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E. BOTERO T.

viernes, 7 de diciembre de 2012


DE UNA RELACIÓN SEXUAL QUE INSISTE

Eduardo Botero T.

Más que muchas cosas, ¡quién lo creyera!, la virginidad  conserva todo lo de tabú que el pensador judío vienés, Sigmund Freud, le adjudicaba en 1918. 

“Pocos detalles de la vida sexual de los pueblos primitivos nos provocan un sentimiento de extrañeza tan grande como su posición frente a la virginidad, la doncellez de la mujer. Es que la estima por la virginidad nos parece cosa tan establecida y natural en el varón cortejante que a punto estamos de sumirnos en desconcierto cuando se nos pide fundamentar ese juicio. La exigencia de que la novia no traiga al matrimonio el recuerdo del comercio sexual con otro hombre no es más que la aplicación consecuente del derecho de propiedad exclusiva sobre una mujer; es la esencia de la monogamia: la extensión de ese monopolio hacia el pasado.”


De inmediato las palabras “comercio”, “propiedad”, las vemos superar en importancia las de “cortejo”, “estima” y otras.  El asunto es, pues, de entrada, asunto económico.  No obstante, invocando a otro pensador como Kraft-Ebing, Freud señala que será la misma mujer la que eleve a lo más alto su estima por la virginidad en tanto que su conservación le garantiza la posesión sin sobresaltos por parte de un hombre quien vería en esa garantía la de la dependencia de su cónyuge, es decir, en palabras de ambos, la anhelada “servidumbre sexual”.  De nuestra “Crónica de una muerte anunciada” garciamarqueziana podemos extractar consecuencias afines con las graves y trágicas consecuencias que en muchas ocasiones se derivan de esa adhesión a la servidumbre sexual.

La doncellez se aprecia en tanto que supone la integridad de quien la porta y garantiza al que la transforma en único y exclusivo propietario de aquella.  No obstante, y tal como fuera también advertido por Freud en su ensayo, la relación inversa tiende a ser mayor que en el pasado, es decir, la promesa de servidumbre sexual por parte del hombre hacia la mujer. Hoy podemos decir que un síntoma del asunto es que los mismos hombres se describan como “vírgenes” (“quiero llegar virgen al matrimonio”, “yo no llegué virgen al matrimonio”, etc. son expresiones masculinas corrientes) y no como donceles (Del cat. donzell, y este del lat. vulg. *domnicellus). También de la DRAE, su tercera acepción: “hombre que no ha conocido mujer”.  No es este el lugar para detenernos en la implicaciones sexuales de la palabra conocimiento (cogito, coito). 

Servidumbre sexual, pues, como garantía de estabilidad, de monogamia y de permanencia.  Conseguir un estado desde el cual se contrae al tiempo que la promesa de insistencia e iniciativa, el de servidumbre por parte del otro, concibiendo que esta confluencia de propósitos diversos redunde en beneficio de una cierta estabilidad y complacencia.

Referencias cinematográficas nos ponen en contacto con el tema del inicio sexual femenino.  El caso es Pretty Baby (“La pequeña”), ópera prima de Luis Malle y escrita por este con Polly Platt.  Una referencia completa, que igualmente ilustra sobre la música que sirve a la película, se puede encontrar en http://www.filmaffinity.com/es/reviews/1/198877.html.  Que los hechos ocurran en un burdel de Nueva Orleans en 1917, no impide señalar que la película, difundida en 1978, ponga el tema del inicio sexual justo en aquel lugar donde la mujer, estando confinada a producir dinero mediante el comercio sexual, revele este asunto, el del comercio, como elemento fundamental de tema.  Se trata de un intercambio.
“Llegado el momento, el fotógrafo asiste entre el asombro y terror sin poder hacer gran cosa, a la ceremonia de iniciación de la pequeña Violet consistente en una subasta entre clientes que ofrecen dinero para ver quién es el que le quita su virginidad. Tras el comienzo de su nueva vida la niña fue víctima del maltrato por Madame Neil, ante lo que deja el burdel y se va a vivir con el fotógrafo. Al cabo de un tiempo se casan y comienzan una extraña relación entre la "niña-mujer" y el hombre maduro al que llama "papi".”



¿QUÉ ES Y QUÉ NO LO ESCANDALOSO EN EL ESCÁNDALO DE NUESTROS NOTICIEROS?

Una chica brasileña, Catarina Migliorini, estudiante de medicina en la República de la Argentina, decidió poner en subasta su virginidad a través de internet recibiendo centenares de ofertas de todo el mundo y escogiendo la más tentadora de todas ellas, la de un japonés que ofreció 780.000 dólares por ella.   Todo para pagarse sus estudios de medicina.

Lo insólito no solamente es el monto ofrecido, sino la oferta realizada, ciertamente, y no impidió –¡estudiante de medicina moderna!- fijar las condiciones de tiempo, modo y lugar en que se llevará a cabo el coito inaugural.  Se trata de hacerlo a bordo de un avión que viaje entre Argentina y Australia, a su máxima altura y a la máxima velocidad de crucero; el ofertante deberá haber consignado previamente su dinero en la cuenta señalada por la oferente y deberá seguir estrictas reglas de higiene y de profilaxis, por supuesto: usar condón.  Complementariamente deberá demostrar un trato respetuoso y comprensivo.  Parte del pacto -¡ojo!- incluye la declaración firmada por el varón de que no ejercerá ningún tipo de exigencias adicionales a la discípula de la Facultad de Medicina, esto es, que no podrá forzarla a servidumbre alguna, dicho en nuestras adoptadas palabras.

El japonés pagará solo y exclusivamente por el derecho a hacer perder la virginidad de la chica.  Uno puede pensar en alguien que paga todo ese dinero por hacer esa clase de favores.  O le sobra la plata o le falta pólvora.  A lo mejor ya haya hablado con la aerolínea en que se llevará a cabo el mediático ritual, con la compañía que fabrica las prendas de vestir de ambos, con la fabricante de condones y hasta con los hoteles de Buenos Aires y de Sídney, asegurándose el ingreso de una suma superior a la de los 780.000 que habrá de pagarle a la chica.  El tipo puede ser un estudioso de escenarios y saber qué mercancías estarán incluídas en el propio de este pacto.  Y estará en este momento aumentando su dieta de pescado y haciendo trabajar a su contador para que estudie los modos de eludir el pago de impuestos.  Esto no es más que una presunción que tal vez algún periodista vocacionalmente investigativo y con olfato sherlokhomelesco, podría dilucidarnos si se independizara de la servidumbre que están practicando respecto de las empresas que los contratan, incluso sin necesidad de ofrecer sus virginidades ni su condición de donceles.

Lo más probable es que nada sepamos de ello.  Que si  ocurriera de ese y no de otro modo, tal como especulamos, estamos seguros que ipso facto, perdería la condición de escándalo y pasaría a ser una noticia más.  Porque en tiempos en que escasean las vírgenes y solamente quedan, según expresión del fagotista Mario Becerra, las que hay a la entrada de todos los pueblos, se nos revela asombroso que se conceda al escándalo su procedencia del intercambio comercial y no del hecho de que todavía existan muchachas vírgenes de la edad de la ofertante. 

Sin embargo, esa servidumbre hacia el neoliberalismo capitalista, tan practicada por los medios y en los medios, podría explicar en parte la fuerza del escándalo, toda vez que para ellos, la escasez no alcanza a explicar la valorización que la chica logra del acto por el cual su cuerpo será otro (y el de otra…).  Pero visto en términos económicos tipo mockusiano, es decir, gana/gana (la chica se gana 780.000 dólares ella cree que pasándola bien -de lo que no hay garantía- y el japonés se embolsilla, diga usted, más de un millón por contratos de publicidad) lo que ocurrirá será el encuentro entre una mujer necesitada de dinero para poder estudiar medicina y un ricacho japonés dispuesto a hacer negocio con esa necesidad. 

Entonces llegamos al quid del asunto.  Uno de los elementos muestra el verdadero escándalo no manifiesto: que para estudiar medicina haya que vender hasta la virginidad no habla sino del estado de postración de un derecho público como es la educación en beneficio de los intereses de quienes se lucran con el negocio con la complacencia de gobiernos que han dispuesto vocacionalmente su servidumbre para con amos a quienes no sabemos si entregaron su condición de doncellas o de donceles con lo cual perpetuar por siempre un vínculo indestructible en apariencia. 

¿QUIÉN PECA?: ¿EL QUE PECA POR LA PAGA O EL QUE PAGA POR PECAR?

Sea de nuestra queridísima Sor Juana Inés de la Cruz que nos valgamos para acentuar en la necedad humana, particularmente la masculina, para finiquitar este artículo.  Sucede que simultáneamente a la estudiante de medicina, otro joven varón, puso en subasta la terminación de su condición de doncel (¿cuál virginidad?  ¡Ya tiene hasta bigote!) y la oferta máxima que obtuvo fue de 3.000 pinches dólares, es decir, la cuarta parte de lo que mensualmente gana un parlamentario colombiano por servir voluntariamente a los intereses del gran capital haciendo lo que hace y no como muchos gustan de criticar diciendo que no hacen nada.  Ojalá no hicieran nada.    

Se puede crear nuevo hiperbólico refrán para referirse a algo carente de valor: ¡más desvalorizado que la doncellez masculina!  La diferencia de 777.000 dólares respecto de la cifra obtenida por la estudiante de medicina, Catarina Migliorini, y lo recibido por Alex Stepanov (a quien fue justamente una brasileña quien le pagó los 3000 dólares), es suficientemente amplia como para preguntarse acerca de más de una explicación. 

Mariane Ponsford (tan simpática en su columna mucho más que en persona…) escribe hoy 28 de Octubre en EL ESPECTADOR, avanzando en explicar esa diferencia.  Lo hace de modo relajado resaltando el hecho de que las mujeres son más civilizadas que los hombres y que gozan mucho más  en asuntos sexuales.   Incluso a su profano tema no deja de introducirle consideraciones propias de ejercicios espirituales de colegio de monjas, cuando señala que mientras la mujer gusta más de gozar “con” el hombre privilegia “hacerle a”, y esta jaculatoria envuelta en sintético empaque psicológico y antropológico, le sirve para explicarnos porqué por la mujer se ofreció una cifra y por el hombre otra demasiado inferior. 

Lo cierto es que desde la servidumbre vocacional aceptada y practicada resulta demasiado difícil comprender ese suceso matriz sobre el que reposa toda la filosofía del capitalismo: pero mientras el espíritu crítico se niegue a poner en evidencia al “aroma” que siempre expele toda herencia del gran señor, la conciencia quedará atada a los propósitos de una información destinada a mantener al rebaño en los límites propios del escándalo fácil.  Se le permitirán temblores para que se sienta vivo, pero no conmociones.  Y las jaculatorias son muy buenas al momento de sentirse presa de la amenaza de una convulsión mayor. 

¿En dónde el sexo?  Actualmente en la seguridad: la Migliorini lo practica a cabalidad, sus condiciones son precisas: asepsia, profilaxis y condón.  Del Stepanov sabemos nada, aunque algo sospechamos de alguien que necesita 3000 dólares para conseguir una erección…  Y eso da para destacar un motivo de asombro superior: ningún decir acerca de las garantías para que efectivamente ese coito sea placentero.  Nada acerca de los modos en que ambos se desempeñarán para hacerse a un feliz término y él quede tan relajado como un bebé después de lactar a saciedad y ella tan encarecidamente agradecida por el buen trato y el orgasmo conseguidos.  Eso es sexo vulgar.  Es decir: sexo.  Una cifra como la de 780.000 dólares bien vale un fingimiento, bien vale dotarse de simular orgasmos y explicar que por una disfunción prostática no se expele líquido seminal, o que de todas maneras el orgasmo se extendió durante todo el coito. 



CONCLUSIONES PRECIPITADAS

Dos escándalos, pues, subyacen a la noticia que involucra a la brasileña con el japonés: primero de lo que hay que hacer hoy en día en América Latina para estudiar una carrera profesional, en este caso, medicina y segundo que nada importa si se gozará o no durante ese coito.  Lo primero describe la miseria social en la que estamos, lo segundo nuestra miseria espiritual.

Mientras no se hable de esto el tema será apenas motivo de distracción para la ecumene, esa que los medios gustan llamar “opinión pública” y que cada día más difiere de la “opinión del público”, que se expresa más allá del simple consumo de información y se toma, indignada, las calles y los auditorios para hacer conocer sus decisiones más recientes, entre otras, practicar el dejar de creer en notificaciones hechas para escándalo de los vocacionalmente siervos de los emblemas contemporáneos. 

Más que para la clínica (que es el cometido del trabajo citado al comienzo y escrito por Freud), esta noticia me parece aprovechable para entender quiénes somos lo que somos cuando nos negamos a pensar en lo que recibimos como noticia.  Y para decirle al recuerdo del  Dr. Lacan que la mujer –y el hombre- insisten en relacionarse negando toda evidencia lógica.  Insisten en recrear anecdóticamente su prontuario de estupidez, su contribución a las notas menores de la historia universal de la infamia.  Hoy en día, el burdel y la cama conyugal compiten entre sí de modo singular. La cama conyugal aventaja en la competencia porque el sexo se exige que sea, sobre todo, seguro.  Se cree más seguro si la mujer con la que el hombre se casa, llega virgen al matrimonio.  Ergo: la institución matrimonial se valoriza en el mercado de valores de la vetusta ideología del gran capital.  Con todo y eso, no es garantía.  Tal como en los comienzos del siglo XX lo hizo saber una dama a su promiscuo esposo: “En esta casa se tira todos los días de 7 a 10 de la noche, esté o no presente el señor de la casa”.

La pulsión, señoras y señores, insiste.  Más que muchas cosas, ¡quién lo creyera!, la virginidad  conserva todo lo de tabú que el pensador judío vienés, Sigmund Freud, le adjudicaba en 1918. 

Santiago de Cali, octubre 28 de 2012  

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