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E. BOTERO T.

jueves, 27 de enero de 2011

VER, OIR Y CALLAR












DE CÓMO SE USA UNA ANESTESIA







Eduardo Botero T.


Nos encontrábamos realizando un taller con población materno-infantil víctima de una de las masacres ocurridas, hace 20 años en una población del norte del Valle del Cauca, en el Jardín Botánico Juan María Céspedes, de Tuluá.  De repente, en uno de los salones de trabajo, irrumpió llorando un chiquillo que buscaba a su madre entre las participantes.  La encontró y le dijo que otro le había pegado.  La madre quiso averiguar el porqué.  El chiquillo le respondió que era porque él había puesto la queja de que el agresor estaba molestando a una niña.  ¿Por eso le pegó?, preguntó la madre.  Sí, por eso, respondió el niño.  Entonces la madre levantó su cara y como queriendo dirigirse a todos los que estábamos en el salón, le dijo al niño: ¿Si ve?  Eso le pasa por no obedecer lo que yo le he enseñado.  Cuando uno se entera de que algo malo está sucediendo lo que debe hacer es ver, oir y callar.


Desde entonces el consejo se incorporó a mi memoria al lado de mi nombre y los de mis cercanos, de la primera estrofa del himno nacional y de aquella sentencia de Adriano según M. Yourcenar: “Difícil es seguir siendo emperador ante un médico; el ojo de Hermógenes no veía en mi mas que un saco de humores y de linfa” y de unos cuatro fragmentos de poemas de León de Greiff.  Y no me abandona, menos en aquellas situaciones en las que la orden de callar se formula explícita o implícitamente.  El ¡¿Por qué no te callas?! del rey Juan Carlos de Borbón de España al Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, coronel Hugo Chávez Frías, bien puede representar una de esas situaciones.  Pero hay otras, menos exaltadas por los medios y más frecuentes: las domiciliarias, por ejemplo, en las que abunda la orden de callar, generalmente proferida verticalmente.


“Ver, oír y callar”… para proteger la vida.  Muy pocos se preguntan si una vida vivida al costo de callar, es vida.  La pregunta no existe porque, a decir verdad, el solo hecho de formularla expresaría la insumisión con la orden.  Hoy, 65 años después de la liberación de prisioneros en el campo de concentración de Auschwitz, también recordamos que esa era la vida posible, la única posible, del lager: ver, oír y callar.  Nuda vida. Callar era la obligación del detenido a la que confiaba la misión de salvarle la vida.  La cuestión es que en un territorio diseñado por la pura arbitrariedad de su arquitecto, no es de esperarse que la supervivencia dependa exclusivamente del comportamiento del prisionero. 


Sin embargo pareciera como si el silencio protegiera, sí, pero al mismo tiempo producía estragos en el psiquismo del que lo practicaba. La vida de relación quedaba atravesada por la suspicacia y la constatación de su inutilidad como fórmula capaz de propiciar alivio y, mucho menos, libertad.




Es un estado de anestesia, uno en el que toda capacidad crítica, siempre ligada a la esperanza de que  produzca transformaciones personales y sociales, se “adormece” y la noción de desvalimiento absoluto termina por imponerse.  Que es precisamente lo que procura conseguir quien perpetra la orden de silencio, el sojuzgamiento de la voluntad del sometido.



Se trata de ese “querer no saber” del que escribiera Primo Levi: la deliberada opción de una práctica que, siendo la del silencio, aturde tanto o más como las torturas que ocurren.


En la actualidad el asunto se repite.  Terrorismo de Baja Intensidad (TBI) se denomina, por parte de los burócratas del Pentágono, al pensamiento crítico que pone bajo su mira las acciones del autoritarismo en el mundo entero.  Es una manera de acallar, mediante la intimidación, mediante la amenaza.  Tras el tecnicismo del TBI, se asoma la orden perentoria: ¡Calla!


Pero existen otras manera, quizás más sutiles pero no por ello menos visibles.  Ejemplar lo que ocurre entre nosotros, por ejemplo, en esta semana en la que se conocieron informes acerca del precario estado de los derechos humanos en nuestro país, la catedralización de los militares prisioneros en la base de Tolemaida, la implicación de miembros de la fuerza pública en crímenes de lesa humanidad, la implicación de un alto oficial de la policía sorprendido en flagrancia transportando cocaína, los escandalosos reportes de pobreza y desempleo de todo el país tomados por el mismo DANE, el asesinato del hijo de un oficial retirado de la fuerza pública por el hijo de otro oficial retirado de la fuerza pública, etc.  Pero los medios, goebelessianamente, minimizan la información acerca de esos hechos y a la par exaltan como noticia central la de otro escándalo, la compra de carros blindados por parte de los parlamentarios.


Más que un escándalo debería alguien analizar si tanta desesperación por protegerse obedece a la intensificación de las guerras entre bandas criminales. Pero nadie lo hará.  La orden de callar esta vez se expresa más o menos así: tapar con un escándalo lo que, de ser seriamente analizado, nos conduciría a salir del estado de anestesia colectiva y trabajar por fin en la construcción de un nuevo país.


La orden es la misma, imperativa como una consigna publicitaria: ¡calla!  De lo contrario… Entonces aprende a contentarte con esta nuda vida, a entretenerte, como un Buda que se mira el ombligo sin inmutarse. 


27 de enero de 2011



 


2 comentarios:

  1. En nuestro país no contamos con una prensa que se acerca a lo profundo y real de los acontecimientos que son atravesados por lo social, lo político, lo cultural, cada vez que se destaca un hecho noticioso, este se relaciona con la violencia callejera,las drogas, los capos, que no permiten develar en si, lo que sucedes con nuestras instituciones sociales, aquellas que sostienen y dan sentido a nuestra sociedad colombiana.

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  2. La elección de los temas a tratar pareciera proceder, fundamentalmente, de un propósito deliberado que, simultáneamenta, decide ocultar todo aquello que ponga en cuestión a las posibilidades reales de transformar este país.

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