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E. BOTERO T.

sábado, 21 de abril de 2012

NI PERDÓN NI OLVIDO


NO OLVIDO NI PERDÓN: REPARACIÓN, JUSTICIA Y TRANSFORMACIÓN

Eduardo Botero T.

Cuando reparamos en quiénes son los que pregonan la necesidad de instaurar el perdón y el olvido como forma de contribuir a la pacificación del país, descubrimos con facilidad que se trata de la voz de los mismos que practicaron la desviación de la mirada hacia otro lado mientras sucedían los procedimientos genocidas de exterminio.  Entonces, mientras que estaba ocurriendo, eran las voces que denunciaban a los que levantaban su voz de protesta para hacer visibles los crímenes, como los responsables del daño de la imagen de nuestro país en el exterior.

Una particular simbiosis se ha dado entre todos ellos al punto de que ya comienzan a considerar lo suyo como parte de gesta de transformación del país, que pasa por la puesta en cuestión de los escasos avances conseguidos por la causa de la democracia: banqueros, industriales, terratenientes, propietarios y directores de medios de comunicación y la corte de columnistas de opinión que intenta dar legitimidad a un proceso que no es otra cosa que la repetición de las mismas causas que condujeron al conflicto social y político que ha afectado a nuestro país desde hace más de 50 años.  Esa sumatoria de esfuerzos, esa sinergia entre determinadores de violencia,  vomita su producto antidemocrático con la fuerza de quien está desesperado y sabe que por acapararlo todo puede terminar perdiéndolo todo. 

Esa simbiosis es particular porque ella combina todas las formas de lucha, las legales y las ilegales, cosa que acostumbra denunciar como particularidad de uno de sus adversarios, razón de la que se sirven para denunciar su ilegitimidad.  Es una manera de escupir hacia arriba en momentos en que no hay viento.  El guante de seda del patrón aristocrático de la capital o la procaz acción del señor semi-feudal que usa el zurriago y la verborrea para disuadir adversarios, ambas son maneras de intentar la consolidación de un proceso progresivamente fascista; es la continuación de una alianza entre jefes que estiman estar blindados contra toda acusación de lumpenización, con jefes que hace rato perdieron la vergüenza por ser considerados, con justicia, verdaderos truhanes del gangsterismo de provincia. 


Solo que ahora esa alianza se revela resiliente, es decir, capaz de practicar la caótica excitación molecular para conservar firme la estructura total.  Molecularmente quiere decir que en el seno de los partidos que forman la alianza bajo el nombre de Unidad, se libra toda clase de luchas que equivocadamente alguien podría considerar evidencia de una fractura en el seno de esa alianza.  Confiados en que la verdadera oposición política transita por un estado de desprestigio coyuntural, aspiran a que, haciendo públicas sus discrepancias, copen la totalidad del escenario político haciendo invisible toda oposición verdadera, toda diferenciación radical.

Perdón y olvido coinciden todos en pregonar, los del guante de seda a través de leyes que exaltan tanto su retórica como simultáneamente revelan su inanidad; los del zurriago, exaltando a la tribuna para que se haga a garrotes, machetes y moto-sierras, con el fin de exterminar toda diferencia capaz de estorbar su propósito de ponerse a salvo de la mano de la justicia internacional, sirviendo de manera sumisa y obsecuente a los intereses económicos y políticos de los países que dominan la esfera mundial. 

Todo esto ha mostrado el carácter de absurdo que lo contiene: la pérdida de la razón de un psiquiatra que se deslizó de los principios iluministas en que se formó académicamente a la retórica propia de cualquier fanático irracional, no es otra cosa que la punta visible de un icberg gelatinoso y tembloroso conformado por el reconocimiento de la imposibilidad de conseguir consenso alrededor de un modelo económico que expulsa a los excluidos con una ferocidad parecida a la que se empleó para disuadir a los opositores. 

Perdón y olvido no es una simple consigna, es una orden.  Una orden cuya eficacia dependerá, definitivamente, más de la decisión de desobedecerla que de la ferocidad de su transmisión.  Exaltar el pasado como lo mejor que pudo habernos ocurrido, argumentar que el estado actual de cosas obedece al abandono de los valores en que se sustentaba dicho pasado y ordenar se practique perdón y olvido con lo que no ha sido  un exceso sino la forma propia e inherente a los propósitos de quienes agencian esos valores es una manera de conseguir el triunfo de un cierto canto general a la muerte sí, pero del pensamiento crítico, y la instauración de un régimen de pensamiento único en que solamente se valide la conformidad y la complicidad como valores supremos y propios de toda banda de gángsters.

Silencio absoluto es lo que se ordena, hoy, por parte de aquellos mismos que ordenaron a muchos ayer y exitosamente: desviar la mirada para otro lado, declarar increíble cualquier denuncia acerca de la práctica genocida y usar el bisturí de la negación anoréxica que la lleva a ver gordura donde reina la emaciación y la caquexia.

Transformar todo aquello que condujo a hacer exitosa la práctica del exterminio no solamente pasa por inhibir el afán de perdón y forzarse a olvidar lo ocurrido; requiere que los agentes determinadores y perpetradores del genocidio paguen por sus acciones y por sus omisiones.  De resto es maquillaje, simple maquillaje…










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