Por Eduardo Botero Toro
¿Venganza? ¡La mía!
En primer lugar, él está muerto,
totalmente, sin atenuantes, líchigo. En
segundo lugar, sus crías andan de huída, cambiándose los nombres. En tercer lugar, la tía Rubiela, que vivía
tan agradecida con los regalos del mafioso, sufre de una esclerosis múltiple
que no la deja en paz ni un segundo. En
cuarto lugar, los aliados del capo, andan también de huída, unos que creyeron
que volviéndose poder político podrían ponerse a salvo, qué va, no han podido,
otros haciéndose más malos que el más malo, andan pactando entregas con sus
perseguidores a trocando vida, bienes y
delaciones, por rebaja de penas. ¿Honra?
Qué honra…
Y yo que era el único de esa
caterva de morrongos que no le comía cuento
a ese tontoniel empujado, aquí estoy, viéndolos a todos huir cada cual cogiendo
quién sabe qué caminos para ponerse a salvo no de las autoridades sino de ese
pasado que los carcome, los atormenta y los mantiene empepados de cuenta del
Dr. Sanalotodo que no le niega a nadie ninguna pastilla para calmar la nervia
que se los come.
Por eso digo que venganza-venganza,
la mía… Es que así se trata a las
venéreas, con nitrato… Ni trato con rufianes, ni trato con lavadores, ni trato
con gente que usa la retórica como disfraz de la decencia. ¿Qué me quedé solo? Pues, con semejante compañía, para qué estar
acompañado, digo yo. ¿Qué todos pensaban
que era el bobo de la casa? Pues sí,
nada mejor para alguien inteligente hacerle creer al que se las da de vivo, de
que es un idiota. Hamlet bendito!
Yo veo el fantasma de mi padre
asesinado primero psicológicamente y después físicamente por el bobo azuzado,
que porque dizque era comunista y él iba a acabar con todos los comunistas para
que lo dejaran entrar al Club de Los Elegidos por la puerta de adelante y no
por la de atrás, que ya le fastidiaba. Es
que ni siquiera el arzobispo iba a dejar que lo veláramos que porque era un
incrédulo, cuando mi mamá y mis hermanos y mis tíos todos eran católicos
camanduleros. Todos acudieron al Dr. Sanalotodo a preguntarle por mi caso, mi
caso, sí, mi negativa a hacer parte de la natillera mafiosa organizada por los
lugartenientes del rufián y el Dr. Sanalotodo les explicaba que mi padre sufría
de una enfermedad mental muy grave que yo había heredado.
¡Y dele a recetar pepas qué
fascinación por las pepas legales!
Yo me negué a tomarlas sabía que
cuando se tienen ideas claras lo peor es llenarse de químicos para
desbaratarlas y poner la mente al servicio del que te atosiga preguntándote
cuánto has dormido, si estás comiendo o no y si tienes ideación suicida activa
o no. Y mi idea era clara frente al
propósito de pertenecer a esa feligresía semi-clandestina que consiguió formar
el mafioso. No quería pertenecer a
ningún culto, menos a uno que hacía de la deslealtad y del sicariato sus
máximos oficiantes. Allá ellos con sus
ganas de ser industriosos sin sudor, de ascender en la escala social soplando
bazuco y lamiéndole el culo a los lugartenientes del capo.
Por eso insisto que venganza
propiamente dicha, la mía. Ellos han
quedado infestados soportando el sabor del sarro en sus lenguas, dándose golpes
de pecho ante la imagen de María Auxiliadora y la tía Rubiela sollozando porque
la epe-esa no le autoriza el
medicamento que le recetó un colega del Dr. Sanalotodo. Que por costoso. La misma vieja que desfilaba montando el
mejor de los caballos de los establos de un socio del rufián, cada año, religiosamente,
nada más que para ser vista… La pobre tía Rubiela…
El hijo de puta mandó a matar a mi
papá y en lugar de generar mayor repudio entre sus descendientes, estos se
dieron a la tarea de probar fidelidad absoluta a sus caprichos y mandatos. Había qué ver cuando llegaba a casa,
antecedido por una caterva de escoltas que movían todo de arriba abajo para
cerciorarse de que no corría peligro alguno.
¡Cómo salía despedida la tía Rubiela! gritando: ¡Llegó Saulo! ¡Llegó
Saulo! Y todos detrás de ella formando graniadito un corrillo alrededor del
imbécil que no dejaba de andar como si se tratara del amo y señor del
universo. Y de las casas vecinas salía
gente por montones con ganas de saludar directamente al Patrón y este se
escabullía hacia adentro para salvarse de la romería. Y preguntaba por mí el hijue puta y la tía
Rubiela diciéndole “vos sabés Saulo que él es muy raro y nada que logramos
forzarlo a tomarse la droga recetada por el Dr. Sanalotodo” y entonces el
vergajo no preguntaba más y yo me tenía que poner en posición fetal para tratar
de no escuchar la algarabía que se formaba.
Y ella entraba a mi pieza a decirme “mirá comunista hijueputa –ella era
hermana de mi mamá- si no te parás a saludarlo, te embuto la droga en
inyecciones así no te volvás a parar en años, malparido”. Y yo entonces me metía medio alkaseltzer en
la boca y empezaba a “convulsionar”, sabiéndome golpear lo suficiente como para
que los golpes y la babaza que me salía por la boca la convencieran de que lo
mejor era largarse de mi cuarto…
Mi venganza ha sido simple, hacerme
el bobo todo este tiempo. Mi cansancio
es evidente. Tal vez por eso me pongo a
escribir. Como para recordar que yo era
hasta inteligente, que hubiera podido llegar muy lejos si hubiera hecho parte
de esa jauría de hijos de puta. Llegué, a mis 70, vivo. Que es mucho decir en este país.
"Cuando estoy entre locos me hago el loco" (Diógenes, el cínico; 412 AC-323 AC).
ResponderEliminarheroica venganza para tan nauseabunda realidad
ResponderEliminar