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E. BOTERO T.

jueves, 22 de diciembre de 2011

LA MANO DERECHA DE UN JEFE






Por Eduardo Botero T.


CADÁVER DE IVÁN RÍOS
Como se trata de lectores de otras latitudes, explicaré lo que ha motivado este ensayo, ya que entre nosotros la noticia ha sido difundida con especial despliegue y muy pocos deben desconocerla.

El encargado de la seguridad de un jefe guerrillero de altísimo rango (como que hace parte del Secretariado de las Farc, máximo organismo de dirección de esta guerrilla), según él, acosado por la persecución de los militares del ejército colombiano, decidió dar muerte a su jefe, cercenarle su mano derecha para proceder luego a entregarse al ejército, demostrar que había matado al jefe mediante el cotejo de su huella dactilar y cobrar la recompensa que se ofrecía por él, cinco millones de dólares.

Hay que advertir que en estos momentos el ejército colombiano despliega una operación encaminada a derrotar al movimiento guerrillero más antiguo del mundo y que, tal como lo relató el jefe de seguridad del guerrillero, mantiene operaciones de cerco y de reducción sobre diversos frentes de esa guerrilla.

La campaña del ejército colombiano hace parte de la llamada Política de Seguridad Democrática, entre cuyas acciones se encuentra la del pago de recompensas a quienes informen del paradero de personas que dirigen a la guerrilla.  En virtud de esta acción, el jefe de seguridad del guerrillero, hizo saber su intención de cobrar la recompensa.

TRAZAS DE SUBJETIVIDAD EN UNA POLÉMICA

El jefe de seguridad del guerrillero no acababa de terminar su versión ante las autoridades militares, cuando se desató una polémica cuya realización es la que verdaderamente motiva este ensayo.  Los medios de comunicación de inmediato se pusieron a la tarea de averiguar con juristas y funcionarios del estado, la pertinencia o no de entregar los 5 millones de dólares a quien había procedido de ese modo.  En el imaginario de los periodistas y de la población, la mano cercenada del jefe guerrillero se mantenía expuesta a la curiosidad de todos: valía cinco millones de devaluados dólares.

Lo más llamativo de todo esto es que un acto de descuartizamiento reciente, y parcial, pasaba a cubrir con un manto de retórica pseudoacadémica, el hecho de que ya este gobierno ha pagado jugosos premios a practicantes del descuartizamiento sistemático a través de una débil justicia que los ha premiado con la disminución de la pena de cárcel y la conservación de las tierras expropiadas en beneficio de los intereses privados de una minoría terrateniente de la cual procede el actual jefe de estado.

¡Gran escándalo sobre las implicaciones éticas del asunto! 

Otro aspecto escamoteado al tenor de la vociferación retórica, ha sido el hecho de que la baja del comandante guerrillero no fue propiciada por la información dada por un desmovilizado que, ya desmovilizado, hubiera indicado con precisión el lugar donde se encontraba el perseguido.  Una simple liquidación de cuentas, propia del mundo gangsteril, se ha querido mostrar como también valedera al momento de decidir el pago de la recompensa.  El escándalo con el Rólex encontrado en la mano de Raul Reyes, quedó cubierto por el interés utilitarista en la mano de Iván Ríos: cinco millones de dólares pueden más que el valor del reloj.

Se cree de modo sincero por parte de algunos que todo esto constituye un escándalo mayor.  Lo que uno debería preguntarse es el por qué de la vacilación existente, del no saber qué hacer y cómo hacerlo, por parte de los gestores de la política de recompensas inserta dentro de la política de Seguridad Democrática.  Y hay que atreverse a postular algunas hipótesis al respecto.

En primer lugar, lo escamoteado inicialmente, permite aventurar la primera: la legitimación de la práctica del descuartizamiento como método para justificar los fines de una acción, existe antes del suceso.  Ya antes de lo sucedido, explicaba, los practicantes del descuartizamiento estaban obteniendo beneficios para sus condenas por el solo hecho de confesarlos y, socarronamente, adjudicar las responsabilidades de tal modo que la confesión misma se ha convertido en un nuevo frente de batalla contra enemigos políticos.  Es decir, el Estado ya estaba pagando recompensas, sin escandalizarse por el uso de la motosierra, a los practicantes del descuartizamiento.  Pero treinta años menos de pena para un acusado por cometer masacres, no es lo mismo que cinco millones de dólares en poder de un adversario recién bienvenido a las huestes de los desmovilizados. 

Esto permite la segunda hipótesis: el festín de los honorarios hace que muchos juristas se valgan de toda clase de recursos retóricos para defender la legalidad del pago de la recompensa: en dinero contante y sonante solamente el 10% de cinco millones de dólares inspira a muchos a postularse candidatos a la defensa del que muy seguramente demandará en caso de que no le sea pagado el dinero prometido.  La codicia, la avidez, la avaricia: esos antiguos pecados no logran disuadir a algunos y se lanza de bruces a cometerlos, conocedores como son de que no existe infierno en la otra vida, suficiente este en el que han aprendido a vivir, con todos los lujos y placeres, mientras el resto de mortales están condenados a trabajar de verdad para sobrevivir. 

Una tercera hipótesis explica el comportamiento de los ciudadanos que como espectadores del espectáculo, participan en las encuestas diseñadas por los medios de comunicación: el 83% de los encuestados por una cadena radial está de acuerdo con el pago de la recompensa al encargado de la seguridad del jefe guerrillero.  Hay que decir que en este caso no se trata de interés utilitarista alguno, por lo menos en principio.  Si pensamos en el largo plazo, la demanda por recompensas, se extenderá de aquí en adelante por todo el territorio nacional y entonces ahora sí conoceremos los colombianos las ordalías propias de la cacería de brujas.  Esa entidad abstracta denominada “la mayoría”, puede estar dando sus pasos para constituir el consenso necesario que legitime toda la arbitrariedad como justificada por la gloriosa defensa de la patria sumada a la promesa de convertirse en propietarios.

Por lo pronto no más hipótesis.

UN ANTECEDENTE EN LA NARRATIVA POPULAR PAISA

En un examen de comprensión de lectura los examinados recibieron el siguiente texto de cuya lectura debían responder unas preguntas que establecerían su nivel de comprensión.  Guardo copia del mismo y paso a trascribirlo tal cual.

UNA LARGA Y MOVIDA VELACIÓN

Topó Pedro Rimales un hombre que llevaba una manada de marranos y le dijo:

-       ¿Pa ónde va con mis marranos? ¡Aguardate y verés!
-       ¿Sus marranos? ¡Más harto!  Estos marranos no son suyos.  Son de un señor que los manda a vender a la feria.
-       ¡No m’hijo!  Esos marranos son míos, mire la marca y verá.
-       ¿Y qué marca tienen?
-       Un hoyito debaju’e la cola.

Miraron la marca en cada marrano y, como todos la tenían, el arriero las entregó y se fue de güida, no fuera y lo cogieran con los marranos robaos.

Entonces Pedro Rimales se fue pal pueblo y los vendió a la carrera, pero puso la condición de que le devolvieran las colitas apenas los mataran.

Se fue con las colitas y las enterró en un pantanero muy grande y muy espeso que había en la entrad’el pueblo.  De ai mandó llamar a un carnicero y le dijo, mostrándole las colitas:

-       Vea, hombre, los marranos que traía pa la feria.  Yo que tenía que vendelos temprano pa volveme pa la finca.  No me puedo demorar.  ¿Usté por qué no los saca?  Yo se los doy baraticos pa que los desentierre.

El carnicero le ofreció la mitá de lo que pensó que valían, carculando por el tamaño de las colas.  Pedro Rimales le aparó la caña y se largó.

El carnicero le mandó razón a su ayudante pa que viniera con unos recatones.  Así que el ayudante vino y se metió a sacar el primer marrano, jaló de la colita y se quedó con ella en la mano. 

-       ¡Tan podridos! – Gritó.
-       ¡Podrido tarés vos! ¡Si se acaban d’enterrar!

Metieron las palas y recatones y no toparon nada.

-       Ve aquel desgraciao, cómo me engañó.  Aquí como que el único marrano qui hay soy yo.

……………..

Con la plata de los marranos se fue a parrandiar Pedro Rimales, hasta que se quedó sin cinco.  Se puso a ver qui hacía y resolvió ise para la casa.

Tando allá una tarde, dice la vieja, la mama:
-       ¡Yo sí que tengo como hambre!  ¿Ustedes por qué no me dan alguito de comer? ¡Tengo mucha hambre!
-       ¿Sí? –dijo Pedro Rimales-. Andá mano Juan, traé tres almudes de maíz pa que li hagamos una mazamorra a esta vieja a ver si deja de quejase tanto.

Mano Juan trajo el maíz, lo pilaron y montaron l’olla.  ¡Una olla grandota!

Así que estuvo la mazamorra le dijeron a la vieja:

-       Ai tenés, pa que no digás que tas con hambre.  ¡Ahora te la comés toda!

La vieja se sentó a comer hasta que estuvo piponcha.

-       Ya no quiero más, m’hijo.
-       ¡Te la comés toda!

La vieja siguió comiendo y comiendo hasta que reventó.  Ai cayó muertecita.  Entonces dijo Juan, el hermano de Pedro Rimales:

-       Vamos, mano Pedro, a llamar al cura pa que la entierre.
-       No.  Ni riesgos –contestó mano Pedro, que tenía una pica vieja con el cura-.  No lo llamemos todavía.  Dejate a ver…

Se fue y amarró a la vieja  encima de un muleto cerrero, bien amarrada; y li’amarró una lanza debaju’el brazo. Di ai  cogió y ensilló la yegua pajarera qu’era la mama del muleto y que estaba muy arisca porque hacía días que nadie la montaba, y fue y le dijo a mano Juan:

-       Tenga: vaya y llévele esta yegua al cura y dígale que venga; ¡pero no le diga pa qué!  Que aquí se necesita su presencia…
Mano Juan le llevó el recao al cura, que había tenido un disgusto con la vieja y creyó qu’ella lo mandaba a llamar pa arreglar el asunto, pasada la rabia, qu’era seguro que le tenía por lo menos su buena gallina gorda, bien arreglada.   Montó y salió del pueblo al trotecito, más alegre que unas pascuas, saludando a lao y lao. Pero por allá, en medio del camino, siempre le dio desconfianza de pensar que tal vez la vieja estuviera brava todavía.  En fin, que cuando llegaba horquetiao en la yegua pajarera, Pedro Rimales, que estaba escondido teniendo el muleto con la vieja encima, lo soltó, y el animal salió a todo correr p’onde la mama, con esa vieja amarrada encima y armada de lanza gorobeta.

Esto que ve el cura y palidece, se li abren los ojos y se le para el pelo y se siente perdido como atrapao en emboscada y más se asusta tuavía cuando oye los gritos de Pedro Rimales que gritaba:

-       ¡Curra, padre, que lo mata mi madre!  ¡Curra, padre!

Y en un brinco de la yegua fue a caer a un tunero, junto di un abejorral.

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-       Ahora sí, enterremos a mi madre –dijo mano Juan.
-       No- contestó Pedro-. Todavía no.

Por ai cerquita vivía una mujercita que hacía chorizos, rellenas y empanadas y que había hecho centavitos con el negocio.

Llevó Pedro Rimales la muerta al solar d’esa vieja y la acomodó en cunclillas, como si’estuviera cogiendo una col de la güerta. 

Cuando al rato dice la rellenera izque:

-       M’hija (a una hija que tenía).  Andá a la güerta y me traés unas hojitas de col y unos tomaticos pa echales a estos envueltos.

Sale la muchacha, cuando se encuentra a la vieja y vuelve onde la mama y le dice:

-       Mama: allá hay una vieja robándose las coles.
-       ¿Si, m’hija? Vea: tenga esta mano de piedra y aviéntesela pa que no siá descarada. ¡Vieja atrevida!

Va la muchacha y le avienta la piedra, y ai mismito sale Pedro Rimales:

-       ¡Cuidao, cuidao!  ¡Vea como le dio a mi madre!
-       Ah… y si estaba robando coles.
-       ¿Y por una hojita de col… vustedes me matan a mi madre? Aguárdesen y verán me voy p’onde l’autoridá.  Voy a poner el denuncia pa que las zampen de patas y manos al presidio.
-       ¡Ay, no señor; no ponga el denuncio que nosotras le damos lo que quiera!

Esto era lo que esperaba Pedro Rimales y ai mismo dice:

-       Bueno: pues me dan tánto en plata y todos esos envueltos y chorizos y rellenas que tienen.
-       Bueno, señor –dijeron las mujeres muy confundidas. 

Y el alzó con todo lo que había. 

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-       Bueno, Pedrito –dijo Juan-.  Ahora sí enterremos a mi madre.
-       No. Todavía no –dijo mano Pedro.

L’amarró otra vez a caballo y salió con ella pal pueblo.  Por el camino, alcanzaron a un hombre que llevaba una mula con una cargu’e caña.  La yegua en que llevaban a la vieja comenzó a morder hojitas de la carga, hasta que el arriero se’nojó.

-       Vea, señora: ¡hágame el favor y contiene ese animal que me está dañando la carga!

Pero la vieja no hizo caso.

El arriero volvió y le dijo de buenos modos dos o tres veces.  Y nada.   Hasta que se emberriondó ese hombre y sacó un arriador y ¡guape!  Tumbó la vieja.  Y salta Pedro Rimales que venía detracito:

-       ¿Por qué me mató a mi madre?
-       ¿Esa vieja era su madre?
-       Claro, hombre.   Esa era.  ¡Matame a mi madre por unas hojitas de caña! ¡Ahora mismo voy a poner el denuncio!
-       ¡No! ¡No lo ponga señor! Yo le doy lo que quiera y no lo ponga. 
-       ¿Vos, qué me podés dar?
-       Le doy una finquita que tengo.  Ya mismo le hago la escritura si quiere.
-       Hacela pues…

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Pedro Rimales llegó con el zurrón de la vieja a la iglesia y la acomodó en un confesionario. 

Así que el cura la vio, dijo: Allá viene aquella vieja a confesase, después de la que me hizo pasar.  ¡En fin… vamos a confesala.  Eso es que viene arrepentida. 

Se arrellana bien el cura y dice:
-       A ver, viejita: ¿cuánto hace que se confesó?
-       ………..
-       ¿Qué cuánto hace que se confesó?
-       ………..
-       ¡Diga sus pecaos!
-       ………..
-       ¡Que diga sus pecaos!
-       ………
-       ¡Bueno: si no se quiere confesar, retírese, hágame el favor!  ¡Que se retire ya mismo! (Ve, este demonio’e vieja cómo no hace caso).  ¡Aguardate ai!

Se levanta el cura hecho una tatacoa y saca un guarapazo; ¡guape! Allá l’aventó.

Y salta Pedro Rimales:

-       ¡Padre, por Dios! ¡Cómo le pega a mi madre!
-       ¡Ah,,, Y si no hacía caso!
-       ¿No ve que ella está muy sorda y muy vieja?  Hay que hablale duro… ¡Pero vea!  Si fue que la mató.  Ya mismo me voy p’onde la autoridá y dale parte al señor obispo.
-       ¡Hombre Pedrito, no vas!  No vas y arreglemos esto de alguna manera….
-       A ver, padre: ¿cuánto me dá?

Y el cura no tuvo de otra que dale lo que tenía.

De ai Pedro Rimales acomodó a la vieja, hincada junto al altar con un libro en la mano, leyendo.  Cuando iban a cerrar la iglesia llega el sacristán y le dice que se salga pa juera, que ya estaba muy tarde.
Vuelve el sacristán al rato y la encuentra ai.  Vuelve y le dice y la vieja sin hacer caso.   Hasta que se ofusca todo y la va a sacar a estrujones y allá cae la vieja.

-       Vea, hombre –dice Pedro Rimales, que estaba escondido en el confesionario-. ¡Me matates a mi madre!
-       Ello no.
-       ¡Ve! ¡Mirá!

El sacristán dice a sudar frío.  Pedro Rimales aprovechó el susto y le sacó gratis el entierro.  Pero no fue un entierro cualquiera.  No señor: entierro de primera, cantao y con procesión encabezada por la vieja en su muleto.  Salieron el señor cura, el sacristán, el alcalde y el boticario, que en este tiro no había puesto mano en el asunto.  Y detrás, chirimías y una manada de muchachos haciendo parranda. 

Pedro Rimales y mano Juan se estuvieron bebiendo trago mucho tiempo, hasta que se les acabó la plata.

NO PUEDE ESPERARSE MENOS

El crimen paga, es decir, el fin justifica los medios.  ¡Valiente gracia un gobierno dispuesto a repetir especularmente lo mismo que censura en los horrores del adversario!

Lo que se avecina es más horroroso que el horror conocido por todos hasta ahora.  Al tenor de un entusiasmo de triunfos parciales, el hedor de los cadáveres no será obstáculo para que los zopilotes se acerquen a ellos violando todo mínimo principio de compasión y de humanidad.  Los métodos propios de los gángsteres, son entronizados entre los valores supremos del estado de derecho y de la democracia.  El mensaje de los que admiten este proceder es claro: lo que sea, como sea, con tal de lograr los objetivos.

Pero también aplica aquí la denuncia contra quienes no han reparado en usar cualquier medio con tal de lograr sus fines: el medio describe, por sí mismo, la realidad del fin que se promete.  La correlación de fuerzas en la confrontación entre el trabajo honrado y el crimen, sigue favoreciendo a éste último. Todos los beneficios están de su parte. Los fabricantes de armas del primer mundo tendrán una nueva oportunidad para maximizar sus utilidades. 

Y en el desván de los recuerdos y de la nostalgia, sonará como un exabrupto, la letra de aquel tango que suena desde hace tiempos con el título de “Sangre Maleva” y que pone en boca de su protagonista, el Zurdo Cruz Medina estas palabras pronunciadas mientras agoniza rodeado por agentes policiales:

No me pregunten, agentes,
quién fue el hombre que me ha herido
porque eso es tiempo perdido
pues yo no soy delator.
¡Déjenme no más que muera!
-y de esto nadie se asombre:
que el hombre es para ser hombre
no debe ser batidor…

Nostalgia que abroga inclusive el alma de los hampones que, también, como otros, han perdido todos sus valores.  A lo mejor estos fueron siempre una leyenda útil en su momento y como toda leyenda, al servicio de modo de aprestigiar la criminalidad.

¡Cinco millones de dólares!  Se escuchan ofertas, señores…


  










 

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