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E. BOTERO T.

miércoles, 17 de agosto de 2011

ITINERARIO DE UNA LECTURA ANALÍTICA III




EL FREUD DE ONFRAY


La primera parte de Freud: el crepúsculo de un ídolo,  lleva el siguiente título: “Sintomatología.  Renegado sea el que piense mal.”  Cinco capítulos hacen el contenido de esta primera parte:

1.    Prender fuego a los biógrafos
2.    Destruir a Nietzsche, dice…
3.    El freudismo, ¿un nietzscheanismo?
4.    Copérnico, Darwin, si no nada…
5.    ¿Cómo asesinar a la filosofía?


“Prender fuego a los biógrafos”


Una acusación explícita a Freud: quiso falsificar, mediante toda clase de procedimientos, su propia historia con tal de que sus biógrafos no pasaran de hacer hagiografías.  Hay que desconfiar de personas así, es el grito de batalla inicial de esta primera parte.  ¿Cuál sería el propósito de Freud con este proceder? Una intención que, resuelto, Freud quiere que creamos: “…el hombre de ciencia que pretende ser, sin cuerpo ni pasiones…” (P. 40)  De tal modo es como “… (Freud)… habría descubierto, cual un místico de la razón pura, la pepita oculta en lo que bastaba con observar: un juego de niños, con tal de tener el genio necesario…” (P. 40)


Pero Onfray considera que debe aclarar algo fundamental al respecto: “Ahora bien, como todo el mundo, claro está, Freud se formó con lecturas, intercambios, encuentros, amigos, a menudo transformados en enemigos al cabo de un tiempo; siguió cursos en la universidad; trabajó en laboratorios  bajo la responsabilidad de jefes; leyó mucho, citó poco, en contadas ocasiones practicó el homenaje y con frecuencia prefirió la denigración; escribió esto, lo contrario y otra cosa; se cruzó con mujeres, se casó con una, ocultó discretamente una relación incestuosa con otra, tuvo hijos, fundó una familia, cómo no.” (P.  40)


Dos cosas aquí: ¿Cómo todo el mundo?  Cabe imaginar la representación particular de Onfray acerca de las cosas que hace “todo el mundo”.  Segundo: Onfray insiste en no mencionar la experiencia clínica de Freud, algo que va mucho más allá de simplemente cruzarse (!) con mujeres… Agrego una tercera: el buen hombre que es Onfray hace coro con el chisme y asegura que Freud fue capaz de ocultar con discreción una relación incestuosa, ¿con quién? Con la hermana de Martha, su esposa, con Minna. Sepa el lector a qué atenerse entonces con Freud, un incestuoso morrongo, sepa qué hacer con el niño que probablemente fue y que asistía a las clases de catequesis y que muy seguramente pedirá la palabra para lanzar el respectivo anatema contra toda la obra de Freud. 



Onfray, claro está, lo dice como parte de lo que él considera que sucede a todo el mundo, no importa que más adelante, en su caso particular, nada de lo que según él cree dice el psicoanálisis acerca del complejo de Edipo le sucedió a él.  Sin decirlo, Onfray continuará repitiendo la que fuera una declaración de Jung al periodista John Billinsky en 1957, según la cual la misma Minna Bernays le había confesado, en 1907, que su cuñado estaba enamorado de ella siendo su relación muy íntima.  Quien tenga una mediana formación histórica y conozca de los modos de proceder a que era tan aficionado Jung (un placer casi contemporáneo con las notas de picaresca de alcoba), podría poner en cuestión la verdad de esa declaración.  Peter Gay, por ejemplo, autor de una de las biografías más conocidas de Freud (Freud.  Una vida de nuestro tiempo.  Barcelona, Paidós, 1989) supo decirle a Kurt Essler, custodio de la correspondencia de Freud, que la censura con respecto de la vida privada de los personajes relacionados con el psicoanálisis no hacía más que alimentar esa tendencia al chisme que había nacido con Jung (entre otras cosas por razones que los historiadores han sabido desentrañar después) y que había alcanzado ribetes de escándalo toda vez que algunos historiadores críticos habían llevado el asunto más allá, habían encontrado que Minna se había embarazado y que Freud la había obligado a abortar…  Peter Swales, en 1970,  fue el historiador revisionista que amplió la declaración de Jung aunque nunca pudo probar nada de lo que afirmaba y su trabajo terminó siendo considerado simplemente un parodia del método psicoanalítico aplicado a la  supuesta vida íntima del “padre fundador”, tal vez un antecedente en el propósito de Onfray de usar el anteojo del fundador del psicoanálisis para demostrar que no era otra cosa que un vulgar impostor…


Dos cartas de Freud a Martha, su prometida, sirven a Onfray para sostener que en Freud existía el afán por complicar el trabajo a sus biógrafos (sueños de grandeza) y la convicción de que toda biografía es una tarea imposible.  Onfray no se detiene a considerar que siendo lo segundo una certidumbre, haría innecesaria la acción de quemar todos sus manuscritos, que era lo que comunicaba a Martha en su primera carta. 


“La cosa está clara: la biografía es una tarea imposible en sí misma y por eso, para confirmarlo, ¡hagámosla imposible en los hechos! (…) “¿Acaso él, Freud, se prohíbe la aventura de la biografía cuando se trata del presidente Wilson?” (P. 43)


También aquí es notoria la falta de rigurosidad de Onfray, tal vez afanado por probar que Freud quemaba las evidencias para hacer más difícil lo que ya de por sí, según el mismo Freud, es imposible: una biografía…  Dando muestras de una pobre investigación le adjudica a Freud la autoría sobre la biografía del presidente Wilson, pasajes que, se sabe, fueron escritos por William Christian Bullit, antiguo asesor del presidente y quien fuera el encargado de trasladar a Freud desde Viena hasta la Gran Bretaña.  Se sabe que el libro sobre el presidente Wilson fue escrito entre ambos, correspondiendo a Bullit la redacción de los capítulos concernientes a la infancia y la adolescencia del presidente Thomas W. Wilson.  Existe abundante documentación acerca de las vicisitudes que corrió dicho trabajo de escritura entre el político y el psicoanalista, las que de haber sido consultadas por Onfray le habrían servido por lo menos para abstenerse de la contradicción en la que supuestamente caería Freud con respecto a la veracidad de una biografía.  Así, a Onfray le queda demasiado fácil asegurar que parte de la siniestra personalidad del impostor se revela cuando niega validez a las biografías escritas por otros, a la par que pide para sí todo reconocimiento cuando se trate de las biografías (supuestamente) escritas por él…


Pero Onfray vacila al respecto, su crítica a Freud es otra: él pretende hacer de sus propios asuntos personales, motivaciones universales, objetivas y científicas.  En un mismo saco los sueños, las fabulaciones, los fantasmas, las construcciones literarias, los productos artísticos, las construcciones poéticas, todas ellas sinónimas entre sí.  Si recordamos la definición que Onfray usa para la palabra fabulación, hemos de entender que entonces, en todos los casos, estamos ante variantes de la misma “manera caprichosa y hasta mentirosa de presentar o transmitir hechos.”  Debemos descansar agradecidos cuando nos diga que no se propone repetir un acto inquisitorial: “No me sitúo en el terreno de una moral moralizadora que juzgara que la mentira freudiana (comprobada) conduce en línea recta a la necesidad de un auto de fe de Freud, de sus obras, de su trabajo y de sus discípulos.” (P. 44)  ¡Benditosiamidios!
Freud no ha quemado a los biógrafos, quemó algunos de sus manuscritos tempranos y sintió especial alegría al hacerlo. Declaró los términos en que investía el futuro para sí, entonces inimaginable su salida hacia el exilio en Inglaterra, entonces inimaginable que corría peligro su vida y la de su familia como la de tantos otros millones de paisanos suyos en Alemania. En 1885 estamos todavía muy lejos de 1907, y, por tanto, hemos de sospechar que entre los papeles quemados no existiría una carta redomadamente incestuosa, a manera de borrador, dirigida a su cuñada Minna…   Sus libros sí fueron quemados por las hordas nazis encargados de declarar su doctrina como perniciosa y enemiga de la raza aria y a su autor como persona no grata a los intereses del III Reich.  No contó, en ese momento, por parte de los inquisidores, con una bondad como la que nos declara Michel Onfray. 


No es un hombre de ciencia, asegura Onfray y hemos de creerle porque por lo pronto no nos ha expresado cuál es su opinión acerca de quién sí y quién no puede ser declarado hombre de ciencia.  Joven, antes de dar a conocer la obra por la cual obtendrá el reconocimiento de millones de seres humanos que, desconocedores de la obra de Michel Onfray cayeron en la trampa que les tendió, sueña con la grandeza, ha investido su propio futuro como a él le place, no de cualquier manera ni practicando una mentirosa caridad con los demás para vivir la infatuación del que practica una falsa modestia, y espera que sus biógrafos sepan sortear el imposible de su trabajo que no procede tanto de la mala voluntad de los mismos sino de la imposibilidad de dar cuenta en su totalidad de la vida y de la obra de un personaje que califique para que otro ser humano se tome el trabajo de biografiarlo.  Después de Freud, los biógrafos gozan de buena salud después de los nazis muchos de ellos fueron víctimas de los autos de fe del nazismo. 


Con Onfray no solamente les va mal a los biógrafos, amenazados con la hoguera de Freud: también a los filósofos.  “Freud no es un hombre de ciencia, no produjo nada que esté en la órbita de lo universal, su doctrina es una creación existencial fabricada a medida para vivir con sus fantasmas, sus obsesiones, su mundo interior, atormentado y estragado por el incesto.  Freud es un filósofo, lo cual no es poca cosa, pero el mismo recusaba ese juicio, con la violencia de aquellos que, a través de su ira, señalan el sitio preciso: el del dolor existencial.” (Pp. 44-5)


Como Nietzsche ha desentrañado la verdad de la filosofía, esto es, que siempre procede de un cuerpo, Freud entonces, atribulado por su corporalidad –y agreguemos: su mal comportamiento- lo que produce es la obra propia no de un científico sino de un filósofo.  Esperaremos de qué modo dará cuenta Onfray de ese cuerpo de Freud –y de ese comportamiento- quedando también a la espera de que nos revele las fuentes en que se apoya para disuadirnos de que, después de su infernal experiencia en el orfelinato salesiano, Onfray no conoció a Freud sino impresiones de su obra adentrándose más tarde en el estudio completo de la misma, de las historias escritas por sus seguidores y de las escritas por sus detractores… 


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