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E. BOTERO T.

martes, 16 de agosto de 2011

ITINERARIO DE UNA LECTURA ANALÍTICA II





He decidido cambiar el título general de este trabajo por "Itinerario de una lectura analítica" pues considero que esta contiene la dimensión crítica de la lectura.  


EL FREUD DE ONFRAY

Eduardo Botero T.


 El libro de Onfray consta de cinco partes, cada una formulada a manera de un título seguido de una tesis:



1.        Primera parte: Sintomatología.  Renegado sea el que piense mal.

Tesis: “El psicoanálisis reniega de la filosofía pero es en sí mismo una filosofía.”


2.       Segunda parte: Genealogía.  La cabeza de Freud Niño.

Tesis: “El pensamiento psicoanalítico no supone una ciencia sino una autobiografía filosófica.”


3.       Tercera parte: Metodología.  Castillos en el aire.

Tesis: “El psicoanálisis no es un continuo científico sino un revoltijo existencial.”


4.       Cuarta parte: Taumaturgia. Los resortes del diván.

Tesis: “La técnica psicoanalítica participa del pensamiento mágico.”


5.       Quinta parte: La revolución conservadora.

Tesis: “El psicoanálisis no es liberal, sino conservador.”


Además, contiene su prefacio al que parcialmente hemos hecho referencia, una conclusión, una bibliografía comentada y un índice de nombres y conceptos.


Había finalizado mi comentario anterior señalando una verdadera contradicción entre el contenido del fragmento extractado de Más allá del bien y del mal de F. Nietzsche con la definición aportada por Gilbert acerca de la palabra fabulación.  Quedaba a la expectativa de qué camino tomará Onfray con respecto a las dos citas, considerando que su inclusión simultánea daba testimonio de practicar la no dialectización de lo contradictorio, signo inequívoco de esta época, tan asombrosamente referenciado por los personajes de un James Ellroy, para citar apenas un ejemplo.  Ahora abordaremos lo que terminará por crear un clima de la obra, a través de la presentación de un Freud Nietzscheano que niega a Nietzsche...

En el prefacio Onfray nos recuerda el modo como, a la edad de 14 años y después de haber pasado cuatro en un orfanato regentado por miembros de la comunidad salesiana, entró en contacto con las obras de tres expositores fundamentales de la que se ha llamado “filosofía de la sospecha”: Marx, Nietzsche y Freud.
 


Da cuenta del clima que se respiraba en el orfanato, él que habría llegado allí por la pobreza material de sus padres, un empleado y una empleada del servicio doméstico:  “Yo salía, en efecto, de cuatro años pasados en un orfanato de sacerdotes salesianos, pedófilos algunos de ellos, y los libros ya me habían salvado de ese infierno en el que no se sabía si, a la mañana siguiente, no se habría bajado un escalón más hacia la infamia.  Viví en esa hoguera de vicio entre los diez y los catorce años, la edad de mi regreso a la vida.”(p. 17).


Después de haber salido se dedica a comprar toda clase de libros hasta hacerse a una buena colección.  “En un revoltijo de libros, algunos de ellos francamente malos, hubo pues tres flechazos filosóficos: El Anticristo, de Nietzsche, el Manifiesto del Partido Comunista de  Marx y los Tres ensayos sobre teoría sexual de Freud.” (p.18) (subrayado por mí).  Con las lecturas de Marx se haría socialista y con Nietzsche se hace escéptico y radical, pero sobre todo, anti-cristiano.  No oculta su enojo con los curas, a propósito de Nietzsche: “Me habría gustado estrechar la mano de este individuo vigoroso que devuelve la dignidad al niño a quien trataron de arrebatarla.” (p. 19)


Más adelante precisa las condiciones de salvación de esa lectura allí mismo: “Tres ensayos de teoría sexual fue mi primer libro leído, mi primera conversación con un hombre que parecía hablarme personalmente: los niños tienen una sexualidad, la masturbación representa un momento necesario en la evolución psíquica de un individuo, la ambivalencia en el camino hacia la construcción de una identidad sexual pasa por experiencias homosexuales ocasionales; todo esto iluminaba mi existencia y borraba de un plumazo años de hedor cristiano, alientos aguardentosos y bocas podridas de sacerdotes que, cada semana, detrás de la reja de madera del confesionario, sometían a tormentos a los seiscientos niños que éramos para obtener confesiones de onanismo o de manoseos.” (Pp. 20-1)


Después vendrían años de formación universitaria durante los que no abandonaría la lectura de toda clase de filósofos, incluyendo los trabajos de Freud.  El Ministerio de Educación Francés lo incluía en la lista de filósofos a consultar por los estudiantes.  Se topa con un elemento singular que sabe detallar de un modo preciso: “Por entonces parecía que se podía leer a Marx sin ser marxista, a Spinoza sin ser espinosista o a Platón sin ser platónico.  Pero la lectura de Freud no permitía la alternativa de ser o no ser freudiano, porque el psicoanálisis parecía una certeza universal y definitiva.” (p.23)


Esta última declaración habrá de tomarse como afirmación procedente del libre arbitrio de Onfray pues ya en Francia, en 1976, proliferaban los testimonios escritos y suficientemente divulgados de autores que habían leído a Freud sin la obligación de declararse freudianos, valga el ejemplo de un Michel Foucault, difícilmente desconocido por su tocayo Onfray, con claras referencias a la obra de Freud en Las palabras y las cosas y Arqueología del saber. Lo cual no quiere decir que no sea cierto que la relación con la obra de Freud es distinta cuando el lector se ha practicado un análisis personal que cuando no lo ha hecho, pero no es este el momento para detenerme en exponer las diferencias. 

Vendrá entonces el testimonio de su curso de Psicoanálisis en el que accedió al conocimiento de los Cinco historiales clínicos de Freud y profundizó en el estudio de su obra a través de otros ensayos.  Luego, como profesor de filosofía, enseñó lo que había aprendido del psicoanálisis, durante 20 años, destacando que con Freud, a diferencia de lo que sucedía con los otros filósofos, ocurría algo que merecía su atención: para él no se trataba simplemente de la transmisión de nociones vagas de una doctrina sino que el contenido de su enseñanza resonaba con los “fragmentos biográficos y existenciales de cada uno de mis alumnos.” (p. 25).


Llama la atención que un lector como es Onfray considere que las resonancias provengan exclusivamente del psicoanálisis y que esto haga las veces de rasgo distintivo del mismo, como si la literatura, la filosofía y otros discursos, no tuvieran la misma posibilidad de conseguir resonancias entre los afectos y las existencias de sus lectores.  Y llama la atención la conclusión que él formula: que el hecho de producir esas resonancias lo colocaba ante un caso de hechicería “que era menester manejar con infinitas precauciones.” (p. 26)  “La posibilidad de convertirse en terapeuta y por tanto en mago, y por lo tanto hechicero, y por lo tanto gurú, me hacía correr frío por la espalda: se nos pedía que enseñáramos una materia eminentemente combustible  a almas inflamables.  Con esa experiencia llegué a tocar en parte el peligroso poder de los psicoanalistas.  Desarrollé entonces una confianza instintiva y visceral  con respecto a su casta sacerdotal y su poder de prestes…” (p. 26)


Quiere salvar cualquier responsabilidad con los posibles efectos de la transmisión de ese discurso perturbador.  “Freud había aparecido en la vida de mis alumnos, desaparecía, reaparecía fajo la forma de texto que comentar, volvía a desaparecer una vez que el título de bachiller estaba en el bolsillo; seguía siendo lo que había sublevado, rozado o tocado su alma frágil.  Nunca abordé esas tierras ocultas sin el temor de arrojar  a identidades en proceso de formación al lado sombrío de un mundo mágico, bastante irracional, perturbador y muy tentador para temperamentos en vías de construcción…” (p. 26)


Pero salta a la vista que lo que se abstiene de practicar con sus  alumnos es ni más ni menos lo que practicó consigo mismo: parafraseándolo, él sí abordó siempre esas tierras ocultas ignoramos eso sí qué efectos tuvo el abordaje en arrojar su identidad al lado sombrío de tan siniestro mundo.  Según su propia declaración es ante el espectáculo de las resonancias que la transmisión de la obra de Freud provoca en la existencia de sus alumnos de que él, filósofo que ya se especializa en el campo de las historias olvidadas por la filosofía tradicional, reacciona espantado pues cree encontrarse ni más ni menos que en presencia de un acto de hechicería.  Su silencio sobre Levi Strauss vuelve a resonar en este momento.  Lo que sí explicita es su adhesión a la antropología anterior al estructuralista francés, para la cual, la magia era signo exclusivo de primitivismo y pensamiento atrasado.  De ahí, uno se explica, este testimonio de espanto y de prevención para con respecto de una obra, la que comenzará a ser criticada a partir de una lectura específica de alguno de sus efectos.  Sacerdotes, prestes, es como llama a quienes ejercemos el psicoanálisis: habiendo salido hastiado y maltrecho de aquel orfanato salesiano, el Onfray profesor ahora se declara adalid de la lucha contra los que, para él, ocuparían el mismo lugar de sus coadjutores espirituales. 


Pero no es solo el olvido de un Levi Strauss.  Es también el desconocimiento de la existencia de un espíritu de época que debe a la confluencia de la biología, la economía y la filología, la creación de su propio signo de identidad y que la diferencia de otras épocas. Entre las lecturas que practicó Onfray durante su formación universitaria menciona La formación del espíritu científico, de Gastón Bachelard, puede considerarse que está al tanto del tema. Es por la confluencia de esos tres discursos que se configura un espacio que hace las veces de matriz de las ciencias específicamente humanas.  En Las palabras y las cosas (1966) Foucault designa ese espacio como definido con precisión en la historia de las ideas científicas.  Cada una de esas tres ciencias se basaba en un concepto principal: la biología, en el concepto de función; la economía, en el concepto de conflicto y la filología, en el concepto de signo.  Foucault señala que el psicoanálisis ocupa un papel fundamental en la historia de la configuración de las ciencias humanas a partir de su aporte acerca del inconsciente y sus asociaciones con el significado y el sistema o los  modos de significar.  Está inscrito pues en las llamadas ciencias del hombre, en la construcción del concepto de Hombre toda vez que concierne a los seres vivos, a las leyes de intercambio y a las palabras. 


Estos olvidos le prestan abono suficiente a la declaración airada de Onfray en contra no de Freud como sí de la institución que avala la transmisión de su obra.  Si hubiera prestado  atención al modo de proceder de Freud en sus historiales clínicos, sabría que las resonancias de una interpretación bien pueden acompañarse de angustia (o de temblor, o de sonrojo, o de carcajada…) y que retroceder ante la angustia es una manera de querer cerrar apresuradamente y con candado la apertura de lo inconsciente en la vida de alguien.  Onfray, lo declara, apenas si se acerca tímidamente a la condición de terapeuta, pero, al hacerlo, no puede evitar la emergencia de una evocación que lo coloca en el lugar que en su infancia fue objeto de odio y de repudio.  Entonces extrae por conclusión general, esta: se trata de una hechicería.  Al desconocer los modos de configurarse una reacción emocional, no se puede estar sino frente a un caso de magia y de siniestralidad, no ante un caso de ignorancia que es ignorada por una subjetividad necesitada de probar que ni Marx, ni Nietzsche ni Freud, con todo y su saber, “fueron” capaces de salvarlo del estado de humillación e indignidad en que lo puso la vida en aquel orfelinato salesiano.  Marx, que odiaba a los campesinos y al mundo agrícola, aprestigió entonces a Prohudon, que si los amaba. (p. 21).  Un querer saber nada acerca del temor que le suscitaban los efectos de la lectura de Freud en sus alumnos, una decisión profundamente inconsciente pero decididamente formal, se convirtió en una verdadera racionalización con todo el encanto convincente de los embrujos: creyó estar ante un inocultable caso de hechicería.  Declarada la hechicería, cabe esperar su extensión al agente, en este caso el hechicero, Segismundo Salomon Freud. 


Onfray mantiene todo el tiempo intercambiables “el psicoanálisis”, “Freud” y “los psicoanalistas”.  A partir de lo dicho hasta ahora dirá que suscribe lo que llama “postales freudianas”, es decir, simplificaciones que hacen las veces de síntesis, a la manera de una viñeta simple.  Advierte, eso sí, que para muchos la postal es suficiente, solamente para unos pocos es que resulta indispensable el conocimiento de una obra en su totalidad.  No obstante  enumera y  describe las que suman diez.  Se espera que todas y cada una de ellas gozarán del trato crítico de Onfray y nos aprestamos a continuar su lectura con dicha expectativa.  Al final de su prefacio nos entregará sus contrapostales.


Lo que nos entregará bajo el título de postal no es otra cosa que afirmaciones que, dichas del modo como aparecen escritas por el mismo Onfray, se prestan si no a la refutación por lo menos sí al ejercicio de un pensamiento que las sitúe debidamente en la procedencia de su formulación.  Parecería tratarse de la repetición de cosas obtenidas de oídas, probablemente en los medios escolares de finales del bachillerato y comienzos de las carreras universitarias, donde, según Onfray: “El curso de filosofía en el último año del bachillerato y el anfiteatro de la universidad actúan como máquinas de fabricar postales: ponen la mira en algunos clichés fáciles de enseñar, simples de comentar, elementales para la difusión de un `pensamiento`.  La glosa y la entreglosa universitarias producen postales de postales, reproducen los clichés en cantidad considerable y a gran escala y a lo largo de mucho tiempo.” (p. 27) 


Presentadas las cosas de esta manera, la contrapostal, se supone, será de un tenor diferente al de la refutada: ella procederá, esperamos, del contenido del libro de Onfray.  De todas maneras, metodológicamente hablando, no aporta a la rigurosidad del trabajo que se ha tomado el filósofo, el apelar al rumor que se hace con respecto de una disciplina para proceder a refutarla. 


En un cuadro resumiré tanto las unas como las otras:


No.
POSTAL
CONTRAPOSTAL


1


Freud descubrió el inconsciente por sí solo con la ayuda de un autoanálisis extremadamente audaz y valeroso.

Freud formuló su hipótesis del inconsciente en una inmersión histórico decimonónica y en respuesta a numerosas lecturas, sobretodo filosóficas (Schopenhauer y Nietzsche entre las más importantes), pero también científicas.


2

El lapsus, el acto fallido, el chiste, el olvido de nombres propios y la equivocación dan testimonio de una psicopatología por medio de la cual se accede al inconsciente.

Es posible, en efecto, atribuir un sentido a los diferentes accidentes de la psicopatología de la vida cotidiana, pero de ninguna manera en la perspectiva de una represión estrictamente libidinal y menos aún edípica.

3

El sueño es interpretable: en cuanto expresión disfrazada de un deseo reprimido, es la vía regia que lleva al inconsciente.

El sueño tiene sin duda un sentido, pero en la misma perspectiva precedente: debe descartarse por completo que lo haga en una configuración específicamente libidinal o edípica. 

4

El psicoanálisis procede de observaciones clínicas: pertenece al ámbito de la ciencia.

El psicoanálisis es una disciplina que pertenece al ámbito de la psicología literaria, procede de la autobiografía de su inventor y funciona de mil maravillas para comprenderlo a él, y sólo a él.

5

Freud descubrió una técnica que, a través de la cura y el diván, permite atender y curar las psicopatologías.

La terapia analítica es la ilustración de una rama del pensamiento mágico: como tratamiento funciona en el estrecho límite del efecto placebo.

6

La toma de conciencia de una represión, alcanzada durante el análisis, acarrea la desaparición del síntoma.

La toma de conciencia de una represión jamás provocó mecánicamente la desaparición de los síntomas, y menos aún la curación.


7

El complejo de Edipo, en virtud del cual el niño siente deseos sexuales por el progenitor del sexo opuesto y considera al progenitor de su mismo sexo como un rival a quienes es preciso matar simbólicamente, es universal.


Lejos de ser universal, el complejo de Edipo  manifiesta el deseo infantil de Sigmund Freud, y sólo de él.
8

La resistencia al psicoanálisis demuestra la existencia de una neurosis en el sujeto reacio.

El rechazo del pensamiento mágico no obliga en modo alguno a poner el propio destino en manos del hechicero.

9

El psicoanálisis es una disciplina emancipadora.

So capa de emancipación, el psicoanálisis ha desplazado los interdictos constitutivos del psicologismo, esa religión secular posterior a la religión.

10

Freud encarna la permanencia de la racionalidad crítica emblemática de la filosofía de la Ilustración.

Freud encarna lo que en la época de la Ilustración histórica se denominaba antifilosofía: una fórmula filosófica de la negación racionalista.




El prefacio también contiene lo que constituyó para Onfray una “estupefacción sin límite”: descubrir que en la pugna entre historiadores críticos del psicoanálisis con historiadores del psicoanálisis, Onfray descubrió que los primeros “dicen la verdad”.  No aporta prueba alguna, solamente que los segundos se convirtieron en “guardianes de la leyenda” que “descartaban de un plumazo toda la literatura crítica, que consideraban ‘revisionista’, antisemita, reaccionaria y con olor a camaradería con la extrema derecha.” (P. 30).  Una pelea, según Onfray, entre histéricos (los defensores del psicoanálisis) e históricos (los historiadores críticos del psicoanálisis), una lucha entre la fe irracional y los portadores de las armas de la razón.  Onfray no repara en casos particulares y se atiene a una generalización que le permite fabricar la figura simpática del juego de palabras entre histórico e histérico.  La historia del III Reich, por ejemplo, con su solución final verdadera, alcanzó a Freud y a su familia del modo como diversos historiadores han reportado.  Un estudio comparativo entre las enseñanzas de Freud y los métodos pedagógicos de un Gotlieb Schreber (padre del famoso enfermo de los nervios Paul Schreber), le permitiría a cualquier historiador establecer de qué manera las enseñanzas freudianas ponían cortapisas fundamentales a unos métodos y ejercicios de crianza destinados a fortalecer a cada individuo para hacerlo apto de una raza superior. 


Pero estamos apenas en el prefacio.  Lo que a mi parecer se va insinuando progresivamente como forma de escritura de Onfray es la fascinación por la frase efectista en reemplazo de una argumentación rigurosa que se le pide ya a los tesistas universitarios, mucho más a un profesor de filosofía, autor de sus contrahistorias y manuales de Ateología. 


Onfray hace una lista de las tesis planteadas por esos historiadores críticos: Freud mentiroso, Freud charlatán, Freud inquisidor, Freud falsificador, Freud incestuoso, Freud cocainómano, Freud inventor de pacientes que no existieron, Freud destructor de las pruebas que contradigan sus teorías, Freud practicante de la negación deliberada…   Todo esto afirmado “sin entrar en el pormenor de los dichos de los historiadores críticos.” (P. 31)  Esto no hace sino prestar servicio a la creación de un clima que se obtiene mediante la calculada afectación de impostura por parte del narrador.  Pero insistiré: estando aun en el prefacio espero que a lo largo del libro Onfray se decida a entrar en el pormenor delos dichos de los historiadores críticos…


Sin tampoco aportar pruebas, Onfray considera que la leyenda se apoyaría en la ausencia, por parte de los psicoanalistas, de una lectura histórica de la génesis de la obra de Freud, de la producción de sus conceptos y de la genealogía de su disciplina. (P. 32)  Aquí estamos ante un proceder que toma por cierto lo que no es más que el fruto si no de una mala intención deliberada sí de una ignorancia con toda la carga de osadía de la que es capaz.  Desconocer de este modo lo que ha sido un proceder psicoanalítico practicado desde Freud hasta nuestros días por muchos psicoanalistas en todo el mundo, no hace otra cosa que contribuir a la creación de un clima que procede de una forma de escribir efectista y capaz de conseguir resultados magníficos en ambientes propicios a avalar como verdad lo que apenas son afirmaciones gratuitas, más o menos a la manera a la que apelaba el narrador-personaje de la novela de Javier Cercas, La velocidad de la luz (Alfaguara, 2011), para conseguir cierto prestigio en los ambientes de una intelectualidad perezosa y cansada de pensar…


No es exclusivo del psicoanálisis preguntarse e intentar responder por las resistencias activas que muchos practican para oponerse a sus conclusiones.  Otros discursos se interrogan al respecto, uno quisiera que con más vehemencia e insistencia, por ejemplo, aquellos que colocan la investigación científica en los límites del descubrimiento de los bosones de Higgs, para poner un ejemplo.  Preguntas fundamentales en momentos en los que el gran avance científico contrasta con la resurrección de todas las formas de religión que, por supuesto, apelarán –no tengamos la menor duda- a aprestigiar la validez de su propia retórica apelando al uso de argumentos ad hominem, esto es, aquellos que se encargan de recabar en supuestos defectos en la persona de sus adversarios para deslegitimar la validez de su obra.  Proceder por excelencia revisionista que da testimonio de la popularidad de un espíritu de época en la subjetividad contemporánea: desacreditando al adversario por su vida privada, pasar a desacreditar su producción (literaria, o científica, o filosófica…).  Proceder francamente poco nietzscheano…


Freud debe considerar, como expresión del comportamiento humano, la tendencia de muchos a rechazar su tesis.  No necesariamente por desconocer a Onfray, Freud ha consolidado un proceder que se aleja decididamente de todo afán especulativo en el sentido de fantástico o fantasioso.  Que su trabajo de investigación y de escritura haya sido paciente y largo no necesita de testimonios hagiográficos para ser probado.  Pero de un trabajo así se puede hablar de un Hegel o de un Kant o de un Caroll, o de un Mann…  Solo que sus producciones no habrían de conmover a sus lectores del mismo modo que las producidas por Freud a través de la publicación de sus trabajos.  Por tanto se trata de una falsa oposición la que enfrenta el producto de una fantasía especulativa con un prolongado y paciente trabajo científico.  Sin embargo, Onfray parece concederle todo el peso de prueba a esa falsa oposición para señalar que las consideraciones de Freud acerca de las resistencias que provocaban sus descubrimientos, ratificaban su naturaleza arbitraria.  La negativa del adversario del psicoanálisis a realizar aquella práctica que es una de las fuentes de información para la teoría, lo colocaría del mismo lado de un Cremonini que se negaba a observar por el anteojo de Galileo  para protegerse de la verdad de  la observación del monje italiano.


“Hoy, son los freudianos quienes se niegan a observar con el telescopio histórico, y en este aspecto se asemejan a los sacerdotes del Vaticano, cuidadosos en aquella época de no someter el texto sagrado a la prueba científica.” (P. 33)


Onfray ya nos había advertido, páginas más atrás, de cuándo descubrió el carácter de hechicería del psicoanálisis, siendo profesor del curso de filosofía al final del bachillerato.  Afrontando la posibilidad de convertirse en… terapeuta de esos chicos que de muchos modos manifestaban las diversas reacciones para con el texto freudiano.  Ahora nos va decir que ha tomado una decisión: “Por mi parte, utilicé el anteojo freudiano con el objeto, a priori, de descubrir lo que Freud afirma encontrar por su intermedio.” (P. 33)  Cabe considerar si esa manera de apartarse espantado por la idea de convertirse en terapeuta (hechicero, mago, sacerdote, etc.) y que le “hacía correr frío por la espalda”, sea una manera de usar el anteojo freudiano.  Hasta el momento con todas las afirmaciones que ha hecho Onfray sobre Freud, no hemos leído una que asegure que el fundador del psicoanálisis reaccionara de ese modo ante la aparición de la angustia en sus interlocutores…


Pero valga creerle a Onfray cuando nos dice que se puso el anteojo de Freud para pesquisar si sus descubrimientos eran válidos o no.  Es cándido cuando dice que no lo movía un prejuicio desfavorable,  y nos remite a lo que ya nos ha contado con respecto a sus lecturas y a la transmisión de sus lecciones de psicoanálisis en el bachillerato, y que, por tanto, su adhesión “durante bastante tiempo a la palabra performativa de Freud…”.  Pasando de largo esta confesión de insinceridad, podemos esperar que su libro será el resultado del descubrimiento de aquel que, habiendo usado durante muchos años el anteojo de Freud, supo mantener viva la visión ya no por el centro de la lente sino a través de sus bordes: “Ya se habrá advertido que no me movía un prejuicio desfavorable: me adherí durante bastante tiempo a la palabra performativa de Freud… En cambio, vi por el borde del ocular la cantidad suficiente de cosas para permitirme romper las postales clavadas durante tanto tiempo a mi pared. (P. 33)  Es entonces cuando pasa a enumerar sus contrapostales, resultado de esa manera de proceder, el uso del mismo anteojo de Freud.


Finalizará su prefacio asegurando cuál será la tesis de su libro: “El psicoanálisis –ésa es la tesis de este libro- es una disciplina verdadera y justa sólo en lo concerniente a Freud, y a nadie más.” (P. 35).   Como la producción de cualquier filósofo… “El freudismo es en consecuencia, como el espinosismo o el nietzscheanismo, el platonismo o el cartesianismo, el agustinismo o el kantismo, una visión privada del mundo de pretensión universal.” (P. 35).


Inventar un mundo, para vivir con sus fantasmas, según Onfray, desconocedor de toda clínica psi, “como cualquier otro filósofo”, no como un delirante.  Espera agregar este libro como un apartado de su Tratado de Ateología, es decir, la idea del psicoanálisis como una religión y de sus seguidores como unos sacerdotes.  La burla de Nietzsche a través de su Zaratustra, le sirve a Onfray para anunciarnos su buena nueva: el psicoanálisis es una verdadera religión privada, verdadera exclusivamente para su gestor, el señor Sigmund Freud.  Así, como según el padre de Zaratustra “hubo un solo cristiano, y murió en la cruz”.







1 comentario:

  1. Bien documentado el análisis y la réplica.
    El sesgo incisivo y lacerante sobre la "condición humana, bien humana", de Freud y...también de Onfray, se interceptan para explicar lo ruidoso de la caída de un ídolo. Parece un lamento sostenido..."padre, porqué me has abandonado"....

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