Por Eduardo Botero T.
CADÁVER DE IVÁN RÍOS |
Como se
trata de lectores de otras latitudes, explicaré lo que ha motivado este ensayo,
ya que entre nosotros la noticia ha sido difundida con especial despliegue y
muy pocos deben desconocerla.
El
encargado de la seguridad de un jefe guerrillero de altísimo rango (como que
hace parte del Secretariado de las Farc, máximo organismo de dirección de esta
guerrilla), según él, acosado por la persecución de los militares del ejército
colombiano, decidió dar muerte a su jefe, cercenarle su mano derecha para
proceder luego a entregarse al ejército, demostrar que había matado al jefe
mediante el cotejo de su huella dactilar y cobrar la recompensa que se ofrecía
por él, cinco millones de dólares.
Hay que
advertir que en estos momentos el ejército colombiano despliega una operación
encaminada a derrotar al movimiento guerrillero más antiguo del mundo y que,
tal como lo relató el jefe de seguridad del guerrillero, mantiene operaciones
de cerco y de reducción sobre diversos frentes de esa guerrilla.
La
campaña del ejército colombiano hace parte de la llamada Política de Seguridad
Democrática, entre cuyas acciones se encuentra la del pago de recompensas a
quienes informen del paradero de personas que dirigen a la guerrilla. En virtud de esta acción, el jefe de
seguridad del guerrillero, hizo saber su intención de cobrar la recompensa.
TRAZAS
DE SUBJETIVIDAD EN UNA POLÉMICA
El jefe
de seguridad del guerrillero no acababa de terminar su versión ante las
autoridades militares, cuando se desató una polémica cuya realización es la que
verdaderamente motiva este ensayo. Los
medios de comunicación de inmediato se pusieron a la tarea de averiguar con
juristas y funcionarios del estado, la pertinencia o no de entregar los 5
millones de dólares a quien había procedido de ese modo. En el imaginario de los periodistas y de la
población, la mano cercenada del jefe guerrillero se mantenía expuesta a la
curiosidad de todos: valía cinco millones de devaluados dólares.
Lo más
llamativo de todo esto es que un acto de descuartizamiento reciente, y parcial,
pasaba a cubrir con un manto de retórica pseudoacadémica, el hecho de que ya
este gobierno ha pagado jugosos premios a practicantes del descuartizamiento
sistemático a través de una débil justicia que los ha premiado con la
disminución de la pena de cárcel y la conservación de las tierras expropiadas
en beneficio de los intereses privados de una minoría terrateniente de la cual
procede el actual jefe de estado.
¡Gran
escándalo sobre las implicaciones éticas del asunto!
Otro
aspecto escamoteado al tenor de la vociferación retórica, ha sido el hecho de
que la baja del comandante guerrillero no fue propiciada por la información
dada por un desmovilizado que, ya desmovilizado, hubiera indicado con precisión
el lugar donde se encontraba el perseguido.
Una simple liquidación de cuentas, propia del mundo gangsteril, se ha
querido mostrar como también valedera al momento de decidir el pago de la
recompensa. El escándalo con el Rólex
encontrado en la mano de Raul Reyes, quedó cubierto por el interés utilitarista
en la mano de Iván Ríos: cinco millones de dólares pueden más que el valor del
reloj.
Se cree
de modo sincero por parte de algunos que todo esto constituye un escándalo
mayor. Lo que uno debería preguntarse es
el por qué de la vacilación existente, del no saber qué hacer y cómo hacerlo,
por parte de los gestores de la política de recompensas inserta dentro de la
política de Seguridad Democrática. Y hay
que atreverse a postular algunas hipótesis al respecto.
En
primer lugar, lo escamoteado inicialmente, permite aventurar la primera: la
legitimación de la práctica del descuartizamiento como método para justificar
los fines de una acción, existe antes del suceso. Ya antes de lo sucedido, explicaba, los
practicantes del descuartizamiento estaban obteniendo beneficios para sus
condenas por el solo hecho de confesarlos y, socarronamente, adjudicar las
responsabilidades de tal modo que la confesión misma se ha convertido en un
nuevo frente de batalla contra enemigos políticos. Es decir, el Estado ya estaba pagando
recompensas, sin escandalizarse por el uso de la motosierra, a los practicantes
del descuartizamiento. Pero treinta años
menos de pena para un acusado por cometer masacres, no es lo mismo que cinco
millones de dólares en poder de un adversario recién bienvenido a las huestes
de los desmovilizados.
Esto
permite la segunda hipótesis: el festín de los honorarios hace que muchos juristas
se valgan de toda clase de recursos retóricos para defender la legalidad del
pago de la recompensa: en dinero contante y sonante solamente el 10% de cinco
millones de dólares inspira a muchos a postularse candidatos a la defensa del
que muy seguramente demandará en caso de que no le sea pagado el dinero
prometido. La codicia, la avidez, la
avaricia: esos antiguos pecados no logran disuadir a algunos y se lanza de
bruces a cometerlos, conocedores como son de que no existe infierno en la otra
vida, suficiente este en el que han aprendido a vivir, con todos los lujos y
placeres, mientras el resto de mortales están condenados a trabajar de verdad
para sobrevivir.
Una
tercera hipótesis explica el comportamiento de los ciudadanos que como
espectadores del espectáculo, participan en las encuestas diseñadas por los
medios de comunicación: el 83% de los encuestados por una cadena radial está de
acuerdo con el pago de la recompensa al encargado de la seguridad del jefe
guerrillero. Hay que decir que en este
caso no se trata de interés utilitarista alguno, por lo menos en
principio. Si pensamos en el largo
plazo, la demanda por recompensas, se extenderá de aquí en adelante por todo el
territorio nacional y entonces ahora sí conoceremos los colombianos las ordalías
propias de la cacería de brujas. Esa
entidad abstracta denominada “la mayoría”, puede estar dando sus pasos para
constituir el consenso necesario que legitime toda la arbitrariedad como
justificada por la gloriosa defensa de la patria sumada a la promesa de
convertirse en propietarios.
Por lo
pronto no más hipótesis.
UN
ANTECEDENTE EN LA NARRATIVA POPULAR
PAISA
En un
examen de comprensión de lectura los examinados recibieron el siguiente texto
de cuya lectura debían responder unas preguntas que establecerían su nivel de
comprensión. Guardo copia del mismo y
paso a trascribirlo tal cual.
UNA
LARGA Y MOVIDA VELACIÓN
Topó Pedro
Rimales un hombre que llevaba una manada de marranos y le dijo:
- ¿Pa
ónde va con mis marranos? ¡Aguardate y verés!
- ¿Sus
marranos? ¡Más harto! Estos marranos no
son suyos. Son de un señor que los manda
a vender a la feria.
- ¡No
m’hijo! Esos marranos son míos, mire la
marca y verá.
- ¿Y
qué marca tienen?
- Un
hoyito debaju’e la cola.
Miraron la
marca en cada marrano y, como todos la tenían, el arriero las entregó y se fue
de güida, no fuera y lo cogieran con los marranos robaos.
Entonces Pedro
Rimales se fue pal pueblo y los vendió a la carrera, pero puso la condición de
que le devolvieran las colitas apenas los mataran.
Se fue con las
colitas y las enterró en un pantanero muy grande y muy espeso que había en la
entrad’el pueblo. De ai mandó llamar a
un carnicero y le dijo, mostrándole las colitas:
- Vea,
hombre, los marranos que traía pa la feria.
Yo que tenía que vendelos temprano pa volveme pa la finca. No me puedo demorar. ¿Usté por qué no los saca? Yo se los doy baraticos pa que los
desentierre.
El carnicero
le ofreció la mitá de lo que pensó que valían, carculando por el tamaño de las
colas. Pedro Rimales le aparó la caña y
se largó.
El carnicero
le mandó razón a su ayudante pa que viniera con unos recatones. Así que el ayudante vino y se metió a sacar
el primer marrano, jaló de la colita y se quedó con ella en la mano.
- ¡Tan
podridos! – Gritó.
- ¡Podrido
tarés vos! ¡Si se acaban d’enterrar!
Metieron las
palas y recatones y no toparon nada.
- Ve
aquel desgraciao, cómo me engañó. Aquí
como que el único marrano qui hay soy yo.
……………..
Con la plata
de los marranos se fue a parrandiar Pedro Rimales, hasta que se quedó sin
cinco. Se puso a ver qui hacía y
resolvió ise para la casa.
Tando allá una
tarde, dice la vieja, la mama:
- ¡Yo
sí que tengo como hambre! ¿Ustedes por
qué no me dan alguito de comer? ¡Tengo mucha hambre!
- ¿Sí?
–dijo Pedro Rimales-. Andá mano Juan, traé tres almudes de maíz pa que li
hagamos una mazamorra a esta vieja a ver si deja de quejase tanto.
Mano Juan
trajo el maíz, lo pilaron y montaron l’olla.
¡Una olla grandota!
Así que estuvo
la mazamorra le dijeron a la vieja:
- Ai
tenés, pa que no digás que tas con hambre.
¡Ahora te la comés toda!
La vieja se
sentó a comer hasta que estuvo piponcha.
- Ya
no quiero más, m’hijo.
- ¡Te
la comés toda!
La vieja
siguió comiendo y comiendo hasta que reventó.
Ai cayó muertecita. Entonces dijo
Juan, el hermano de Pedro Rimales:
- Vamos,
mano Pedro, a llamar al cura pa que la entierre.
- No. Ni riesgos –contestó mano Pedro, que tenía
una pica vieja con el cura-. No lo llamemos todavía. Dejate a ver…
Se fue y
amarró a la vieja encima de un muleto
cerrero, bien amarrada; y li’amarró una lanza debaju’el brazo. Di ai cogió y ensilló la yegua pajarera qu’era la
mama del muleto y que estaba muy arisca porque hacía días que nadie la montaba,
y fue y le dijo a mano Juan:
- Tenga:
vaya y llévele esta yegua al cura y dígale que venga; ¡pero no le diga pa
qué! Que aquí se necesita su presencia…
Mano Juan le
llevó el recao al cura, que había tenido un disgusto con la vieja y creyó
qu’ella lo mandaba a llamar pa arreglar el asunto, pasada la rabia, qu’era
seguro que le tenía por lo menos su buena gallina gorda, bien arreglada. Montó y salió del pueblo al trotecito, más
alegre que unas pascuas, saludando a lao y lao. Pero por allá, en medio del
camino, siempre le dio desconfianza de pensar que tal vez la vieja estuviera brava
todavía. En fin, que cuando llegaba
horquetiao en la yegua pajarera, Pedro Rimales, que estaba escondido teniendo
el muleto con la vieja encima, lo soltó, y el animal salió a todo correr p’onde
la mama, con esa vieja amarrada encima y armada de lanza gorobeta.
Esto que ve el
cura y palidece, se li abren los ojos y se le para el pelo y se siente perdido
como atrapao en emboscada y más se asusta tuavía cuando oye los gritos de Pedro
Rimales que gritaba:
- ¡Curra,
padre, que lo mata mi madre! ¡Curra, padre!
Y en un brinco
de la yegua fue a caer a un tunero,
junto di un abejorral.
------------------------
- Ahora
sí, enterremos a mi madre –dijo mano Juan.
- No-
contestó Pedro-. Todavía no.
Por ai
cerquita vivía una mujercita que hacía chorizos, rellenas y empanadas y que
había hecho centavitos con el negocio.
Llevó Pedro
Rimales la muerta al solar d’esa vieja y la acomodó en cunclillas, como
si’estuviera cogiendo una col de la güerta.
Cuando al rato
dice la rellenera izque:
- M’hija
(a una hija que tenía). Andá a la güerta
y me traés unas hojitas de col y unos tomaticos pa echales a estos envueltos.
Sale la
muchacha, cuando se encuentra a la vieja y vuelve onde la mama y le dice:
- Mama:
allá hay una vieja robándose las coles.
- ¿Si,
m’hija? Vea: tenga esta mano de piedra y aviéntesela pa que no siá descarada.
¡Vieja atrevida!
Va la muchacha
y le avienta la piedra, y ai mismito sale Pedro Rimales:
- ¡Cuidao,
cuidao! ¡Vea como le dio a mi madre!
- Ah…
y si estaba robando coles.
- ¿Y
por una hojita de col… vustedes me matan a mi madre? Aguárdesen y verán me voy
p’onde l’autoridá. Voy a poner el
denuncia pa que las zampen de patas y manos al presidio.
- ¡Ay,
no señor; no ponga el denuncio que nosotras le damos lo que quiera!
Esto era lo
que esperaba Pedro Rimales y ai mismo dice:
- Bueno:
pues me dan tánto en plata y todos esos envueltos y chorizos y rellenas que
tienen.
- Bueno,
señor –dijeron las mujeres muy confundidas.
Y el alzó con
todo lo que había.
------------------
- Bueno,
Pedrito –dijo Juan-. Ahora sí enterremos
a mi madre.
- No.
Todavía no –dijo mano Pedro.
L’amarró otra
vez a caballo y salió con ella pal pueblo.
Por el camino, alcanzaron a un hombre que llevaba una mula con una
cargu’e caña. La yegua en que llevaban a
la vieja comenzó a morder hojitas de la carga, hasta que el arriero se’nojó.
- Vea,
señora: ¡hágame el favor y contiene ese animal que me está dañando la carga!
Pero la vieja
no hizo caso.
El arriero
volvió y le dijo de buenos modos dos o tres veces. Y nada.
Hasta que se emberriondó ese hombre y sacó un arriador y ¡guape! Tumbó la vieja. Y salta Pedro Rimales que venía detracito:
- ¿Por
qué me mató a mi madre?
- ¿Esa
vieja era su madre?
- Claro,
hombre. Esa era. ¡Matame a mi madre por unas hojitas de caña!
¡Ahora mismo voy a poner el denuncio!
- ¡No!
¡No lo ponga señor! Yo le doy lo que quiera y no lo ponga.
- ¿Vos,
qué me podés dar?
- Le
doy una finquita que tengo. Ya mismo le
hago la escritura si quiere.
- Hacela
pues…
---------------------
Pedro Rimales
llegó con el zurrón de la vieja a la iglesia y la acomodó en un
confesionario.
Así que el
cura la vio, dijo: Allá viene aquella vieja a confesase, después de la que me
hizo pasar. ¡En fin… vamos a
confesala. Eso es que viene arrepentida.
Se arrellana
bien el cura y dice:
- A
ver, viejita: ¿cuánto hace que se confesó?
- ………..
- ¿Qué
cuánto hace que se confesó?
- ………..
- ¡Diga
sus pecaos!
- ………..
- ¡Que
diga sus pecaos!
- ………
- ¡Bueno:
si no se quiere confesar, retírese, hágame el favor! ¡Que se retire ya mismo! (Ve, este demonio’e
vieja cómo no hace caso). ¡Aguardate ai!
Se levanta el
cura hecho una tatacoa y saca un guarapazo; ¡guape! Allá l’aventó.
Y salta Pedro
Rimales:
- ¡Padre,
por Dios! ¡Cómo le pega a mi madre!
- ¡Ah,,,
Y si no hacía caso!
- ¿No
ve que ella está muy sorda y muy vieja?
Hay que hablale duro… ¡Pero vea!
Si fue que la mató. Ya mismo me
voy p’onde la autoridá y dale parte al señor obispo.
- ¡Hombre
Pedrito, no vas! No vas y arreglemos
esto de alguna manera….
- A
ver, padre: ¿cuánto me dá?
Y el cura no
tuvo de otra que dale lo que tenía.
De ai Pedro
Rimales acomodó a la vieja, hincada junto al altar con un libro en la mano,
leyendo. Cuando iban a cerrar la iglesia
llega el sacristán y le dice que se salga pa juera, que ya estaba muy tarde.
Vuelve el
sacristán al rato y la encuentra ai.
Vuelve y le dice y la vieja sin hacer caso. Hasta que se ofusca todo y la va a sacar a
estrujones y allá cae la vieja.
- Vea,
hombre –dice Pedro Rimales, que estaba escondido en el confesionario-. ¡Me
matates a mi madre!
- Ello
no.
- ¡Ve!
¡Mirá!
El sacristán
dice a sudar frío. Pedro Rimales
aprovechó el susto y le sacó gratis el entierro. Pero no fue un entierro cualquiera. No señor: entierro de primera, cantao y con
procesión encabezada por la vieja en su muleto.
Salieron el señor cura, el sacristán, el alcalde y el boticario, que en
este tiro no había puesto mano en el asunto.
Y detrás, chirimías y una manada de muchachos haciendo parranda.
Pedro Rimales
y mano Juan se estuvieron bebiendo trago mucho tiempo, hasta que se les acabó
la plata.
NO PUEDE ESPERARSE MENOS
El crimen paga, es decir, el fin justifica los
medios. ¡Valiente gracia un gobierno
dispuesto a repetir especularmente lo mismo que censura en los horrores del
adversario!
Lo que se avecina es más horroroso que el horror
conocido por todos hasta ahora. Al tenor
de un entusiasmo de triunfos parciales, el hedor de los cadáveres no será
obstáculo para que los zopilotes se acerquen a ellos violando todo mínimo
principio de compasión y de humanidad.
Los métodos propios de los gángsteres, son entronizados entre los
valores supremos del estado de derecho y de la democracia. El mensaje de los que admiten este proceder
es claro: lo que sea, como sea, con tal de lograr los objetivos.
Pero también aplica aquí la denuncia contra quienes no
han reparado en usar cualquier medio con tal de lograr sus fines: el medio
describe, por sí mismo, la realidad
del fin que se promete. La correlación
de fuerzas en la confrontación entre el trabajo honrado y el crimen, sigue
favoreciendo a éste último. Todos los beneficios están de su parte. Los
fabricantes de armas del primer mundo tendrán una nueva oportunidad para
maximizar sus utilidades.
Y en el desván de los recuerdos y de la nostalgia,
sonará como un exabrupto, la letra de aquel tango que suena desde hace tiempos
con el título de “Sangre Maleva” y que pone en boca de su protagonista, el Zurdo Cruz Medina estas palabras
pronunciadas mientras agoniza rodeado por agentes policiales:
No me
pregunten, agentes,
quién fue el
hombre que me ha herido
porque eso es
tiempo perdido
pues yo no soy
delator.
¡Déjenme no
más que muera!
-y de esto
nadie se asombre:
que el hombre
es para ser hombre
no debe ser
batidor…
Nostalgia que abroga inclusive el alma de los hampones
que, también, como otros, han perdido todos sus valores. A lo mejor estos fueron siempre una leyenda
útil en su momento y como toda leyenda, al servicio de modo de aprestigiar la
criminalidad.
¡Cinco millones de dólares! Se escuchan ofertas, señores…
-
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