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E. BOTERO T.

martes, 30 de agosto de 2011

ITINERARIO DE UNA LECTURA ANALÍTICA IV



EL FREUD DE ONFRAY






Eduardo Botero Toro


“DESTRUIR A NIETZSCHE, DICE…”





Es el título del segundo capítulo de la primera parte (Tesis: el psicoanálisis reniega de la filosofía, pero es en sí mismo una filosofía). 


Onfray parte de un diagnóstico sobre la persona de Freud: su afán de quererse sin dioses ni maestros.  Nietzsche será entonces la siguiente víctima.  Se trata de una alergia particular y constante que cumple con  variadas misiones, si tratamos de seguir las preguntas que formula a continuación: “Por qué Nietzsche? ¿En nombre de qué extrañas razones? ¿Para proteger qué o a quién? ¿Con el fin de sofocar qué secretos?  ¿Qué significa, en él, esa ardiente pasión por negar la filosofía y a los filósofos, entre quienes se cuenta?” (p. 47)


Obsérvese con atención que no se trata de preguntas abiertas sino que en sí mismas contienen una respuesta.  Freud hace todo eso porque obedece el imperativo de extrañas razones, interesado en proteger algo o a alguien, necesitando sofocar ciertos secretos, apasionado en el afán de negar la filosofía y a los filósofos y, en cierta forma, negarse a sí mismo, pues a ellos pertenece. 


“Freud se pretende sin influencias, sin biografía, sin raíces históricas: la leyenda lo exige” (p. 47) remata diciendo Onfray.  Y vuelve con Nietzsche: si toda filosofía es la confesión autobiográfica de su autor, lo que emana de su cuerpo y no lo que este recibe de una idea intangible que lo posea, esta pasión contra la filosofía no tiene otro significado que el de una re-negación a expensas de fabricar, acerca de sí mismo, una leyenda.  Y, en el punto de partida de esta intención, deliberada según Onfray, el equívoco de Freud que renuncia a hacerse filósofo, influenciado por un escrito de un escritor (Goethe, el autor; Die Natur, el escrito) para convertirse más bien en médico.  Onfray exclama airado: “¡Podría encontrarse un disparador menos literario para un destino científico!”  Lo que uno no sabe si interpretar como la pregunta de un desesperado o la afirmación de un fanático, pues, ¿a qué supuesto libreto normal contradice la idea de que la lectura de un escrito literario sobre la naturaleza no  pueda incidir en las determinaciones vocacionales de un joven lector? 


Le parece embustera la declaración de Freud según la cual su teoría de la represión coincide con relativa exactitud con los postulados de un Shopenhauer, cosa que emociona al primero y lo confiesa.  Pero con Nietzsche, siempre según Onfray, la cosa es más complicada porque en un momento determinado de su vida, Freud le escribió a su amigo, haberse negado a conocer la obra de Nietzsche con el fin de impedir toda influencia sobre su propia investigación.  Onfray se hace en este instante preciso, psicoanalista: “¿Qué justifica que no aplique su método y que evite cuestionar su propio inconsciente acerca de esa negativa particularmente significativa?” (p. 49)

Onfray cita, a medias y creo que deliberadamente, la declaración de Freud contenida en su Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico, de 1914: “Me rehusé el elevado goce de las obras de Nietzsche con esta motivación consciente: no quise que representación-expectativa de ninguna clase viniese a estorbarme en la elaboración de las impresiones psicoanalíticas.” (Amorrortu, XIV, p. 15).  Toda su diatriba contra Freud, en las páginas siguientes, hace referencia a esta declaración transcrita hasta ese punto.  Si la transcribiera en su totalidad se encontraría con esta declaración explícita por parte de Freud, contraria a la idea que Onfray le reprocha: “…Por ello, debía estar dispuesto -y lo estoy, de buena gana- a resignar cualquier pretensión de prioridad en aquellos frecuentes casos en que la laboriosa investigación psicoanalítica no puede más que corroborar las intelecciones obtenidas por los filósofos intuitivamente". (Las bastardillas me pertenecen).  No parece ser esta la declaración de alguien que enfermara al tener que reconocer la prioridad de otro en la consecución de sus propios descubrimientos. 


Onfray se molestará porque, en referencia a los filósofos Freud adjudique a sus ideas el estatuto de intuiciones reservándose para las suyas el estatuto de pruebas.  Se concederá que aquí Freud apela al origen de una intelección que en el caso de los filósofos es diferente de al del psicoanalista que sí trabaja todo el tiempo con pacientes y de cuyas narrativas infiere el material necesario para postular el modo de proceder de lo inconsciente.  Creo que Onfray se equivoca al tomar esta declaración de diferenciación como re-negación de la filosofía por parte de un Freud que se obstina, siéndolo, en no serlo.  Pero, repito, la procedencia de las intelecciones coincidentes entre Freud y los filósofos (particularmente Shopenhauer y Nietzsche, pero no solo con estos…), difiere en tanto que en uno de los casos dichas intelecciones provienen de la escucha diaria de pacientes que narran sus vicisitudes en el consultorio del psicoanalista cosa que no sucede en el otro caso.  Veremos a lo largo de la obra la especial manera en la que Onfray se referirá a los casos clínicos publicados por Freud y con respecto de los cuales Freud jamás alegó defensa distinta a la de ser testimonios de un ejercicio que se resiste al ritual y a la estandarización.
 


Es interesante destacar, por otra parte, que si bien es cierto Nietzsche jamás leyó a Freud, cosa que no se puede asegurar absolutamente con respecto del segundo hacia el primero, Onfray adjudica a Freud una declaración que pertenece estrictamente al escritor Arnold Zweig, quien en una carta dirigida al psicoanalista expresa: “Pero durante estos últimos años me he vuelto a acercar a él (Nietzsche) por el mero hecho de haber reconocido en usted, querido padre Freud, al hombre que ha sabido realizar lo que en Nietzsche sólo fue una pintura: el que ha vuelto a dar a luz la Antigüedad, el que ha revalorizado todos los valores, quien ha acabado con el cristianismo; el verdadero inmoralista y ateo, el que ha dado un nuevo nombre a los impulsos humanos, el crítico de toda la evolución cultural hasta nuestros días y el que ha hecho todas las demás cosas que le son atribuibles solamente a usted, que ha sabido evitar siempre todas las distorsiones y locuras puesto que ha inventado el psicoanálisis y el no el Zaratustra." 


Esto sin mencionar las palabras poéticas en el Zaratustra: “Mis maneras y mi lenguaje te atraen, vienes en pos de mí; ¿quieres seguirme? Síguete a ti mismo fielmente y me seguirás. ¡Despacito, despacito!”


No es que lo que en Nietzsche fuera efluvio en Freud se hiciera teoría, es que las relaciones de un pensador con otro pensador no van por la vía que la pasión de Onfray ignora y que, siguiendo la invitación del Zaratustra, la obra de Freud no resulta ni incompatible con la de Nietzsche ni es plagio de la misma.  La afirmación de Onfray, en tal sentido es arbitraria, dista de la verdad al considerar el freudismo como simple retoño singular del nietzscheanismo.  Un lector como Onfray, no uno cualquiera, no debe desconocer la arenga de Nietzsche, también a través de su Zaratustra: “Todavía espero yo que un médico filósofo, en toda la extensión de la palabra -uno de aquellos que estudian el problema de la salud general del pueblo, de la época, de la raza, de la humanidad- tenga alguna vez el valor de llevar a sus últimas consecuencias la idea que yo no hago más que sospechar y aventurar."  Es probable que Nietzsche no esté pensando en Freud, a lo mejor sí en un Groddeck, el mismo al que Freud siempre le reconoció no solamente ser el creador del término del ello sino de ser quien con más precisión planteaba la escisión subjetiva mediante la cual el yo dejaba de ser amo en su casa.


Por otra parte la no lectura de Nietzsche por parte de Freud no necesariamente implicaba un desconocimiento de su obra.  La sesión del 1 de abril de 1908, de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, como lo recuerda también Onfray, tituló su sesión así: “Nietzsche: ‘¿Qué significan los ideales ascéticos?’, tercer tratado de La Genealogía de la Moral”.  Freud jamás aseguró que ignorara las tesis de Nietzsche.  En su contribución a la historia da testimonio de que no las ignora: "El propio Groddeck sigue sin duda el ejemplo de Nietzsche, quien usa habitualmente esta expresión gramatical para lo que es impersonal y responde, por así decir, a una necesidad de la naturaleza, de nuestro ser".


Freud, pues, parricida; el padre, Nietzsche negado más de tres veces sin que gallo alguno revele el límite de la serie.  Las consideraciones que hace Onfray acerca de lo ocurrido en aquella reunión de psicoanalistas en Viena (que se continuaría después, en Octubre del mismo año), se refieren a refutar precisamente lo que los psicoanalistas aportan en tanto que en el filósofo, en el verdadero filósofo, lo que habla es su cuerpo.  La consideración de la relación de la filosofía de Nietzsche con su propia enfermedad y la contribución de esta a la magnitud y a la calidad de su obra, así como a su contenido, resultan despreciables para Onfray que, previamente, nos había advertido, no existe filosofía verdadera sino solamente en aquella que es hablada desde el cuerpo del filósofo.  Que lo contrario, es decir, la idea de que el filósofo es un privilegiado que transmite ideas provenientes de un mundo inteligible, no puede adjudicarse a Nietzsche sino al mismísimo Freud, encantado en el embrujo narcisista de fabricar su propia y espectacular leyenda.   


Citemos, para el caso, la forma en que Onfray asume una intervención, la de Häuter, a propósito del nexo Nietzsche-Freud: “Sin conocer la teoría de Freud –dice Häuter-, Nietzsche sintió (sic) y anticipó  muchas cosas de ella; por ejemplo, el valor del olvido, de la facultad de olvidar, su concepción de la enfermedad como sensibilidad excesiva con respecto a la vida, etcétera.”  Hasta aquí lo expresado por Häuter.  Vendrá lanza en ristre Onfray para asegurar que: “Pasemos por alto el ‘etcétera’ y apreciemos el desvarío: ¡Freud, precursor de Nietzsche!” (p. 54).  Hay que estar poseído por una pasión muy triste y muy intensa para inferir lo que infiere Onfray de las palabras de Häuter.  No existe tal inversión espectacular del tiempo, y confundir el halago de Häuter a Freud, a cuya obra le concede altísimo valor, considerando que Nietzsche siente primero y por tanto se anticipa a muchos de los contenidos psicoanalíticos, no es dar vida a un Freud prenietzscheano.  El enojo de Onfray no lo deja apelar a la argumentación sino al… ¡sentido común!, según el cual sucede todo lo contrario, es decir que Freud es Nietzscheano.


También antes que Nietzsche…



Aquí cabe preguntarnos si acaso, en su afán por colocar a Nietzsche en un pedestal contra el parricida Freud, y por apelar al sentido común ya no cual filósofo sino como comentarista apenas sí capaz de opiniones, Onfray no hace más que desconocer que las anticipaciones a las intelecciones psicoanalíticas existen en más de un pensador (enciclopedistas, filósofos, literatos, poetas, etc.) diferente de Nietzsche, lo cual no disminuye el valor de la obra de este filósofo pero sí obliga a considerar otra perspectiva distinta a la de una defensa apasionada contra Freud.


Por lo pronto citaremos algunos, traídos no siguiendo un orden conceptual estricto, sino en función de establecer de qué manera su producción intelectual anticipa al descubrimiento Freudiano sin que necesariamente se confunda con este ni este quede convertido en un simple plagiador de la obra de alguien de quien dice deliberadamente desconocer.


Diderot, por ejemplo, consideraba que la gran obra de un artista no podía explicarse sino por la existencia de una realidad distinta a la de la conciencia. “Hay en los genios, poetas, filósofos, pintores, músicos, una cualidad especial del alma, secreta, indefinible, sin la cual no es posible ejecutar nada verdaderamente grandioso y de suprema belleza (…). ¿Es acaso una cierta conformación de la cabeza y de las vísceras, una cierta constitución de los humores? Lo admito, pero con la condición de que se reconozca que ni yo ni nadie tiene de él una noción exacta y que habrá que remitirse al espíritu observado.” (DIDEROT, DENIS. Escritos sobre arte. Madrid: Ediciones Siruela, 1994. p. 41).


O en Kant: “(…) la advertencia anterior de no ocuparse en espiar y como en componer una estudiada historia interna del curso  involuntario de los propios pensamientos y sentimientos, se la hace porque éste es justamente el camino derecho para incurrir en la quimera de supuestas inspiraciones de lo alto y de fuerzas que influirían sobre nosotros sin nuestra cooperación y quién sabe de dónde procedentes; en la quimera de los iluminados y los aterrorizados. Pues, sin notarlo, hacemos supuestos descubrimientos de lo que nosotros mismos hemos introducido en nosotros(…)”. (KANT, IMMANUEL. Antropología en sentido pragmático. Madrid: Alianza Editorial, 2004. P.33)


O en Schiller, en un trabajo de 1787 titulado “El delincuente por culpa del honor perdido”  (pst: nadie le cuente a Onfray que Freud tiene un trabajo que se llama “El delincuente por sentimiento de culpa”…) escribe: “En toda la historia de la humanidad no hay un capítulo más instructivo para el corazón y la mente que los anales de sus errores. En cada uno de los grandes delitos ha habido siempre una fuerza relativamente intensa en movimiento. Si el misterioso juego de las fuerzas del deseo se oculta tras la luz opaca de los afectos corrientes, resulta tanto más superior, más colosal, más fuerte, en un estado de violenta pasión; el más sutil investigador del hombre, que sabe hasta qué punto se puede contar en realidad con la mecánica de la libertad humana y hasta qué punto está permitido concluir un juicio de manera analógica, tendrá que traspasar algunas experiencias de este campo a su psicología y reelaborarlas para la vida corriente.”  ¿Nietzsche schilleriano, señor Onfray?


Y continuemos con algo más del texto de Schiller: “Es algo tan simple y, por otro lado, tan complicado, el corazón humano… Una y precisamente la misma volubilidad o el mismo deseo pueden manifestarse en miles de formas y direcciones, pueden dar lugar a miles de fenómenos contradictorios, pueden aparecer entremezclados con otra forma en mil caracteres, y miles de caracteres y hechos desiguales pueden, a su vez, haber surgido de una sola inclinación, aun cuando al hombre, del que se hablará aquí, se le presuponga nada menos que un parentesco tal. Si, al igual que para los demás reinos de la naturaleza, surgiera también para el género humano un Linneo que clasificara los impulsos e inclinaciones, cuánto nos asombraríamos si a alguien, cuyos vicios han de sofocarse ahora en una estrecha esfera burguesa y en el estrecho marco de las leyes, se le colocara en el mismo orden que al monstruo de Borgia, incluso si tal vez se le colocara en ese mismo orden con más razón de la que tuvo el caballero para incluir al cisne delicado y al venenoso en una misma categoría.”


Sin mencionar a Goethe, que en un poema de 1777 introduce el término de inconsciente ("unbewusst”) aludiendo a un cuerpo sin tapujos, ni a un jurista escocés, Kames, que ya lo empleaba un siglo antes (1651) ni a un suizo, Amiel, responsable de la introducción del término en la lengua francesa hacia 1860.

Pero existe más tradición filosófica relacionada con la existencia de lo inconsciente.  Leibniz, por ejemplo, cuando declara la existencia de ideas insensibles capaces de ejercer su influencia sobre nuestra conducta sin que nos percatemos de ella. Un Maine de Biran que, en 1804, sostendrá el peso del hábito en la creación del pensamiento, pero sobre todo, la repetición sin límite como capaz de determinar la ejecución de un determinado acto sin que se tenga consciencia del mismo. 


Por el lado de la investigación fisiológica, también emerge lo inconsciente.  Fue Johann Friedrich Herbart quien en 1816 introdujo la noción de “ideas suprimidas”, es decir aquellas que no pueden exceder el umbral de la conciencia pero que sí influyen en el pensamiento.


A mediados del siglo XIX algunos fisiólogos y biólogos se interesan por el tema; por ejemplo el fisiólogo británico William Carpenter desarrolla el término de cerebración inconsciente (Unconscious Cerebration) aludiendo a la actividad mental que ocurre por debajo de la conciencia. Sus conceptos derivaron de diversas observaciones anecdóticas y clínicas como la escritura automática de sujetos hipnotizados, e influyeron para que científicos como el fisiólogo vienés Edward Hering, en 1870, se propusiera entablar relaciones entre psicología y fisiología, proponiendo términos como el de memoria orgánica o inconsciente.


Pero dejemos aquí esta recapitulación que solamente persigue convencernos de que la representación de una voluntad ajena a la consciencia no es exclusiva de Federico Nietzsche y que el aporte freudiano con respecto de lo inconsciente no es otra cosa que la obediencia de Freud al llamado de Zaratustra, el de seguir su propio camino como manera exclusiva de seguirlo a él…


Onfray se molesta con las opiniones de los psicoanalistas acerca del cuerpo y de la mente de Nietzsche.  Confundiendo diagnóstico con insulto, nos revela su malestar con los diagnósticos que realizan en esas sesiones los psicoanalistas reunidos.  La alergia de Freud procedería entonces de la amoralidad de Nietzsche (homosexual, sifilítico, etc.), no de otra cosa, ni siquiera de la mentirosa declaración de haber desconocido sistemáticamente su obra…  Paladín del respeto por la diferencia, Onfray se postula así mismo encargado la hipócrita obra del pensador judío-vienés. 


El final de este capítulo no deja de ser más lamentable que lo anterior aunque el error es más burdo, como si su remate hubiera sido dictado por la ansiedad y no por el pensamiento.  Onfray se refiere al congreso psicoanalítico celebrado en Weimar, en 1911.  Cuenta que Sachs y Jones se dirigen hacia la casa de Elizabeth Förster-Nietzsche, hermana del filósofo, visita que, según Onfray, “no se hará sin el consentimiento de Freud, que por su parte no se desplazará hacia la villa…” (p. 56)  Onfray, seguramente antecedido por muchos, se revuelca contra esa decisión, dirigida a visitar a nadie menos que “a una de las más grandes falsarias de todos los tiempos…” (p. 56).  “En efecto, esta mujer hizo todo lo posible para arrojar a su hermano en brazos del nacionalsocialismo, a fuerza de fraudes, mentiras y maldades, entre ellas la publicación de La Voluntad de Poder, una falsificación en debida forma destinada a construir la leyenda de un Nietzsche antisemita, belicista, nacionalista prusiano, pangermanista, celebrador de la crueldad, la brutalidad y la falta de piedad: un retrato de su hermana…” (p. 56).


Ahora veamos el error.  Dos afirmaciones absolutamente contradictorias en la misma página 56.

Primera afirmación: “Tal es pues, la mujer a cuyos pies se ponen los freudianos que le llevan mirra e incienso con la bendición de Freud.


Segunda afirmación: “Sachs y Jones aseguran que entre Nietzsche y Freud hay un  parentesco intelectual: este reconocimiento, en un hombre que tanto ha hecho para afirmar lo contrario, está preñado de sentido.  Se ignora qué piensa Freud de esta iniciativa…


En ambos párrafos las cursivas son mías.  Onfray, afanoso, es quien no sabe muy bien qué pensar al respecto de los nexos entre Nietzsche y Freud.  Si cotejara, con detenimiento la idea del eterno retorno nietzscheana con Más allá del principio del placer de Freud, se hubiera encontrado con argumentos suficientes como para poner en cuestión su certidumbre acerca de un parricido cometido por Freud contra Nietzsche. 


Un Freud pirómano es el que denuncia en estos dos primeros capítulos Onfray, un Freud que quema lo que adora… Y esta es la hipótesis que le resulta tentadora a Onfray, que se presenta como el investigador de la compañía aseguradora que llega al lugar del incendio para establecer si el fuego obedeció a la mala voluntad de alguien y, de esa manera, negar el pago del seguro. 








 



  

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