Por: Eduardo Botero Toro
En coro se postula la declinación
del Nombre del Padre como acontecimiento característico de la cultura. Se dice que la misma explica la
extensión y la profundidad de su
malestar actual. Es un decir que
armoniza las aproximaciones sociológicas y psicológicas, que abandonan sus
discrepancias tradicionales para fabricar este canto al unísono.
Ni la ferocidad de los seguidores
de Alá, los de Yahvé y los de Dios, ni la exaltación furiosa de los dirigentes
conservadores elegidos por ciudadanos, ni la proliferación de bandas criminales
organizadas alrededor de la promoción y la defensa de un capo, parecen
significar mayor cosa para quienes
postulan esa declinación del Nombre del Padre.
Tampoco la buena salud de que gozan las monarquías europeas, pasados más
de dos siglos de ocurrida la Revolución Francesa…
La estadística que muestra la
deserción del padre de familia y la emergencia de la llamada familia
monoparental cuya dirección corresponde a la madre cabeza de hogar, parece ser el único hecho que probaría la
verosimilitud de lo postulado.
Encargado de la función de regular
el deseo mediante la ley, la relajación de la relación de los ciudadanos con
esta última, haría de la declinación del Nombre del Padre explicación
suficiente para entender el actual estado de cosas, consecuencia nefasta de esa
relajación. El malestar entonces no
provendría de la necesaria represión del deseo para efectos de conseguir la
armonía social, sino, por el contrario, de su desbordamiento.
Habría malestar entonces porque
existe anarquía, porque la fuerza pulsional se ha desbordado y la entrega de la
economía a la dependencia del salvajismo del mercado, contraría la formación social que reflejaba el autoritarismo
de la producción que delegaba en el Estado el papel de verdadero Padre capaz de
regularla.
Faltando el padre en casa, se
explicaría que los ciudadanos hijos de esos hogares monoparentales, encabezados
por las madres cabeza de hogar, no estarían dispuestos para aceptar la
regulación y ejercerían una especie de encargo tácito en virtud del cual
fracturarían la solidez de los nexos sociales otrora capaces de encausar sus
energías en la perspectiva de obtener metas de engrandecimiento de cada quien
por la vía de su contribución al engrandecimiento colectivo. De esta fractura provendrían los
sentimientos de inseguridad y de temor predominantes.
Presentadas de este modo las cosas,
el malestar actual provendría de ese ejercicio anárquico de los ciudadanos,
capaz de subvertir el orden de un Padre debilitado por la acción. Los sentimientos de inseguridad y de temor
frente a la vida, serían la consecuencia de la misma acción y su remedio
estaría en la restitución de un Padre vigoroso y altivo encarnado en la figura
de un hombre que hubiera dado muestras de haber reprimido en él mismo, toda
tentación a la relativización y al ejercicio de la libertad. En otras palabras, de alguien que demostrara
no haber sucumbido al desbordamiento pulsional y promoviera la restitución de
esa fortaleza como única vía de escape a esos sentimientos de inseguridad y de
temor predominantes en el humor de la
colectividad.
El maquillaje de los dirigentes en
campaña electoral, la ferocidad militante de los feligreses y las hagiografías
de los capos, se sumarían al posicionamiento de las monarquías en el corazón de
los consumidores de banalidades y de chismes, todo dispuesto para que por parte
de los ciudadanos se realice un acto típicamente paterno: su adopción. El engranaje de la publicidad todo el tiempo
solicita de los consumidores realizar el acto de adopción de esas figuras
dispuestas allí, en el escenario, para ser adoptadas por el público cuya
capacidad de admiración bascula entre la adopción de las figuras que promueven
la conservación de los valores y las que simulan el cuestionamiento de los
mismos.
Porque en la dirección de la
cultura (¿tiene una dirección la cultura?) lo que se lleva a cabo es la
explícita capacidad de combinar todas las formas de ejercer el poder, sin
despreciar ninguna vía, ni siquiera las vías ilegales, por fuera de toda ley,
con tal de mantener invicta la provisión constante de bienes y de servicios
para la mayor gloria de unos cuantos. “Adóptanos”
es una consigna que hace caso omiso de la dialéctica y eleva lo contradictorio
al plano del ideal.
Un poder que al tiempo que promueve
la prohibición de matar, mata y así con todo.
La adhesión a ese poder es la
propia del soldado que cumple órdenes y carece del derecho a cuestionarlas. Es
el soldado el que ha adoptado a su jefe, no al contrario, aceptando todo el
sacrificio que sea necesario para mantener viva su determinación.
Puede ser que el padre falte en
casa, pero no sucede así en el ámbito público.
Como un espejo que se ha roto en mil pedazos, cada fragmento reclama
estar autorizado para ser reflejo de lo que acontece. Y ejerce su función, adoptando cualquiera de
los representantes de las figuras de autoridad, haciendo caso omiso de la
justificación de sus discursos y de su correspondencia con las ideologías: los
indios dejan de adorar a sus dioses y los cambian por el de los conquistadores,
los “maras” salvadoreños inscriben en sus cuerpos la cruz esvástica, los hijos
de las aristocracias criollas negocian bajo cuerda con los hampones para
mantener vivos sus privilegios de casta y los servicios secretos de las
democracias contratan como asesores a los encargados de desmentirlas…
Declinar es sinónimo de
difuminación, de desaparición, de ausencia.
Años antes del ascenso de Hitler al poder, fue el diagnóstico compartido
por millones de ciudadanos en el mundo occidental que adoptaron la figura de este
personaje como encarnación capaz de restituir el orden. Y el actual orden de cosas mucho debe al
éxito de esa ideología que estableció el modelo del campo de concentración como
modelo de organización social a través de lo que se ha llamado sociedades de
control por unos, sociedades disciplinarias por otros.
Relajando (ellos dicen:
flexibilizando) toda ley garantista de los derechos ciudadanos, el modelo de
organización mafiosa ha ido reemplazando paulatinamente el llamado estado de
derecho, y el éxito de la operación se debe, en buena medida, a las contribuciones
extra-legales de ese lumpen-proletariado que fue capaz de realizar a su modo,
su propia revolución.
Todo esto no habla de la
declinación del Nombre del Padre como si de su regresión a la figura del padre
de la horda primitiva. Pa’qué derechos
democráticos, ahora lo único admisible (adoptable) es la ciega obediencia.
Y vistas de este modo las cosas, se
hace obligatoria la pregunta acerca de si el malestar actual, que
progresivamente se expresa a través del resurgimiento de la protesta social, no
es un síntoma de la muerte de la convicción de los dirigentes en las bondades
propias del capitalismo que han encarnado y sus instituciones políticas que han
corrompido.
Las protestas cada vez son más fuertes
y cada vez revelan nuevos datos que nos sirven para pensar que su extensión alcanza
inclusive a sectores que tradicionalmente han hecho las veces se gratuitos
defensores de intereses ajenos. No
solamente en Frankfurt ha sido visible la adhesión de las fuerzas policiales a
las marchas de protesta que se han negado a usar sus bastones y gases en contra
de los manifestantes. El descubrimiento
de las adhesiones por parte de las autoridades policiales y militares no a la
autoridad de los estados sino a alguna de las facciones lumpen-proletarias que
controlan los mercados de productos ilegales, no consigue mantener incólumes
las relaciones de obediencia al superior.
Es probable que la progresiva alfabetización sumada al efecto sobre sus
bolsillos de las medidas económicas tomadas por quienes quieren seguir siendo
privilegiados al momento de salvarse de
la hecatombe, les lleve a pensar en lugar de simplemente obedecer.
La emergencia y desarrollo de las
nuevas tecnologías de comunicación, que han horizontalizado la misma con la
facilidad de la inmediatez y de la simultaneidad, dificultan la instauración de
un pensamiento único destinado a encauzar el malestar ciudadano en una
perspectiva afecta a los intereses de unos pocos. El modelo de la banda de gángsters choca con
esta realidad que le impide mantener en la ignorancia a sus integrantes. Somos testigos del surgimiento de una nueva
existencia del ágora que no requiere de
nuestra presencia física para congregarnos y comunicarnos. Todos los intentos de regulación son
fácilmente superables por la acción de personas cualificadas tecnológicamente
para inutilizarlos. Si la
insubordinación coordinada fue imposible en los campos de concentración y de
exterminio nazis, esta nueva versión del campo de concentración que son las
sociedades de control, podrían demostrar posible lo que entonces fuera
impensable.
Y la sucesión de figuras destinadas
a restituir el buen Nombre del Padre de la horda primitiva, se puede convertir
en un verdadero sainete, en una representación que no por cómica deja de ser
trágica, de su imposible restitución.
Caricaturas de padre autoritario, serán cada vez más incapaces de
desmentir su adhesión a un modelo de estado tomado por verdaderos rufianes sin
vergüenza. Encargados de servir a un
solo amo, a ese espejo roto en mil pedazos y a cada uno de cuyos fragmentos que
se pide los adopte como padres, quedará
imposible reflejar una sola cara de la moneda y en sus lunas aparecerá la impotencia de la
caricatura para agotar el reflejo de la realidad en ella misma, en su
figura. La dialéctica reaparecerá como
verdad irrefutable, y, menos mal, sabemos que no existen armas físicas capaces
de impedir su emergencia.
A fuerza del abuso del término “terrorismo”
por parte de los verdaderos terroristas, representantes de quienes fabrican
todos y cada uno de los insumos de las armas explosivas, más pronto que tarde
la dialéctica de las contradicciones emergerá como única herramienta capaz de
enderezar las cosas y ponerse al servicio de los más altos intereses
humanitarios. Los monigotes educados en
sus centros de poder podrán llamar como quieran este pronóstico que no depende
tanto de la voluntad de quien lo profiere sino del ritmo impuesto por una ley
no susceptible de ser manipulada y dirigida hacia otros fines.
En cada quien, fragmento de ese
espejo roto en mil pedazos, inevitablemente surgirá de nuevo el interrogante de
si es posible salvarse individualmente o participando de acciones comunitarias
destinadas a tal fin. Salvarse del
hundimiento a que nos conduce la incapacidad de los dirigentes para admitir la
dialéctica de las contradicciones, salvarse de una realidad que entiende por
vida la sola satisfacción de las necesidades primarias, salvarse, en fin, del
intento por conciliar lo inconciliable.
No se nos pida entonces que
encaucemos nuestra práctica en la perspectiva de reparar un motor que hace rato
se ha hecho añicos en el corazón de las subjetividades contemporáneas. No se nos pida convertir nuestra práctica en
una especie de curandería del alma. No
se nos pida que contribuyamos a generar en nuestros pacientes falsas esperanzas
en mundos mejores. Ni se nos pida que
entendamos las formas singulares del malestar como llamados de ciudadano
asustado al inspector de policía. Como
pocas veces, nuestra práctica no puede ser otra que la de quien contribuye a
exacerbar el entusiasmo de cuidar de sí para salvarse con los otros. Al reconocimiento del malestar como bombillo
de alarma ante el cual cada uno tiene la obligación de hacer su respectiva
elección.
No se trata de salvar al Padre ni a
sus modelos de estado y de familia. Se
trata de reconocer la inevitabilidad de su fracaso y a partir de ello buscar
nuevas formas de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás de tal modo
que hagamos de la regulación del deseo el estado que reclama el surgimiento de
una nueva ley, la ley que se desprende de privilegiar la solidaridad humana
como forma de convivencia con la vida y con el espacio en que ella se
realiza.
A los idiotas útiles de la causa
que se ha realizado como exitosa hasta la fecha, los invitamos a que se valgan
de su capacidad académica para iniciar una reeducación que los haga útiles a la
causa de la inteligencia y de la solidaridad humanas. El aprecio que conserven por ellos mismos no
merece se le conceda el trato que le han dispensado hasta la fecha. Cuidar de sí significa volver a escudriñar en
los meandros de la propia singularidad humana, aquella verdad por la cual
podemos hacernos libres: librepensadores, es decir, sujetos capaces de
independizar la búsqueda de la verdad, de la satisfacción de los intereses de
unos cuantos.
Es alentador conocer de la mano de un psicoanalista, el rechazo en hacer de su practica "una curanderia del alma", cuando otros escarban en la filosofía por las ideas que hagan de su practica algo sumamente elevado, aguardando en silencio; detrás de la raya que hace del psicoanálisis una practica normalizante. Mientras, disminuyen su peligrosidad, aplazando su responsabilidad ante lo que sucede entre, dentro y fuera de su consultorio.
ResponderEliminarEn tiempos de alineación...el "MALESTAR"humano podría "aliviarse" al experimentar una "catarsis colectiva"?.
ResponderEliminarExistiría un futuro, de la especie humana a pesar que los paradigmas propuestas en nuestra modernidad apuestan por la destrucción del habitat, de los recursos biológicos y la "banalización" de la felicidad.