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E. BOTERO T.

miércoles, 10 de agosto de 2011

DOLOR Y REMORDIMIENTO DE HERNÁN DARÍO GÓMEZ J.

"El día en que no se pueda ganar con fútbol, ganar con hombría vale"


Eduardo Lara
Técnico de la Selección Colombia sub-20


HERNÁN DARÍO GÓMEZ JARAMILLO



Eduardo Botero T.

No necesita nadie congraciarse con la galería que a gritos pide y obtiene la cabeza de Hernán Darío Gómez: cuando la orden del Amo es “no pensar” y ella cuenta con millones de seguidores suyos, la rechifla y los gritos inundan los escenarios públicos, como ritual impúdico de penitentes que gozan con la reducción de su identidad a la de puros feligreses.

Hernán Darío Gómez no es víctima de las circunstancias, aunque ahora sea una pobre alma rodeada por un mundo hostil… Tan desolado como la mujer  que golpeó, dice que actuó no pudiendo impedir el impulso de hacerlo.  En los extramuros del encierro conseguido, la vida le ofrece la oportunidad de reparar su falta revelándonos a todos los colombianos las cosas que se mueven, tras bambalinas, en esta transformación miserable del fútbol que dejó de ser un juego para convertirse en esta sibilina manera de dar paso al puro entusiasmo vacío propio de quienes aspiran a hacer del “no pensar” su consigna de vida.

Yo, su amigo de muchos años atrás, cuando compartíamos en el seleccionado del colegio donde ambos estudiamos en la Medellín de los 60-70, hoy psicoanalista, estaría dispuesto a ayudarlo.  Sin paga, solamente a cambio de que me permita ser coautor del libro que juntos escribiríamos para publicarlo. 

COMENCEMOS POR LO QUE EN OTROS MENESTERES SE REALIZA AL FINAL

A diferencia de lo que ocurre con la sexualidad amorosa, los libros empiezan por la introducción.  Este no será la excepción.  La introducción, sugiero, debería contener un ensayo acerca del contexto cultural en el cual Hernán Darío Gómez dejó de ser un gomoso del juego, un jugador nato, para  convertirse en ficha de un dispositivo que amenaza convertirse en un puro ajedrez.  Carlos Antonio Vélez, el conocido comentarista y analista del fútbol, supone que eso es así.  Él casi nos convence, en los entretiempos de los partidos, que el equipo que iba triunfando lo lograba porque en el minuto 32 del primer tiempo, por ejemplo, los volantes de marca y de ataque estaban ocupando las posiciones que el profesor les había ordenado ocupar.  Como las reinas de belleza, necesitadas de simular que poseen cultura general no cesan de citar a García Márquez en las entrevistas, los hombres del fútbol quieren hacernos creer que los partidos obedecen a un libreto determinado por la voluntad de un director técnico que ha sabido disponer las “fichas” en el gramado de manera inteligente. 


Esa traza de la cultura contemporánea, el enmascaramiento de la futilidad en signo inequívoco de inteligencia, me parece un eje temático fundamental de la introducción.  Nos serviría para entender porqué las presentadoras de televisión visten con riguroso luto al dar la noticia de la muerte de un conocido personaje de la farándula, al tiempo que visten de colores y encajes el día que transmiten noticias acerca de las masacres, los casos de pederastia eclesiástica o no, las desapariciones forzadas, los falsos positivos y los escándalos relacionados con la corrupción nuestra de cada día. 

Un segundo eje temático de la introducción sería el referido a la transformación en sí, considerando el acontecimiento central a la misma y pesquisando las vertientes de pensamiento, sentimiento y acción que hicieron las veces de tributarias suyas.  Desglosaríamos la cosa de la siguiente manera:

-          Pensamiento en tres partes: 1) De las ideas relacionadas con el disfrute del juego de las que se derivaba placer solamente por la condición intrínseca del juego mismo.  ¿Se acostaba Hernán Darío, por las noches, a repasar las jugadas destacadas que sabía hacer y de las que yo fui, en varias ocasiones, testigo?  ¿Soñaba con hacer jugadas, al día siguiente, capaces de afectar el corazón de alguna muchacha enamorada? ¿Fantaseaba saliendo con su equipo a una cancha de un estadio famoso siendo aclamados por sus seguidores?  ¿Amaba, sin turbación, a Garrincha o a Pelé? ¿Fabricaba, en sueños diurnos, paredes ofensivas que terminaran en golazos? 2) Abandono progresivo de estas ideas y fantasías.  Declaración radical de que el estudio no sirve para nada porque él quería ser futbolista y ejercicio coherente con tal declaración; empezar a jugar solamente partidos oficiales, de campeonato, en los que hubiera algún premio diferente al de una pinche copa.  3)Inscripción en un equipo profesional, conocimiento de los pagos para obtener resultados –acciones extrafutbolísticas-, aprendizaje del silencio acerca de tales sucesos y de otros de peor calaña, soborno de árbitros, amenazas de muerte, soborno de adversarios, en últimas: privilegio de un placer determinado exclusivamente por el resultado.  Aprendizaje de la capacidad de fingir.  ¿Cómo se pensaba a sí mismo en el éxito?

-          Sentimientos: transformación del apego sentimental a la estética del juego por ese frío disfrute del triunfo no importa de qué modo se obtuviera.  Allí seguramente encontraremos oportunidad para entender las bondades del cinismo, cuando se accede a la condición de figura pública.  ¿Qué sentía cuando decían de él cosas que él mismo sabía no eran ciertas, conociendo que ellas eran dichas con el fin de seducirlo para una determinada causa?  Siendo su amigo siempre lo conocí pendenciero como todos los que en un momento dado nos apasionamos con el juego, jamás matón.  Por eso me asombré cuando nombró asesor suyo a un tipo que se caracterizó siempre por obedecer las instrucciones de sus técnicos que le ordenaban ejercer presión sobre los adversarios, tanto adentro como fuera de la cancha: dar pata no al balón sino al cuerpo, procurar lesionar al jugador hábil y peligroso, provocar la reacción airada del contrincante con el propósito de conseguir su expulsión, etc.  Solíamos indignarnos cuando descubríamos que alguien del equipo adversario se comportaba de ese modo y reclamábamos airados contra los árbitros que permitían ese modo de actuar –que no de jugar, eso no es parte del juego es una falta que amerita sanción severa- aunque todavía no sabíamos que dichos árbitros habían sido previamente ablandados mediante la elección P. o P.: “¿Qué prefiere mijo, plomo o plata?”

-          Actuación: transformación de una atención que privilegiaba la ansiedad porque en los sorteos el equipo propio terminara jugando en su propio patrio, a una atención que privilegiaba la garantía de los dirigentes, de que el árbitro del partido había sido previamente ablandado o de que algún jugador clave del equipo adversario había aceptado soborno para facilitar las cosas de los propios delanteros.  Aquí lo actuado fue el silencio y el continuar ejerciendo como técnico a sabiendas de que esas cosas pasaban.  Un dirigente deportivo de entonces, no pudiendo evitar el impulso, mostró un fajo de dólares a un árbitro en medio de un partido de fútbol, años después se convirtió en el primer extraditado a los Estados Unidos acusado de lavar dinero para la mafia.  Silencio frente a la costumbre de los empresarios esclavistas de los jugadores, que pagaban al técnico dinero para que colocara en la alineación a sus pupilos, con el fin de usar el juego como vitrina para negociarlos.  Silencio frente a la instrucción de salir a quebrar rivales con el fin de ablandarlos y, asustados, hacer más expedita la victoria.  Silencio frente a la alianza entre multinacionales y rufianes, que en armoniosa connivencia han mantenido activo el llamado fútbol rentado.

La introducción terminaría con un agradecimiento muy especial para con las malas compañías que, en su momento, advirtieron a Hernán Darío de los peligros que corría abandonado el amor por el juego y cambiándolo por el amor al resultado.  No mencionaré aquí nombres, pero sé de muchos que se lo hicieron saber, en su momento.  “El fútbol ha cambiado mucho”, respondía Hernán Darío, creyendo que los demás no se percataban de que era él quien había cambiado y había aceptado, silenciosa y obsecuentemente, las nuevas reglas antideportivas que habían cooptado a la dirigencia, a los comentaristas y analistas deportivos.  Se suele creer que el fútbol rentado representaba una actividad de la inocencia hasta que llegaron los mafiosos a lavar dinero a través de sus negocios.  No hay tal: fue una concepción económica e ideológica la que terminó por imponerse convirtiendo al profesional en una valla ambulante encargado solamente de promover toda clase de productos.  Tendría que conciliar con Hernán Darío para mencionarlos, si algunos de ellos leen estas notas sabrán recordarlo.

Porque esa ha sido la traza fundamental del contexto cultural en el que se produjo la transformación de la subjetividad de Hernán Darío y la de todos aquellos que hicieron alarde de capacidad para el cinismo y para guardar el debido silencio.  Esa adoración cerrera y oportunista por el resultado, esa genuflexión para con el poderosos simultáneamente practicada con la sevicia contra el débil, esa capacidad para organizar acciones extra-legales con el fin de conseguir el resultado a la vista de todos, fácilmente, porque de alguna manera todos declaraban legítimos tales modos de proceder. 

VICIOS PRIVADOS, VIRTUDES PÚBLICAS

Sugeriría a Hernán Darío el peso de la cultura de crianza en el destino que él se labró en el ámbito futbolístico.  Propondría tres abordajes para ello:

1)      “Haga plata mijo honradamente y, si no lo ve la gente, haga plata mijo”.
2)      “Siquiera se murieron los abuelos…”
3)      Lo que hizo Pedro Rimales con el cadáver de su madre y que se encuentra narrado en la obra “El testamento del Paisa”.

Con el primer abordaje, avanzaríamos en el peso de la consigna paterna dictada desde su lecho de muerte.  Tiene todos los visos de la transmisión de un secreto.  Menos sutil que la que se atribuye al padre judío que promete a sus hijos que al final de su vida les transmitirá el secreto que explicaría la fortuna adquirida, cosa que acontece cuando todos acercan sus oídos al padre moribundo y este les dice: “No trabajen”.  Pero no por ello menos sugestiva y eficaz de un ideario que ha sido fina y exitosamente practicado por muchos.  El problema del comportamiento humano es la presencia del testigo.  Parecer se convierte entonces en algo más poderoso que ser.  Parezca honrado, aunque no lo sea.  Por eso tiene tanto éxito la publicidad entre nosotros, capaz de convertir un pinche carro como el Renault-4 en un amigo fiel, con lo que el asunto fundamental de la existencia que era conseguir amigos se cambió por la decisión de endeudarse para hacerse a semejante horno.  Tenía más ventilación una celda del castillo de San Felipe en Cartagena. 

Si el delito de Hernán Darío hubiese ocurrido en el sacrosanto seno de la intimidad de su hogar, los ebriógenos capitalistas de Bavaria hubieran practicado el deporte que bien saben practicar y que consiste en saber desviar la mirada con la debida prudencia.  Pero al cometerlo en la calle, delante de testigos, el severo peso de la indignación de aquellos que saben desviar la mirada en otros casos más graves, cayó estruendoso y sin apelación sobre su condición de técnico del seleccionado nacional.  Olvidar el condicional del consejo paterno (y si no lo ve la gente) es fatal en nuestro medio. 

El segundo abordaje es más arriesgado, pues para un antioqueño resulta casi que delito de lesa humanidad someter a crítica lo que se ha sacralizado como producto de la fementida raza.  Porque hay quienes piensan en Antioquia que eso seríamos sus nacidos allí, miembros de una raza, la antioqueña.  Una rara mezcla de “El Buscón”, “El Quijote” y los nacidos en la población de la Picardía, en los límites entre España y Francia.  Privilegiando esta condición por sobre otra, la de cultura (mucho más universal y apegada a la condición humana de la igualdad entre los seres humanos) ha permitido entronizar en el altar de las idealizaciones el pésimo poema de Jorge Robledo Ortiz titulado “Siquiera se murieron los abuelos”.  Un canto que gozó de especial popularidad en el tiempo en que la declinación del padre en los hogares antioqueños fue suplida por la figura omnipotente y arbitraria de “El Patrón”, y que se obstina en lamentar la muerte de “una Antioquia grande y altanera” propiciada por el avance de los valores de la modernidad, del pensamiento crítico y del valor de la justicia social que se habrían encargado de hacer sucumbir la figura del patrón arbitrario, depredador y deforestador, capaz de endiosar el hacha recibida de los mayores junto con el carriel que contenía la barbera, los dados cargados, la baraja y la camándula… 

Al tenor de la popularización de ese canto, verdadero ejemplo de la degradación de una mediana estética literaria, el arrieraje, desaparecido en la realidad, devino en el accionar de nuevas “mulas” al mando de lugartenientes de un Patrón que ofrecía a las burguesías urbanas la resurrección de un nuevo becerro de oro mediante la eliminación y el exterminio de todos los obstáculos legales y humanos que se levantaran en el desarrollo de tal empresa. 

De ahí a aprestigiar de nuevo el trato de los conflictos a las patadas (a los machetazos, a los hachazos, a los motosierrazos, etc.) no había más que un paso.  Asegurar que la maldad de algunos muchachos procedía del abandono de los métodos sádicos de crianza, de la desaparición del fuete y del zurriago y del aprestigiamiento de los discursos pedagógicos, médicos y psicológicos que aconsejaban otro modo de ejercer la crianza, se hizo coro y se hizo legión.  Simultáneamente se promovía, sobre todo entre la pequeña burguesía, una desconfianza descomunal para con el pensamiento.  La canción pasillo de Hernando y Yesid, “Para qué los libros”, le era repetida en altavoz a todos los que de algún modo se destacaban por cultivar el aprecio por la cultura.  Se nos cantaba a viva voz solamente la primera estrofa (“Para qué los libros/ para qué Dios Mío/ si el amargo libro de la vida enseña…”) pero nunca la segunda (“Leí tantos libros, leí tanto y tanto/ que al fin se cansaron de hacerlo mis ojos…”).  El cinismo sabía reconocer sus propios límites…

¡Que desgracia habrían vivido los abuelos si se hubieran dado cuenta de que ahora las mujeres iban a la Universidad!  Ni se diga de la sexualidad pre-matrimonial, del ejercicio de la libertad sexual, del derecho a negarse a aceptar sumisamente el maltrato de un marido, de un hermano, de un novio, de un amante (desgraciadamente no tanto el de un jefe… el capital financiero supo leer con inteligencia esta limitación de la rebeldía…).  ¡Cómo habrían sufrido si se enteraran que sus hijos varones no estaban llegando vírgenes al matrimonio!  Se llamaban así mismos vírgenes… no donceles ni “cachuchos”, no, ellos, los meros machos, se preciaban por haber llegado vírgenes al matrimonio.  Con razón a Luciano, un viejo amigo que alardeaba de ello siempre que conseguía ocasión, le pusieron el sobrenombre de Familia, en referencia a la conocida marca productora de papel higiénico.  Decía Luciano con tono de afectación suprema: “yo sí me precio de haber llegado virgen al matrimonio”. 

Al tenor de ese mal canto, pues, hubo quien se propusiera restablecer la condición de pendenciero, pícaro y arbitrario del paisa, única manera de colonizar tierras vírgenes y transformarlas en productivas.  Nuevos cultivos sobrevendrían para posibilitar la liquidez necesaria para la conformación de hordas criminales capaces de hacerse no solamente a tierras vírgenes sino a tierras ajenas, ya no con la consigna “P. o P.” sino con esta otra: “O me vende usted o le compro a la viuda”.  La santidad de las madres no riñó con la proliferación de hijos perversos y durante los últimos cuarenta años repasamos la realidad del fácil sincretismo entre la puntería aleve del sicario y la piadosa entrega de su madre a intermediarios e intermediarias celestiales. 

El tercer abordaje es más provocador que los anteriores.  Se trata de la anécdota adjudicada a ese personaje de la picaresca antioqueña llamado Pedro Rimales.  Indignado por la insistencia quejosa de su madre hambrienta, se hizo a una olla en la que preparó mazamorra obligándola a consumirla completa, provocando, como era de esperarse, su muerte, a partir de la cual decide aplazar el entierro usando el cadáver para conseguir toda clase de beneficios pecuniarios.  Por la plata, lo que sea, es decir, por el resultado.  Existe una singular coincidencia entre esta consigna y la de un Teng Tsiao Ping: “No importa que el gato sea blanco o sea negro, el hecho es que cace ratones”.    Pronóstico del destino seguido por recalcitrantes maoístas paisas que terminaron tributando su consigna de muerte a las huestes del paramilitarismo.  “Patrón: ¡aquí estoy pa’las que sea!”.  Aguardiente antioqueño…

El problema ya no sería cometer delitos sino dejarse sorprender, esto también susceptible de ser negociado con una justicia intimidada o sobornada, siempre dispuesta a privilegiar los intereses personales de cada responsable.  Idealistas, responsables de la mala imagen del país en el exterior, terroristas de baja intensidad pero al fin y al cabo terroristas, fueron las nuevas sindicaciones que surgieron de los dictados de ese Patrón encargado de impedir la tristeza de los abuelos en caso de que llegaran a resucitar.

Indagar por el peso de esa cultura de crianza en el comportamiento de todos los antioqueños, sería mucho más útil que la pesquisa por el papel de los genes en la construcción de su talante bipolar.  La responsabilidad subjetiva de un inconsciente labrado bajo la consigna de la restitución de la figura del padre autoritario, de ser asumida, contribuiría en más a la transformación del actual estado de cosas que ese afán de desviar la mirada de una realidad que resulta más tranquilizante si se la adjudica al papel de los genes.  Y la Universidad podría recuperar un prestigio ligado a la capacidad de afrontar con entereza y con valor lo conflictivo de sí, en lugar de estar malgastando dinero y tiempo y despilfarrando mentes brillantes en investigaciones destinadas a realizar los delirantes sueños de un Patrón que cree posible modificar el comportamiento a partir de su manipulación mediante la ingeniería genética. 

LA NEGACIÓN DELIBERADA COMO PROCEDIMIENTO DE SALVACIÓN

Otro capítulo del libro debería referirse al papel que la política le ha adjudicado al deporte en nuestro medio, particularmente al fútbol, sobre todo a partir de la llamada “Época del Dorado”, cuando se quiso usar el fútbol para atemperar las pasiones criminales relacionadas con la violencia inter-partidista.  A eso y a las operaciones subjetivas que deben realizar sus actores para contribuir al propósito. 

Desde la perspectiva de ciudadanía, llama la atención, poderosamente, que alguien elija renunciar a su ejercicio con el fin de prevalecer como ficha de un empresario que negocia su habilidad en ese mercado en el que concilian tan fácilmente empresas legítimas y rufianes organizados. 

El negocio del fútbol es el ámbito en el que los capitalistas legales y los rufianes, actúan la mutua admiración que se conceden.  Los segundos demuestran la factibilidad de multiplicar las ganancias más allá de todo cálculo racional, los primeros aportan el debido trámite que ha de llevarse a cabo   para legitimarlas.  La condición necesaria para perpetuar dicha connivencia es la habilidad de cada quien para saber desviar, con la respectiva prudencia, la mirada.  Desde los jugadores que se inician hasta los directivos deportivos, pasando por los patrocinadores y los comentaristas mediáticos que trabajan al servicio de las mismas empresas patrocinadoras.  Sin mencionar las apuestas ilegales que por lo menos en el tiempo de Joao Havelange reportaban sus impuestos a dicho directivo del fútbol mundial. 

El actual negocio del fútbol ha significado la muerte del juego, del que apenas quedan episódicas apariciones, que someten la subjetividad de sus ejecutores a la desaparición de sus vidas privadas y a la especial satisfacción morbosa de unos profesionales de las ciencias de la comunicación que parecieran haber aprendido su “ciencia” no en las universidades sino en los espacios propios del chismorreo.  Delatando la pobreza espiritual de sus propias sexualidades, exaltan hasta el escándalo las acciones propias de los jugadores que se destacan sobre los que caen con todo el peso de sus garras y de sus verrugas.

Matonismo, chantaje, sobornos, incidencia directa y previa en los resultados de los partidos, pagos de “cariñitos” de los jugadores a los entrenadores para que los coloquen en la alineación, canje del criterio profesional por la presión de los empresarios… de todo eso deben haber sido testigos, victimas o ejecutores los profesionales del fútbol rentado, entre ellos Hernán Darío Gómez a quien debería interesar su divulgación como forma de ayudarnos a entender el contexto en el cual jugadores, entrenadores, directivos y mecenas del fútbol llevan a cabo acciones como aquellas en las que han sido sorprendidos y que ameritan la invocación del código penal.

Negar deliberadamente es un acto que se aprende, sobre todo cuando se viven prisioneros de un acontecimiento que como el del fútbol profesional ha revelado la laxitud de sus filtros para impedir la intervención de toda clase de promotores del uso de la violencia instrumentalizada para la obtención de fines.  Se practica en los ámbitos privados, por ejemplo, cuando una madre admite que su hijo sea sádicamente castigado por su padre después de declarar la identidad sexual que él ha elegido para sí, valida de racionalizaciones de diverso tipo, entre otras, la de mantener a salvo de la censura pública la imagen de su esposo.  Niega deliberadamente quien calla y además agrega declaraciones públicas que desmienten la verdad del sadismo. Se practica en la complacencia de autoridades eclesiásticas que mantienen a salvo a verdaderos criminales pederastas a quienes protegen de la acción de la justicia humana asegurando que serán debidamente castigados por la divina, como si de eso existiera constancia convincente.  Y se practica cuando se apela al uso de eufemismos para nominar los elementos propios de la tragedia, obteniendo una atemperación eficaz de la reacción esperada por parte de los directamente afectados. 

De practicar la negación deliberada se acusó a millones de alemanes que, durante la segunda guerra mundial, prefirieron cuando no animar las soluciones finales del régimen nazi sí desviar la mirada hacia otro lado.  Todos fascinados, como recuerda Lacan, por la entrega en ofrenda de sacrificio de millones de seres humanos a dioses oscuros  y lejanos.

LA OTRA HERENCIA Y UN SILENCIO QUE DA TESTIMONIO DE SU REPRESIÓN

Hernán procede también de una cultura que ha tenido entre lo mejor de los suyos a don Tomás Carrasquilla, a Fernando González, a León de Greiff, a Porfirio Barbajacob, a Fernando Vallejo, a Estanislao Zuleta y tantos otros pensadores y hombres industriosos y mujeres de vanguardia (pienso en una Débora Arango, en una hermana Laura…) que fueron capaces de dar testimonio de abordaje crítico de los sucesos que contiene y conforman la cultura a la que pertenecieron. 

Me gustaría averiguar qué sucedió con respecto a la decisión de conocerles de una manera medianamente profunda, solo como práctica de cultura general, por parte de Hernán Darío, averiguar si supo de ellos y de qué modo eligió lo que eligió con respecto a su conocimiento.  O si hizo parte de las huestes que aprestigiaban el “no pensar” como la mejor manera de vivir en medio de la degradación progresiva de la cultura.  Una degradación que impedía, por ejemplo, las ceremonias religiosas para el cadáver del Doctor Héctor Abad Gómez mientras buena parte del curialato se dedicaba a bendecir las nuevas adquisiciones de los rufianes. 

Porque de alguna manera todos los personajes mencionados y muchos otros y otras más, hacían las veces de contrapesos auxiliares para todo aquel que quisiera no sucumbir a la mirada fascinada y de embrujados dirigida tanto a los nuevos ricos como a la supervivencia de muchos de los antiguos que hicieron algo más que simplemente desviar la mirada.  ¿Qué sucedió en el alma de Hernán Darío con la existencia de esos contrapesos culturales? 

Sería un capítulo muy interesante para preguntarnos, más allá de Hernán Darío, cómo es que esos contrapesos fueron fácilmente arrasados y prácticamente enterrados por la avalancha de un nuevo riquismo que aprestigió su existencia introduciendo liquidez dentro de la economía formal así como llevando a cabo todo el trabajo sucio necesario para la imposición del modelo económico actualmente predominante. 

Asomarnos a esa traza de la subjetividad contemporánea compuesta por la capacidad para no dialectizar lo contradictorio y ser capaz, al mismo tiempo que ponderar elogiosamente la obra de un Pablo Neruda ordenar y legitimar el accionar de criminales dispuestos para realizar una verdadera contrarreforma agraria en beneficio de la gran propiedad territorial.  Como dando muestra de que es posible reeditar, en el transcurrir de la subjetividad laica, aquella versión de la subjetividad religiosa según la cual “el que reza y peca, empata”. 

Y con ello profundizar en el conocimiento de los modos como la perversidad descubrió que la manera más expedita de violar la ley era la de convertirse en la ley misma. 

¿Qué pasó con el impacto de aquel poema greiffiano que decía: “engibacaires, abderitanos, trujamanes de feria/ casta inferior desglandulada de potencia… gansos del capitolio…”?

 Y qué pasó con los impactos que se esperaban de las obras de otros, de sus ensayos, de sus aproximaciones críticas a una realidad cada vez más permeable a algo más que el simple mal gusto y el abuso de los atajos a la ley. 


EL MALTRATO FÍSICO ES EXTENSIÓN DEL MALTRATO GENERALIZADO

Negar deliberadamente que la historia de la proliferación de todas las formas de violencia que hemos conocido desde los años 40 del siglo pasado hasta el presente es la historia de la imposición de un modelo económico que erigió a la condición de clase hegemónica a una que realizó y continúa realizando el pacto entre la legalidad y el gamberrismo, es seguir contribuyendo a mantener activo el humo que dificulta la accesibilidad a su comprensión y, sobre todo, que impide la puesta en obra de acciones conducentes a transformarla toda vez que, entre otros territorios de colonización de tal alianza, no escaparon los sectores de oposición radical. 

El silencio, la alcahuetería activa y la complicidad propia de quienes optaron por la complacencia, no pueden considerarse actos exclusivos de la mujer, como ha querido decirse a propósito del delito cometido por Hernán Darío.  En muchos casos, se trata de  comportamientos propiciados por el miedo a recibir retaliación y castigo, pero en otros, se trata del acto propio de quienes comparten los idearios de esa nueva clase hegemónica y directiva del bloque de clases en el poder. 

Un último capitulo del libro debería dar cuenta de este asunto, especialmente complicado si se piensa que cuando se tiende a establecer la responsabilidad en todos se puede contribuir, ingenuamente, a difuminar y hacer desaparecer la responsabilidad precisa de los determinadores y perpetradores de toda la violencia que han empleado contra la población para conseguir y mantener sus actuales privilegios.  Como el que ingenuamente peca ingenuamente se condena, será necesario desentrañar el modo como muchos de los actuales privilegiados se hicieron a sus beneficios postulando su accionar criminal a partir de exigir reconocimiento como víctimas de afrentas pasadas.   

Ese proceso que ha cristalizado en la alianza entre el capitalismo legal y el hampa no fue absolutamente incruento, sabida es la fascinación por emplear el llamado ajuste de cuentas para dirimir las vicisitudes propias de alianzas entre combos que aspiran simultáneamente a la riqueza y al poder.  Querer limpiar la imagen de muchos que cayeron en esos ajustes de cuentas distorsionando deliberadamente la realidad de esa circunstancia y cambiándola por versiones que se sabía de antemano contarían con la solidaridad y el apoyo de los destinatarios de ellas, no ha sido un procedimiento ajeno durante todos estos años. 

Millones de seres humanos han caído abatidos en el desangre propiciado por tales afanes.  El apoyo conseguido de muchos de la población no ha hecho más que aprestigiar el uso del maltrato como forma expedita para resolver los conflictos.  La vocinglería mediática sabe recabar en la exaltación de un chivo expiatorio que haga las veces de agotamiento de la temática en discusión y mantenga oscuridad absoluta sobre el contexto que la propicia en cada uno de los individuos que son sorprendidos en flagrancia.  La galería, frenética en el acmé de la barbarie, consume con agrado la bosta que se le entrega y si se descubre insatisfecha pide a gritos se le sirva más en este verdadero banquete de infamia. 

Lo que no quiere decir que Hernán Darío apenas sea víctima de un contexto en el cual se acomodó sintiéndose durante muchos años a sus anchas.  La responsabilidad con su acto va más allá de su buena o mala voluntad para cometerlo o de los efectos de la ebriedad.  Su propio inconsciente es lo que ha recibido, acríticamente, de ese gran Otro que es la cultura en la que se ha educado.  Contando con la disponibilidad de recursos para ejercer el respectivo contrapeso que lo pusiera a salvo del embrujo del poder, eligió no utilizarlos y prefirió no solamente desviar la mirada hacia otro lado sino hacerse al modo que le permitiera beneficiarse de muchas maneras.  Su crimen no lo despoja de su condición humana ni lo convierte en agente del mal o de Satanás.  Lo coloca en un estado de desolación que le revela la frágil complicidad de aquellos que, sabiendo en riesgo el  monopolio que poseen sobre el usufructo de los bienes materiales, optan por declararlo persona no grata.  Su ostracismo resonará con el silencio de la víctima que golpeó y dejó maltrecha.  Con el silencio de muchos y de muchas que sufrieron al descubrir en carne propia las consecuencias que se derivarían para sus vidas si se decidían a hablar y protestar activamente contra la afrenta.  Y con la mirada inquisitorial e hipócrita de aquellos que han contado con mejor suerte que la de él todo porque practican los mismos vicios pero estrictamente en el ámbito privado.

EPÍLOGO

Me parece que si Hernán Darío nos revelara todo lo que sabe acerca de ese mundo en el que hasta hoy estuvo a sus anchas, contribuiría a reparar en parte la deuda que ha contraído con toda la sociedad al maltratar a uno de los suyos valido de la arbitrariedad de su impulso.  Tendrá que pagar el respectivo castigo que le imponga un juez, pero su contribución al esclarecimiento de un aspecto importante de la verdad que hace parte de la cruenta realidad en la que hemos vivido  y padecido los colombianos.  Me ofrezco a ayudarlo en esa empresa a cambio de que me permita aparecer como coautor del libro que entre ambos publicaríamos.  Por los buenos tiempos, Hernán, aquellos en los que gozábamos simplemente haciendo paredes, marcando goles, impidiéndolos, y celebrando con el festejo propio de los que han jugado alguna vez al fútbol como si los dramas de la vida desaparecieran justo en ese instante. 

La voz de algunas dirigentes políticas antioqueñas a favor de que a Hernán Darío no se le sancione no es la voz de millares de mujeres sometidas a maltrato y a intimidación permanentes, víctimas de esa siniestra consigna que legitimó el uso de la violencia como forma adecuada para dirimir conflictos.  Lo que estas voces representan con su palabra es la capacidad propia de ese cinismo del que han hecho gala todos los que debiendo haber protegido a los ciudadanos contra el avance de las horas de la barbarie, se colincharon con estas no solo para salvar sus propias vidas sino para enriquecerse con ello. 

Los amigos no están para otra cosa que para decir la verdad a quienes respetan y admiran.  Desconozco si Hernán Darío hace parte de un engranaje en el cual están depositados intereses y complacencias de muchos otros que requerían de su presencia activa en el cargo que desempeñaba.  Eso no lo puede decir si no él.  Si no es así, que su propósito de reparación demuestre que es capaz de valentía y de coraje, como cuando jugaba en la selección de fútbol del colegio y hacía unas jugadas que emocionaban al resto. 

Reivindicaría ante sus familiares y amigos, la condición de valiente que reconoce con sinceridad la gravedad de su acto.  Lo demás es simplemente retórica de hipócritas y desgarro de vestiduras de los sepulcros blanqueados de siempre, esos que en público se portan de modo políticamente correcto mientras en privado practican similares y peores delitos de los que se acusa a Hernán. 

Sugeriría consejos desde el establecimiento de la verdad, entre otros, excluirse voluntariamente de la FIFA y establecer el juego del fútbol como actividad puramente deportiva sin la intervención de interés comercial alguno.  ¿Me hago deliberadamente el estúpido con esta propuesta?  Sí.  Ahora va a resultar más escandaloso esto que todas las porquerías que suceden en nuestra realidad nacional.  Volver obligatoria la conformación mixta de los equipos, sin excluir miembros de las nuevas comunidades sexuales.  Y eliminar la norma del fuera de lugar para ver si volvemos a ver goles en los partidos. Y así lograr recuperar el entusiasmo procedente del espectáculo del juego.  




























2 comentarios:

  1. Analisis de una sociedad emferma donde la violencia contra los más debiles se muestra en la radiografía del deporte de las multitudes:football.

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  2. Profesor, este escrito me recuerda a Eduardo Galeano cuando empieza su libro Fútbol a Sol y Sombra diciendo lo siguiente: "...la tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la
    alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía...". Detrás de esa renuncia, imposición y prohibiciones está la mano invisible cuyo toque ha dejado en nuestra cultura las transformaciones y consecuencias que usted señala en su texto.

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