Por Eduardo Botero Toro
"Yo no soy en modo alguno partidario de fabricar cosmovisiones. Dejémoslas para los filósofos, quienes, según propia confesión, hallan irrealizable el viaje de la vida sin un Baedeker [nombre de una serie de guías turísticas publicadas por primera vez en Alemania por Karl Baedeker] así, que dé razón de todo. Aceptemos humildemente el desprecio que ellos, desde sus empinados afanes, arrojarán sobre nosotros. Pero como tampoco podemos desmentir nuestro orgullo narcisista, busquemos consuelo en la reflexión de que todas esas 'guías de la vida' envejecen con rapidez y es justamente nuestro pequeño trabajo, limitado en su miopía, el que hace necesarias sus reediciones; y que, además, aun los más modernos de esos Baedeker son intentos de sustituir el viejo catecismo, tan cómodo y tan perfecto. Bien sabemos cuán poca luz ha podido arrojar hasta ahora la ciencia sobre los enigmas de este mundo; pero todo el barullo de los filósofos no modificará un ápice ese estado de cosas; sólo la paciente prosecución del trabajo que todo lo subordina a una sola exigencia, la certeza, puede producir poco a poco un cambio. Cuando el caminante canta en la oscuridad, desmiente su estado de angustia, mas no por ello ve más claro."
S. Freud, "Inhibición, síntoma y angustia", Obras Completas, Ed. Amorrotu, Tomo XX, páginas 91-2.
Se trata de hacer camino al andar y hacer del camino la meta misma. Convertir el psicoanálisis en una cosmovisión que promete, ésta sí, dar cuenta de lo complejo de la realidad solamente producirá estragos a la verdadera causa psicoanalítica, la del apego a la búsqueda de la verdad. Sabemos que esta convicción nos colocará en el lugar de una minoría y lo que sepamos hacer con ella definirá el verdadero paso de una posición de ser afectados por la castración a otra cosa…
ESA OTRA COSA
Los menos de nosotros… insistía Freud al postularse partidario de llamar Destino a lo que otros ponían nombres de dioses y al momento de señalar cuántos en verdad podían imaginar sin censura la sexualidad de su madre y de sus hermanas. Los menos de nosotros… insistía Lacan para colocarse en el grupo de los pocos que no sucumbían a la fascinación que produce la entrega de cuerpos, como ofrendas de sacrificio, a dioses oscuros y lejanos, a propósito del fasto nazi y su “solución final”.
No hacerse a una cosmovisión es un verdadero acto que implica hacerse a “otra cosa”. Guardadas proporciones, hacerse a una fascinación por la palabra del otro (las histéricas “de” Freud, las paranoicas “de” Lacan), sin dejar de lado la inclusión de sus discursos en el espíritu de la época. No se descubre el inconsciente como resultado del apego de Freud a una doctrina; se descubre y se postula una doctrina por el apego de Freud al descubrimiento del inconsciente.
El acto psicoanalítico se traduce en una disposición para saber escuchar, acto que no depende exclusivamente de la motricidad respectiva implicada. Escuchar desde la “atención flotante”, saber inhibir todo juicio con respecto de lo que el otro dice, conseguir precisión para establecer cómo se revela lo inconsciente en lo que se escucha, a través de aquello que no cesa de repetirse. Toda cosmovisión impide el acto porque ella es prescripción del bien decir y toda reclamación en esta dirección impide la producción de la asociación libre de ideas que se espera sí provea de aquello que evidencia la emergencia del inconsciente.
Sin esta determinación el problema de la certeza (de la verdad) queda sin resolverse favorablemente y ninguna propuesta psicoanalítica podrá excluirse de ella como no sea a costo de poner en juego su propia identidad, su especificidad.
ESCENARIO
La Ley de Víctimas aprobada recientemente por el Congreso de la República de Colombia y lanzada públicamente con la presencia y el beneplácito del Secretario General de la ONU, plantea como actividad necesaria y prioritaria la llamada atención psicosocial de las victimas del conflicto armado. Nuestra experiencia en este campo nos permite intervenir proponiendo un debate acerca de lo que se entiende por la misma, a sabiendas de que seremos llamados a propiciar modos de intervención en este proceso.
Ya conocemos bastante del escenario que revelan las tendencias a no plantear el problema de la verdad en el centro de las intervenciones. Un escenario en el cual la llamada industria humanitaria hace su agosto a través de la feria de contrataciones que postulan como guía de trabajo la demostración de eficiencia, de efectividad y de eficacia en la entrega de resultados, a la par que excluyen toda discusión al respecto de la verdad, restringiendo la misma al establecimiento de lo ocurrido sin preguntarse por la implicación subjetiva del afectado.
Perteneciendo al ámbito de lo político, resulta de particular importancia mantener al afectado en la pura condición de víctima pues el propósito de los políticos no es otro que el de reabastecer su ejército de seguidores como forma de hacerse a su supervivencia electoral. Los psicoanalistas no somos proveedores de seguidores de una determinada causa partidista, y si decimos presente al momento de acompañar a las poblaciones afectadas por la guerra, lo hacemos con el fin de que los afectados se pregunten con determinación por su implicación como sujetos tanto en la producción del acontecimiento que los llevó a hacerse víctimas como en el afán por intentar no repetirse en aquello que contribuyó a lo sucedido.
Demagógicamente se nos acusa de señalar al afectado como responsable de aquello que lo afectó, pero no era de esperarse que el necesitado de votos y de adhesiones, queriendo mantener a sus seguidores en la condición de menores de edad siempre a la espera de modificar sus condiciones de vida mediante la acción de un redentor que se postulará siempre su vocero, otra cosa. La verdad del acontecimiento, con toda la complejidad que incluye la implicación subjetiva del afectado en aquello que lo colocó en la condición de víctima, propiciaría inevitablemente un cambio en los modos de relacionarse con quienes quieran postularse como sus representantes, y esto es un costo a veces demasiado alto para una cosmovisión que convierte al representante en supremo determinador de lo que debe hacerse.
Un afectado que se interroga por los modos en que mediante la acción o la omisión facilitó la eficacia de los victimarios, es alguien que se niega a ser reducido a la condición de víctima, en cualquiera de sus variantes (menesteroso, vulnerable, enfermo, menor de edad, etc.) con lo que demuestra la emergencia de una subjetividad capaz esta vez de conciliar su despliegue singular con la posibilidad de instituir acciones comunitarias de superación.
En “Si esto es un hombre” es la postura que conoce Primo Levi de un soldado alemán, el sargento Steinful del ejército austro-húngaro, que comparte prisión con él en Auschwitz y que el mismo Levi contrasta con otra postura que la hace difícil.
El sargento Steinful le había hecho saber “que somos esclavos sin ningún derecho, expuestos a cualquier ataque, abocados a una suerte segura pero que nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento.”
Pero párrafo siguiente, Levi no puede menos que evidenciar la contrariedad que se atraviesa con su entendimiento y aceptación de lo dicho por el sargento. Esas palabras eran verdaderas cosas extrañas para sus oídos, “y mitigadas por una doctrina más fácil, dúctil y blanda, la que hace siglos que se respira más acá de los Alpes y según la cual, entre otras cosas, no hay vanidad mayor que esforzarse en tragarse enteros los sistemas morales elaborados por los demás, bajo otros cielos.”
Negar nuestro consentimiento es imposible si se han tragado enteros los sistemas morales propios del victimario. Y es sobre la base de poner en consideración los modos en que la víctima ha compartido esos valores, resulta de trascendental importancia al momento de establecer si es posible o no superar una adversidad como la que ha provocado el conflicto armado entre nosotros.
Sin esto, la repetición no cesará y la condición de víctima y su exhaltación como tal solamente proveerá a los ejecutivos de la industria humanitaria sustento para el marketing de sus inversiones y aplazamiento indefinido de la condición de menesteroso, enfermo o menor de edad del afectado.
Afrontar decididamente la pregunta por el modo en que como afectados hemos concedido combustible a la eficacia de nuestros victimarios, no es una manera de negar la condición de víctimas sino, por el contrario, el mejor modo de negarnos a ofrecer nuestro consentimiento a los valores sobre los cuales el victimario sustentó sus acciones. Y, de paso, negar nuestro consentimiento al abastecimiento de caudal electoral a los oportunistas que han hecho de la acción humanitaria una fuente de enriquecimiento a cambio de nada diferente que llenar las arcas de sus promotores políticos.
DE LOS MODOS
Es indispensable entonces plantear de qué modos podemos concebir nuestra participación de tal manera que lo expuesto sea tenido todo el tiempo en consideración.
En primer lugar, el privilegio de acciones comunitarias y la determinación del acompañamiento psicosocial en relación con ellas y no al margen de las mismas o como labor especializada. Esto quiere decir que las tareas de involucramiento en la reparación material y económica de los pobladores, planteen el tema del empoderamiento de ellos en la ejecución y el auditaje de las tareas, al tiempo que se define la implicación subjetiva con la tarea como el objeto alrededor del cual se especifica nuestro acompañamiento. Esto no quiere decir que, excepcionalmente, deban atenderse aquellos casos en los que el sufrimiento ha sobrepasado las posibilidades de participación en las acciones comunitarias, pero deberá ser objeto de concertación con las poblaciones la forma como se atenderán esos casos particulares.
En segundo lugar, será la palabra de los pobladores lo que deba constituirse como medio indispensable para la posibilidad de conciliar el despliegue de la subjetividad con la definición de aquellas acciones comunitarias principales. La construcción de una escuela, de una guardería, de una organización cooperativa, de un plan de salud, etc., deberá hacer depender su sostenibilidad no de la buena voluntad de los acompañantes como sí de la comunidad misma, siendo su determinación al respecto, objeto de acompañamiento psicosocial.
En tercer lugar, debemos colaborar con todas aquellas tareas que se propongan la difusión de los valores relacionados con la democracia y la participación, colocando la tarea de la refundación de nuevas modalidades de relaciones sociales cooperativas en el centro de gravedad de la superación de las adversidades. Los nexos entre maltrato intrafamiliar y violencia organizada, entre el patriarcalismo y la tramitación violenta de los conflictos, el lugar del abuso sexual en razón del conflicto armado mismo, etc. son asuntos prioritarios a incorporar en los procesos de educación ciudadana.
Por último, la intervención acompañante debe ser objeto de permanente reflexión y análisis por parte de todos, incluida la comunidad.
POR UNA IMPLICACIÓN RENOVADA DEL PSICOANÁLISIS
En nuestro país, el involucramiento de los psicoanalistas en el horizonte violento de nuestra época, no ha sido la regla sino la excepción. Es preciso que unamos esfuerzos de estudio comenzando por propiciar la lectura de lo que nosotros mismos hemos producido. Si hemos de colocar en el centro de nuestro oficio el asunto de la verdad, debemos empezar a mostrar aquellas cartas que sirvan al propósito de significar no solo el drama en que vivimos sino nuestros modos de abordarlo. A mostrarlas y a decidir qué hacer con ellas, lo cual es una invitación a conformarnos como extenso campo psicoanalítico que congrega la diversidad como motor de representación de su implicación con la época.
Alrededor de la temática de la superación de la adversidad es que las grandes cosmovisiones intentan remozar sus gastados valores optando decididamente por guardar silencio absoluto acerca de su responsabilidad en la producción de la tragedia. Si el psicoanálisis se ha visto implicado en el espíritu de la misma lo ha sido siempre que ha optado por la parrhesía, ese arte de decir todo como única manera de acceder a la verdad.
Lo expuesto más atrás no contraindica el abordaje de la psicología que contiene al determinador de violencia genocida, pero no podemos hacer de ese estudio el propósito principal de nuestra implicación. Más allá de ese principio de la fascinación con el mal, hemos de procurar el análisis minucioso de los modos como dicha fascinación ha sido capaz de hacer lazo social y extenderse como valor universal durante varios años.
Si algo se ha revelado elemento fundamental de la complejidad de nuestro tiempo es que las temáticas abordadas por el fundador del psicoanálisis en lugar de haber sido superadas, se han colocado en el centro de las discusiones: en nuestro país -pero no exclusivamente en el nuestro-, todos los que conciben la existencia como una lucha por hacer prevalecer los valores de un orden presuntamente dispuesto desde la divinidad o del más fuerte que ha triunfado, no solamente cometen violencia contra los adversarios sino que procuran legitimarse como autoridad suprema en temas relacionados con la sexualidad, con los lazos de sangre, con las estructuras familiares, con las formas de obtención del placer, etc. mediante el uso de la violencia, sí, pero también de la persuasión.
La humanidad sabe que las grandes persecuciones contra chivos expiatorios han surgido de la conexión entre un saber culto y los instrumentos de poder y de castigo que dicho saber ha entronizado como instituciones. Un síntoma claro de que estas instituciones buscan remozarse a través de practicar silencio absoluto acerca de su implicación en la producción de la tragedia, es precisamente la extensión de ese silencio acerca de la práctica de la matanza como medio privilegiado para la obtención de sus fines. Y que es de la extensión contagiosa de la fascinación con el sacrificio que ellas han obtenido obediencia y beneplácito con sus actuaciones.
No es a los psicoanalistas que nos corresponda sellar el peso de esa actuación con nuestro respectivo silencio. Validos de una supuesta crítica a la determinación con que algunos sostenemos estas tesis, ciertos psicoanalistas continúan practicando una política de “cabeza de avestruz” que cuando no banaliza la tragedia, termina por servir de referente cuyo silencio autoriza el despliegue de la perversidad sin límite.
Negarnos a constituirnos en una cosmovisión –y también en ejemplo…- es la mejor manera de contribuir a que nuestro acompañamiento de las víctimas de una masacre calculada en dirección al exterminio refrende los valores sobre los cuales ella se ejerció y se continúa ejerciendo.
CODA
De Günter Grass:
“Y ante la asamblea de padres de alumnos, nuestro profesor de Historia, como reconoció mi padre, se defendió muy bien. Al parecer, dijo a los padres: ningún niño podrá comprender el fin de la época del Muro si no sabe cuándo y dónde comenzó la injusticia, y que fue lo que llevó en definitiva a la participación de Alemania. Entonces, al parecer, casi todos los padres movieron la cabeza asintiendo. Sin embargo, el señor Hösle tuvo que interrumpir y dejar para más adelante el resto de sus clases sobre la Noche de los Cristales Rotos. En el fondo, una pena.”
Mi Siglo.
BIBLIOGRAFÍA
1. S. Freud. "Inhibición, síntoma y angustia", Obras Completas, Ed. Amorrotu, Tomo XX, páginas 91-2.
2. Jacques Lacan. La Psiquiatría Inglesa y la guerra. París, L’Evolution psychiatrique, Vol. I, 1947.
3. Primo Levi. “Si esto es un hombre”. Muchnik Editores, Barcelona, 1987.
4. Günter Grass. “Mi siglo”. Alfaguara. 1999.
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