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E. BOTERO T.

lunes, 23 de julio de 2012

APUNTES ACERCA DE LA DECISIÓN DE MATAR




Por Eduardo Botero T.

“Entonces el Patrón le mandó la muerte…”
(Declaración de un lugarteniente de  Pablo Escobar en entrevista radial).




Mandar la muerte… que los puntos resuenen con el suspenso. Otras expresiones (ordenó matar, lo mató, etc.) no dan a entender que quien habla supone una relación de su patrón con la muerte, una relación de sumisión de “la muerte” con el Patrón.  Queda en evidencia la relación del lugarteniente con este, la de un feligrés a las órdenes directas de una divinidad. 

Obediencia ciega, obediencia suprema, el Amo reclama que la inhibición de toda rebeldía, de toda capacidad crítica, se haya logrado.  “Para matón, matón y medio…” es  proclama implícita que asegura, disuasivamente, la adhesión del mensajero. 

Ambos, patrón y lugarteniente, llevan consigo la muerte, el primero la domina según pensar y decir del segundo, que apenas la porta.  Ambos comparten la decisión de matar de tal modo que cualquier titubeo dejaría entrever, a través de esta fisura, los límites del dominio.  Una prueba de fidelidad marca el pacto cuando el patrón ordena al lugarteniente matar a la mujer que ama.  El patrón le manda la muerte a la amante del lugarteniente con el lugarteniente mismo.  Ambos portan la valorización de la ciega obediencia, de la indispensable sumisión absoluta.  Ambos son, ellos mismos, la muerte, esa que a nadie evita, esa de la que nadie puede librarse.  El imperativo invicto por excelencia.

2.

Es probable que lugarteniente y patrón compartan también orígenes, formas de crianza, relaciones singulares con sus respectivos ancestros.  Un profundo odio a la pobreza material, por ejemplo, hace parte del texto entregado como legado: “haga plata mijo honradamente y, si no lo ve la gente, haga plata mijo.” 


Pero antes que el texto, la mirada.  Una manera de ser mirados por la madre, entrevistos desde su condición de bebés maravillosos que satisfacen su encantamiento narcisístico, destinados a ser los responsables de la restitución de un nombre venido a menos (por ej., el del padre de  la madre), requeridos de una asistencia permanente y que reclama también adhesión incondicional.  La apelación a que sea el manto de un santo o de la virgen los que protejan al crío de todo peligro y de todo mal… 

Un cierto modo del Edipo se cristaliza en esta relación en la que no existe rivalidad con el padre porque este ha dimitido voluntariamente del propósito esperado que es el de romper aquel vínculo.  En el discurso de la madre, su esposo será comparado con su padre, dejando para el primero el íngrimo título de “el pobre…” (“el pobre Epifanio…”, “El pobre Gerardo…), mientras la leyenda acumula hipérbole acerca de las magníficas andanzas del propio padre, hampón de cuello blanco de pueblito distante de la capital…

Con el discurso de la madre su mirada entrega al hijo maravilloso elegido por ella, un legado: el de la restitución de un hombre, el del patriarca que se añora y se compara con el pusilánime elegido.  Obediencia ciega, aceptación sumisa por parte del hijo es la escuela del que será Amo, el Señor, el Doctor, el Patrón.  Todos los títulos visibles e históricos del patriarcado los reunirá en su persona, sin traicionar jamás la adhesión filial ni vacilar al momento de demostrar que el legado ha sido recibido.

La madre del lugarteniente hace lo mismo solo que ella está situada del lado de la fatalidad.  Ella encenderá dos velitas a la Virgen: una para que a su hijo le vaya bien en su trabajo (sabemos cuál es el trabajo del hijo, llevar la muerte) y la otra por la viuda y los huérfanos que dejará su “oficio”.  Es bueno porque no le falta ningún electrodoméstico, ya tiene su casita propia y además le dio, de regalo, en la Semana de Pasión, un viaje a Tierra Santa.  Ella que lo único que ha hecho es obedecer, transmite su propio legado, el de las virtudes de una obediencia ciega, la capacidad de reprimir toda crítica, la inhibición deliberada de todo cuestionamiento.  “Son cosas del Señor y nada puede hacer una contra ellas…”

Ambas madres compartirán la paranoia que proviene de su creencia en que los hijos maravillosos que han elegido tratar como tales, son enviados por el Señor para intensificar su obediencia hacia la divinidad.  Validas por tal creencia, suponen que todos los que censuran las acciones de sus hijos, lo hacen movidos por el simple odio proveniente de la envidia.  Su causa, que ellas llaman la generosidad, justifica la eliminación de todos aquellos que se opongan a ella.  Infatuadas por la creencia de que toda madre repite la historia de la Virgen María, no pueden menos que considerar a sus hijos, si no subrogados de Cristo, por lo menos santos muy próximos a la divinidad. 

3.

Una causa noble… De nuevo en suspenso.  ¿Propia de la nobleza?  ¿Enrique VIII? ¿Los Borgia?  El medioevo resucita en la re-valorización de las monarquías y la restitución de todo lo suyo a la condición de supremo bien.  Nietzche, en la Genealogía de la Moral, atestigua que las palabras bien y mal tienen origen histórico. 

La generosidad, la caridad, el compartir con el pobre un poco de la propia fortuna son los valores de un orden cultural que se supone existe como expresión de la voluntad divina.  El derecho a la equidad es otra cosa, implica asumirse ciudadano y, por tanto, responsable de conseguir que el orden de cosas cambie y sea propenso a reemplazar la caridad y la generosidad por la satisfacción de derechos. 

Ahí es donde mafiosos y neoliberales coinciden pues el orden social por el que luchan y que han logrado establecer, se basa en el retorno a los viejos valores medievales.  Mientras las calles se llenan de pobladores indignados, los epígonos de este orden insisten en individualizar a los criminales de tal manera que los verdaderos responsables del descontento maniobren entre las sombras y mantengan su condición de amos.  Suponer que el patronato del mal se encarna en la saga de un maleante que se distinguió, sobre todo, por su permanente traición a la amistad, es una manera de esconder a los verdaderos amos que mueven ese tinglado en el cual, el maleante, cumple la labor disuasiva, la del trabajo sucio, para sacar avante los propósitos de los que verdaderamente mandan. 

La decisión de matar no hace solución de continuidad con la decisión de acumular.  Todos se reclaman de la estirpe de Abel dejando para el respectivo contrincante la otra condición, la de Caín.  La decisión de acumular: el verdadero dios que decide valorizar las ofrendas de unos y repudiar las de los otros.  Los grandes poderosos jamás tienen amigos, solamente tienen intereses. 

Porque se odia la des-posesión de bienes materiales (o, lo que es casi lo mismo, contentarse con poseer unos cuantos indispensables), se es capaz de matar sin contemplaciones, sin piedad y sin vergüenza.  Una pulsión desbordada de toda contención y que les llevará, inevitablemente a conseguir todo el oro que se propongan a condición de eliminar el agua que necesitan. 

Es la muerte, son la muerte.  “Es que como usted, señorita periodista no es mala, usted no sabe cómo pensamos los malos”, aclaraba el lugarteniente a la periodista que lo entrevistaba asombrada con la frialdad con que relataba sus acciones criminales.  Se trata de una pulsión que se burla del proyecto civilizador, según el cual, para la convivencia y la supervivencia, es indispensable el sometimiento de las pulsiones destructivas de los individuos. 

No le ha sido difícil a la perversión descubrir que el mejor modo de transgredir toda ley es convirtiéndose en la ley misma.  El Estado y todos sus aparatos nunca ha sido  amigable árbitro cuyo fin es  mantener en equilibrio los intereses encontrados de sus ciudadanos.  Es y ha sido un instrumento al servicio de quien logre hegemónicamente su conducción. Las grandes sumas de dinero que se invierten para llegar a ocupar los cargos de poder, demuestra la valorización que tiene conseguir su manejo.  Todas las formas de ejercicio del poder, las disuasivas y las persuasivas, sí, pero también las legales y las ilegales, hacen parte del currículo en que se forman los mandatarios actuales. 

A la sacrosanta opinión pública (que no es lo mismo que la opinión del público),  se la provee de la condición de ente capaz de ver, oir, decir, callar, escandalizarse, etc.  Tiene sus voceros que no son otros que los mismos que la conforman.  Y ella ha hecho del equilibrio de contrarios, de la no dialectización de las contradicciones, su modo de proceder permanente.  A la par que denuncia, por ejemplo, casos de trata de blancas, promueve comerciales en los que se ofrece conocer íntimamente mujeres dispuestas para complacer al consumidor, pertenecientes a bandas de tratantes de blancas.  Omite los nombres de las corporaciones financieras que abren sucursales en los llamados paraísos fiscales, a través de las cuales circulan los dineros procedentes de la ilegalidad.  Declaran evasores a unos cuantos para mantener intacta la realidad según la cual la mayoría es la que no puede evadir el cobro de sumas impositivas a través de la satisfacción de sus necesidades básicas (salud, comida, educación… IVA).  Entretienen a la galería mediante la exaltación de figuras del hampa que se han destacado por su fiereza y por su capacidad de cometer toda clase de delitos.  Y mantienen con el establecimiento una relación de mutua colaboración que intentan ocultar mediante el trámite de denuncias.  Han descubierto, además, que una buena manera de conseguir anunciantes es sometiéndolos, primero, a una serie de denuncias en su contra, procedimiento muy cercano al que emplean los maleantes para extorsionar ciudadanos. 

Todo esto hace parte de la decisión de acumular y provee de contexto favorable para la proliferación de grupos capaces de canalizar la decisión de matar.  De fondo, la mirada de una madre lugarteniente del patriarca, capaz de asustar al mismísimo maleante, más que el Estado, más que sus fuerzas armadas, más que sus organismos de disuasión. 

Esa mirada se llama opinión pública.  Esa que pugna por mantener como status quo, la condición exclusiva  de consumidores, verdadero sincretismo del feligrés con el cruzado y que reemplaza la condición de ciudadanos con deberes y derechos.  Mientras el consumidor sueña y se empeña en conseguir lo soñado, no importa el cómo, el ciudadano dormido y reducido a la condición de simple consumidor, delega en sus amos la conducción de su existencia.

Dejar de dormir, que no de soñar, permitirá establecer nuevos modos de relación que no sigan siendo intermediados por la opinión pública.  Será así posible conseguir su reemplazo por la opinión del público, que es otra cosa, porque la participación la pueden hacer solamente ciudadanos despiertos, capaces de reconocer como una de las principales adquisiciones culturales, la de renunciar a continuar al servicio =y a merced= de la mirada complaciente de la madre. 

4.

La muerte, son la muerte.   Acabar con ella no será posible, pero todas las artes de sanar, de aliviar y de curar, son tan antiguas como ella.  Hoy las armas matan tan rápidamente como lo hacían las enfermedades en la antigüedad; pero también hoy, las enfermedades, se demoran más tiempo en matar a la gente.  Esto significa algo muy importante: se puede controlar, si no la muerte, por lo menos la velocidad de su eficacia.

Controles contra la decisión de acumular no existen sino mediante la combinación  de la inteligencia, la sostenibilidad del entusiasmo y la decisión de organizarse de tal manera que conozca un límite.  Islandia, tal vez, sea un ejemplo.

1 comentario:

  1. Quisiera ver cuando este tipo de opiniones se divulguen, eduquen, e ilustren masivamente, aunque dudo del valor de lo masivo, siendo en nuestro sistema peligroso y sinónimo de manipulación, por lo tanto, mejor si se divulga voz a voz y un día llego a ver a muchos de nosotros despiertos.

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