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E. BOTERO T.

martes, 17 de mayo de 2011

DE LOCURAS Y PERVERSIONES NO PSICÓTICAS




HEGEL
Por Eduardo Botero T.




Hace varios años tuve en análisis a alguien que desempeñaba el cargo de gerente de la seccional de una Empresa Prestadora de Salud, EPS, hoy absorbida por aquella que se encuentra en el ojo del huracán de la corrupción en la salud, por la cual nos enteramos de que la muerte de las redes públicas de prestación de servicios agonizan debido a que los dineros que estaban destinados a financiarlas se han desviado para satisfacer las mezquinas ambiciones de los grandes dueños del negocio en que se ha convertido la salud en Colombia.


Recuerdo que esa persona se presentó a una de las sesiones notablemente alterada y, al entrar, no quiso recostarse en el diván prefiriendo ocupar un sillón. Después de sentarse me alcanzó una hoja de papel impresa, con el sello inconfundible de la empresa en la que trabajaba.


Se trataba de un “memo” remitido por el Presidente de la compañía y destinado a la analizante. Se le llamaba la atención (eso es un “memo”: un llamado de atención) debido a que en los últimos meses se había presentado “un desmesurado crecimiento de los casos con cáncer de colon en su seccional”. Se le conminaba a tomar medidas urgentes para corregir tal situación.


Esa persona, administradora de empresas y especializada en gestión de la salud, no atinaba a comprender el llamado de atención que su presidente le hacía. Le parecía injusto que se la acusara “ni más ni menos de llevar a cabo una gestión en detrimento de los intereses de la compañía”, pues no era otro que ese el sentido del reclamo. Palabras más, palabras menos, que por su mala gestión, se había incrementado el nivel de gastos de una compañía que, como cualquiera otra, no debía obedecer sino al mandamiento de maximizar utilidades y minimizar costos.


Yo evoqué a mis amigos del área de Promoción y Prevención del Ministerio de Salud. Encargados de promover los hábitos y estilos de vida saludables en la población colombiana, me parecería cuando menos ridículo responsabilizarlos por el incremento de la morbi-letalidad ligada al corazón, el metabolismo o las muertes por violencia. Mi fantasía se trasladó a suponer un Procurador y un Contralor generales de la nación, abriendo investigación contra ellos dado que las enfermedades susceptibles de ser evitadas se han incrementado en el país.


La gerente-analizante sabía qué paso debía realizar pero se negaba a hacerlo: ella debía llamar la atención al equipo de médicos generales encargados de recibir a los pacientes nuevos que se inscribieran en la EPS, pues, se suponía, eran los encargados de detectar, a tiempo, aquellos trazadores que indicaran la inminencia de presentación del cáncer de colon (régimen dietético, hábitos alimentarios, edad, etc.).


No quiso proceder en tal dirección y prefirió presentar su carta de renuncia. Consideró que el memorándum recibido decía más de la indolencia y la crueldad del Presidente de la compañía que de la mala gestión realizada a nivel seccional. Entonces me anunció que a partir de la fecha se dedicaría a buscar empleo y me pidió suspender por un tiempo las sesiones de psicoanálisis con el fin de garantizarse el éxito en su nueva empresa.


Tenía que admirarla aunque supiera que tras el cargo que ella ocupaba no solamente existía un verdadero ejército de profesionales cesantes dispuestos a ocuparlo, sino que entre ellos muy seguramente el Presidente contaría con alguien capaz de poner en cintura a los médicos generales que habían descuidado el uso de los protocolos de detección temprana de las enfermedades y habían posibilitado que se colara en el sistema tal número de enfermos que contraerían cáncer de colon.


Días después –dos semanas más exactamente- recibí una llamada de ella contándome que se había empleado como gerente de una sucursal bancaria de la ciudad y que por tanto estaba en condiciones de reanudar el trabajo psicoanalítico pues ya contaba con tiempo para hacerlo.




Retomamos el trabajo y a los pocos días volvió a llegar furiosa a la sesión. Me dijo que había renunciado. Yo me alarmé, pues, dos renuncias al trabajo en menos de un mes me parecía que debía tomarlas de una manera tal que pusiera en consideración si era desde ella que algún conflicto encontraba en la realidad modos de eludirse.


Me explicó lo sucedido. Siendo las tres de la tarde de ese mismo día, se presentó a la sucursal un abogado reconocido en la ciudad como encargado de la defensa de gángster y de pillos de toda ralea. Se presentó portando un maletín que contenía una gruesa suma de dinero, superior a la de diez millones de pesos, cifra tope puesta por el gobierno para permitir consignaciones sin preguntar de dónde proviene el dinero. Amablemente se dirigió a ella solicitando la apertura de una cuenta. Ella le pidió que esperara, debía realizar una llamada a Bogotá para conseguir autorización.


El abogado salió de su oficina y ella procedió a la llamada, directamente al Presidente de la corporación bancaria. Le manifestó de qué se trataba y que ella necesitaba autorización por escrito para realizar la apertura de esa cuenta. Su Presidente se enojó mucho y le dijo: “Doctora: proceda a abrir esa cuenta y luego me envía su carta de renuncia”. A lo que ella respondió que primero enviaría su carta de renuncia y vería el Banco qué hacer con esa cuenta.


En efecto, así procedió. Redactó su carta de renuncia invocando motivos personales, la envió a Bogotá y salió de su oficina. El abogado la esperaba sonriente y, apaciblemente, adivinando lo que había sucedido, le dijo: “Doctora: gente como usted es la que le falta a este país. Mire lo pícaros que son sus jefes, le ordenan abrir una cuenta que saben sospechosa queriendo que sea usted quien cargue con toda la responsabilidad legal del asunto. Mis respetos, Doctora, gente como usted es la que necesita este país.”


Ella salió de la oficina no sabiendo establecer cuál de los dos sucesos le producía más molestia, si la actitud del Presidente del Banco o las palabras hipócritas de aquel abogado.


Cuando acabó de contarme las cosas, yo no podía asegurar que estuviera ante un pasaje al acto de esta analizante, esa manera de proceder del sujeto que elige actuar en lugar de realizar una elaboración acerca de su conflicto.


La locura no es extraña a la perversión como suele creerse, las dificultades a este respecto proceden sobre todo de los ámbitos forenses. Pero es que al confundir locura con psicosis, se cree que también en el primero de los casos estamos ante una enfermedad propiamente dicha. Está loco aquel que acusa a un subalterno de ser el responsable de una enfermedad que ni los médicos con todo su saber han podido erradicar: es perverso aquel que sabe que sobre su subalterno recaerá una investigación judicial si obedece la orden que le ha hecho. Es saludable que tanto frente a uno como a otro caso, la implicada haya reaccionado como reaccionó. Pero ello no la salvará de quedar cesante y de hacerse a una fama que el dispositivo del poder, debidamente organizado, promoverá acerca de ella: la de una subalterna desleal.


No puedo dejar de evocar todo esto a propósito de dos situaciones actuales: la primera, la corrupción descubierta y de cuello blanco, del actual sistema de salud y de las corporaciones que son hegemónicas en el mercado; la segunda, las multimillonarias utilidades de la banca en el primer trimestre del presente año, cercanas a los 3 billones de pesos.

¿Qué fue de la analizante? Creó su propia empresa asesora de Seguros. A veces me llama por diversos motivos. No volvió a análisis.

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