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E. BOTERO T.

jueves, 1 de septiembre de 2011

¿ESPIRITUANÁLISIS? III




Eduardo Botero Toro




Una pregunta: ¿existen unas circunstancias espirituales propias de esta época que reclamen la existencia de un psicoanálisis compatible con ellas?  Volvamos sobre lo mismo, pero de otro modo: la pregunta puede abordarse, desde una perspectiva contemporánea, a condición de que establezcamos qué se entiende por espiritualidad y qué se entiende por psicoanálisis.  La denominación “espirituanálisis” propuesta por Jean Allouch exige que se realicen tales desplazamientos.  Hay quien haya afirmado que ni el judaísmo, ni el cristianismo ni las religiones orientales ofrecen posibilidades de compatibilidad con esas circunstancias espirituales (Cfr. Friedmann, G. La Puissance et la sagesse, París, 1970, p. 359). 

Tendríamos que sobreponer otra exigencia, adicional a la que hace Allouch: la de precisar qué entendemos por “circunstancias espirituales propias de esta época”.  Hemos de vérnoslas con una parte del que podemos llamar espíritu de esta época consistente en desconfiar con excesiva velocidad de la palabra “espiritual”.  Desde el más atrasado de los bachilleres hasta el más encumbrado intelectual, fácilmente coinciden en esa desconfianza sin que por ello el primero se sienta encumbrado a cimas inimaginables ni el segundo degradado a simas pretéritas.  Entenderemos por espiritualidad la confluencia del pensamiento, la imaginación y el sentimiento, en aquellos actos que demuestran esa confluencia así como en aquellas técnicas o ejercicios destinados a propiciarla.  Se nos antoja, de entrada, a la que un Jerome Brunner presenta como realidad mental en su Realidad Mental y Mundos Posibles.  Entonces entendamos por “circunstancias espirituales” aquellas trazas de la cultura que se reclaman procedentes de una concepción que  se propone operar desde la perspectiva del todo.

Si, por otra parte, situamos al psicoanálisis del lado de la tradición occidental que hace de la parrhesía elemento fundamental de las relaciones del sujeto con la verdad, su compatibilidad con las circunstancias espirituales de esta época provendrá necesariamente de que lo consideremos una variante de ejercicio espiritual (silencio, palabra, notas, otro, ejercicio entre dos, siguiendo a Foucault en La Hermenéutica del sujeto).  No nos desanime que se confunda nuestra apreciación y sea objeto de burla si alguien la compara con los Exercitia spiritualia  de   Ignacio de Loyola.  Por los estudiosos de la antigüedad y sus nexos con el cristianismo, sabemos que el término exercitium spirituale, antecede en varios siglos al fundador de la Compañía de Jesús, remontándose a esa askesis de la antigüedad entendida no como ascetismo sino como ejercicio propio del cuidado de sí (Cfr. Hadot, Pierre.  Ejercicios espirituales y filosofía antigua. Ed. Siruela, 2006, pp. 24-5).  Y es justamente a esta procedencia a la que habremos de remitirnos para precisar el significado de las palabras espiritualidad, ejercicio espiritual y… espirituanálisis.

En La hermenéutica del sujeto, en la primera lección de 1982 dictada por Michel Foucault en el Colegio de Francia, el autor nos avisa de que su abordaje de las relaciones del sujeto con la verdad, esa vez será a partir del desarrollo de la noción de inquietud de si mismo, en otras ocasiones presentada como cuidado de sí, destacando que mucho difiere la expresión epimeleia heautou griega de la traducción latina cura sui. 

Con todo y que la historia de la filosofía encumbró a la fama la inscripción en la piedra de las palabras gnothi seauton (“Conócete a ti mismo”), Foucault se vale de investigaciones históricas, filosóficas y arqueológicas para señalar que esa inscripción era una expresión, entre otras, de la epimeleia heautou (las otras dos serían: “de nada en exceso” y las “cauciones”; ambas referidas a la necesidad que debía tener el consultante del oráculo para hacer economía de preguntas y precisar muy bien las que se formularían sin comprometerse con algo que no pudiera honrar).  Foucault, además, nos recuerda que en La apología de Sócrates, Platón presentará a su maestro como alguien que “esencial, fundamental, originariamente tiene como función, oficio y cargo el de incitar a los otros a ocuparse de sí mismos, a cuidar de sí mismos y no ignorarse” (Foucault, op. cit. Pag. 18).  Para Foucault lo que existe es un acoplamiento de las dos nociones, manteniendo siempre el prestigio la socrática pero sin borrar ni hacer desparecer la de la inquietud por sí mismo.  Sócrates sería el hombre ejemplo de la inquietud de sí, pero no solamente él.

Está Epicuro a quien Foucault cita (P. 22) de la Epístola de Meneceo estas palabras del  filósofo que sirvió de objeto de tesis siglos después a Carlos Marx: “todo hombre debe ocuparse, día y noche y a lo largo de su vida de su propia alma.”  Therapeuein es el término que emplea Epicuro, con toda su consistencia polisémica: como cuidados médicos, como servicio a un amo y como participación en el culto a una divinidad.  Están los cínicos orientando a poner la atención alrededor de las cosas que nos rodean y que nos conciernen en lugar de desgastarnos en especulaciones acerca de aquellas que no podemos controlar (Séneca y sus Cartas a Lucilio). También los estoicos, con Epicteto a la cabeza y sus Pláticas. Y está toda una época en la que la noción de ocuparse de sí mismo se convirtió en tono esencial de la cultura, comprometiendo el modo de ser de cada quien.  Por eso debe tenerse en cuenta también la ascesis cristiana que de muchas maneras recoge la noción del cuidado de sí y las lleva a variadas formas, como es el caso de un Gregorio de Niza para quien, la noción de cuidado de sí comienza por liberarse del matrimonio, exigencia muy lejana de cualquiera que al respecto pudiera caber en los anteriores.
 

Es preciso aclarar, en este punto de nuestro recorrido, todo equívoco con respecto a que dicha noción sea una prescripción a apartar el interés por cosas diferentes de sí mismo.  Foucault le adjudica tres sentidos a la epimeleia heautou, veamos cuáles:

1.      Donde la noción está llamada a designar “una actitud general, una manera determinada de considerar las cosas, de estar en el mundo, realizar acciones,  tener relaciones con el prójimo. La epimeleia heautou es una actitud: con respecto así mismo, con respecto a los otros y con respecto al mundo.” (p. 26)

2.      También es una manera de mirar las cosas.  Es volver la mirada del exterior y dirigirla a uno mismo. Prestar atención a lo que se piensa y lo que sucede en el pensamiento.  Por eso mismo, expresa Foucault, epimeleia se hermana con melete, que significa tanto ejercicio como meditación. 


3.      También designa las acciones que se llevan a cabo para que esa ocupación de sí mismo produzca una transformación.  “La epimeleia también designa, siempre, una serie de acciones, acciones que uno ejerce sobre sí mismo, acciones por las cuales se hace cargo de sí mismo, se modifica, se purifica y se transforma y se transfigura.” (p. 26)  Se trata de una serie de acciones que tendrán varios destinos a lo largo de los tiempos: las técnicas de meditación, las técnicas de memorización del pasado, las técnicas de examen de conciencia, las técnicas de verificación de las representaciones a medida que se presentan, etc.  ¿La asociación libre de ideas?

Se trata pues, de una noción que recorre la cultura desde el s. V a. de C. hasta el s. V d. de C.  Fenómeno fundamental de la historia de la subjetividad y de las relaciones con la verdad.  Cubre las formas primeras y fundamentales de la filosofía griega y las primeras expresiones del ascetismo cristiano.  Foucault termina esta introducción de su curso interrogándose acerca de porqué la historia de la filosofía dejó, por lo menos en la penumbra, esta noción mientras privilegiaba el “conócete a ti mismo”, con toda la carga de preceptiva moral que le fuera adjudicada por el cristianismo a esta prescripción socrática.  Formulará varias hipótesis advirtiendo el cúmulo de interrogaciones y puntos suspensivos al respecto.

Una primera aproximación se ocupa de algo que puede no ser esencial pero que se relaciona con el asunto.  La desconfianza contemporánea, procedente de varios registros discursivos, con respecto a que de la noción pueda operar como fundamento de una moral.  El sonido de “ocuparse de sí mismo”, “cuidarse a sí mismo”, etcétera, sería el de una especie de repliegue resignado del individuo incapaz de relacionarse con los otros y con el mundo.  Para un espíritu de época signado por la necesidad de contar con morales colectivas, bien sea que se formulen desde la implantación del socialismo o desde el Pensamiento Único conexo con el capitalismo global, la epimeleia carecería de un valor positivo y acorde con el espíritu de época y a pesar de que en sus orígenes y desarrollo jamás connotó un valor negativo ni de retraimiento radical.  La rigurosidad de las reglas derivadas de esa noción será retomada por valores contemporáneos sean de naturaleza cristiana o no.  Paradojalmente, la rigurosa moral cristiana, que se precia de haber surgido de la lucha contra el egoísmo, tiene sus orígenes con su adhesión a la epimeleia. 

Una segunda aproximación, mucho más sustancial que la de esa paradoja, tiene que ver con la verdad, con la historia de la verdad, particularmente con lo que Foucault denomina el momento cartesiano, que simultáneamente recalificó el “conócete a ti mismo” y descalificó la “inquietud de sí”.  Recalifica: constriñe el conocerse a sí mismo a la consciencia, al puro conocimiento.  Es, para Descartes, la filosofía.  Descalifica: lo que exija, para el conocimiento, la transformación del sujeto, es la espiritualidad.  Ya en la anterior entrega nos referimos a la diferencia, por eso no profundizaré ahora, aquí.  “Creo que la edad moderna de la historia de la verdad comienza a partir del momento en el que lo que permite tener acceso a lo verdadero es el conocimiento mismo, y sólo el conocimiento.” (P. 33)  Existen condiciones para que el conocimiento opere pero ninguna de ellas tiene nada que ver con la espiritualidad.  No ser loco, formarse académicamente para ello, investigación objetiva y desinteresada, etcétera.  Nada que exija la transformación del sujeto como condición necesaria para acceder a la verdad. 


ALGUNOS EFECTOS DE ESTAS APROXIMACIONES

¿Es el psicoanálisis una terapia?  Sería interesante cotejar las prácticas que se hacen a nombre del psicoanálisis (freudianas “clásicas”, kleinianas, lacanianas…) y la polisemia de la palabra que usaba Epicuro, Therapeuein.  Si damos crédito a la afirmación de Jean Allouch de que esas prácticas han entrado en el desfiladero del ritual y a Foucault de que el psicoanálisis tiende a convertirse en una pastoral, tendremos entonces que reconocer que dichas prácticas, postuladas en torno a la noción contemporánea del cuidado de sí, en la medida en que se conviertan en rituales de una pastoral, renunciarían a lo que habría de esencial en el descubrimiento freudiano y a los llamados a conseguir un retorno a eso. 

Pero tanto para Allouch como para Foucault no resulta desafuero incluir el psicoanálisis en la historia de la tradición de las relaciones del sujeto con la verdad.  Y, según Allouch no lo fue tampoco para Freud ni para Lacan.  Es en la perspectiva de superar la condición de mera psicoterapia que resulta posible asegurar que el psicoanálisis está en condiciones de ofrecer a los sujetos posibilidades para afrontar las afugias procedentes del actual espíritu de época y del malestar en la cultura, sin que tenga necesidad de postular como inferior todo el acervo de técnicas existente en el momento a cual de todas ellas más o menos tributaria de los descubrimientos freudianos y que serían notas al pie de página de la obra de Freud así como toda la filosofía es una nota al pie de página de la obra de Platón. 

No cabe discusión con respecto de que el espíritu de esta época recaba sobre la necesidad del cuidado de sí: del cuerpo, de la juventud, de la belleza, de la armonía, del equilibrio, de la salud, de la mente.  No es gratuito el hecho de que la palabra espiritualidad gane tantos y tan rápidamente adeptos y se entienda por tal toda clase de ofertas al respecto al mismo tiempo que se postula como único mandato a cumplir el de aceptar la imposición de unas leyes como las del mercado que cuentan más con funcionarios militares que con expertos capaces de convencer acerca de la obligatoria eternidad de las mismas.  Las leyes del mercado – y lo que se entienda por tales- se han impuesto porque existen medios suficientemente disuasivos para imponerlas.  La persuasión apenas si tuvo su momento pero en la actualidad resulta prácticamente imposible demostrar que este estado de la vida material de los pueblos pueda compadecerse con sus ideales de felicidad.

Apelar a los diferentes sentidos de la noción de “inquietud por sí mismo”, y situar las prácticas psicoanalíticas (pero también las políticas y las pedagógicas…) al tenor de esa tradición, redundaría en beneficio de conseguir que la interrelación de los cuidados de sí múltiples provea de contextos favorables para la superación de las adversidades que la cultura promueve.  De nada valdría el descubrimiento de la noción de pulsión de muerte si de ella se derivara la obligación de simplemente sentarnos a esperar su realización; el conocimiento de la ocupación que ella hace de nuestra subjetividad, sometido a la criba del pensamiento, del acto y de las emociones, harán posible que también se repita el hallazgo de remedios, de modos de superación de la adversidad, forzándonos a abandonar la lamentación que ha elevado la condición de víctima a estatuto privilegiado de los poderosos para justificar sus crímenes y genocidios.  Pensar, pensar y pensar: contra los herederos de Eichman, ese que era capaz de no hacerlo, capaz de solo obediencia, capaz de solo apego al libreto del Führer, capaz solamente de ejecutar órdenes.  Transformar el mundo empleándose a fondo en la propia transformación de sí. 

Es en donde veo posibilidades de que el psicoanálisis sea compatible con la necesidad de transformar un espíritu de época que difunde la tribulación con la eficacia del pensamiento, como ejercicio destinado a preservar el orden establecido en beneficio de unos pocos.  Las fórmulas que elevan su cotización en la bolsa de los valores espirituales contemporáneos, han mostrado, comienzan a mostrar, su precariedad y sus falencias.  Es tiempo para re-significar otros valores, aquellos que parecen haber sido aplastados por el avance impetuoso del complejo financiero-militar-burocrático que rige los destinos de todos los pueblos.  No lo han sido, apenas sí permanecen en la sombra, y un psicoanálisis está en condiciones de ofrecer posibilidades para que advengan iluminaciones capaces de volver a mostrarlos y a colocarlos en el centro de las cosas.

¿Descreo del escepticismo de Freud?  No.  Creo en la pertinencia de una de sus preguntas: por qué los menos de los hombres están en condiciones de hacerse aquellas preguntas que incomodan al resto, es decir, a la mayoría.  Sí. Y también de que  la “psicología” de esa mayoría la revela un día acorde con unos postulados y fácilmente (bueno, es un decir…) acorde con los contrarios.




















3 comentarios:

  1. Dice Jean Alloucho en ME BURLO DE LACAN QUE:
    Una sonrisa como pharmakon no es la clase de tratamiento que la industria del medicamento podría, frotándose las manos,lanzar al mercado.

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  2. Dice Jean Allouch en ME BURLO DE LACAN QUE:
    Una sonrisa como pharmakon no es la clase de tratamiento que la industria del medicamento podría, frotándose las manos,lanzar al mercado.

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