EL SUEÑO DE OTRO PIBE
Oirásme madre: me mamé. No más silencio. Mi pregunta es por esa visita al señor obispo, madre, después de que usted me pilló haciéndole cositas a mi tío. Yo no sabía que lo que hacía con mi tío era tan grave, madre. Usted me aseguró que sí, pero después de visitar al obispo, la noté más tranquila. Un año después, cuando volvió a pillarme, pero esa vez encaramándomele a una vecina del barrio que no se molestaba ni esto por lo que le hacía, usted pronunció esas palabras demoledoras en boca de una madre respetada y querida: “este muchacho no tiene remedio”.
Pero vea que sí lo tuve, madre. Realicé mi sueño. Encerrar a todo el mundo. Me gané la licitación en el contrato para la Nueva Política de Movilidad Pública, establecida por el presidente amigo de mi tío. Revolucioné lo alcanzado hasta la fecha. Los peajes para tránsito de vehículos a nivel urbano quedaron obsoletos. Lo mío sí es invento, lo mío sí es propuesta. Instalar en cada casa de la ciudad, en la puerta de acceso a la calle, un controlador de entrada y salida, a través del cual el ciudadano deslice una tarjeta que deberá haber cargado con dinero. Si no la tiene cargada ese jota con doble jota: no puede salir, o, no puede entrar, según donde lo coja el déficit.
Recibí las más vivas felicitaciones del presidente amigo de mi tío. Me llamó sucesor de Thomas A. Edison… Imagínese madre, ni más ni menos. El presidente me preguntó por mi tío, que si seguía siendo tan cagada, me preguntó. Yo le dije que hacía muchos años no sabía de él, sí que se había enredado con un mafioso para financiar una compañía de reciclaje que montó y con la cual había prosperado. “Me interesa, me interesa. Consígame por favor su teléfono que quiero llamarlo”. Yo se lo prometí. Me pareció muy decente el presidente y pensé en que la gente es mala diciendo de él las cosas que dicen. Pero después me cogió una rabiecita…
Y es que no me gustó nada que en vez de hablar de mi invento, se mostrara más interesado por re- entablar contacto con mi tío. Eso no me gustó nada y por eso vengo decidido a preguntarle qué carajos fue lo que usted habló ese día con el obispo que salió tan tranquila de allí, ¿ah?
Recuerdo que usted decía que no le gustaba que nos encerráramos a jugar, como si mi tío me hubiera preguntado querés encerrarte conmigo. El tenía diez años más que yo, madre, diez años más y ya había pasado por la adquisición del uso de razón. Yo era apenas un crío, madre, un crío sin criterio y sin uso de razón. El me acostaba y se ponía encima de mí y empezaba a frotarse mientras me miraba a los ojos muerto de la risa. Un espanto, madre, un verdadero espanto que todavía me atormenta por las noches cuando no logro conciliar el sueño. Y entra usted y nos sorprende y me pega esa pela que me pegó ese día y que todavía me duelen las nalgas del paso y del repaso que usted ejecutó con la correa en ellas, esa que usted primero humedecía en el chorro del lavamanos para después mancármela en la piel y dejarme los tatuajes que hasta bien tarde de la vida no sabía como ocultar ante los demás, madre. Y lo único que se le ocurre es salir volada conmigo para donde el señor obispo que me preguntó si yo le había dicho a mi tío que jugáramos ese asqueroso juego del demonio y yo le dije que no, que había sido mi tío el que me había llevado hasta el cuarto y lo había cerrado con llave, como muchas veces lo hizo, esa no era la primera y después de decirme no llore que los verdaderos hombres no lloran me dijo que de penitencia yo debía cumplir guardando silencio acerca de lo que había ocurrido y que no volviera a ocurrir jamás, y me lo dijo, madre, con un tono que parecía que fuera yo el que hubiera tenido la iniciativa.
Me mamé de guardar silencio, madre, he cumplido la penitencia durante cuarenta y cinco años y esta piedra que tengo con el presidente más deseoso de hablar con mi tío que de extender el discurso de felicitación más allá de las palabras prefabricadas que alguien le escribió para que leyera durante la entrega del reconocimiento que me hizo por haber inventado lo que inventé.
Y no vuelvo a rezar el rosario con usted todas la noches, y a partir de ahora no comeré más esa bazofia que me sirve y que usted llama sopa, y de ahora en adelante en esta casa se hará lo que yo diga y punto, y no más, y así será hasta que usted me diga qué fue lo que habló con el obispo durante todo ese rato que estuvo encerrada con él antes de decirme que recordara que mi papá estaba muy enfermo y que si yo le contaba lo que había pasado lo podía matar.
Bueno, mi papá ya se murió, madre, días después de haberme dicho que necesitaba hablar conmigo una cosa muy delicada que yo me quedé sin saber cuál. Me he ganado un buen contrato, los ingresos por el mismo (una vez deducido el cvy, una vez pagadas todas las estampillas que hay que pagar y una vez cancelada la póliza de cumplimiento) me permitirán vivir holgadamente. Pero conociendo, madre, lo que usted habló con el obispo la tarde del 12 de diciembre de 1959, cuando yo tenía apenas tres años de edad cumplidos y mi tío 14, después de haber rezado por la salvación de Cuba que había caído en manos de los comunistas que secuestraban niños para entregárselos a los comunistas rusos para que se los comieran. Y no estoy dispuesto a ceder, ¿me oyó?