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E. BOTERO T.

sábado, 18 de septiembre de 2010

ESCRITURA DEL DESASTRE III -ROBERT ANTELME

A PROPÓSITO DE “LA ESPECIE HUMANA” DE ROBERT ANTELME

Consideraciones a la luz de algunos conceptos de Giorgio Agamben y Jacques Lacan


Parafraseando el postulado freudiano sobre la relación entre Es e Ich, se podría decir que la biopolítica moderna está regida por el principio según el cual ‘allí donde han nuda vida, debe advenir un Pueblo’; a condición, empero, de añadir inmediatamente que este principio vale también en la fórmula inversa, que establece que ‘allí donde hay un Pueblo, debe advenir la nuda vida’.  La fractura que se creía haber colmado eliminando al pueblo (a los judíos que son su símbolo), se reproduce así nuevamente, transformando a todo el pueblo alemán en vida sacra consagrada a la muerte y en cuerpo biológico que debe ser infinitamente purificado (eliminando a los enfermos mentales y a los portadores de enfermedades hereditarias). Y de manera diversa, pero análoga, hoy el proyecto democrático-capitalista de poner fin, por medio del desarrollo, ala existencia de clases pobres, no sólo reproduce en su propio seno el pueblo de los excluidos, sino que transforma en nuda vida a todas las poblaciones del Tercer Mundo.  Sólo una política que sea capaz de superar la escisión biopolítica fundamental de Occidente podrá detener esa oscilación y poner fin a la guerra civil que divide a los pueblos y a las ciudades de la tierra.

Giorgio Agamben
HOMO SACER.  El poder soberano y la nuda vida.
2003


1.
En la novela de Robert Antelme, “La especie humana”, de principio a fin el cuerpo.  Por sus limitaciones o por sus excrecencias. El enflaquecer, emanciarse, luxarse, toser. Mear, defecar, mucho menos sudar, pero siempre lo que se expulsa, como sobrante, como testimonio del  proceso vital.  El bíos fundamental, primario.

La novela comienza así:

He ido a mear.  Aun era de noche.  A mi lado otros meaban también; no nos hablábamos.  Detrás de los meaderos estaba el foso de los cagaderos con un pequeño muro sobre el que estaban sentados otros tipos con el pantalón bajado.  Un tejadillo cubría el foso, no así los meaderos.  A nuestras espaldas ruidos de zuecos, toses, otros que llegaban.  Los cagaderos jamás estaban desiertos.  A todas horas flotaba un vapor sobre los meaderos.  (p. 13)

Y termina de este modo:

El cigarrillo está apagado.  No lo he visto.  Mañana no lo reconoceré.  La sombra de su cuerpo se ha inclinado.  Transcurre un momento. Algunos ronquidos surgen del rincón.  Yo también me he inclinado.  Ya nada existe excepto el hombre al que no veo.  Mi mano se ha posado sobre su hombro.

En voz baja:
- Wir sind frei. (Somos libres).
Se incorpora.  Intenta verme.  Me estrecha la mano.
-Ja.

Y al tiempo que cuerpo, vida de relación, lo que nos prohíbe situar la escena como  a-posteriori de la desvalidez del neonato. En la crueldad del encierro y el trabajo forzado,  tanto como en la expectancia con la liberación cumplida, el cuerpo es el tema de la novela de Antelme.  Explícitamente, a diferencia de el Ulises de Joyce, pero tan esforzado como en un texto de Becket (bien que podría ser, por ejemplo, Esperando a Godot…).  El cuerpo, en realidad, en aquella macabra experiencia, era lo único que quedaba.  La voluntad para no sucumbir, sí, claro, pero su alcance no podía pretender ir más allá de tener el cuerpo presto.

Presto para la repetición del pan mañanero, el trabajo extenuante y la sopa nocturna.  Día tras día, mes tras mes, año tras año. La repetición, ese uno de los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, según Lacan. El cuerpo siempre dócil, sujeto a la voluntad superior de la SS en el Lager, pero, en ocasiones, dispuesto a obedecer también a la voluntad de su portador, sobre todo cuando se trataba de evacuar todas las excrecencias.  Nuda vida.

Giorgio Agamben (Cfr: Homo Sacer.  El poder soberano y la nuda vida.  Pre-textos, 2003) ha sabido presentar este concepto y su relación con la experiencia del Lager y la vida contemporánea:

El nacimiento del campo de concentración en nuestro tiempo aparece, pues, en esta perspectiva, como un acontecimiento que marca de manera decisiva el propio espacio político de la modernidad.  (Op. cit. p. 222)

La experiencia del Lager, sabemos que fue, fundamentalmente –y como lo recuerda Primo Levi en  su texto “Si esto es un hombre”- un experimento de tipo biológico y social, bio-político en los términos de Agamben. Según Antelme:

Siempre temblaremos ante la idea de no ser sino tubos de sopa, algo que se llena de agua y que mea mucho. (p. 99)

Se trata de un experimento que hace del aplazamiento del exterminio su verdadero objeto de atención.  Los dioses oscuros no repiten diluvios ni lluvias de fuego sobre la humanidad.  Han creado el campo de concentración, han querido averiguar acerca de lo que acontece cuando se suman poca sopa y mucho trabajo, todo mediante técnicas de control capaces de realizar el ejercicio de la crueldad sin cólera, ese que a tanto adolescente le resulta fundamentalmente experiencia enloquecedora.  Reducir la experiencia vital por debajo de la satisfacción de las necesidades humanas básicas. 

La nuda vida: según Agamben, se trata de aquella 
a la que cualquiera puede dar muerte impunemente y, al mismo tiempo, la de no poder ser sacrificada de acuerdo con los rituales establecidos, es decir, la vida ‘uccidible y sacrificable’ del homo sacer y de las figuras análogas a él. 

La aparente paradoja se desprende de aquella legislación excepcional que se vuelve norma y que se denomina estado de excepción.  En el campo de concentración, según Hanna Arendt, “se manifiesta a plena luz el principio que rige la dominación totalitaria, y que el sentido común se niega obstinadamente a admitir; es decir, el principio según el cual ‘todo es posible’” (Citada por Agamben, op. cit. p. 217).  Es que el campo de concentración se ampara en un estatuto paradójico en tanto que espacio de excepción:

…es una porción de territorio que se sitúa fuera del orden jurídico normal, pero que no por eso es simplemente un espacio exterior.  Lo que en él se excluye, es, según el significado etimológico del término excepción, sacado fuera, incluido por medio de su propia exclusión.  (Agamben, p. 216).

En lo paradojal confluyen, pues, el estado de excepción vuelto norma, el campo de concentración y la nuda vida. 

Tal vez la banda de Möebius nos permita comprender, desde la lógica de relación entre adentro/afuera que ella representa, lo siguiente, también expresado por Agamben acerca del campo: 

Quien entraba en el campo se movía en una zona de indistinción entre exterior e interior, excepción y regla, lícito e ilícito, en que los propios conceptos de derecho subjetivo y de protección jurídica ya no tenían sentido alguno (…) El campo, al haber sido despojados sus moradores de cualquier condición política y reducidos íntegramente a nuda vida, es también el más absoluto espacio biopolítico que se haya realizado nunca, en el que el poder no tiene frente a él más que la pura vida sin mediación alguna. (p.217)

La vida, pues, reducida a la nuda vida, a la pura vida.  Robert Antelme da lugar a esta combinatoria entre una decisión política (en derecho) por fuera de todo derecho (en acto):

Porque a los SS no les basta con haber rapado y disfrazado a los presos.  Para que su desprecio esté totalmente justificado es necesario que los presos se peleen entre sí para comer, que se pudran delante de la comida.  Los SS hacen lo que hay que hacer para conseguirlo.  Pero por esto es por lo que no son en el fondo más que unos vulgares idealistas. 

En otro escenario, en el escenario de la vida del pueblo alemán, por ejemplo, practicante de la vida sacra, la comida se pudre primero que las personas.  En el Lager no. Nuda vida, campo de concentración, estado de excepción: también estos oscuros dioses han inventado su propia trinidad sin misterio, pues aquí, en esta, sabemos que los tres elementos hacen comunidad con nombre, la paradoja, el borramiento de una dialéctica entre lo que es en derecho y lo que se da de hecho, simultáneamente, sin que nada distinto de una liberación cruenta y practicada sin vacilaciones puede romper.

2.

Militar aquí es luchar razonablemente contra la muerte. 

(Antelme, p. 44)

Una cosa es que el SS quiera reducir al prisionero a la nuda vida, instrumento humano de una decisión superior que ha sido tomada en los términos revelados por la película Conspiración.  El SS hace parte de la cadena administrativa que cumple las determinaciones de una Junta Directiva. Decisión eminentemente pragmática, sin odio. Es en la orden misma y en los términos como ella se tramita, que encontramos posible una decisión sin cólera, una determinación tomada con la frialdad propia de cualquier ejecutivo exitoso.  Sin mordida duplicada, sin remordimiento. Decisión sin mordisco, pero tan feroz y filosa como una motosierra.  La eficiencia, la eficacia y la efectividad, como siempre, dando a entender que la tarea solo podrá ser exitosa si excluye de toda consideración aquello que pueda evocar lo humano.  Para los nazis, lo peor de lo humano, era aquella porción de la humanidad que estaba más debajo de la escala de los no arios.  Este era el modo de vivir propio de estos individuos y su grupo: su propia bíos. Lo refrendarán  cuando observan a los prisioneros pelearse, desesperadamente hambrientos, por las peladuras de los tubérculos.  Como cuando nosotros observamos a un mendigo escenificar magnífico banquete obteniendo su comida de las canecas de la basura.  “Cómo es que a esa gente no se le da nada…”

Cuando la tentación no consiste en gozar, sino en vivir -tal como plantea Antelme para definir qué significa estar tentado allí, en el Lager- estamos ante la nuda vida, sí, pero tal descubrimiento pronto conduce a establecer como única posibilidad para la resistencia, la lucha razonable contra la muerte.  Una muerte deseada lenta, por el otro.

La criatura sustituye al mismo Dios que la ha creado, porque la orfandad es tan evidente como el hambre misma. La lucha por la supervivencia se traduce en actos que reclaman espacios y tiempos propicios para ejercer la resistencia.  A las letrinas como espacio de la distensión, del descanso, se suma la noche como espacio temporal que libra del trabajo ya que haría prácticamente imposible la labor eficaz de vigilancia de los SS.  En la noche se pueden librar del escándalo que significa su cuerpo haciendo nada para la mirada del carcelero.  Un lujo será tener las manos en los bolsillos, por su significado:

Está prohibido tener las manos en los bolsillos.  Eso denota demasiada independencia.  A menudo, entre nosotros, los SS, en cambio, se meten las manos en los bolsillos; es la marca del poder.  Por nuestra parte, es un escándalo.  Deben ver colgar las manos violetas; en Buchenwald, al pasar por debajo de la Torre para ir al trabajo, ni siquiera podíamos balancear los brazos. (Antelme, p. 45).

La única finalidad entonces es impedir esta muerte que es deseada por el dispositivo concentracionario.  Como el pan calma el hambre hay que comerlo porque “gracias a él la vida se defiende en el cuerpo”.  Podemos decir aquí que el prisionero en el campo de concentración come del pan que le ofrece el carcelero lo cual no significa que acate libre y voluntariamente el orden que le impone.  El prisionero, si se quiere, come con la derecha pero piensa con la izquierda porque la segunda sería imposible si no consiguiera lo primero. 

Los SS toleran igualmente que meemos y que caguemos.  Para ello nos obligan incluso a reservar un lugar que se llama abort.  Mear no es nada raro para los SS; mucho menos que quedarse simplemente de pie y mirar hacia delante, con los brazos caídos.  El SS se inclina ante la aparente independencia, la libre disposición de sí mismo del hombre que mea: debe de creer que para el preso mear es exclusivamente una servidumbre cuyo cumplimiento debe hacerle ser mejor, permitirle trabajar más y de este modo hacerle más dependiente de su tarea; el SS no sabe que al mear uno se evade. Por eso, a veces, nos ponemos contra un muro, nos abrimos la bragueta y fingimos; el SS pasa, como el cochero ante su caballo: (Antelme, p. 38, el subrayado es mío).

Cuando se nos ha quitado todo, mear es evadirse.  Evacuar, evadirse, una ecuación posible en la nuda vida.  En los límites del campo se puede descubrir un acontecimiento que limita la omnipresencia de la mirada vigilante del carcelero, es más, que incluso lo engaña con sus propios artilugios.  Si él supone que mear me hace ser mejor trabajador, y yo se que al mear me evado, entonces, ¿cómo sacar provecho de esto en la perspectiva de luchar contra la muerte?  Mear es un acto razonable, algo que va más allá de una simple función fisiológica.  Vida sacra.

Pero la excrescencia también es signo de vida en tanto que permite revelar su permanencia. 

El compañero estaba tendido fuera, sobre la manta.  No se movía.  Sus ojos redondos estaban abiertos.  Estaba solo sobre el montículo.  Los mil hombres de pie miraban a veces a ver si el SS venía, otras veces lo miraban a él. Los que lo habían sacado de la tienda han vuelto.  Han tirado suavemente de la manga de la camisa; no se movía.  No se atrevían a tocar la piel.  No se podía saber si estaba muerto.  ¿Tal vez volvería a levantarse y se cagaría otra vez? Gracias a la mierda habíamos sabido que estaba vivo y si el capo había gritado, quería decir que estaba vivo, porque el capo sabía detectar a los muertos. (Antelme, p. 33).

 En la nuda vida el cuerpo deja leerse apenas confinado a sus funciones vitales más primitivas, más automáticas.  La función vital corrige la impresión de muerte que pueda haber ofrecido el rostro contraído, los ojos sin parpadeo, la boca seca y una caja torácica que excursiona ante la mirada del capo y de los compañeros.  Quien apesta, vive, el mal olor sabe hacer notar su presencia.

3. LO DE NUDA VIDA QUE PUEDE HABER EN LA VIDA COMÚN

Uno que muere es el anuncio de la muerte entre todos los presos: mandíbula desencajada, vientre hundido plegado sobre su vaciamiento, manos que ya no buscan piojos. Para Antelme la condición extrema de la experiencia del prisionero no difiere de la más extrema experiencia del proletario.  Comer peladuras (de papa) configura una verdadera situación límite de la resistencia. 

Dos elementos prueban la similitud: en primer lugar, el desprecio por parte de quien ha forzado el estado de mendicidad, y que hace todo lo que sea necesario para mantenerlo con lo que obtiene que ese estado “rinda cuentas de la persona del oprimido en su totalidad y de paso lo justifique, a él” (p. 99).  En segundo término, la reivindicación de los valores más elevados, por ejemplo, “el empeño de comer para vivir”. 

Al luchar por vivir, el proletario lucha para justificar todos los valores, incluyendo aquellos que su opresor, falsificándolos además, intenta reservarse para su goce exclusivo.  (p. 99)

Lo degradante de un acto  - comer la cáscara sobrante de las papas- encierra en sí mismo, la grandeza que puede caber en tanto que contribuye a mantener activa la lucha razonable contra la muerte.  Mientras que la degradación sea compartida por todos, será posible pensar en el otro, en el compañero, como en alguien con quien se comparte el infortunio. 

Además de acto extremo, la comida de peladuras es exclusiva, singular, del prisionero.  A ella no acceden ni los que han ganado un lugar en la jerarquía (por ejemplo, los capos, los responsables del block, etc.) y muchos menos los funcionarios de la administración de la empresa y los SS.  El acto singulariza al prisionero y al mismo tiempo se convierte en signo de representación para la mirada del SS que advierte en él la prueba de la no humanidad del preso y la de su superioridad racial.  Lo que el amo desprecia del tubérculo, es lo apreciado por el prisionero, pero es por la condición en la que el prisionero ha sido puesto por el amo que la peladura adquiere su valor de uso respectivo.  Había momentos en que hasta podrían matarse por esos restos, por esas cosas inservibles. 

No puedo crear algo comestible.  En esto consiste la impotencia.  Estoy solo, no puedo hacerme vivir a mi mismo.  Sin hacer nada, el cuerpo despliega una prodigiosa actividad con sólo consumirse.  Siento que algo se me escapa, no puedo detenerme, mi carne desaparece, cambio de envoltorio, mi cuerpo huye. (Antelme, p. 141)


4.

Pero no es el cuerpo del prisionero el único que se ofrece a la mirada, al estudio, al encuentro con lo que teniendo de más inaudito venía a socorrer el desciframiento de lo que restaba como humanidad en los huesos ambulantes.  También el cuerpo y, con él, el gesto del amo.  Todo el tiempo Antelme da cuenta de que el cuerpo del otro era objeto de una investigación mucho más minuciosa porque, al fin y al cabo, la propia vida dependía de ese otro y había que estar atento a los signos que emitiera para saber qué hacer a tiempo, todo, hay que repetirlo, dentro de la lucha razonable contra la muerte. 

Al hablar del estudio hablamos del tiempo. Un tiempo detenido donde la mayor probabilidad está en sucumbir.  Se calcula incluso en cuánto tiempo, dadas las variables del clima, el mal comer y el exceso de trabajo: tres meses.  En el frío hay que atender los pulmones, cuidarse para no contraer pulmonía; en el aprovechamiento de cualquier oportunidad que reduzca el exceso de trabajo, se protegen para lentificar el desgaste y las posibilidades de sufrir accidentes; en el comer está la esencia, la energía que abastece desde la más elemental y diminuta estructura viva del universo hasta los complejos humanos más poderosos. 

Superar aquellos tres meses ya es un logro.  Primo Levi nos mostraba cómo se sucumbía fácilmente: exceso de obediencia, negativa a practicar el contrabando, no robar pan, etc.  También en el campo como en la escala social de ciertos países, la trampa provee no solo de supervivencia sino de ascenso y de conquista del gobierno.

Pero esa es otra dimensión de la paradoja del campo y de la nuda vida: si no hay delito por el cual pagar, tampoco hay tiempo establecido para la pena.  O, mejor dicho, todas las penas son la misma: cadena perpetua. 

Así pues que no podría sobrevivirse si no fuera por la seguridad de que tarde o temprano se iba a morir.  Pero, al mismo tiempo, no valdría la pena luchar razonablemente contra la muerte, si no se contemplara la posibilidad de retornar algún día a la libertad. 

Excluidos de toda comunicación con el exterior, el prisionero político quedaba desprovisto de toda la información que le permitiera situarse en contexto y saber a qué atenerse con respecto de las coordenadas que la realidad política le fuera ofreciendo. 

Efecto del estudio realizado del cuerpo, del gesto, de la voz de los amos del campo,  los prisioneros están al tanto del estado de cosas, de lo que sucede en la guerra, allá afuera. 

Y es por ello, también, que pueden constatar, determinado día, que algo está cambiando afuera.  Una mañana de lunes llegan tarde al trabajo en la fábrica.  Descubren que no hay electricidad, que el compresor no funciona y que los administradores discuten entre sí en pequeños grupos.  Constatan que estos dejan de ocuparse de los prisioneros durante un buen rato, que corren de un grupo a otro, que las mujeres hablan discretamente.  “La ausencia del ruido del compresor hacía aún más notorio este trajín sin trabajo”, escribe Antelme.  Sabe que la razón de ser en la fábrica justificaba tanto a los administradores como a los prisioneros.  Cada quien tenía que hacer un trabajo, su trabajo.  Los prisioneros descubren entonces que, esta vez, hay algo que los absorbe (a los administradores) más que la tarea de rutina, que algo ha cambiado.

…y nosotros ya estábamos dispuestos a creernos cualquier cosa.  No habíamos dejado nunca de observarlos y, a partir de una reflexión ambigua, hacíamos miríficas deducciones sobre el final de la guerra.  Nos interesaban ellos más a nosotros, que nosotros a ellos.  Lo más estable en su vida cotidiana era sin duda la seguridad de encontrarnos idénticos cada mañana.  Nuestro comportamiento no podía enseñarles nada; naturalmente no tenían por qué saber si estábamos impacientes o resignados, optimistas o descorazonados.  La cuestión de nuestro humor no se planteaba.  No teníamos nada que descubrirles acerca de la guerra.  Cada mañana volvían a encontrar en su taller unas filas de tíos con uniformes a rayas que golpeaban con el mazo de madera sobre la pieza de duraluminio o manejaban el martillo a remachar.  Ésos no podían saber nada, sólo tenían que golpear con su martillo y, de haber sabido algo, habría sido como si no supieran nada.  (Antelme, p.152, subrayado es mío)

Entonces, aflojadas las ataduras del horario y de la tiranía de la producción, los prisioneros-proletarios comienzan también a deambular por la fábrica, a querer averiguar qué está sucediendo que explique la novedad de este día.  Primero es la intuición: hay algo en la cabeza de tal o cual administrador, algo de desamparo se revela en los acostumbrados a determinar el desamparo de los otros.  Empiezan a vislumbrarse los pies de barro del coloso.  Después la certidumbre, los signos pierden en equívoco y ganan en precisión. 

No estábamos soñando.  Esa mañana la anarquía reinaba en la fábrica.  De golpe, las carlingas de avión, las piezas en las que habíamos trabajado, como en un sueño, eran menos verdaderas que nunca.  Al disiparse brutalmente, el sueño se reafirmaba.  Había bastado con saber que algo pasaba para que el decorado se viniese abajo; esa simple suposición se convertía en una realidad infinitamente más fuerte que la de la fábrica.  Esa especie de escafandra que hasta entonces había desempeñado dentro de uno mismo el rito del trabajo, había subido a la superficie.  Surgía un hombre dispuesto a ser libre, en ese mismo instante.

Por primera vez desde que estábamos en Alemania había ocurrido un suceso grave.

Los rusos estaban frente a Breslau. (Antelme, p. 152)

El prisionero del Lager ganaba volviendo a ponerse en contacto con la guerra, otra va a ser a partir de ese momento, la relación con la temporalidad.  De pronto aparecen nuevos personajes en el campo, uno en particular fundamental para el momento, el encargado de recibir el diario alemán que además tenía contacto con refugiados alemanes que no eran nazis. 

Aunque en el transcurso del día se volverá a la tiranía repetitiva de la producción, este acontecimiento hará su marca en el tiempo de estadía en el campo, dividiendo un antes de un después que se anunciará cada vez con mayor exactitud.  “Ahora todo el mundo se había despertado” (p. 153)

5, 

La lucha razonable contra la muerte no es algo que podamos discernir simplemente elogiando la multiplicidad de modos de afrontamiento.  Porque la muerte no es simple negatividad sino, como afirma Forrester, presentando a Lacan (Cfr: John Forrester. “Seducciones del Psicoanálisis: Freud, Lacan y Derrida”. FCE, México, D.F., 1995) motor privilegiado de todas las representaciones, de todos los significados. 

La escritura de Antelme confirma que la palabra es el intento por conjurar la muerte, que precisamente porque en el confinamiento se estaba obligado a renunciar a la esencia de la vida, el hecho de que se trabajara en beneficio de los intereses de los carceleros y de todo el ramaje administrativo que se desprendía de ellos, era una manera también de conjurar la muerte, de situarla en un futuro, en un más allá.  También puede ser el caso del obsesivo que vive la espera de la muerte como su vida; por el contrario, aquí la lucha razonable contra la muerte es una manera de mantenerla situada a futuro, sin perder la certidumbre de su ocurrencia. 

… puesto que sabe que es mortal, sabe también que el amo puede morir.  Desde ese momento, puede aceptar trabajar para el amo y renunciar al gozo mientras tanto, y, en la incertidumbre del momento en que se producirá la muerte del amo, espera. (Lacan.  “Función y campo de la palabra y del lenguaje”.  Siglo XXI, Bs. As., p 314)

Tiene que haber existido una cierta confianza en la finitud del acontecimiento, una certidumbre tanto en la propia mortalidad como en la del amo, para que se justificara toda labor de estudio con respecto a los gestos de los carceleros, todo tiempo de espera. 

Pero también estaba el que sucumbía.  O por la pulmonía o lanzándose contra las alambradas electrificadas.  Una cierta impaciencia se imponía en el segundo de los casos, una verdadera impotencia en los primeros.  Con la muerte provocada, el suicida arrancaba al SS lo que tenía entre manos al tiempo que terminaba con el sufrimiento. 

El muerto es más fuerte que el SS.  El SS no puede perseguir al compañero en la muerte.  Una vez más, el SS se ve obligado a conceder una tregua.  Está rozando un límite.  Hay momentos en los que uno podría matarse, únicamente para forzar al SS a chocarse contra el límite, ante el objeto cerrado en el que uno se convertiría, el cuerpo muerto que le da la espalda se ríe de su ley.  Dentro de un momento el muerto va a ser más fuerte que él, como los árboles son más fuertes, y las nubes, las vacas, lo que llamamos cosas y que envidiamos sin cesar.  La empresa de los SS no se arriesga hasta el punto de llegar a negar las margaritas de los prados.  La margarita se ríe de su ley, como el muerto.  El muerto ya no ofrece presa.  Si se ensañasen con su cara, si descuartizasen su cuerpo, la propia impasibilidad del muerto, su perfecta inercia les devolverían todos los golpes que le dan.  (Antelme, p. 97).


Con todo y eso, el dispositivo ha sido puesto al servicio de un deseo que se propone eterno: el de que todo el que allí llegue sucumba, muera.  Se invierte el asunto: ahora es el amo el que espera y su vida se convierte en la espera de la muerte del esclavo.  En este aspecto su vida también se ha reducido a nuda vida, no importa que coma y duerma mejor que el prisionero.  Puede ordenarle a este fabricar juguetes para sus hijos, puede usarlo como cuerpo para reinstaurar la muerte en la pequeña muerte de su gozo, puede tomarlo como objeto de burla, significarlo como prueba de lo que hay de más despreciable en la condición humana no aria, puede hacer todo esto pero hay algo que no podrá hacer jamás: quitarle todo el miedo y el terror que le produce al prisionero su permanencia en la condiciones del campo, y, agreguemos, de todo lo que miedo y terror puedan provocar en su borromea realidad mental.

Una dialéctica se instaura entre los dos modos de situarse frente a la temporalidad.  Mientras que uno de ellos se supone partícipe y artífice de la perpetuidad de su triunfo ( el Reich de los mil años…), el otro se supone asegurado, tomado por la muerte, reducido a la nuda vida, soñando con un tiempo mejor, el tiempo de la libertad, el tiempo de difícil, pero no imposible, representación. 

Pasa, con la muerte, también con la risa.  Ambos pueden hacerlo, reír, pero no es lo mismo.  Un corte radical entre los dos impide que sea del mismo tipo. 

También Bortlick se ríe con otro meister.  Así que todo el mundo puede reírse.  Pero si me acerco a llevar la pieza, dejará de reír, y si es él el que viene hacia aquí, también nosotros dejaremos de reír.  Podemos reírnos al mismo tiempo, pero no juntos.  Reír con él, sería admitir que entre nosotros algo puede ser objeto de una misma comprensión, que puede querer decir lo mismo.  Pero su vida y nuestra vida tienen un sentido totalmente opuesto.  Si nosotros nos reímos, es por algo que les hace palidecer.  Si ellos se ríen, es por algo que odiamos. (Antelme, pp. 102-3).

Mientras que uno liga su oficio a un destino que le supera, el otro, superado por la carga traducida en oficio, tiene menos destino al cual aferrarse como no sea otro que el de aceptar la muerte, justamente, para poder luchar contra ella.  En el drama, la nuda vida logra redescubrir los modos en que la adversidad incitó los afrontamientos que condujeron a la humanización de la especie. 

No fue su negación, tanto como sí su reconocimiento, lo que permitió al prisionero no sucumbir ante el deseo del Otro.  La calavera tejida en el frontal de las cachuchas de los SS, el filo de puñales que fueron sus iniciales, se suponían  representaciones de  eternidad del régimen que las fabricó. 

Esta certidumbre dogmática en la verdad de un deseo mortífero, ansioso por presentar permanentemente ofrendas a los dioses oscuros desde los cuales procede,  encontró su límite en el reconocimiento de la propia mortalidad por parte del prisionero llamado Robert Antelme, uno de los pocos hombres que no sucumbió ante el embrujo que aquel ritual quisiera haber extendido al mundo entero. 

Hay que recordar que también los nazis, como la mafia, representaban la puesta en acción de una oferta de eternidad al capitalismo.  Resolver los problemas de la producción y del intercambio a punta de ametralladora, fue el propósito que Gramsci denunció del fascismo.  El campo de concentración, en tanto que experimento a la vez biológico y social, pudo ofrecer el espectáculo de vidas que, para otros, merecían no ser vividas y, por tanto, mientras expiraban, podían ofrecer lo mejor de ellas desde su reducción absoluta. 

Un habla acogotada capaz de ser gigante, otra vez, esta vez, la “debilidad humana” supo dejar constancia de su supremacía contra cualquier desvío que suponga posible la eternidad de cualquier omnipotencia.

Son estas algunas de las impresiones que me ha producido la lectura de “La especie humana”, la magnífica novela de Robert Antelme.

Santiago de Cali, Marzo 15 de 2010









 









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