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E. BOTERO T.

jueves, 31 de marzo de 2011

LA INFATUACIÓN DEL CORDERO




DOS AFIRMACIONES EN "SI ESTO ES UN HOMBRE..." DE PRIMO LEVI


Eduardo Botero Toro

En “Si esto es un hombre…” de Primo Levi, aparecen dos afirmaciones que reclaman un trámite especial pues la contundencia de su contenido pareciera disolverse en la forma particularmente blanda con que son dichas.



La primera afirmación corresponde a un soldado alemán, también prisionero del campo de concentración quien dice a Levi: 

“Que somos esclavos sin ningún derecho, expuestos a cualquier ataque, abocados a una suerte segura, pero que nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento” (pág. 43)

La segunda es del mismo Levi que, conmovido con la anterior repara en un acontecimiento nítidamente formulable, pues las palabras del oficial alemán  le sonaban extrañas para sus oídos:

 “y mitigadas por una doctrina más fácil, dúctil y blanda, la que hace siglos que se respira más acá de los Alpes y según la cual, entre otras cosas, no hay vanidad mayor que esforzarse en tragarse enteros los sistemas morales elaborados por los demás, bajo otros cielos.” (p. 43)

El esfuerzo por tragarse enteros los sistemas morales de otros es motivo de infatuación, de vanidad.  “¡Ah! –exclama el demonio al final del film El Abogado del Diablo- La vanidad: ¡mi pecado favorito!  Más sabe el diablo por viejo que por diablo, pero también el Dios Padre que elige la figura del cordero como aquel complemento de su encarnación a través del Hijo.

La expresión tragarse enteros es utilizada de otro modo entre nosotros: traga entero, como significando que alguien acata una idea sin someterla a la criba del pensamiento reflexivo y crítico.  Pero el plural la reclamaba tal como la escriben el autor y el traductor de la obra.  Los sistemas morales elaborados por los demás, bajo otros cielos: es decir, aquellos que, a diferencia de nosotros, definen sus códigos y su normatividad de otros modos de relacionarse con lo divino, o, si se prefiere la versión nietzscheana, con aquella aristocracia que se postuló representante del Bien (Cfr: Genealogía de la Moral).

Pero deseo detenerme en la contundencia del planteamiento: lo que impide el uso de nuestra facultad de dar consentimiento al atropello que nos agobia es el hecho de sentirnos infatuados identificándonos con quien nos agrede y esclaviza.  Se trata de una elección entre la opción del uso de nuestro pensamiento crítico y aquella doctrina más fácil, más blanda, más dúctil, la de tragar entero todo lo que pertenezca al agresor y carcelero. 

Creo que esta dimensión de la relación vertical entre opresor y oprimido no está esbozada (por lo menos no de manera tan nítida) en el magnífico trabajo de Freud titulado Psicología de las Masas y Análisis del Yo, donde Freud enfatiza en la participación de la sugestión que todo el dispositivo del líder consigue transmitir a la masa que lo acoge acríticamente y lo ensalza a la condición de casi deidad. 

El sello que garantizaría la eficacia de la imposición autoritaria vendría, pues, dado por la infatuación del que es conducido al sacrificio por aquella.  La vanidad del que tomado por la pulsión de muerte inexorable, se jacta de su particular modo de adherir al victimario. 

Tal vez esto nos explica que el énfasis propagandístico de la lucha por la seguridad, que tantos gobiernos practican en el presente, persigue (y consigue) adherirse a lo que el ciudadano común considera territorio propicio para comportarse como yo ideal, como infatuado.  Puesta la vida reducida exclusivamente a la certeza en la seguridad, se valoriza entonces la persecución de todo aquello y de aquellos que atentan o amenazan atentar contra ella. 

El papel del “chivo expiatorio” será el de convertirse en ofrenda en sacrificio para satisfacción del conjunto de yo ideales cuyos narcisismos particulares lograr articularse en un lazo social verdadero y que los hace partícipes de los proyectos de exterminio contra todo lo que huela a “chivo”. 

El ciudadano que clama a gritos por conseguir una realidad que no tenga que ser pensada para hacerla soportable, recibe la pócima que anhela anestesiando todo dolor que le recuerde la miserable condición en la que habita.  Doloroso es el pensamiento que desentona con aquel que ofrece la seguridad como panacea, bajo el supuesto de que alguna vez en la vida de la humanidad (el paraíso terrenal, el comunismo primitivo) o de cada ser humano (el regazo maternal temprano), existió una vida carente de conflictos y de dramas. 

Convencido en la ilusoria construcción de la ideología que lo captura, alardea de su presente infatuado por hacer parte de la causa de la redención definitiva. 

De ahí a trabajar como un esclavo para medio conseguir el dinero con el que va a comprar cosas que no necesita y que, porque nunca le alcanza, se obliga a endeudarse para atesorar y considerarse seguro contra la pobreza, no camina, se pavonea por el escenario público como oveja que va, por sus propios medios, al matadero.

Todo por aceptar la pérdida de la única facultad que nos queda cuando se trata de “luchar razonablemente contra la muerte” (Robert Antelme, La Especie Humana): la de negar nuestro consentimiento.












1 comentario:

  1. Comentario de Julián Enríquez:

    Caramba E. Botero veo que continúas repensando el acontecer mundial a la luz de los últimos acontecimientos (y bajo la tutoría del señor Primo Levi). Tu reflexión, me parece, se aplica a los países musulmanes que ya están hartos de los ayatholas, imánes y talibanes, arcaicos todos; países que hoy por hoy claman por tener un poco de lo que nosotros disfrutamos (y a veces no valoramos por haber nacido en ellos): libertad y democracia.
    La que se libra en el mundo musulman es una guerra entre la civilización que está llegando por oleadas de bits a través de internet y la barbarie fundamentalista y arcaica que pertende perdurar por siempre. Ahí si que cabe tu concepto, algo extravagante la verdad (¡que vamos a hacer con estos académicos!), de "Infatuación"; si acaso buscas aplicarlo a Occidente significaría que no has cambiado un ápice desde que te conocimos y muy seguramente morirás equivocado; hombre al que no llegará nunca la Perestroika ni la Glasnov, pobrecillo!!!

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