“EL DISCURSO DEL REY”
O DE LA DICCIÓN NECESARIA PARA ENFRENTAR LA ELOCUENCIA DEL ADVERSARIO
Eduardo Botero T.
Película: El discurso del rey. Título original: The king’s speech. Dirección: Tom Hooper. País: Reino Unido. Año: 2010. Duración: 118 min. Género: Drama histórico. Interpretación: Colin Firth (Bertie, rey Jorge VI), Geoffrey Rush (Lionel Logue), Helena Bonham Carter (reina Isabel), Guy Pearce (rey Eduardo VIII), Jennifer Ehle (Myrtle Logue), Derek Jacobi (Cosmo Lang),Michael Gambon (Jorge V), Timothy Spall (Winston Churchill), Anthony Andrews (Stanley Baldwin). Guion: David Seidler. Producción: Iain Canning, Emile Sherman y Gareth Unwin. Música: Alexandre Desplat. Fotografía: Danny Cohen. Montaje: Tariq Anwar. Diseño de producción: Eve Stewart. Vestuario: Jenny Beavan. Distribuidora: DeAPlaneta. Estreno en Reino Unido: 7 Enero 2011.
I.
Todavía existen personas a las que conmueve todo lo que se refiera a las monarquías. Yo no puedo evitar la emergencia del fantasma del Doctor Guillotín y su humanitario invento, ese que los revolucionarios humanistas franceses supieron aplicar a los cuerpos de sus monarcas. Cuando escucho la palabra “nobleza” me acomete una revulsión estomacal inefable.
Me pregunto si la conmoción por la tartamudez de un rey hace parte de esa parafernalia ociosa y arribista de las burguesías y pequeñas burguesías del mundo. Y me pregunto, además, si en verdad la trama de la película se refiere más a la tartamudez de un rey que a la acción terapéutica correctora de ese terapeuta salvaje llamado Lionel Logue, interpretado con excelencia por Geoffrey Rush (¿Le recuerdan en Letras Prohibidas: La Leyenda del Marqués de Sade, de Philip Kaufman?), capaz de hacer de nuevo difícil ser emperador ante un verdadero médico. Ojo con la palabra “verdadero”: el que sabe ejercer su arte sin concesiones para con el que le demanda su intervención.
Confieso que tuve que hacer un esfuerzo supremo para decidirme a ver la película titulada EL DISCURSO DEL REY. Ya había visto EL CISNE NEGRO (ver comentario sobre la perfección como ideal de muerte, en otra parte de este blog), y pensaba que si veía aquella no tendría otra alternativa que la de reconocerme presa del afán consumista, traidor de la causa del buen cine, ese que no circula por los dispositivos oficiales del capitalismo. Pero lo cierto es que una amiga muy querida me había pasado las dos películas y, cortesía obliga, lo menos que podía hacer era verlas. Pero la revulsión ahí estaba por lo que tuve que tomar sendas píldoras enzimáticas para decidirme. Amén de que el nombre de Rush, presente allí en el centro de la trama de esas historias, bien valía cierto afán voyeurista no más que para uno enterarse de qué anda haciendo ese gran actor en tal cinta.
Las historias… Empleo el plural y sé que me contradigo al señalar varias historias cuando ya había dicho que la verdadera era la acción terapéutica y correctora llevada a cabo por el terapeuta Logue.
II.
Y es que esa es la idea que al final me he hecho: que a través de la trama que contiene la acción salvaje de Logue, uno puede entrever varias tensiones que, por así expresarlo, se subsumen en la historia.
Una tensión
La guerra contra Alemania. El líder nacionalsocialista liga su afán expansionista y el éxito conseguido a una elocuencia que seduce a amplias capas de la población europea. Mario y el Mago, el relato de Thomas Mann, esclarece literariamente el fenómeno de sugestión de masas, el mismo que Freud empleó como objeto de análisis para discernir las singularidades del Yo en su famoso trabajo, ese que es frecuentemente citado de un modo que lo insinúa texto sociológico cuando en verdad es quizás uno de los más psicoanalíticos. Hay que recordar que el título completo es: Psicología de las Masas y Análisis del Yo.
No es la palabra lo que hace parte de esta tensión, es su vehículo, la voz, la dicción, el habla. La emergencia de dioses oscuros y paganos, que Lacan contemplara absorto en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Berlín en 1938, ocurría haciendo fasto de la elocuencia, la uniformidad, la música marcial, los símbolos y la contundencia de las cámaras de gas en los campos concentracionarios.
Otra tensión
El adversario da testimonio de una profunda unidad con su pueblo. Eduardo VIII abdica del trono británico aduciendo razones personales, las que tienen que ver con su deseo de casarse con una mujer divorciada, lo que es prohibido para el jefe de la Iglesia Anglicana, cargo que siempre ocupa quien sea el rey… o la reina. Jorge, su hermano, lo reemplaza, pero existen ciertos reparos de que con su tartamudez pueda ganarse el respeto del pueblo. Ese es el problema: que en un momento de confrontación bélica contra el adversario nazi, no exista la debida unidad entre los ingleses, necesaria para fines estratégicos.
Una tensión más
La medicina oficial ha fracasado en el intento por corregir los defectos del que asumirá el trono. Hasta el cigarrillo se encuentra entre sus recomendaciones “terapéuticas”. La medicina oficial fracasa porque no logra tratar al sujeto, prisionera del debido respeto y sumisión que deben guardarse para con el miembro de la realeza, el gran Duque de York, futuro rey de Inglaterra. Ignorante de la sabiduría y el arte de Hipócrates (quien cura a Avlavia, la princesa, con la que luego se casa) y de Hermógenes (quien hace escribir a Adriano: difícil es seguir siendo emperador ante un médico; el ojo de Hermógenes no veía en mí más que un saco de humores y de linfa…) y de Binswanger (el padre de la psicosomática) y de Grodeck (el inventor del ello, reconocimiento hecho por Freud en su momento y que desmiente uno de los chismes de Onfray)…
Logue es un tegua, como decimos entre nosotros de quien no posee título universitario y que ejerce una profesión determinada. El mismo se lo explica al Rey: yo era un declamador, daba clases de declamación, declamaba, en Australia. De la primera Gran Guerra quedaron una buena cantidad de soldados que tartamudeaban víctimas de los horrores de que había sido testigos o que habían llevado a cabo. Entonces le dicen otros, mire, usted que sabe de declamación y que sabe hablar tan bien, porqué no se ocupa de ellos y eso es lo que empieza a hacer Logue, a ocuparse del otro con lo suyo, con lo que tiene que no es solamente dicción, sino una profunda influencia de Shakespeare y, lo que es más importante, una capacidad de darle rienda suelta a todo lo que le dicte su asombro.
El destino de la dicción del jefe supremo de los ingleses, pues, queda en manos de su tratamiento con un tegua australiano. Las academias, las autoridades eclesiásticas, el servicio secreto y la nobleza en general no pueden menos que recelar del hecho y hacen todo lo posible por impedirlo, siendo el propio rey el que se opondrá a sus intenciones y permanecerá fiel a los resultados que le ha derivado una relación que más allá de la técnica, ofrece todos los visos de una transferencia.
Una última tensión
Jorge no es que se crea noble, es noble, Duque de York. No podemos hablar entonces aquí de un delirio de infatuación hegeliano. Por el contrario, es el apego subjetivo a esa condición, la convicción absoluta en ella, la que resalta las connotaciones del apodo de Bertie, futuro Jorge VI, continuación de Jorge V, es decir, preso por el nombre del padre. Contrastará siempre ese diminutivo familiar y cariñoso con las responsabilidades propias de un Duque y de un Rey. Hasta el más pequeño de los emperadores vocacionales sabe que el diminutivo los amenaza tanto como una traición o un complot palaciego. Por eso, bien asesorados, pueden nombrar como segundo a alguien que cargue con el apodo, por ejemplo, Pachito. Aunque después de ver Sospechosos de Siempre (The Usual Suspect con Kevin Spacey) no se puede uno fiar que la torpeza sea siempre sinónimo de inocencia. Pero no estamos hablando del hampa, sino del poder oficial. Y Bertie, pasa a ser al mismo tiempo que afecto, trampa, escollo, obstáculo para asumirse rey y emperador.
Es lo que Logue establece: que el Duque está herido por el amor, no por el miedo ni por el odio. Sí por el amor que lo llama de un modo que estorba su condición de Duque. Por eso impone ese apodo cariñoso como forma de trato para con su paciente y no hace concesión alguna en contrario. No cede con la furia de su paciente cuando este le ordena no llamarlo de ese modo.
Logue descubre lo que hay en un nhombre, en ese nhombre, y procede en consecuencia, sin ceder. “Es en mi campo, es mi trabajo”, deja claramente expreso ante su paciente, al que no queda otro camino que aceptar lo difícil que es seguir siendo emperador ante ese médico para poder curarse.
III.
Donde aparezca Geoffrey Rush algo pasa con el mueble llamado trono. En Las Letras Prohibidas… es memorable la escena de un Napoleón que no se muestra y la cámara se detiene un breve momento para señalarnos que sus piernitas no tocaban el suelo cuando ocupaba su trono, colgando y balanceándose como las de cualquier pequeñín. En El Discurso del Rey, en el ensayo para la coronación, la escena en que Logue ocupa el trono propiciando la reacción airada del rey impaciente, es memorable tanto como aquella. Las palabras de Logue nos recuerdan que los reyes, por más reyes que sean, poseen y necesitan del culo para sentarse en el magnífico asiento. Pifias en su presunto origen divino, a las que Logue tampoco hace concesión alguna.
Es un tema esencial para la comprensión de la película: la banalidad de lo que amplios sectores de la opinión pública glorifican, tal vez adheridos a cuentos de la infancia que siempre resaltaron la existencia de príncipes valientes que rescataban doncellas adormecidas por el veneno de la infame envidia.
Y es lo último que tengo para decir acerca de esta magnífica película: yo la he disfrutado más como un bello cuento, como un magnífico cuento bien contado, en el que se siguen los consejos de Leo Strauss acerca de cómo escribir y narrar en tiempos de persecución.
Santiago de Cali, Febrero 20 de 2011.
Esta película es realmente mi gran favorita para llevarse los premios Oscar en la noche del domingo. La Academia ha decidido nominar entre las mejores diez historias aquellas marcadas por la ambición sin medida (Cisne Negro, The Fighter, 127 Hours).
ResponderEliminarEl discurso del rey ejemplifica la clara preferencia de los miembros de la distinguida academia por las relaciones terapéuticas. Pero históricamente se ha destacado mucho más la figura del enfermo que la del terapeuta. (ahí quedan en el recuerdo Robin Williams-Robert DeNiro, en Despertares y Jodie Foster-Anthony Hopkins en El Silencio de los Inocentes)
Aunque ganar no afecta para nada la gran factura de la cinta, ya veremos si Geoffrey Rush se lleva la estatuilla por la interpretación de este habilísimo autodidacta. Yo prefiero pensar que a él le tiene sin cuidado, así como en la escena de la iglesia y el trono.
La lectura de Eduardo Botero al film(oscar 2011) es brillante, lúcida y divertida.Analiza las relaciones de poder y trae a cuento el soberbio:ANIMULA VAGULA BLANDULA de las reflexiones del emperador romano, trasmitidas a la Yourcenar e indaga acerca de la frágil condición humana y la toma de decisiones trascendentales por personajes, vulnerables emocionalmente.
ResponderEliminarLa reflexión del "TEGUA" en la medicina occidental es magistral, pienso que el Oscar como actor de reparto debería haber sido para Geoffrey Rush, ádemas la reseña del film, es el mejor comentario que he leido acerca del Oscar(2011).
Gracias por un artículo muy interesante que sitúa varios niveles de la historia. Entre ellos la presencia del campo transferencial en la relación terapéutica, que está en muy otro nivel que el académico,el social y el de clase. Al respecto de esta presencia de transferencia he escrito un breve post en mi blog. Les dejo el link:
ResponderEliminarhttp://masalladelprincipiodeldivan.blogspot.com/2011/02/el-rey-tartamudo-y-el-tegua-eficaz.html
Hola Dr. Schnitman, cuántos años sin saber de usted. Recuerda nuestro grupo de estudio sobre Historia de la Locura, junto con Juan Manuel Restrepo y Alvaro Giraldo, por allá por los años de 1981 cuando usted tenía su consultorio en Juanambú? Yo lo recuerdo con aprecio, maravilloso ese tiempo también de conmoción intelectual. Nos quedamos a la espera de conocer su blog, pues el link no aparece y en su lugar usted ha puesto el mío, lo cual me honra, pues quiere decir que lo ha hecho suyo. Un abrazo.
ResponderEliminarYa encontré la dirección del blog de Luis Schnitman: http://lacomunidad.elpais.com/humanito/2011/3/6/el-discurso-del-rey-pelicula--2
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