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E. BOTERO T.

lunes, 20 de septiembre de 2010

CRÍTICA DE JULIÁN ENRÍQUEZ AL ENSAYO SOBRE TRAUMA Y SHOA

EL HOMBRE HOLOCAUSTO

Crítica de Julián Enríquez al ensayo de E. Botero Toro publicado por revista TOPIA.


En esta transición fastasmagórica en la que ignoramos aún qué somos: si aspirantes a repitentes en el taller de Comfandi, si profesionales de la escritura ya diplomados (a quienes a partir de ahora cualquier palabra que toquen indefectiblemente se convertirá en oro); o si de nuevo, volvemos a convertirnos en esos anónimos seres solitarios que garabatean palabras tercamente como si su alegría o cordura en el mundo dependiera de ello. En este estado de ingravidez, nos llega el ensayo "Pensar lo imposible y desear lo imposible. La noción de trauma y los campos de concentración nazis" del gigantón Eduardo Botero Nicholls, publicado en internet y ofrecido para todos en reciente correo.


Ensayo este donde aparece ya bastante morigerada la manía por el discurso académico, aunque no crea el lector que está a salvo de la idea refundida tras la ampulosidad ni de la palabra a ojos castizos ininteligible, ya que los "pockemones", las "desubjetivaciones", los "protopadres" y las "recusaciones" oleaginosas siguen diciendo: aquí estamos presentes, como mojones con ínfulas que manchan la prosa decantada y serena propia del ejercicio reflexivo o elusivo o diría un Julio italianizado: de divulgacione.


El ensayo retrotrae poniendo de nuevo de presente el tema de "El Holocausto", lo hace desde la perspectiva de las víctimas y no de cualquiera de ellas, sino de las máximas conciencias autorizadas del desastre, quienes estuvieron ahí y legaron a la humanidad su triste documento literario. Son ellos el autor de "La noche" o un Primo Levi quienes padecieron el campo de concentración y casi son vaporizados o despellejados -para usar su piel como insumo de la encuadernación de libros como se usa la piel de algunos animales para hacer bolsos, correas, carteras, etc. o convertidos en conejillos de indias para atroces experimentos como aquel que cuenta E. Botero de obligarlos a beber agua de mar para luego tomar nota del tiempo que les llevaba morir bajo ese sólo suministro.

Justamente, el ensayo muestra la manera como fue degradado el prisionero judío, anulado como ser humano, despojado de su nombre y sus atributos, marcado con un número como una res. Si, el judío era para el alemán nada más y nada menos que un simple animal.
Se observa la sevicia de los verdugos nazis, tan indolentes como racionales... ya pertenecían a otra raza y desde esa altura fue que cometieron los hechos. Su justificación al llamado "Estado de excepción" que los ponía por fuera de la ley, luz verde para cometer todos los atropellos, todos los vejámenes y todas las atrocidades. Ninguna en la historia reciente como las que se cometieron en ese periodo. Ya que aunque es verdad que este genocidio no fue el primero ni el último en la historia de la humanidad, tenemos ejemplos aún frescos y vivos como las masacres de Kosovo o Ruanda, las guerras entre sectas fundamentalistas que buscan borrarse la una a la otra de la faz de la tierra; el campo de concentración nazi, decía, cualificó el concepto de exterminio, lo dotó de un corpus conceptual, civilizó toda aquella siniestralidad apuntando al gran objetivo pangermánico: El imperio de los mil años: ario, higiénico y eugenésico.

Para el Fürher en Meim Kempf ("Mi lucha") el judío era poco más que un traidor a la especie, un abominable, el más vil de todos los enemigos, la peor de las alimañas. El judío usurero, maquinador, anticristiano y seductor de jovencitas, medroso como una víbora que merecía morir.

Queda el trauma, dice el psicoanalista, trazas de culpa rondando-gravitando el alma judía en particular y la memoria humana en general. Todos los libros, todas las películas, todas las conferencias, todos los ensayos para que Aquello tan oprobioso no se olvide ni se repita.


Sin embargo, hay algo que objeto en el mesurado ensayo de Botero Nicholls, lo considero un problema más que del ensayo del autor mismo y es lo que tiene que ver, de nuevo, con su discurso político. Ahora entiendo porque este hombre viciaba sus análisis de la reciente contienda electoral colombiana, identificando equivocadamente un discurso de tipo nazista en el héroe de la seguridad nacional, Alvaro Uribe, que sólo era un patriota y no, nunca, un nacionalsocialista como lo hubiera querido Botero ni un protopadre entronizado de manera darwinista, como también lo vio el enfebrecido hombre, ciego por sus propias trazas y convicciones no se si raciales pero si argumentativas. Un Botero que vio fantasmas donde los demás o casi todos vimos un entregado y desinteresado servidor, triste hombre arrastrando una memoria turbia que vuelve grises todas sus convicciones políticas presentes y futuras. 

Alguien le tiene que hacer ver (practicarle un psicoanálisis quizá), para que comprenda que el Holocausto fue uno, sólo uno y no se repetirá, que lo más cercano al Holocausto es y será siempre un régimen comunista o un gobierno no inspirado sino gobernado por Dios, como ocurre con los musulmanes ultra ortodoxos. Dos ignominiosos regímenes de Estados superpoderosos que se adueñan de la vida y de la libertad de sus ciudadanos. Ellos son la amenaza. ¡Ay, papá Uribe, cómo te extraño!


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