su repetición a través de la pauta publicitaria contratada con los medios privados de televisión, no podía más que insinuar la existencia de una debilidad contrastante con la euforia demostrada a través de diversas manifestaciones como las realizadas después de la liberación de unos cuantos prisioneros de guerra cautivos de la insurgencia.  Como un 5-0 contra la selección argentina, el triunfo episódico no se correspondía con un trasegar victorioso sostenible. 

Como un mal estudiante que, cuando logra obtener una buena calificación, cree que con ella podrá desmentir las afirmaciones de un padre molesto con su rendimiento académico, como un adicto a las drogas que pretende demostrarse recuperado por haber tenido dos días de abstinencia, como un violador de menores que supone atemperada su crueldad al dar muerte rápida a una de sus víctimas, como un policía que dice contribuir a la disminución de homicidios porque estos no se han cometido en la misma proporción del mismo mes del pasado año, como…

… como todo aquello que se postula desmentida de una realidad estructural.  Cuando se pretende que lo excepcional se niegue a confirmar la regla y, por el contrario, se promueva como su desmentida, no estamos en el fin del fin sino en el mantenimiento de lo mismo.
    

Porque se está del lado de la legalidad, del establecimiento, del supremo poderío de estado contra toda fuerza transgresora de su constitución y de su funcionamiento, se espera que la regla sea la norma y que el fracaso sea lo excepcional.  Se espera, igualmente, que los éxitos episódicos, sean demostración de una fuerza en crecimiento, a la que la debilidad objetiva le impulsa a ponderar los resultados en virtud de probar su existencia y desmentir la verdad acerca de su aniquilamiento.

La exaltación pues de algo excepcional por parte del Estado no es más que la demostración de la existencia de una debilidad.  Que su confesión no sea explícita, no contradice la afirmación: los hombres de armas, es decir, aquellos que han hecho de la capacidad de usarlas, su vocación, bien harían en pensarse no en razón de las causas que los han llevado a enfrentarse entre sí, sino a considerar que sus acciones en lugar de conseguir la conformación de una sociedad justa y equitativa, cada vez los alejan más de ello y amenazan con colocarlos al mismo nivel de un simple delincuente que hace del uso de la violencia no un arte, como sí una forma de manifestar su crueldad y su cinismo, verdaderos anti-valores para cualquier militar que respete su oficio, lo ejerza desde la oficialidad, lo ejerza desde la insurgencia.

DESBORDAMIENTO

El desbordamiento que tiene la ocurrencia de la violencia entre nosotros es también demostración del fracaso de la civilización en su afán por domeñar los impulsos tanáticos de quienes la conforman.  Así, quienes han hecho del uso de las armas su vocación, son los  únicos ciudadanos en capacidad de defenderse contra la acción de los rufianes.  Su status no es el de héroes sino el de privilegiados y sus privilegios no los pueden considerar obtenidos a partir de la demostración de su heroísmo.

Rufianes y gángsters han demostrado poseer capacidad de sevicia y de impiedad al momento de cometer sus crímenes contra ciudadanos y ciudadanas inermes, acción hostil a la de cualquier militar que respete su uniforme.  Validos de la imposibilidad de que el conflicto armado se resuelva definitivamente, disponen de todo el tiempo y todo el espacio para regodearse cometiendo sus tropelías obteniendo de la necesaria debilidad del aparato judicial, garantía para su continuación. 

Progresivamente se deslizan en el imaginario colectivo valoraciones que cualquier civilización repudia de manera radical, tales como las ejecuciones sin fórmula de juicio, la animalización de las conductas transgresoras y la sustitución del aparato de justicia por los instigadores de la ley del Talión instalados en los medios de comunicación, más disponibles para la sinrazón de la venganza que para la contribución a que sea el uso de la fuerza, proveniente del uso de la razón, lo que se encargue de establecer el debido castigo con el probado culpable.

La sociedad se transforma de tal modo que cada vez tiende a parecerse más a una organización de hordas y de tribus que a una forma de organización civilizada.  Poco a poco, la confusión lleva a ignorar que, por ejemplo, cuando a un abusador de menores se le considera probable criminal a partir del hecho de haber sido abusado en su infancia, lo que se está diciendo al mismo tiempo es que todas las víctimas de abuso sexual en el presente se convierten, ipso facto, en sospechosos de cometer, en el futuro, abuso sexual contra otros.  Las instituciones levantadas para comprometer el juicio de la sociedad del lado de la razón, son suplantadas por la gritería de una gradería deseosa de sangre que reclama la entrega de más víctimas al altar del sacrificio de una psicología de masas siempre lejana y contraria a una psicología individual. 

Mientras tanto, en los medios masivos de comunicación, la vida de los hampones se vuelve objeto de una épica edulcorada con la mixtura del valor supremo: el desprecio por la vida de los demás.  Es como si el estilo de organización de los rufianes, progresivamente y como un cáncer, se tomara la totalidad del tejido social y reemplazara la dinámica que regula los nexos civilizados entre quienes lo componen por la que proviene de la corrupción del pensamiento y la conversión de este en pura imaginería supersticiosa puesta al servicio de la avidez narcisista. 

La supervivencia de una guerrilla en los momentos iniciales de su constitución, depende en gran medida de su habilidad para propinar acciones contundentes contra su enemigo valiéndose de su capacidad de fuga instantánea.  Lo que presenta como eficacia heroica de su acto en realidad representa la transformación de la cobardía en virtud.  Hoy nadie ignora que la llamada Gran Marcha del Pueblo Chino, encabezada por el líder Mao Tse Tung, no fue otra cosa que una verdadera huída hacia el sur de una guerrilla que había fracasado y era derrotada por su adversario.

La supervivencia y fortificación de una banda de rufianes, depende en buena parte de la capacidad de impiedad y de sevicia de sus líderes, que se cotizan como tales en el ambiente del hampa no tanto por su valor como si por su capacidad de dar rienda suelta a demostrarse capaces de convertir lo inimaginable en posible. 

Mientras que unos y otros han logrado establecerse de manera sostenible, casi que como instituciones permanentes, su accionar no logra ir más allá de contribuir a la perpetuación de un conflicto sin posibilidades de paz al final del mismo, porque ese final ha sufrido una conversión invertida: de posible se ha convertido en inimaginable. 

Su perpetuación ha servido para que otros maleantes, aquellos que operan protegidos por su falta de miedo a la oscuridad y su confianza a la capacidad de vivir en las alcantarillas de las ciudades, se revelen como una tercera fuerza que no por desorganizada deja de ser absolutamente eficaz.  Y también ellos, capaces de imitar con especial empeño, copian de los otros dos bandos enfrentados, su modo de proceder al momento de ser amenazados por el castigo de la justicia: las mismas invocaciones al pasado tormentoso de sus infancias, la presentación de su acto como forma desesperada de acción inevitable dada la suerte que le correspondió vivir con respecto de la adversidad, la brutalidad de los victimarios que los forzaron a volverse más brutales que ellos, etc., etc., etc.

En todas partes la violencia tiene discurso que no es exclusivamente el que propagamos quienes nos interesamos por estudiarla.  Es el discurso mismo de los violentos, proferido en la intimidad de sus madrigueras o en el ágora a través de los medios que hacen las veces de cajas de resonancia.  Es un discurso que juega a la sociología, a la psicología, al arte y a la economía.  Juega, por sobre todo, a la política, idealizando el concepto de correlación de fuerzas y apropiándose para sí de la representación de la justicia. 

Juega a ejercer el monopolio de representación de las víctimas impidiendo siempre a que estas se asuman en su condición de sujetos-ciudadanos y practicando una memoria apegada a las circunstancias que los hicieron objeto de ataque sin demostrar ni un poco de reflexión crítica sobre esa memoria. 

Se instaura como horrible noche que no cesa de repetirse ni de mantener apagadas todas las luces de la razón y de los buenos sentimientos.  Practica la sonrisa de la Monalisa cuando oye los argumentos de quienes repudian la violencia como forma de relación con los demás, declara perdedores (y trata como tales) a quienes demuestran su renuncia a hacer parte de la ordalía y de la competencia desleal, ignora que el fusil no es otra cosa que el sustituto de un falo erguido del que presume todo aquel que cambia el placer con el esfuerzo por el placer masturbatorio inmediatista  (“mi revólver es más largo que el tuyo” fue el título de un hermoso cuento de cuyo autor he olvidado el nombre), y, dado que no recibe júbilo y reconocimiento de quienes esperaba recibirlo, paga lo que sea para que se propague la idea de que es un verdadero héroe. 

Su causa no es directamente la de la muerte sino la de considerar como único modo de vida el conseguirla mientras se propina.  No es simiesca, no es brutal, no es animal: esto no se estila entre simios, brutos ni otra clase de animales. 



ESPERANZA

No queda para los inermes otra salida que la de sustraernos a los llamados de unos y de otros a hacer las veces de carne de cañón de sus propósitos.  Si admitimos que las promociones de su valor sean hechos por ellos mismos como prueba de su debilidad constitutiva, habremos de confiar en que tarde o temprano se encontrarán con límites y con obstáculos superiores a los que han previsto y han logrado sortear hasta el presente.

Un énfasis especial en el pensamiento como forma de acción, de resistencia como forma de presión y de protesta como forma de impedir un olvido que a toda costa se querrá imponer, serán herramientas útiles para negarnos a quedar reducidos a la condición de víctimas (de más víctimas) y a depender de una memoria puesta al servicio exclusivo de la exaltación o de la infamia. 

Cuando todos estamos perdiendo y no solo la vida, aquellos que hacen de su amor por las armas su vocación, deberían darse cuenta de que el desbordamiento es testimonio del fracaso de su pretendida eficacia.  Que ellos mismos no son agentes del discurso que pregonan sino meros instrumentos de un discurso que repiten sin haberlo sometido jamás a la criba del pensamiento crítico propio de quien se precia de ser adulto. 

Será entonces posible que el silencio de los fusiles nos permita pensar con menos afán por imponer el pensamiento propio como pensamiento único.  Esta utopía inimaginable, podríamos pensarla, imaginativamente, como posible.  Serviría de algo, serviría mucho más que prestar nuestras voces al reclamo de más violencia para acabar con la violencia.

Quienes creyeron que delegando en los rufianes la protección de sus intereses iban a estar a salvo, han descubierto ahora que la factura recibida es imposible de ser pagada.  Ese es un obstáculo mayor, un verdadero límite.   Unos demostraron su capacidad de instigación y de mando, los otros solamente de venderse a quien consideraron mejor postor.  Un cambio en los capaces de mando ayudaría a un cambio en los que solamente saben venderse.  Y la humanidad les quedaría altamente agradecida.  Y no pasarán a la historia como genocidas.  Y no tendrán que enojarse tanto, y tan seguido, desesperados porque el invento ha demostrado su ineficacia.  Y sus hijos y sus nietos los tendrán incorporados en el recuerdo como mejores seres humanos y no con ese sabor que en la actualidad los lleva a vivir con vergüenza el hecho de ser descendientes suyos.

Santiago de Cali, junio 5 de 2012  




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