Eduardo Botero Toro
Enseñanza de Pitágoras |
Notas con la que espero alimentar la reflexión de la serie ¿ESPIRITUANÁLISIS? que he comenzado en este blog.
1. Una experiencia “común”: nadie que haya estudiado derecho es el mismo después de haberlo estudiado. Pero igualmente se puede decir de quien haya hecho el trayecto psicoanalítico, tanto de su análisis personal como de su formación teórica (esta también siempre interminable). En ese “nadie es el mismo una vez que…” es que podemos pesquisar lo espiritual, propiamente dicho, de la experiencia de transformación. Tal vez sea en el derecho donde el hombre se perciba más nítidamente a sí mismo como una subjetividad: piensa, siente, actúa (esa tríada de la realidad mental de Jerome Brunner), conoce la ley, intenta aplicarla… Pero es en el psicoanálisis donde la experiencia de la subjetivación pasa por el descubrimiento del descentramiento constitutivo por el cual se reconoce el determinismo del inconsciente, yendo más allá del principio de realidad y del placer…
Se espera la ocurrencia de esa transformación de sí. Se supone que la misma es, ante todo, una experiencia de tipo espiritual.
2. Será así a condición de que podamos saber qué entendemos por espiritualidad. Y por psicoanálisis. Siguiendo a Jean Allouch:
“La nominación «spychanalyse» exige un doble desplazamiento: desplazamiento del psicoanálisis respecto a eso que uno cree que es, y desplazamiento de la espiritualidad en relación con lo que uno cree que es.” En este blog:
Estamos hablando, en lo que a ambos términos se refiere, a las relaciones del sujeto con la verdad, que es el objeto de estudio de Michel Foucault en su texto La Hermenéutica del Sujeto. Aquí Foucault diferencia las dos formas que adquiere esa relación del sujeto con la verdad: una, la forma de la espiritualidad, dos, la forma de la filosofía.
La forma de la espiritualidad: la que viene desde los griegos hasta Descartes, postula que el sujeto no puede ni tiene derecho a conocer la verdad. El conocimiento es un acto limitado para acceder a ella. Para lograrlo es necesario que el sujeto se transforme en alguien diferente del que es. Sus resultados son tangibles: bienestar del sujeto, iluminación, serenidad de espíritu, armonía consigo mismo…
La forma de la filosofía, propuesta por Foucault, emergería a partir de Descartes: el sujeto que se acepta tal como es tiene derecho y puede acceder a la verdad, es suficiente el acto de conocimiento. No obtiene otro resultado que el de acceder a la verdad.
3. Podemos asegurar que la forma de la filosofía es la que predomina en nuestra época mientras que la forma de la espiritualidad choca con esa sensibilidad contemporánea. Y podemos interrogarnos acerca de si aquel proceder fundado por el judío-vienés Segismundo Salomon Freud, es la puesta en acto de la forma de la espiritualidad por parte de quien se ha formado y realizado como practicante de la forma de la filosofía.
4. Para ello es necesario detenernos en los ejemplos que Foucault trae en su presentación de la forma de la espiritualidad.
Su punto de partida es la incapacidad del sujeto para acceder a la verdad y la necesidad de que debe transformarse para conseguirlo. Por supuesto que el sujeto tiene derechos, pero también límites. El conocimiento puede ilustrarlo acerca de los primeros pero no garantizarle, per se, capacidad ni talento para ejercerlos. Entonces es necesario que practique ciertos ejercicios con cuyo resultado pueda procurarse esa transformación. Se trata de pagar, entonces, un precio, el de una conversión. Sin ella será imposible acceder a la verdad. Esto está referido, entonces, al cuidado de sí: en Pitágoras, en Platón, en Séneca, en el cristianismo naciente.
Foucault presenta y analiza las vías mediante las cuales se producía esa conversión y que excedían los límites propios del solo conocimiento.