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E. BOTERO T.

domingo, 27 de febrero de 2011

EL HORIZONTE DE NUESTRA ÉPOCA II

UNA ELECCIÓN ÉTICA


Eduardo Botero Toro


Me interrogo acerca de la explicación que Freud da del descontento popular en su Malestar en la Cultura, también traducida como La Civilización y sus Descontentos por otras editoriales.  Allí dice que todo el descontento procede de la relajación de la eticidad de las clases dirigentes…


La experiencia acumulada durante el siglo XX demostró que, para las mentalidades progresistas del mundo occidental la resolución de las inequidades de origen sistémico, estrechamente vinculadas con el capitalismo, no bastaba con la toma del poder, que era indispensable mantener activo el espíritu de transformación so pena de que los procesos revolucionarios terminaran convirtiéndose en nuevas versiones de la vieja tendencia a la quietud y a la contención.  De cierta manera, la relajación de la eticidad de las nuevas clases dirigentes contribuyó sobremanera a la producción de un descontento que se expresó reproduciendo los mismos vicios capitalistas en el seno de la que se consideraba patria del socialismo.

Los acontecimientos actuales en el mundo árabe, que afectan países de diversa tendencia política, revelan la verdadera catadura de gobiernos capaces de atrocidades que no se diferencian en iniquidad y horror de las cometidas por sus adversarios políticos.    

A la luz de lo anterior es que me pregunto si la explicación de Freud no es otra cosa que versión de una concepción voluntarista que, por una parte, sobrevalora el verdadero poder de las que llama clases dirigentes y, por otra, supone que los acontecimientos sociales dependen exclusivamente de las decisiones de los gobernantes y de las clases que los respaldan. 

El descontento de muchos pueblos se correlaciona directamente con el tipo de sistema que se diseña y se procura imponer desde los lugares de decisión multilaterales a los que diferentes gobiernos se someten con el fin de conseguir apoyo para su perpetuación en el poder.  Los organismos multilaterales no recomiendan, no aconsejan, sí condicionan sus acciones a que los gobiernos demuestren su adhesión y defensa del tipo de sistema que imponen. 

Muchas de estas decisiones arrojan sin contemplación ni piedad a muchos a los terrores de la pobreza y el hambre.  Por una parte, facilitan la conversión de los derechos sociales en mercancía, por otra legitiman el uso de los bienes de los trabajadores en beneficio de los intereses que se defienden en las especulaciones de bolsa y, finalmente, exigen de los afectados completo sometimiento a las medidas con la amenaza de considerarlos terroristas y condenarlos a un trato que cada vez se aleja más de todo respeto por la condición humana.

Endurecer las acciones gubernamentales, así se invoque la defensa de intereses supremos (la patria, la revolución, etc.) sin considerar que todo el sacrificio reposa sobre las mayorías de la población sin que las minorías vean perder ni siquiera el mínimo de sus beneficios, no representa el relajamiento de la eticidad de las clases dirigentes sino que obedece a la razón de ser y de mantenerse toda aquella clase que supone ser capaz de representar los intereses de toda la sociedad. 

El descontento crece porque las soluciones a los reclamos de la población se aplazan en beneficio de la manutención de ese estado de inequidad que los utiliza como ardid para apoderarse de los gobiernos y como objeto de sindicación cuando consiguen tal poder. 

No es gratuito que las extremas del espectro político superen su tartamudez lanzando acusaciones del mismo corte contra sus adversarios: todos coinciden en minimizar el alcance de las protestas y en señalar que las que ocurren obedecen a la perniciosa influencia de otros. 

No será posible adentrarnos en el entendimiento de lo que está sucediendo si desconocemos esta realidad del descontento: un descontento que procede de un sistema que está herido de gravedad con cuya recuperación han fracasado todos los intentos, incluso los que a manera de salvavidas le han lanzado algunos gobernantes reputados como de izquierda. 

Claro que el poder sobre los yacimientos de petróleo y su comercialización, no cabe la menor duda, será el motivador esencial de los posicionamientos de todas las fuerzas que pugnan por sacar provecho de la situación.  Pero en esta ocasión observamos que los descontentos procuran mantener un estado de movilización permanente, que no cesa consiguiendo el derrocamiento del respectivo dictador y que se mantiene atento a las acciones gubernamentales que se lleven a cabo.

Las clases dirigentes se hacen a un acomodamiento en aquella ética que les facilite mantener como sofisma el hecho de representar los intereses de toda la sociedad al tiempo que se procuran la satisfacción perpetua de sus propios intereses pecuniarios.  Una verdadera doble moral que los coloca en el lugar de una inestabilidad que deben corregir apelando a la crueldad de la violencia contra las mayorías.     

1 comentario:

  1. El análisis de E. Botero refleja la situación de inequidad e inegualidad de la sociedades postmodernos no solo las occidentales sino las orientalistas y autoritarias.Las sublevaciones ocurridas en el mundo árabe(magreb) han trascendido del régimen tunecino (cleptocracia); basado en el robo y corrupción,al egipcio del autoritarismo de Mubarak, a la revuelta sangrienta de guerra civil que explota en la Libia de Gadaffi.Pero solo han sido los recursos energeticos de Libia los que han logrado la intervención de la ONU apoyando la oposición,son los mismos países europeos que apoyaban la dictadura de Gadaffi cuando negociaba el crudo como factor de poder y que solo cuando sus intereses han sido tocados, se aprestan a defender los ideales de democracia occidentales.




    Pienso que la obra de la artista plástica colombiana:"SHIBBOLAT" de Doris Salcedo muestra con su gran grieta en la Tate Gallery de Londrés, la ruptura entre los mundos, no solo el norte protegido por muros y barreras de puas del sur bárbaro y violento sino que dentro de los mismos sistemas, la ruptura se extiende como una gran mancha, separando con gehettos y alambradas, las muchedumbres que claman por un pedazo de pan, como lo hizo Mohamed Bouazizi en un acto desesperado, violento y sin retorno: su propia inmolación.

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