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E. BOTERO T.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

NUESTROS JÓVENES: NOSOTROS MISMOS XIX



CARTA DE UN PADRE COMPUNGIDO A SU HIJA AQUEJADA POR UNA PENA DE DESAMOR

"No podrás impedir que la melancolía sobrevuele sobre tu cabeza, pero sí trata de lograr que no haga su nido en ella…"


Poeta Chino del Siglo XI






Muchacha, no llores más de la cuenta, no desconfíes tanto del poder de la fantasía, recuerda que, como lo aseguró el poeta, mentimos más de la cuenta por falta de fantasía, también la verdad se inventa.

Ha suspendido las llamadas diarias a través de las cuales te decía cosas que te enamoraban.  Ha decidido hacerlo, muchacha, ergo: es un hombre libre.  No muy libre, pero sí algo libre.  Me explico: es libre porque te ha dicho que desea pensar mejor en lo que tú significas para él y en el significado de lo de ustedes.  Pero no lo es del todo.  Verás: cuando se deja de querer al otro hoy, pero se ama lo que alguna vez se sintió por él, el hombre libre va al grano y dice: “Mira Martina: ya no te quiero”. Lo dice siendo capaz de entender la congoja.  Pero no es un delito dejar de amar.  Y no se deja de ser hombre cuando se dice la verdad de frente, todo lo contrario.  Por eso te digo que es medianamente libre aquel que usa el lugar común de estos tiempos para hablarle a alguien a quien no más unos pocos días atrás consideraba alguien especial y le dice que se quiere tomar un tiempo.

Un hombre que usa lugares comunes para hablarle a alguien a quien decía considerar especial, no es un hombre totalmente libre, está atado a eso, al lugar común, a lo que todos dicen, a la fórmula vacía, al lenguaje políticamente correcto.

¿Por qué crees que, sabiamente, desconfiamos de los políticos actuales, se presenten tradicionalistas o progresistas?  Porque apelan a la retórica que sus asesores de imagen les dictan, olvidando que líder no es aquel que habla como quieren escucharlo sus seguidores, sino aquel que es capaz de asumir quedarse absolutamente solo si le resulta preciso manifestar una verdad de a puño.  Ese sí es un hombre enteramente libre, los otros, los que escuchamos todos los días hablar haciéndonos creer que son determinadores y no simples mensajeros, no lo son, al menos no totalmente.  Hablan y dejan en nuestro pensamiento el sabor amargo del embaucador, del pillo, del estafador.

El te ha manifestado, pues, querer tomarse un tiempo.  Y tú has quedado paralizada y poseída por ese dolor que solamente los que aman saben sentir cuando se sienten desamados.  Magnífica oportunidad para preguntarte, entonces, qué era lo que realmente amabas de ese hombre.  Lo que sentías por él procedía probablemente de descubrir el amor que te decía él sentir por ti.  Estabas enamorada del amor de él, de sentir algo maravilloso dirigido a él, y de lo que ambos lograban construir como resultado de ese cruce de sentimientos.  Que diga querer tomarse un tiempo para pensar, tú quisieras que tuviera un solo significado: que por lo mucho que has significado para él no eres tema para ser pensado en pocos segundos.  No queda mal algo de esperanza en medio del lanzamiento en el abismo en el que te sientes caer… pero ojo, como repite una buena amiga, la esperanza es una pasión triste: la fea estética de la melancolía suele asomarse en toda espera que late tras la consecución de un objetivo único, de un objeto único. 

Y es de esto de lo que habla siempre lo que llaman “tusa”: que el juego del amor nos hace decir tonterías, entre otras, tú significas TODO para mí… y cosas así.  El problema es cuando nos creemos todo eso.  ¿Cuál todo para mí?  ¿El aire, la amistad, la fiesta, la pereza, la aventura, la fidelidad, la poesía, la música, la pintura, la escultura, etc.?  Si eso fuere verdad (estoy hablando como político camandulero), entonces uno no está enamorado sino que está jodido.  Se le puede decir al otro que significa todo para mí pero se debe ser estricta y radicalmente fiel al pacto según el cual ciertas pequeñas mentiras  pueden hacer más agradable el buen vivir.

Ni siquiera la madre logra ser el todo para el neonato, tanto que ella puede ser sustituida.  La memoria piola nos hace creer delirantemente que alguna vez fue nuestro todo y, prisioneros de tal ilusión, suponemos que el que nos conceda la vida si no es repetición de aquel antiguo entonces no vale. 

No hay tal, a no ser que vocacionalmente alguien quiera declararse prisionero.  Quien le conceda a otro un semejante poder de tal magnitud no hace más que clavarse el puñal cuya herida hará más dolorosa su ausencia.  Cuando querer se convierte en postularse en sumisión perpetua hacia el querer del otro, no hace más que concederle autorización para que te trate con toda la arbitrariedad de la que sea capaz.  Si se tratara de un hombre totalmente libre, cabría la esperanza de que esa condición le impidiera abusar de tal manera, pero cuando se trata de hombres medianamente libres, capaces no más que de usar lugares comunes cuando hablan, no hay esperanza alguna: más temprano que tarde hará uso de la pulsión que lo anima, de la única que lo anima, la de dominio total sobre el amado.

Habiéndote educado para la libertad, entenderás estas palabras mías coherentes con esa enseñanza.  Me he sentido confortado por saberte preocupada en estos momentos más por tu dignidad que por cualquier otra cosa, sin que ello te libre se sentir todo el despecho y el dolor en que has quedado sumergida.  No tengo que recordarte que podemos seguir viviendo aunque el amor se haya acabado, que de amor nadie se muere es una verdad hoy más que nunca irrefutable.  Sé que hubieras preferido, de sus palabras, que llevaran el mensaje de la sinceridad.  Pero eres demasiada persona para que alguien crea que te ama, sintiendo pesar por ti.  Comparto contigo de que eso no es muestra de amor, todo lo contrario, es muestra de una superioridad que él mismo se atribuye.  Es hombre, hija mía, es hombre, lástima que sea medianamente libre. 

¡Cuánto daría por tener en mi poder alguna fórmula que lograra aliviar el profundo dolor que te carcome!  Confío en que estas palabras, por lo menos, sirvan para recordarte que jamás estuvimos en el paraíso, muchacha, jamás, por eso no es necesario seguirlo buscando.  Nunca se perdió porque nunca lo tuvimos.  Cuando todavía no tenías cómo darte cuenta de las cosas de la vida, tu vieja y yo fuimos privilegiados testigos de que eras capaz de ser feliz, sobre todo, por lo que alcanzabas por ti misma.  Es a eso a lo que debes permanecer fiel.  Sé que así conseguirías más libertad y eso, muchacha, asusta a todo aquel que solo aspira a ser medianamente libre.  Deberás entenderlo. 

Muchos hombres creen que fueron absolutamente queridos por sus mamás, que estas nunca manifestaron cansancio por su causa maternal, que jamás cambiaron del bueno al mal genio mientras los amamantaban, que no solamente consideran que habitaron el paraíso sino que ellos eran su rey.  A estos hombres, te aseguro, les asusta demasiado una mujer libre, absolutamente libre y, sobretodo, sincera, que es capaz de manifestar que su proyecto de vida no se limita al de esposa sino que goza de la amplitud que el mundo ofrezca.  Porque siempre que se les aparece la contundente prueba de la realidad corren presurosos al lado de quien les garantiza que les va a tratar como sumisas esclavas del rey. 

Dignidad, muchacha, dignidad.  Esa lección que me das la aprecio como nunca. 





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