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E. BOTERO T.

domingo, 18 de marzo de 2012

UNA PELÍCULA COLOMBIANA SIN SICARIOS NI PORDIOSEROS



Eduardo Botero T.


Me impresioné con la película LA CARA OCULTA cuando ya había transcurrido cierto tiempo, hasta la parte en que la alemana, dueña de la casa, revela a Belén el secreto de la construcción hecha por su marido Nazi. Una jugada femenina para probar el amor de Adrián se convierte en una condena al encierro del que solamente podrá salir cuando Fabiana, torpemente, ingrese a la caleta y quede ella misma condenada… Al principio sentí un sabor amargo, estuve a punto de dejar la película y marcharme a la cama en busca de sueños. 

En realidad esa misma noche tuve uno que olvidé al día siguiente aunque me dejó una especie de iluminación súbita: “incesto entre la madre y la hija”, pensé y me levanté entusiasmado a comenzar el día. Nunca me tumbo en la cama no más que para descansar, me gusta tener sueños, me gusta recordarlos y me gusta analizarlos. Siento que cada ser humano cuenta con su específica sala de cine incorporada y que es un escritor en ciernes cuando narra a otro el sueño que haya tenido. Por supuesto, debe apreciar el hecho mismo de soñar como quien aprecia su vida. Suelen ser simultáneos el desprecio por la vida y el desprecio por los sueños o, al menos, acostumbran ser anodinas las vidas que desprecian los sueños y nada más parecido a la muerte que una vida anodina. 

 La película cuenta una historia, el extravío y el hallazgo del objeto amoroso que Adrián, el director de filarmónica, pierde y encuentra en el dos por tres de su estadía en la casa que perteneció a un nazi, ya fallecido y que su viuda alquila. No cuenta más. Es solamente eso: Belén, enterada por la viuda de la construcción de una caleta por parte de un marido que temía ser detenido como tantos colegas suyos lo han sido en Suramérica, cree que le puede servir para causar un poco de sufrimiento a su amante a quien descubre engañándola con la violinista de la filarmónica. Se esconderá para que él sienta que la ha perdido, no más por un tiempo prudencial. Pero olvida entrar con la llave que da acceso al búnker y queda condenada al encierro. Luego llega Fabiana, a quien Adrián ha conocido en el bar donde se refugia para embriagar el duelo por la desaparición de Belén. Belén es testigo del nuevo amor de Adrián pero sus gritos no son audibles, solamente Fabiana alcanza a escuchar algo que con sarcasmo Adrián llama un fantasma. Sin embargo Fabiana no cesa de investigar la procedencia de los ruidos que son audibles a través del desagüe del lavamanos. Y encuentra la llave, descubre que es Belén la que se encuentra encerrada y la que emite esos ruidos desde su encierro. Pero se niega a auxiliarla sabiendo que de hacerlo ella perderá a Adrián que volverá con Belén. Hasta que recibe unas fotos que muestran a Adrián en sus encuentros amorosos con la violinista de la filarmónica y decide abrir el búnker siendo sorprendida por Belén quien la golpea dejándola en el encierro. 

 No se puede eludir el asunto que la película revela. No me interesa dar testimonio de que logro adivinar una intención de los escritores del guión (Andrés Baiz y Hatem Khraiche Ruiz-Zorrilla) y de los dueños de la idea original (Hatem Khraiche Ruiz-Zorrilla y Arturo Infante). Como público puedo expresar mi lectura independientemente de que ella tenga que coincidir con la intencionalidad de quienes hacen la película. El acontecimiento nazi permanece vivo en la memoria (arquitectura) de la casa y continúa produciendo víctimas, esta vez no por acción de sus hornos crematorios sino de los refugios construidos para eludir la acción de la justicia. 


Se trata de un secreto que deja de serlo cuando es confiado a otro: y la inocencia de una jugada revanchista de una amante herida no hace más que conducirla a realizar un deseo que no ha revelado de modo explícito pero que se infiere del acto fallido que comete al perder y descuidarse con respecto de encerrarse sin cerciorarse de que lleva la llave consigo. El bobalicón entusiasmo del pequeño burgués que cuando le roban el reloj pide a gritos que se conforme una junta militar que acabe a plomo con todos los maleantes (recuerdo aquí lo que decía Estanislao Zuleta a propósito de la pequeña burguesía colombiana) se ve nítidamente representado en la bobalicona acción de Belén quien, herida por la traición de Adrián, consigue aparentar una desaparición que ha planeado como acto vengativo y de la que ha dejado prueba en el video que graba para que sea visto por su amante. 

Se vuelve al nazismo fácilmente cuando el mal humor pusilánime de las masas practica adhesión incondicional a los voceadores más chillones, decía Carlos Marx y le gustaba recordar al Estanislao ya mencionado. El mal humor pusilánime de Belén adhiere al grito pulsional de la revancha y se vuelve fantasma para un hombre que encuentra y pierde sus objetos amorosos con la facilidad de una melodía infantil. 

 Para Adrián Belén ingresa en el campo del objeto que abandona para castigar su comportamiento desleal. Ella, enamorada del modo de amar de Adrián, se rebela contra una expresión de ese mismo modo de amar del que es excluida y sustituida por la violinista. Se trata de un objeto que desaparece en el sentido lato del término y su ausencia no lleva más que a una tristeza fácilmente reductible con el hallazgo de Fabiana, una repetición de Belén, seducida por los atributos artísticos de Adrián quien no ahorra nada para revelárselos como parte de la seducción. Es Fabiana y no Adrián la que escuchará a la otra, a la desaparecida, a ese fantasma con el que Adrián se burla de los miedos que Fabiana le comunica después de escuchar los ruidos en el lavamanos. 

Cómo no ver aquí la metáfora de ese conflicto que entre nosotros revela los deseos porque desaparezca la amenaza de retorno del nazismo y la promoción del entusiasmo por su regreso. Dos inteligencias en pugna, cada una revelando su modo de proceder en la perspectiva de su respectivo triunfo: una inteligencia que sabe al otro encerrado pero vivo versus otra inteligencia que sabe al otro vivo pero tomado por una curiosidad. El amor no queda de más para entender que alguien se encierra por amor perdiendo la llave de ingreso a su desvarío, y otra inteligencia que sucumbe a la curiosidad herida por la traición del mismo que hirió a la primera. 

Ambos grupos en contienda se saben amenazados por el peso que la lumpenización de las costumbres arrojó en las respectivas ideologías. Adrián es a la vez objeto de tentación y de desprecio, alguien capaz de sustituir un objeto por otro con la misma facilidad con la que se cambia de vestido o de auto. Más que la estética de su arte es en su condición de sujeto que se revela proscrito del amor, enamorado más de él mismo que de otro. Su narcisismo, apuntalado por el halago permanente del dueño de la filarmónica y quien combina la condición de propietario con la de mecenas, hace de la dirección el único objeto al que Adrián puede ser leal. Las mujeres se encuentran y se pierden en el laberinto al que el deseo de cada una la conduce, el de mantener encerradas a la otra del hombre no pudiendo hacer lo mismo con su música. Una y otra fracasan en el empeño de Adrián por refrendar su fidelidad a la música incluyendo a la violinista en la perpetuidad de su deseo. La mesera y la diseñadora de calzado no pertenecen a ese mundo sino como público y el búnker representa la condena de su amor al campo de la extraterritorialidad. Pobres y ricos sucumben al encanto de quien ha renunciado a toda contención de la pulsión y no encuentran otra cosa que el extravío como destino mientras que la adhesión impune del músico permanece intacta guardando el respectivo espacio a la realización amorosa. 

El objeto de deseo se supone perpetuo pero se revela efímero y nada puede hacer el sujeto para impedirlo. La incondicional fidelidad de Adrián a su verdadero objeto de deseo resulta tentación suficiente para quien se sabe poseído por la característica dubitativa de su deseo. El izquierdista no puede ocultar su fascinación por la pompa, el poder y la riqueza mientras que el derechista no logra ocultar el carácter ambivalente de la sacralización que hace de la pobreza. 

El sin dios del uno y la religión del otro, es decir, el inconsciente propio, toma el comando de su elección amorosa y que no es otro que el conseguir hacerse a la posesión de quien no vacila frente a lo que desea. Así los pueblos que sacralizan a los victimarios, así los victimarios que detestan a los pueblos. Entre líneas primero y después como texto explicito, aquel que ha renunciado a todo compromiso que lo distraiga del deseo que ha asumido como exclusivo, sabe convertir a sus objetos en repeticiones de lo desechable, un verdadero programador de la obsolescencia de las personas. El búnker construido por el nazi se ha convertido en el destino que propicia la condición invicta del que ha renunciado a todo compromiso con alguna ley que no le favorezca. 

Que él no sepa de su existencia no impide que sea su beneficiario. Julio Mario Santodomingo o Carlos Ardila Lulle o Luis Carlos Sarmiento Angulo no tienen porqué saberlo, para qué si mientras se solazan en su ignorancia, el mercado de armas prospera y a la oferta no le preocupa cuál sea la ideología del comprador. Siempre existirá un búnker construido por los más solícitos defensores del capitalismo que la humanidad ha conocido hasta la fecha, convertido ahora en el refugio a donde irán a parar quienes vacilan con respecto de su deseo, ese público del teatro de la vida por el cual dan la vida directores y ejecutores de la melodía de la muerte. 

ADDENDAS 

 1) El perro pastor alemán se llama, en la película, Hans. En la que solemos llamar vida real se llama Mozad... ¿Coincidencia? 

 2) El policía enamorado de Fabiana, quien es el que le envía las fotos que prueban la traición de Adrián, y que investiga con su jefe la desaparición de Belén, le reclama que prefiere amar al rico en lugar de amarlo a él, “un pobre policía mal pagado”. ¿La revolución disfrazada de agente represor? 

3) La ausencia de duelo de la violinista cuando Adrián le dice que deben suspender su amorío...

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