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E. BOTERO T.

jueves, 18 de agosto de 2011

SELECCIONES DE FÚTBOL Y REFUNDACIÓN DE LA PATRIA




Eduardo Botero T.


¿Existe algo en común entre las celebraciones que se multiplican cuando un seleccionado de fútbol colombiano gana sus primeros partidos en un torneo internacional y las declaraciones de una senadora, Liliana Rendón, justificando el acto criminal del entrenador del seleccionado nacional de mayores que acometió a golpes a una mujer en la vía pública?

¿Existirá una membrana permeable que separe –al tiempo que une- la proliferación de adjetivos elogiosos para con unos jugadores que apenas triunfan en las primeras de cambio y las feroces declaraciones de un Álvaro González, presidente de Colfútbol, cuando dice que más de la mitad del país apoyaría a Hernán Darío Gómez si este le hubiera pegado a Piedad Córdoba?

Liliana Rendón y Alvaro González comparten una concepción según la cual, como en el fútbol, a veces es lícito usar la violencia contra el otro.  “Cuando no se puede con fútbol, ganar con hombría también vale”, repite constantemente Eduardo Lara, el entrenador de la selección nacional sub-20.  Los tres tienen una idea de  hombría que los sitúa en el mismo campo de las justificaciones enarboladas por quienes, desde su concepción de extrema derecha, han pretendido refundar la patria de tal modo que esta quede fabricada a imagen y semejanza de un territorio en el que sea lícito imponer su propia y exclusiva autoridad.  Ellos plantean que existen condiciones que hacen legítimo el uso de la violencia.  Lo mismo que asegura la insurgencia armada en Colombia.  Y entre ambos, se matan –aunque no exclusivamente entre ellos- defendiendo la misma concepción.
 

Pero no nos desviemos del camino elegido con las dos preguntas que encabezan este comentario. 

Permeada y sometida a los intereses del lumpen, la actividad futbolística profesional en Colombia terminó por ser fiel copia de lo que acontece en el plano social: sobornos, amenazas –y consumación- de muerte contra los árbitros, el predominio de acciones extra-deportivas para dirimir clasificaciones y triunfos,  la perpetua armonía entre dineros procedentes de la empresa privada con los procedentes de empresas criminales, testaferrato, intimidación contra toda práctica que se proponga auditar sus cuentas, conversión del deportista en simple mercancía sujeta a las leyes de la oferta y la demanda de la esclavitud, desaparición de los valores propios de la satisfacción lúdica y su reemplazo por los que provienen del cálculo, la maximización de utilidades y la minimización de los gastos, vínculos de gánsteres con políticos y funcionarios públicos, sometimiento de las leyes deportivas a las exigencias monetarias de los patrocinadores, encubrimiento deliberado y calculado por parte de una prensa deportiva más anhelante de tapar la estructura podrida de la actividad con escándalos que  reinventa de tanto en tanto, etc.

Sus nexos con los promotores del paramilitarismo en Colombia todavía continúan revelando las secuelas del uso que se hace de la actividad deportiva en beneficio de mantener bajo sumisión a una galería que prefiere hacerse matar por la defensa de los emblemas de trapo de una divisa determinada que por organizar la indignación de tal modo que cambie sustancialmente su calidad de vida.

Contrasta la ineficacia de la patada al balón con la eficacia y la contundencia del puño contra el más débil, para el caso, la mujer, pero también puede ser el adversario hábil que aprende a jugar y a disfrutar el juego pero que pronto cae prisionero de las exigencias de su empresario y del entrenador que necesita más de su hombría  que de su habilidad futbolística.  O una lechuza herida en la gramilla. 

Lo que llama la atención es que la efectividad con la que el fútbol ha sido usado para tramitar toda clase de intereses, legales e ilegales, criminales o no, contrasta con la ineficacia en la consecución de resultados favorables en el juego.  Tan anhelado es el afán por quedar campeones de algún torneo que no sea programado previo cálculo de triunfo amañado, que basta con ganar dos partidos para que ya todo ese dispositivo descrito reaccione con un júbilo y una euforia dignos del más precioso embalaje por cocaína.  La prensa deportiva se encarga de dar letra y gráfica y video al jolgorio.  Sus apelaciones son cliché: la madre del goleador, la historia privada de sacrificios con que se hizo profesional, los amores privados del entrenador, los agüeros del preparador físico, la cabellera frondosa de un pibe, el tamaño del órgano genital de otro, las declaraciones autoritarias del dirigente deportivo presentadas como graciosa anécdota, la infaltable lectura de la biblia antes del partido, etc.

Rara vez esa curiosa mezcla de madrazo con bendición que repiten algunos jugadores después de marrar un gol que era más fácil de hacer que de botar: mientan la madre,  luego dirigen la mirada al cielo y se santiguan (una vez, dos veces…); rara vez esa mezcla entre la fe que congrega, al grupo que ora, al mismo que lleva la misión del entrenador de “quebrar” a un adversario; rara vez la noticia de cuánto dinero recibe un entrenador de los empresarios de los futbolistas, para colocarlos en esas alineaciones que todos los conocedores del fútbol reconocen aterradoramente (no mañosamente) equivocadas.

Hay exceso de triunfalismo antes de obtener un resultado definitivo.  Narcisos prisioneros del amor por su voz, los arrean hacia el micrófono hasta hacerlos sentir ya campeones mundiales cuando apenas cruzan el territorio de unos vulgares octavos de final. 

Por el lado de los refundadores de la patria  la cosa es igual.  Las declaraciones de una Liliana Rendón o de un Alvaro González deben entenderse como aquellas que se atreven a conceder públicamente pues consideran que se cuenta con un clima favorable para las mismas, es decir, que ambos cuentan de antemano con la aquiescencia de la mayoría de la población.  El procedimiento para madurar aguacates, consistente en envolverlos con papel periódico, es el mismo que se usa, metáfora mediante, para construir popularidades.  Convencidos de que en materia de confrontación bélica han conseguido llegar al principio del fin, piensan que los valores reaccionarios que encarnan pueden ahora sí proferirse públicamente sin temor a la crítica ni a la sanción pública.  Pegados a una popularidad conseguida a punta de medios, se sienten seguros para proferir sandeces como las de la senadora conservadora y el empresario deportivo.

No han ganado todavía nada, pero ya actúan de modo triunfalista.  Han conseguido éxitos, es cierto, sobre todo en materia de flexibilización laboral que es una especie de extensión de las costumbres laborales esclavistas predominantes en el fútbol al resto de la economía; sobre todo en materia de salvar sus vidas habiendo obtenido una extradición que los eximió de responder por crímenes de lesa humanidad a cambio de responder, en el exterior, por un vulgar delito de contrabando (¡y todavía hay quién asegure que los beneficiados se han sentido traicionados y desean enlodar el buen nombre del gobernante que los extraditó!) 

No han obtenido todavía un triunfo definitivo y ya se consideran a salvo de todo cuestionamiento y proceden a dar declaraciones que en otro país habrían generado merecida sanción. 

Veremos en dos o tres años, cuando la debacle del dios que entronizaron como supremo se revele en sus propios presupuestos personales y familiares, qué y cómo van a decir sus cosas.  Dirán, es fácil anticiparse, que fueron utilizados y engañados por otros, escupirán y acusarán a quien los protegió e impulsó, se delatarán entre sí demostrando que ni siquiera como hampa respetan nada (“no me pregunten agentes/ quién fue el hombre que me ha herido/ será su tiempo perdido/ pues yo no soy delator”, rezaba el decir del rufián herido de muerte en el tango Sangre Maleva), o declararán no haber sabido nada de eso que ellos mismos instigaban y determinaban o contribuían a perpetrar…

Porque en materia de bancarrota y pobreza, existe más experiencia en las estirpes de la historia que ya parecen estar cumpliendo  la condena de vivir  cien años de soledad sobre la tierra.  Al ingreso de los nuevos pobres a la pobreza no se les dará la bienvenida, por supuesto.  Se les exigirá que respondan por sus crímenes.  Que ni siquiera para ellos mismos hayan podido obtener satisfacción, apenas si será motivo de murmuración, de chisme.  Entonces sabrán que el silencio del vulnerable que ha sido golpeado y herido, nunca será tan repudiable como la palabra de quienes justificaron y legitimaron la agresión.

NOTA  FINAL

Por noticias de prensa nos hemos enterado que Hernán Darío Gómez ha comenzado tratamiento psicológico con el doctor Jorge Duque en la ciudad de Medellín.  Esperemos resultados favorables, pero, sin ánimo de provocación como sí de puesta en consideración de lo que se entiende por tratamiento psicológico y sus alcances, se logrará muy poco si simultáneamente no se abordan los determinantes inconscientes de su conducta con el medio social y cultural en que se desempeña Hernán.  Una terapia no es un acto de arrepentimiento al modo de quien sabe que quien peca y reza empata, no es un sacramento, una confesión, por más de que muchos se la representen –peregrinamente- de tal modo.  Es necesario que el afectado acceda a dar cuenta de las implicaciones de su deseo con el destino que ha elegido tener y en esto es fundamental  ir más allá de la sola conducta y poner en cuestión, así sea por primera vez a los 56 años, las características propias del medio en que se ha desempeñado hasta la fecha.  Un enfoque de justicia reparativa tendrá que decir lo propio al respecto pero, en materia de psicoterapia, nada se obtendrá beneficioso por parte de aquel que se exima de cuestionarse acerca de su propia responsabilidad no solo en cometer determinado acto censurable –y punible- sino de querer pertenecer a un medio que propicia esos comportamientos, los promueve y los exalta como virtudes. 


1 comentario:

  1. ¡CONTUNDENTE¡ El análisis de Eduardo Botero cuestiona los principios éticos de esta sociedad colombiana, donde la convivencia es "un acto de fé" y la supervivencia democratica, un acto de heroismo.La sociedad colombiana sigue en la etapa del "duelo innefable".

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