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E. BOTERO T.

viernes, 20 de mayo de 2011

PARA TERMINAR CON EL YUGO DEL "DSM" DE LA A.P.A. VERSIÓN COMPLETA




CORREO ENVIADO POR JAVIER NAVARRO


Eduardo: Está circulando en Francia una petición que es un compromiso importante  puesto que apunta a poner término a la hegemonía nefasta de la nomenclatura del DSM IV y se propone insistir positivamente en una clínica de la subjetividad. Este compromiso debería movilizar a todas las personas concernidas por el sufrimiento psíquico que quieran promover una práctica que tenga en cuenta la subjetividad del inconsciente. Los franceses han sido invitados a firmar en línea esta petición en la siguiente dirección: 

  
Sería interesante que se pudiera aquí hacer lo mismo.

Te adjunto en archivo la traducción que hice del primer apartado, para abrir tu apetito. No me gusta mucho el lenguaje utilizado en la petición, pero se trata de una "coalición" para ir debilitando el uso del DMS.

Un abrazo, 

Javier

AHORA VERSIÓN COMPLETA





La obligación de una referencia diagnóstica al DSM perjudica a la cientificidad; va en contra del cuidado psíquico; es costosa para los Estados; paraliza la investigación y la enseñanza


            El «sufrimiento psíquico» desborda la definición habitual de las enfermedades, pues puede concernirle a cualquiera. La Organización Mundial de la Salud la considera como una prioridad. Pero la O.M.S. se ha comprometido en  este terreno siguiendo una elección unívoca, considerando como una adquisición científica el manual de la A.P.A. (American Psychiatric Association). Esta elección única de la O.M.S. lleva un nombre genérico, el de DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders). Su tercera versión estigmatiza los conflictos de interés en psiquiatría y es contemporánea de las recomendaciones de tratamientos comportamentalistas y de las TCC. Y como estos métodos son aleatorios, participan de la promoción de un complemento farmacológico indispensable.


1. ¿Cuál es el valor  científico del DSM?


            Su ancestro, el SCND es una compilación empírica redactada en 1932 para el ejército norteamericano. En 1948, la O.M.S. se sirvió de ella para redactar la International Classification of Diseases, que es su segunda versión. Las diferentes versiones del DSM  han sido redactadas desde 1952 por la American Psychiatric Association. Mientras que el DSM II tomaba en cuenta la aproximación dinámica de la psicopatología, el DSM III, que apareció en 1980, evacuó todas las referencia al psicoanálisis en nombre de una total neutralidad teórica. De lo que resulta un metodología descriptiva, voluntariamente ignorante de los conceptos psicológicos a partir de los cuales habría podido elaborarse una clasificación objetiva, clínica y científica de los grandes campos de la psicopatología. Existen numerosos subconjuntos del DSM. Su metodología va en contravía de los criterios de objetividad de cualquiera de las ramas de las ciencias de la naturaleza o de cualquiera de las ciencias humanas. Para que una observación pretenda ser científica, es preciso que aisle invariantes latentes, determinismos que haagan axiomas y obtengan estructuras reducidas. Esta actividad se apoya sobre la observación de hechos, cuidándose de todo presupuesto. Se apoya sobre la adquisición de la experiencia que sería la única que permitiría verificar su interés diagnóstico y su valor predictivo. Es lo contrario de la metodología del DSM, que no tiene ningún precedente en ninguna ciencia, salvo en las primeras clasificaciones enciclopédicas (Lineo, Buffon...) que clasificaban las especies según caracteres distintivos antes de dar un giro hacia las clasificaciones comparadas que ponían en evidencia rasgos comunes a las diferentes especies. En su introducción, es cierto, el DSM se declara ideológicamente ateórico


Pero ¿es esto posible en la investigación? El mismo DSM demuestra que no, pues basta con que una lista de «trastornos» manifiestos sea establecida sin tener en cuenta las estructuras en que se inscriben, basta que estos «trastornos» sean desligados de las circunstancias subjetivas de su eclosión, para que la hipótesis de una causa orgánica se imponga inmediatamente. Esta concepción reduccionista de un «hombre máquina» no ha encontrado hasta nuestros días ninguna prueba corroborada por la experiencia, incluidos los trabajos neurocientíficos más reconocidos. Al contrario del DSM, los avances científicos más recientes en el dominio de la neuroplasticidad o de la epigénesis muestran que no se pueden  oponer ya más causalidades psíquicas y orgánicas,  puesto que las primeras influyen sobre la construcción de las segundas. Su predictibilidad se encuentra subvertida: no se utiliza nunca dos veces el mismo cerebro. Pero al suprimir la causalidad psíquica, el DSM impone un rechazo a la causalidad orgánica. Tal elección es tanto más anticientífica cuanto que proscribe otras referencias y cuanto que su uso es impuesto a los practicantes en la codificación de los diagnósticos. Ahora bien, la imposibilidad de refutar un punto de vista tiene como consecuencia hacerlo salir del dominio de las ciencia (como lo mostró Karl Popper). Cualquiera que sea la ideología de cientificidad de las tercera y cuarta versiones del DSM, su metodología no es científica.


            La segunda característica anticientífica de la metodología DSM es la de reunir estadísticas que no conciernen a los pacientes, sino al parecer de un  conjunto de psiquiatras. No se trata de observaciones clínicas, sino de decepcionantes opiniones, a veces recogidas de manera arbitraria. Este método de apariencia democrática nunca ha existido en la historia de las ciencias. Un voto no puede servir de prueba, y esta nomenclatura ha sido propuesta así con un golpe de opinión, como lo muestra su legitimación por el término consensus. Se trata de un índice de popularidad, pero en ningún caso de validez científica.


           Estas primeras características no científicas del DSM, no obstaculizan, sin embargo, su interés epidemiológico, que puede entrar en el marco de una jurisdicción racional. Si nos atenemos a este fin para servirnos de él, los practicantes no deberían, no obstante, ser constreñidos a referirse a él como meta diagnóstica y pronóstica, obligación, por otra parte, contraria a la ética médica y a la de los cuidados psíquicos.


2. ¿Cuál es la validez clínica de esta metodología?


            Los repertorios de “trastornos” y de “disfuncionamientos” sólo nos dan clichés superficiales del sufrimiento psíquico. En ninguna rama de la medicina, un practicante diagnosticaría una enfermedad confiando en las apariencias, en la expresión manifiesta de un síntoma. Como son evitados, por principio, los retornos de variantes regulares, las descripciones de superficie se multiplican: la referencia a la Evidence Based Medecine, que pretende privilegiar la prueba con el propósito de una mayor eficiencia, muestra su objetivo limitando la exploración clínica a la evidencia más superficial o mezclando elementos de orden heterogéneo (clínicos y morales en particular): así, por ejemplo, como lo ha observado el señor Misès a propósito del “trastorno de las conductas”, “la incivilidad” se vuelve una enfermedad.


            El resultado es una inflación de los “trastornos” que corrobora la ausencia de cientificidad, mientras que ésta última permite, por el contrario, limitar la gran variedad de las manifestaciones a algunos tipos clínicos cuyo número es reducido. Desde la versión de 1952, el DSM a pasado del recuento de 106 patologías a 410 “trastornos” identificados en su versión actual. La próxima versión, el DSM V, en curso de elaboración, deberá registrar al menos una veintena de categorías  suplementarias. En términos de patología mental, habrá construido “falsos positivos” cuyos únicos beneficiarios arriesgan ser los grupos farmacéuticos. Además, esta inflación favorece el nacimiento de conceptos cajón de sastre que justifican prácticas de cuidados peligrosos y segregativos para los niños.


            En las pasadas versiones del DSM, una categoría clínica tan constante como la histeria, cuya consistencia está atestiguada por la experiencia desde la Antigüedad, fue suprimida. Igualmente, la neurosis no está ya homologada desde 1980 y, la homosexualidad ha debido esperar hasta 1987 para no ser considerada ya como enfermedad mental. De hecho, la sexualidad , paradójicamente, ya no tiene fuero desde esta fecha... Se suprime la idea de que estas estadísticas se refieren a la cultura americana, a sus normas y a sus modos, mientras que estas clasificaciones de psicopatología tiene ambición internacional. La O.M.S., de hecho, cuenta con imponer la aplicación del ICD en el mundo entero de aquí a algunos años.


            En este momento, el futuro proyecto del DSM V inventa nuevas categorías de naturaleza únicamente dimensional, basada sobre la amplitud de las manifestaciones juzgadas como patológicas, como por ejemplo, “el trastorno de hipersexualidad” o “el trastorno parafílico coercitivo”. Mucho más inquietante aún, la instauración de valores predictivos, prevé “trastornos” futuros. Todo el mundo será así potencialmente un enfermo y, por tanto, susceptible de ser tratado preventivamente. Esta inflación vertiginosa va a alcanzar la cima con la invención de “síndromes de riesgo”, tal como el “síndrome de riesgo psicótico” que impondría, al pasar de la prevención a la predicción, prescribir sistemáticamente psicotrópicos a una proporción no desdeñable de adolescente juzgados atípicos. Y esto, sin justificación de su utilidad con alguna prueba sobre el terreno.


             Semejante extensión de la patología podría, por otra parte, ser considerada como contraria a los Derechos Humanos.


3. El DSM perjudica la salud


            Con un catálogo de criterios suficientemente amplio, un psiquiatra, dentro de poco, no será ya necesario. Tampoco lo será un médico, ni incluso un enfermero. El farmaceuta podrá distribuir directamente psicotrópicos. Si los estados fueran orientados hacia esta política de la salud ¿cuál sería su eficacia?


            Un diagnóstico DSM hace el repertorio de las manifestaciones comportamentales sin la profundidad del campo de ninguna estructura de conjunto psicopatológico, y esto a contrapelo de toda la psiquiatría clínica. Cada comportamiento corresponde a una casilla de opciones y no es más que el signo de un “desorden” erigido en entidad patológica innata. A ello se agregan nociones como la de “enfermedad difícil”, o de “no sumisión al tratamiento”. En fin, ciertas categorías DSM (por ejemplo, las codificadas de F20 a F31), van, con toda evidencia, a ser puestas al servicio de transferencias de competencias hacia lo médico-social, vaciando la psiquiatría pública y privada de su contenido. Ya, en ciertos servicios, a nobre de la objetividad, la recopilación de check-lists desde la primera entrevista ha destronado a la semiología clínica, juzgada subjetiva,así como a la aproximación dinámica de los síntomas. El DSM suprime toda referencia a una causalidad psíquica o histórica, sin dejar su lugar a los acontecimientos traumáticos de la vida del paciente y de su anamnesis; todo está programado como si la condición humana pudiera ser medicalizada. La cura relacional, o simplemente, la palabra, son invalidadas como útiles terapéuticos, de tal manera que los pacientes tienen una necesidad urgente de confiarse arriesgan elegir terapias no científicas, y hasta sectarias, con la caución involuntaria de los Poderes Públicos. 


            Sobre la base de estas Check-lists, la mayor parte de los pacientes son medicados abusivamente o durante mucho tiempo. Como el mismo síntoma juega en estructuras diferentes, que no requieren la misma conducta terapéutica, y como este síntoma es susceptible de ser ahogado por un tratamiento farmacológico, la causa primera del sufrimiento psíquico se vuelve irreconocible y el paciente, incurable, aunque duramente medicalizado.. En la medida en que alivian efectos y no sus causas, las prescripciones reconducen de nuevo a sí mismas y aumentan peligrosamente, hasta la dependencia – sino hasta la adicción. Cuando fracasa un protocolo de cuidados, en lugar de volverlos a cuestionar, se crea más bien una nueva categoría. De tal manera que las terapias medicamentosas, primero, útiles a menudo, terminan por tener un resultado contraproducente. Tanto más cuanto que los efectos indeseables a largo término de los medicamentos recientes son todavía desconocidos y los estudios conjeturales entre beneficios y riesgos, a menudo se consideran sospechosos.


            Este círculo viciosos se inicia actualmente desde la infancia. Para una acción preventiva en psiquiatría del niño y del adolescente, los paidopsiquiatras, en mayoría de formación analítica, quieren colaborar con los pediatras y los consejeros escolares, con el fin de detectar los signos de sufrimiento psíquico. Y esto, con el fin de evitar que un sufrimiento latente evoluciones y se fije en psicosis, en neurosis severa o en una inadaptación permanente.  Ahora bien, el próximo DSM V transforma esta prevención en anticipación terapéutica: ya no se trata más al niño por aquello de lo que sufre ahora, sino por el trastorno que podría algún día manifestarse en él. Esta “predictibilidad” arriesga con encerrar en un diagnóstico para toda la vida y con una medicación para psicopatologías que incluso no han aparecido todavía. Al contrario, cuando el sufrimiento psíquico se escucha, el tratamiento evita la fijación de una patología.


4. El DSM orienta las enseñanzas hacia una práctica única


            El éxito del DSM no procede de la recepción positiva de los practicantes. Por el contrario, les fue impuesto desde el exterior. Ante todo, su expansión se debe a las compañías de seguros y a los grupos de presión que han exigido sus referencias para sus reembolsos, en los Estado Unidos y en ciertos países de Europa. Las empresas farmacéuticas están igualmente en el origen de las tablas de adecuación entre categorías del DSM y la administración de medicamentos. Estos diferentes lobbies han sido suficientemente poderosos para llevar a un número de universidades cada vez mayor a poner el DSM en el primer plan de la enseñanza, puesto así al servicio de intereses clasificatorios, ideológicos o financieros.


            Los futuros clínicos son formateados en la ignorancia de la clínica clásica. En la enseñanza, la premisa organicista elimina todos los puntos de vista que la han precedido, operando una ruptura que no funda la aparición de ningún nuevo paradigma. Hasta finales de los años setenta, prevalecía una relativa unidad de la psicopatología. La psiquiatría clínica europea se había enriquecido gracias a los aportes del psicoanálisis y de la psicología. Estos intercambios interdisciplinarios se compartimentaron solamente desde 1980, y esto de manera infundada, puesto que el objeto de la psicopatología sigue siendo el mismo. Actualmente, el conjunto de la enseñanza de la psiquiatría es mayoritariamente tributaria del DSM y de la farmacología. Solo las U.F.R. (Unidades de Formación y de Investigación, en Francia) de psicología enseñan todavía una diversidad de puntos de vista. ¿Pero hasta cuándo? Esta relativa diversidad no es justificable, pues no son los psicólogos quienes toman las decisiones terapéuticas. Además, la separación entre psicólogos y psiquiatras alimenta una “guerra ideológica” inútil a expensas de los pacientes y de los presupuestos.


            No solamente la enseñanza médica se hace plegándose al formato único DSM, sino, además, lo esencial de la enseñanza post-universitaria se asegura para los laboratorios farmacéuticos. De tal manera que esta formación alimenta la expansión de las prescripciones medicamentosas, proscribiendo al mismo tiempo cualquier otra orientación de la investigación.


            En conclusión, un lobbying oculto, nunca discutido democráticamente, obliga a los investigadores a publicar en revistas calificantes, a menudo anglosajonas y de la misma orientación, si quieren acceder a puestos universitarios. La CFTMEA (Classification française des troubles mentaux de l'enfant et de l'adolescent) ha entorpecido así la carrera de ciertos universitarios impidiéndoles publicar en las revistas anglosajonas, “por falta de un lenguaje común”.


5. La orientación promovida por el DSM es costosa para los Estados:


            Las  preferencias de la O.M.S. repercuten cada vez más sobre los sistemas de salud de los Estados, y conllevan decisiones onerosas. En todos los niveles de la salud mental, el DSM se ha vuelto un instrumento para la contabilidad de los presupuestos administrados los gestores que organizan la salud a partir de exigencias financieras. Los problemas de la salud permanecen sin tratamiento y son, finalmente, más costosos. Comisiones desconocidas del público toman decisiones sobre esta base y. Como su referencia es el DSM, privilegian los tratamientos farmacológicos (y hasta quirúrgicos), sobre el fondo de una pauperización, incluso, destrucción de la organización sectorial, de la psiquiatría que articula lo intra y o extra hospitalario. El DSM se volvió el caballo de Troya de la industria farmacéutica, en la práctica médica cuotidiana y principalmente la de los médicos generales, que prescriben el 80% de los psicotrópicos. Esta orientaciones terapéuticas generan un costo económico pesado para los Estados y los sistemas de solidaridad como la Seguridad Social. El costo no es solamente una transferencia de fondos en beneficio de la industria farmacéutica. Existe también una utilización “médico-económica”. En función de la codificación DSM,  los “costos por pacientes” así como la “intensidad de los cuidados” son repertoriados de antemano e imponen limitaciones terapéuticas.


            Se puede tener una idea de la importancia de los costos generados por los diagnósticos DSM examinando las diferencia de prescripción en psiquiatría infantil entre los países que se someten al DSM y aquellos en que  otro punto de vista sigue siendo mayoritario: En Francia cerca de 20000 niños toman la Ritalina,lo que está muy lejos de los 55000 niños ingleses y sobre todo de los 3 millones de Canadienses y de los 7 millones que corresponden a los Estaod Unidos. No nos admiramos de los lazos de interés financieros entre comités de expertos del DSM IV y la industria farmacéutica, que han sido revelados tantas veces, si se sabe que los medicamentos psicotrópicos representan un mercado extremadamente provechoso. En los Estados Unidos, en el 2004, los antidepresivos generaron 20,3 millares de millones de dólares de beneficio, los antialucinatorios 14,4 millares de millones. Ciertas categorías clínicas  casan muy de cerca con las indicaciones de nuevas moléculas, prefigurando así una clasificación farmacológica sobre medida que satisface las exigencias del marketing. Tal coincidencia entre categoría clínica y efectos de las moléculas no pueden sino favorecer una quimioterapia de masas.


                        Por el contrario, si desde un punto de vista financiero los tratamientos que privilegian la relación intersubjetiva parecen, inicialmente, más caros en infraestructura y en personal calificado, son son al mismo tiempo más económicas, además de que conservan para  los tratamientos su dimensión humana.


            Es posible poner un término a la hegemonía nefasta de esta nomenclatura.


            La O.M.S. y la W.P.A. (World Psychiatric Association) tuvieron en el 2001 un simposio en Londres sobre las clasificaciones internacionales. La dificultad de los debates llevó a la O.M.S a decretar una moratoria sobre las revisiones del DSM IV y del ICD 10, hasta este año. En realidad, el vals de las revisiones del DSM no ha sido dirigido más que por la iniciativa de la Asociación psiquiátrica americana y no por practicantes, como se previó inicialmente. Mientras tanto, las consecuencias del uso del DSM son diarias y se pueden leer taNTO en algunos informes del INSERM (Institut National de la Santé et de la Recherche Médicale) como en las decisiones legislativas que tienen que ver con la salud mental, o, con mayor profundidad, en los efectos segregativos y de seguridad que pesan no sólo sobre los cuidados desde la más tierna edad, sino que legitiman una administración política de lo humano. En adelante, el DSM se utiliza igualmente ante los tribunales y su apariencia objetiva es tanto más peligrosa cuanto que ella se enmascara con el discurso de la “ciencia”.


            La experiencia ha mostrado que los actores de la salud pueden hacer retroceder los efectos de la ideología DSM. Por ejemplo, el éxito de la petición “No al cero en conducta para niños de tres años”, firmado por 200000 personas, tras el peritaje del INSERM sobre  “el trastorno de las conductas”, llevó al INSERM a relativizar que, sin embargo, habían sido presentados como científicos. Igualmente, el “Appel des appels” (“Llamamiento de los llamamientos” : http://www.appeldesappels.org/el. N. del T)  capitalizó las críticas con respecto a las nomenclaturas con las de la salud, de la enseñanza o de la investigación, reagrupando la iniciativa de “Salvemos la Clínica”. Otras respuestas a las amenazas actuales ya han tenido lugar, o están en curso, como “Le collectif des 39 contre la nuit sécuritaire” (“Colectivo de los 39 contra la noche de la seguridad social”) que reunió recientemente (octubre de 2010) más de mil personas en Villejuif.


            En 2003 3n Montpellier, los Estados generales de la psiquiatría permitieron ya una toma de posición común con respecto al DSM IV de una gran parte de las asociaciones psiquiátricas, de la casi totalidad de las asociaciones psicoanalíticas y otras instituciones que agrupan la gran mayoría de los profesores-investigadores-practicantes en psicoapatología clínica. La mayor parte de las sociedades psicoanalíticas francesas firmaron, en esta ocasión una declaración donde proponían “trabajar en común con los profesionales de la psiquiatría en la construcción de una referencia psicopatológica más acorde con la realidad clínica del sujeto”. Como lo observa esta declaración el DSM engendra una práctica que “confunde al enfermo y la enfermedad. Una práctica que no tiene en cuenta la subjetividad del inconsciente, del conflicto psíquico, y tantos conceptos que muestran que nuestros pacientes tienen una historia y un universo relacional que constituyen parte interesada en la clínica que presentan”.


            Queremos trabajar positivamente por una clínica de la subjetividad


            El número de los firmantes de este manifiesto constituyen un peritaje tan ampliamente  pertinente como las estadísticas de la A. P. A.. Consideramos que --- si es siempre legítimo hacer nuevas hipótesis como las del DSM ---, esta nomenclatura se ha impuesto por medios exteriores a la investigación, y bloquea el curso normal de los intercambios científicos.


            1/ Estimamos que los clínicos atentos al sufrimiento psíquico y a su tratamiento se encuentran hoy día confrontados con el problema suplementario que constituye la imposición de este pensamiento único, falsamente consensual y con su utilización peligrosa en las decisiones terapéuticas, gerenciales y políticas. Estimamos que es preciso limitar la inflación peligrosa  y costosa de las categorías patológicas. Es necesario retomar el hilo de la clínica que se había construido durante varios siglos gracias a los intercambios de la psiquiatría, de la psicología, del psicoanálisis, de la antropología.


            2/ Es preciso hacer cesar las presiones administrativas sobre los clínicos, presiones que, so capa de exigencias contables, les dictan una conducta terapéutica.


            3/ Una metodología científica que respete punto de vista contradictorios debe ser restablecida en sus derechos. A este respecto, exigimos un restablecimiento de la pluralidad de los puntos de vista doctrinales en la enseñanzas, y la liberación del yugo DSM en la investigación y las revistas calificadoras. La obligación de un “lenguaje DSM, de una lengua psiquiátrica única, no debe servir de criterio para publicar en las revistas internacionales. Sólo el objeto de la investigación debe ser tenido en cuenta.. La pluralidad de las referencias conceptuales debe ser respetada y promovida. El DSM no es ni puede ser una referencia obligatoria y exclusiva que sirve de instrumento de normalización de las prácticas y las conductas de la población. Conviene establecer una transparencia sobre el nombramiento de expertos de las comisiones que deciden en este dominio.


            / 4 Ya existen otras clasificaciones distintas al DSM. Su existencia debe ser validada y enseñada. La utilidad de una clasificación adaptada a la clínica debe ser debatida y sus fundamentos deben ser considerados.


            / 5 Es indispensable distinguir las necesidades y los compromisos específicos que actualmente son confundidos o mezclados. Los criterios útiles no son los mismos según se trate de:

Las administraciones
La encuestas epidemiológicas y las orientaciones de la salud pública
La práctica clínica y terapéutica
La investigación y la enseñanza.


            El hecho de retomar una elaboración científica no significa un retorno al pasado. Exige tener en cuenta, subsumiéndolos, aportes de la psicofarmacología y de las neurociencias que permitan decidir mejor entre las mediaciones orgánicas y la causalidad psíquica. Se trata tanto menos de una retorno a la nosografía clásica, cuanto que es necesario tomar en consideración una clínica comparativa con los aportes de otras culturas, así como es necesario evaluar los cambios en los modos de vida que hacen aparecer manifestaciones sintomáticas más evidentes ahora que en el pasado. Tales estudios permitirán fundar criterios clínicos válidos universalmente.


Obras de referencia :

        Allen, Frances, « À propos des 19 "propositions" du DSM V », La lettre de Psychiatrie Française, N° 194, sept 2010).

Bazalgette, Gérard, La tentation du biologique et la psychanalyse. Le cerveau et l’appareil à penser, Toulouse, érès, 2006

Besse, A. « L’AFPEP et son action internationale », Bulletin de l’AFPEP, janvier 2011

Cosgrove, L. ; Krimsky, S. ; Vijayaraghavana, M. ; Schneider, L. “Financial ties between DSM-IV panel members and the pharmaceutical industry”Psychotherapy and Psychosomatics, vol. 3, University of Massachusetts, avril 2006, traduction française : « Liens d'intérêts financiers entre comité d'experts du DSM-IV et industrie pharmaceutique », José Morel Cinq-Mars, Tristan Garcia-Fons et Francis Rousseau).

Decorpaliada, Marco, Shizométriepetit manuel de survie en milieu psychiatrique EPEL 2010, Gori R. ; Del Vogo. M.-J. La santé totalitaire, Paris, Denoël, 2005

Gori, R. ; Del Vogo, M.-J. Exilés de l’intime, LA médecine et la psychiatrie au service du nouvel ordre économique, Paris, Denoël, 2005

Gori, R. De quoi la psychnalyse est-elle le nom ? Paris, Denoël, 2010

Kirk, S. ; Kutchins H. Aimez-vous le DSM ?, le triomphe de la psychiatrie américaine, Synthélabo, 1998.

Lussier, Martine, Le travail du deuil, Paris, Puf, Le fil rouge, 2007.

Kernberg, Otto F. Les troubles graves de la personnalité : stratégies thérapeutiques, Paris, Puf, 1989.
Lane, Christopher, Comment la psychiatrie et l’industrie pharmaceutique ont médicalisé nos émotions, Paris, Flammarion, 2009 sur la « fabrication » des dernières catégories)


Malaval, J.-C. « Limites et dangers des DSM », L’évolution psychiatrique, 68, 2003, p. 39-61





CLASSIFICATIONS ne répondant pas aux critères DSM :

- Classification du Pr. Misès : C.F.T.M.E.A. édition CTNERHI 2002

- Le P.D.M. américain : Interdisciplinary concil of Developmental & learnings disorders 2006

- O.P.D. allemande : Hogrefe & Huber 2000.


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