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E. BOTERO T.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

“MI VIAJE AL INFIERNO” II

UNA SOCIEDAD ANESTESIADA





El “personaje” principal de esta crónica es “el viaje”.  Un viaje en dos planos que se interponen entre sí: viaje a la intimidad, a los meandros de la propia subjetividad, en relación con el viaje a los diversos sitios que la escritora visitó buscando los datos necesarios para el establecimiento de la verdad acerca del asesinato de su hermana.  Podríamos adicionar otro viaje, aquel por el que logra establecer el contexto en que sucede la masacre y que incluye lo internacional (la forma en que los medios de comunicación internacionales se refieren a lo que sucede en nuestro país) como lo nacional (la connivencia entre autoridades y narco-paramilitares).


En un comienzo el primero de los viajes parece copar el texto.  Una respuesta a la pregunta de “¿Qué me sucedió?”, referida a los 17 años de silencio y evasión tanto como a la decisión por transformar esa actitud y cambiarla por la decisión de afrontar lo sucedido e investigar acerca de la verdad. 


En este inicio, el primero de los personajes es la narradora misma.  “La primera vez que oí a alguien hablar de ‘el viaje’ fue en Belfast, a mediados de 2007”.  Luego van apareciendo los otros: Claire, la irlandesa, el ex policía que asesinó a su hermano mientras su padre estaba en la cárcel, Silvia, las hijas y la madre de la escritora.


Un juego entre pasado y presente se perfila cargado de exigencia para saldar una deuda que, por ahora, se nos presenta en relación con las hijas y con la madre de la escritora.  El reto que se impone la escritora  es “recuperar el rostro de Silvia y su memoria para mis hijas: pensé que si estaban en pleno proceso de crecimiento y llenas de interrogantes, no las podía mantener en la misma oscuridad en la que yo me había refugiado” (pág. 17).


La decisión procede del momento mismo en que la escritora supo imposible mantener la decisión por el olvido.  Ella da cuenta de manera muy precisa de en qué consiste una decisión que muchos toman cuando se ven abocados a adversidades relacionadas con la violencia.  Una decisión que utilizan con el afán de procurarse una calma y una tranquilidad que, aunque ficticias, hacen las veces de refugio cómodo contra los dolores que proceden de la verdad de las cosas.


Cuando es testigo de que Claire habla con el asesino de su hermano y que ella es capaz de observarlo a los ojos sin traslucir cobardía con una “mirada franca, altiva y transparente”, habiendo dedicado su vida de trabajo social a hacerlo con “personas que habían sido acérrimos militantes del bando contrario” y que se refiere a él en términos que denotan “una tranquilidad y una frialdad” tales, la escritora supo que algo dentro de ella se había modificado, la sensación de “piel de gallina” que la sobrecogía revelaba que en ese instante había quedado expuesta a un desafío ineludible, a un reto sin posibilidades de evasión. 




Un reto que obligaba a modificar aquel estado de anestesia en el que se reconocía haber conseguido como refugio para con toda pena que amenace catástrofe, confrontación del yo.  Obligada a preguntarse si ella misma sería capaz de relacionarse, al modo de Claire con su victimario, con los asesinos de su hermana, esta pregunta traería consigo otras que son las que justifican todos los viajes que se interpondrán en esta crónica: “Mientras ellos dos, protagonistas de una guerra implacable que los había obligado a odiarse sin cuartel, se saludaban cordialmente y se miraban a los ojos, yo me ubicaba en un rincón: quería verlos; saber en qué momento tanta normalidad se iba a romper; indagar si eran capaces de tocarse, de ponerse en la misma orilla.  ¿Tendría yo el temple para hacer lo mismo con los verdugos de mi hermana Silvia?  ¿Estaría yo lista?  ¿Lo estarían ellos?  ¿Lo estaría la sociedad en que vivo? ¿Valdría la pena?  ¿Sería posible?” (Pág. 15)


Ella, los asesinos de su hermana, la sociedad en que vive: hay que decirlo sin temor a equivocarnos que todo lo anestesiado, todo lo evadido y todo lo inefable de su duelo contenía la suma de esos personajes implicados y de los cuales debería hacer uso para efectos de explicarse aquella conmoción que le puso la piel de gallina y cuyo sentido todavía escapaba a su comprensión.


Entonces recapitula acerca de lo suyo con respecto del asesinato de su hermana.  Sumergida en un letargo y lejos de Colombia, confiesa –se confiesa- que no tuvo escapatoria de ella misma y “recordé a Silvia antes de su asesinato en Cimitarra, departamento de Santander, Colombia, después de diecisiete años de haber intentado sepultar todo vestigio de su recuerdo”.


Inmediatamente la lista de los olvidos, tan precisamente detallada, que uno tiene que reparar aquí en la idea de que tal olvido no puede asemejarse a una ignorancia, como si a una decisión deliberada, voluntad ejercida desde lo inconsciente, por hacerse a la tranquilidad evadiendo el afrontamiento de una verdad que se sabe que se tiene, pero que se niega con el fin de impedir el dolor que ella produce. 


Este preferir no saber tiene todos los visos de una elección: “ojos que no ven, corazón que no siente”, dice el refrán con exactitud.  Pero la realidad está allí, seguirá allí y nada que pretenda negarla cuenta con garantía de eficacia.  No una verdad parcial, constreñida a un solo aspecto de ella, no, toda la verdad: la que relaciona la hermana asesinada, sus verdugos y la sociedad en medio de la cual ocurrió ese asesinato, pero por sobre todo, la posición subjetiva de la narradora, su implicación en lo sucedido incluida su decisión por no saber.


Cuando la escritora, páginas más adelante, se va a referir a la posición de la sociedad en la que ocurrían las masacres, destacando que nada parecía tocar las fibras de una sociedad que se enteraba del genocidio sin reaccionar (pág. 54), que podía perfectamente operar como testigo de una masacre sin hacer nada eficaz por impedirla (pág. 75), resulta inevitable comparar esta actitud de esa abstracción llamada sociedad con la actitud personal de la escritora, durante 17 años, frente a su propio drama. 


Entonces estamos frente a uno de los principales hallazgos de este “viaje”: el acontecimiento que revela la actitud de la sociedad frente al genocidio, la impavidez y casi indiferencia con que se entera, día tras día, de una tragedia que la amenaza sin que por esto se decida a salir del mutismo y del marasmo, eligiendo otras maneras de estar mientras sucede.  No podemos evitar comparar el comportamiento de esta sociedad con el de la conformada por los prisioneros de los campos de concentración nazi, reducidos a la condición de mudos testigos de un atropello que ocurría a ojos vistas de ellos.


Pero debemos volver a la primera comparación, la que sintoniza la reacción de la sociedad con la actitud evasiva de la escritora.  Queda pendiente saber hasta qué momento la primera mantendrá su apego a la indiferencia.  El viaje de la escritora da cuenta de que ella sale de la negación deliberada.  A través de lo que observa cuando Claire habla con su victimario, ella no puede menos que sentirse concernida.  “Sin embargo, a pesar de la agonía del momento, sentí que debía desafiar el horror que yo había escondido en lo más recóndito de mi ser, aunque me doliera hasta los tuétanos.  Descubrí que la anestesia que me había formulado durante tantos años para darme una tranquilidad ficticia se había agotado.  Me di cuenta de que el asesinato de Silvia y sus consecuencias eran parte fundamental de mi vida, aunque me lo hubiera negado de forma tan pertinaz.  Reconocí, finalmente, que yo era diferente por cuenta de lo que me había pasado y que mi lucha por ser una mujer común y corriente, igual a todos mis amigos y vecinos, ya no tenía sentido.  Al comprender que había cambiado y que ya solo me afectaban las batallas que ponían en juego la esencia de las cosas, entendí que había llegado la hora de iniciar mi viaje.” (Págs. 16-17). 


Estamos hablando no de alguien que, frente al conflicto armado que le había afectado directamente, simplemente hubiera decidido no pensar en él.  Se trata de alguien que lo ha estudiado, que ha entrevistado personajes implicados con diversas responsabilidades en su participación, que se ha referido a la historia de otros y que, sin embargo, también a través de esa actividad lograba mantenerse, en lo personal, “al margen”. “(…) como periodista había contado permanentemente la historia de los otros, de pronto huyéndole a la mía, como si de ese modo pudiera evitar mi turno y así ponerme a salvo del escarnio de tener que escribir en primera persona.” (pág. 17).


continuará



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