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E. BOTERO T.

jueves, 17 de noviembre de 2011

LO BANAL Y LO TRÁGICO AL MISMO NIVEL


DE MUERTES Y DE DERROTAS RECIENTES

Eduardo Botero T.

A lado del abatimiento de Alfonso Cano, Jefe Máximo de las FARC, los medios despliegan la noticia de los partidos que tiene pendiente la Selección Nacional de Fútbol en el camino al Mundial en Brasil.  Podemos elegir, entre otras, esta asociación de noticias dispares para efectos de continuar nuestra reflexión acerca de la capacidad para no dialectizar contradicciones como signo revelador de una cierta subjetividad contemporánea.

En realidad las dos noticias no son contradictorias entre sí, aunque el júbilo de algunos con la primera contraste con el abatimiento de muchos más con los malos resultados futbolísticos de la segunda.  Pero sí es evidente que se trata de dos registros de la supervivencia de naturaleza diferente, el primero en lo político e ideológico, el segundo en el campo de la diversión.

Es un tiempo nuevo si se le compara con otras épocas: las reacciones ante una muerte violenta son proporcionalmente inversas a las reacciones ante la derrota del equipo de fútbol.  Los adversarios más radicales del abatido en combate desigual (aviación tecnificada vs infantería precaria), además de advenir como alumnos aventajados de la vieja táctica de la guerra de guerrillas por la cual se establece como combate indispensable aquel que de antemano garantice el éxito de la operación, se exaltan con su éxito con la misma intensidad con la que las barras bravas celebran el triunfo del equipo de sus preferencias.  Ellos mismos dan muestra de abatimiento absoluto con la derrota del equipo nacional.

Es en medio de la supervivencia que la realización de un derecho a la vida - no importa que esta se reduzca apenas al sobrevivir- concede un estatuto similar  tanto  a una cosa como a la otra, sin reparar en  las consecuencias diferentes que se desprenden de cada una para el colectivo de ciudadanos.

Es indudable que la muerte de Alfonso Cano, más allá de las pasiones contradictorias que logra suscitar en muchos, tiene repercusiones mucho más graves que las derrotas del seleccionado de fútbol.  No obstante, lo que llama la atención es que ambas noticias circulan en los medios configurando una bi-polaridad que induce a poner en consideración la subjetividad que la expresa.  Hace unos días, la felicidad inocultable con la muerte del guerrillero, hoy el abatimiento absoluto con la derrota de la selección.

Estamos ante una revelación de inocultable interés filosófico y clínico.  Filosóficamente nos revela una dialéctica que no repara en la contradicción puesto que califica con el mismo poder sobre el estado de ánimo a un suceso como al otro.  Clínicamente, porque nos indica que es posible la existencia de un modo de proceder capaz de provocar estados de ánimo exclusivamente procedentes de procesos cognitivos inextricablemente unidos a determinantes situados más allá de la consciencia.


En otros momentos de nuestra reflexión hemos destacado la capacidad de realización de esta dialéctica sin contradicción en el contenido de las diversas secciones de un diario (aunque igualmente podemos encontrarla en noticiarios radiales y televisivos): reaccionario en las secciones económicas, de centro en las políticas e izquierdista en las culturales.  Un espectro caracterizado por una amplitud que no hace reñir a los enfoques diferentes entre sí.

Ahora estamos  frente a algo que se repite sin que nos detengamos a considerar detenidamente su significado: el pasaje fácil del registro de lo doloroso al registro de lo banal, cada uno con su correspondiente estado de ánimo.  La repetición misma de lo trágico pareciera proveer de una especie de anestesia del pensamiento capaz de provocar la instauración de un escepticismo estructural a prueba de cualquier entusiasmo que no sea el que propiciado por la repetición de la banalidad (derrotas o victorias deportivas, reinados de belleza, secciones de farándula). 

Sin esa anestesia de las conexiones entre pensamiento y afecto, nos parece imposible dialectizar lo contradictorio y nos vemos aquí, como otras tantas veces, involucrados en la divergencia entre Ilustración y Romanticismo que tanto tuvo que ver con el surgimiento de las llamadas filosofías de la sospecha que cubrieron los siglos XIX y XX de manera característica.

Pero esa anestesia, que erróneamente podríamos considerar producida exclusivamente por los medios de comunicación, debe provenir de un cambio producido a nivel de los modos de relacionarse con lo imaginario, con lo simbólico y con lo real, lo que nos lleva al campo de la subjetividad y, por tanto, del inconsciente.  Una subjetividad compartida por la mayoría: dueños de los medios, empelados de los medios y público en sintonía.  Por supuesto no se piensa igual en la choza que en el palacio (¿Feuerbach?), lo cierto es que sin el concurso del habitante de la primera sería imposible el éxito de dominación del dueño de ambos, Platón dixit.

Estamos ante un modo de proceder de la subjetividad frente a la potencial emergencia de lo adverso para el equilibrio con el que el sujeto siente a su yo protegido.  Evocaríamos el término mecanismo de defensa si se tratara de un dispositivo reducible al puro funcionamiento mecánico o a lo innato instintual.  Conseguir alivio con la mera supervivencia es algo del orden de la complejidad de la instalación subjetiva en la pulsión de muerte, en ese más allá del principio del placer estudiado por Freud.  Es a la fascinación producida por el espectáculo de la muerte, de la entrega en sacrificio repetido a potencias oscuras y lejanas (Lacan), que la precaria estabilidad del equilibrio emocional consigna sus fuerzas.  ¡El ascenso del nazismo no puede entenderse en su complejidad si no se considera el espectáculo inaugural de los Juegos Olímpicos en el Berlín de 1938! 

Que se exalte felizmente la muerte de un adversario por la creencia de que con ella se va a superar la adversidad, o que se exalte como infelicidad su caída y esta se quiera aprestigiar como símbolo de una entrega generosa a la causa de los oprimidos, y que ambos bandos compartan su abatimiento por la derrota de la selección colombiana de fútbol, nos coloca frente a los avatares de una subjetividad inmersa en la dependencia de lo que el sujeto ha postulado como principios del placer y del displacer y lo insoportable que le resulta llevar su pensamiento al campo de las posibilidades de transformar de modo satisfactorio la realidad.  Una ilusión comanda el ánimo: la de que la realidad es reductible al ámbito cognitivo de la infancia.  Que sean las cosas como sean pero que jamás dejen de presentarse de manera divertida.  Por eso se ha aprestigiado tanto la payasada en la presentación de las noticias y con ella toda la parafernalia del circo, incluida las vestimentas seductoras y provocadoras de las acróbatas… y esa fascinación por competir ellas mismas con la noticia que transmiten.

Una especie de congratulación con la cuantificación de la tragedia, parece demostrar el peso de esa anestesia.  En sana lógica resulta sorprendente el tono de alarde que a veces de refleja en la comunicación de las tasas de homicidio de nuestras principales ciudades, escamoteando toda consideración acerca de que la causa principal de su repetición no puede adjudicarse sino a la impunidad de la que gozan  determinadores y perpetradores, operando en un contexto que los favorece por los resultados que han obtenido aquellos que han sabido practicarlos y con ello han conseguido puestos de mando y de respeto en la sociedad.  La fiereza con que se entregan a conseguir el control los puestos de gobierno y de vigilancia al mismo, da a entender que lo buscado es la protección que se necesita para seguir operando de manera segura.  Es la manera más expedita para violar la ley convertirse en la ley misma. 

El cenit de la ilusión, unido con soldadura con la noción de éxito (que circula como emblema de ganadores de un juego al mismo tiempo capaz de denunciar como  víctimas de la fatalidad a los perdedores), es la creencia en que voluntariamente se accede al resultado favorable porque se juega de la manera indicada dado el conocimiento de las fuerzas que intervienen en su producción. Y una cierta nueva versión de la genealogía de la moral hace creer en que los exitosos están situados en la cúspide de una pirámide que los coloca en la cercanía de las divinidades: el secretismo acerca de las vidas privadas de los poderosos está reforzado por una pasión voyerista dirigida a las vidas privadas de los personajes de farándula.   No es gratuita la metáfora: estrellas.  El papel de los planetas  está destinado para otros menos visibles, pero de quienes nadie duda acerca de su existencia. 

Pareciera que esta anestesia gozara de la virtud de su perpetuidad, pero no es así.  Si las revoluciones del siglo XVIII y la emancipación de las colonias en el XIX y el XX, lograron poner en aprietos estructurales al modelo euro centrista y patriarcal y de lo cual derivamos en el presente consecuencias tan poderosas como la emancipación femenina y la declinación de la certidumbre en la necesidad de practicar obediencia con un Amo absoluto (sea bajo la figura de un Rey, de un dictador o de un padre autoritario en el ámbito doméstico), nada hace suponer que el actual estado de anestesia por el que atravesamos no llegue a su fin. 

Tal como acontecimientos económicos recientes lo están demostrando, es probable que esa anestesia también compartida por la legión de los poderosos del mundo se vea sometida a una prueba de realidad que la revelará incapaz de mantener un equilibrio que se muestra ya precario cuando los “indignados” (palabra de clara connotación afectiva), empiezan a extenderse por todo el mundo de la manera que estamos conociendo.   Echarán mano de toda clase de herramientas (que van desde la jerga de los economistas hasta los choques eléctricos de los policías contra los manifestantes) porque sabrán que el consenso conseguido hace agua por todos sus poros siendo el progresivo crecimiento de la indignación un indicador magnífico del final de un tiempo que colocó, como contribución a la historia universal de la infamia, al mismo nivel la muerte violenta de seres humanos con la derrota de un equipo de fútbol. Convertirnos en dolientes de la pérdida de esa anestesia ya no será un acto político sino un acto digno de pertenecer al prontuario de la estupidez humana.  




1 comentario:

  1. "La stultitia es el polo opuesto del cuidado de sí, un estado en el que el sujeto se encuentra a merced de las representaciones externas, no puede discernirlas, quiere todo y no quiere nada, quiere algo y al mismo tiempo lo lamenta. El stultus no puede querer como es debido." Florencia Aguirre

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