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E. BOTERO T.

lunes, 15 de agosto de 2011

ITINERARIO DE UNA LECTURA CRÍTICA I


A los lectores del blog una información pertinente: comienzo aquí un itinerario, el de la lectura del libro de Onfray.  He decidido hacerlo de este modo, es decir, sin esperar a terminar todo el trabajo y sin saber si lo terminaré o no.  A medida que vaya leyendo el libro, estaré escribiendo mis reflexiones acerca de su contenido.  He decidido titularlo ITINERARIO DE UNA LECTURA CRÍTICA y lo iré numerando según vaya ocurriendo la producción.  Procediendo de este modo aspiro a vincular dentro de la producción, las opiniones que a bien tengan enviarme, tanto con respecto del libro de Onfray, como con respecto de esta lectura crítica. 



EL FREUD DE ONFRAY

Eduardo Botero T.



“Para todo hombre con el cual ustedes entren en relación, no emprendan apreciación objetiva de su valor o de su dignidad, no tomen tampoco en consideración la maldad de su voluntad, ni la estrechez de su inteligencia, ni lo absurdo de sus ideas, pues la primera podría fácilmente suscitar en él el odio, y la última el desprecio.


Cita de memoria que hace Jean Allouch de las palabras de Shopenhauer y según él tomadas como consejo por Jacques Lacan.





Freud... ¡también fumaba!

1.

Comienzo un recorrido, el de una lectura: “Freud: el crepúsculo de un ídolo” (Taurus, México, 2011) de Michel Onfray. 

Como psicoanalista me concierne pero advierto, espero dejar testimonio de que verdaderamente me concierna como psicoanalista. 

Me explico: asumo el texto de Onfray como oportunidad, esto es, como acontecimiento humano, como conducta plena de sentido, como ejemplar organización de lo que en psicoanálisis conocemos con el nombre de transferencia negativa.  Michel Onfray hace pública la suya propia y que la haga pública es un acto que no podemos reducir simplemente a una especie de mala voluntad o de proterva mala intención, aunque la tenga.  Limitarnos a ello es lo que explica tantas acciones que, practicadas desde los psicoanálisis a través de algunos psicoanalistas, les coloca en el mismo lugar que el zeitgeist actual privilegia: el del alma bella y el del inquisidor.  Un desprecio absoluto por el conocimiento de ese testimonio cuando no un llamado público a censurar y propender por impedir la difusión del texto. 

Si, como me ha querido explicar alguien, el libro de Onfray introducirá confusión y escepticismo entre nuestros estudiantes que se forman en el psicoanálisis, será algo que debamos atender de una manera muy diferente a la de insinuarles su no lectura.  Será una magnífica oportunidad para poner en consideración qué es lo que hace un psicoanalista cuando afronta un texto –y un acto- que lo inducen a confundirse y descreer.  No hablar del texto en nuestras conferencias, guardar un calculado silencio acerca de su existencia, impedir que se formen discusiones alrededor de los temas que plantea son todas maneras de practicar una represión cosa que riñe radicalmente con uno de los conceptos fundamentales del psicoanálisis. 

A propósito de esto es bueno traer al recuerdo algo que ha sucedido en Francia, con motivo de la divulgación mediática que se ha hecho del libro de Onfray y que ha suscitado reacciones diversas, sobre todo una de la que tenemos testimonio directo procedente de Jean Allouch.  Citaré a continuación, y en toda su extensión, dicho testimonio:


Este 19 de julio recibía, como sin duda bastante gente, un correo invitándome a firmar un petitorio presentado bajo la forma de una “Carta abierta a los responsables de Francia Cultura en el tema de la emisión de Michel Onfray programada desde fin de julio hasta fin de agosto de 2010 a las 19 horas”. Su texto, estaba precisado “fue establecido por un colectivo de psicoanalistas y enseñantes”. Sería de poca altura reproducir aquí esta “carta abierta”, tanto como comentar los términos de ella y entonces hacerlos valer. Por eso me contentaría con indicar que los firmantes pedían, piden que se ponga fin al contrato que liga a esa radio pública con Michel Onfray, es decir, que la emisión sea desprogramada.

Al día siguiente, habiendo dejado pasar una noche sobre el tema, respondí a quienes me habían solicitado, a saber O. Douville y J-J Moscovitz (a quien llamo afectuosamente “Mosco” desde los tiempos en que nos frecuentábamos en el seno de la Escuela freudiana) lo siguiente:

Querido Douville, querido Mosco,

¿Desde cuándo los psicoanalistas intentan instaurar una relación de fuerza tal que prohíba a cualquiera hablar mal del psicoanálisis, sea de manera privada o pública?


¿Es esa una indicación que dan ellos en cuanto a su forma de acoger lo que se llamó “transferencia negativa”, esa falta de retroceso, esa relación frontal?

El punto no es demostrar en qué Onfray se equivoca, o de destacar tal o tal de sus aspectos ahora calificados como desafortunados, sino peor: el punto es saber ahí donde él dice algo verdadero y acoger una enseñanza de sus ataques, incluso de los más inoportunos.

Por otra parte todo esto carece terriblemente de humor…

Saludos a los dos

Allouch

PD: Sería formidable si ustedes difundieran estas palabras entre los firmantes de vuestro petitorio.

Esos firmantes son hoy, 24 de julio, la cantidad de 885. Sus tratativas redoblan un gesto de Élisabeth Roudinesco, señalado por Le Canard enchaîné, que apuntaba a obtener la supresión de una subvención que beneficia a la Universidad fundada por Michel Onfray.

En tales acciones toma su apoyo lo que un Jacques Lacan deseaba dejar de lado: la balanza. Y quizás uno de los grandes inspiradores de Freud, a saber Schopenhauer, describió el contenido de aquellas más o menos con estas palabras (citadas por Claude Rabant al final de su notable y última obra):

Para todo hombre con el cual ustedes entren en relación, no emprendan apreciación objetiva de su valor o de su dignidad, no tomen tampoco en consideración la maldad de su voluntad, ni la estrechez de su inteligencia, ni lo absurdo de sus ideas, pues la primera podría fácilmente suscitar en él el odio, y la última el desprecio.

Sin respuesta en este día de parte de Douville o de Moscovitz, propongo al director de l’Elp volver accesible a quienquiera este “intercambio” haciéndolo figurar en el sitio de la escuela.

Jean Allouch


PD: Ningún miembro de l’Elp figura entre los firmantes. Una feliz noticia ocurrida en la escuela por estos días, isn’t it*?

*N. del T: en inglés en el original
Traducción: Irene Kleiner.

A mi parecer, Jean Allouch toma las cosas a la manera en que deberá hacerlo todo aquel que se autorice como psicoanalista, asegurando que también allí, en ese acto, el psicoanalista no debe perder su perspectiva, la de la búsqueda de la verdad. 


Agregaré un elemento más de análisis: si compartimos la preocupación que nos asiste cuando contemplamos cierta tendencia a convertir el discurso psicoanalítico en una pastoral más de época (según lo demuestra en muchos textos y de manera sustentada un Michel Foucault), el libro de Onfray debería servirnos para establecer qué alcances ha tenido esa tendencia en el campo de las relaciones entre el psicoanálisis y la cultura.  Las pastorales actuales, todas ellas, son signos inequívocos de la implicación subjetiva en el malestar propio de la época, no todos los individuos desean practicar el silencio frente al malestar y unos cuantos quieren asegurarse de que la porción que les corresponde en la correlación de fuerzas de la batalla de las ideas no cambie en detrimento de sus intereses.  La solidez de todas las burocracias –excluyendo a ninguna- asiste a los límites propios que les plantea el acrecentamiento de la reacción hostil que se palpa en todas partes del mundo contra todas ellas, sea por la vía de las contestaciones más radicales y organizadas, sea por la vía de los llamados “nuevos” síntomas de la contemporaneidad.


En lugar de propender por instaurar relaciones de fuerza que pretendan prohibir se hable mal del psicoanálisis –o de su fundador- lo que deberíamos procurar todos es el uso del pensamiento crítico, el mismo que practicamos como resultado de nuestra formación y de nuestro propio análisis personal, con respecto de ese “acto de hablar mal” acerca de aquello que nos concierne.  Si al hacerlo nuestra argumentación acusa los efectos del alma bella o del inquisidor, estamos obligados a plantear la calidad de nuestra relación con la verdad.  Una y otra postura, no serán más que formas de manifestación de la angustia y, en tales casos, sabemos que de alguna manera lo dicho y hecho por el otro (en este caso Onfray y su libro) resuena con algo establecido en nosotros mismos.



2. “EL SALÓN DE LAS POSTALES FREUDIANAS” COMO PREFACIO DEL LIBRO


¿Nietzsche positivista?

De entrada nuestra atención es fijada por el título.  “Freud: el crepúsculo de un ídolo”, es el título en español, porque en francés es más extenso: Le crépuscule d’une idole. L’affabulation freudienne (Editions Grasset & Fasquelle, 2010).  ¿Cómo no evocar a Nietzsche?  ¿Cómo no evocar el ocaso del día, su progresiva desaparición?  Pero no se trata ni de los dioses ni del día, se trata ¿de quién?  De un ídolo. 

Me remito al DRAE:

ídolo.
(Del lat. idōlum, y este del gr. εδωλον).
1. m. Imagen de una deidad objeto de culto.
2. m. Persona o cosa amada o admirada con exaltación.


Es decir, se trata de algo que es objeto de… (culto, amor o admiración con exaltación).  Las acciones pertenecen a otros, no a él, se trate de una imagen o de una persona determinada. El culto, el amor o la admiración con exaltación son las acciones que convierten a una imagen o a una persona en “ídolo”.  Me pregunto: vistas de esta manera las cosas, ¿qué es lo afectado por el ocaso?  Me respondo: el culto, el amor, la admiración con exaltación. La condición de ídolo queda circunscrita a la temporalidad: es, dejó de ser, será…  Freud  (pero también Marx, o Nietzsche).  Yo espero encontrar en el desarrollo del libro un firme apego a demostrar que son esas acciones las que se encuentran en su ocaso, que la exaltación con que haya podido convertirse en persona o cosa amada o admirada, se encuentre efectivamente sufriendo de progresiva atenuación. 


Pero ya desde la primera cita, que es un fragmento de Más allá del bien y del mal, de Friedrich Nietzsche, no encuentro corraboración de esa expectativa: en efecto, en dicho fragmento encontramos que la burla y la desconfianza que afectan la mirada de  Nietzsche proceden de los filósofos en su conjunto y particularmente la “falta de sinceridad” con la que estos “elevan un concierto unánime de virtuosas y ruidosas protestas tan pronto se toca, por mínimo que sea, el problema de su sinceridad.”  Inventar razones a posteriori encubre lo que realmente acontece: hacer pasar por resultado de una dialéctica “pura, fría y divinamente impasible”, lo que no es otra cosa que “una afirmación arbitraria, un antojo, una ‘intuición’ y, con  mayor frecuencia aun, un deseo muy preciado pero depurado y cuidadosamente pasado por el tamiz.”

Vuelvo al DRAE:

sinceridad.
(Del lat. sincerĭtas, -ātis).
1.     f. Sencillez, veracidad, modo de expresarse libre de fingimiento.


Estamos pues avisados con lo que se anuncia a través de esta apelación al filósofo.  El asunto de la sinceridad.  La acusación que enrostra Nietzsche a los filósofos es la de mentir en tanto que ni sencillez ni veracidad, hagan parte de su modo de dar a conocer su argumentación.  Decididos a hacer pasar de contrabando un prejuicio como si fuera una verdad, necesariamente tendrán que estar afectados por el fingimiento y la impostura. 


Una dedicatoria a Diógenes de Sínope es la que sigue a esta cita de Nietzsche.  Por Diógenes Laercio sabemos algo de este filósofo, discípulo de Antístenes que a su vez era discípulo de Sócrates.  También se le conoció como Diógenes el cínico, por el nombre dado a la escuela a la que pertenecía, la de los cínicos.  Su ideario y su práctica han pasado a la historia hasta convertirlo en un verdadero ícono para muchos, entre otros Onfray: elevación de la pobreza a la categoría de máxima virtud.  Vivir al margen de la sociedad, portando una lámpara encendida durante el día (decía que buscaba hombres honestos con ella), consideraba la pobreza como virtud que representaba al soberano bien, en contra de otros bienes (la ciencia, la riqueza, el poder…).  Enemigo declarado, pues, de todo aquello que se haga convencional y a lo que es preciso oponer la verdadera naturaleza.  Entendió por sabiduría la capacidad de liberarse de todos los deseos y reducir al máximo todas las necesidades. 

Onfray, desde este siglo XXI tan o más problemático y febril que el anterior, dedica estas 497 páginas no a la memoria de Diógenes de Sínope sino a él mismo, al propio Diógenes, quien viviera entre 412 y 323 antes de esta era.  Declarado ateo y autor de un Manual de Ateología, no deja de asombrarnos esta dedicatoria de Onfray repitámoslo, no a la memoria de sino a la persona misma, hace siglos fallecida…


¿La fábula es una mentira?


Después de Levi Strauss y su abordaje de la veracidad que existe en los mitos, resulta significativo que un filósofo de la cultura de Onfray continúe con la idea de relacionar fábula con mentira y desconocer los determinantes propios de lo que denominamos capricho.  Así, antes de comenzar el prefacio, nos entrega una definición de fabulación, contribución de Pierre Gilbert, en su obra Dictionnaire de mots contemporains:

“Fabulación (n.f., retomado a mediados del siglo XX con un nuevo sentido):
Manera caprichosa y hasta mentirosa de presentar o transmitir hechos.
Pierre Gilbert,  Dictionnaire de mots contemporains.
    París: Robert, 1980, col. “Les Usuels du Robert”.


Después de lo cual comienza el prefacio que lleva por título “El salón de postales freudianas”, pero que también contiene el modo en que Onfray, adolescente, tuvo acceso a la obra de Freud.


“Conocí a Freud en…” comienza su prefacio.  No escribe: conocí una obra de Freud en… No. A Freud directamente.  Junto con la dedicatoria a Diógenes, llama nuestra atención esta manera de abordar la cuestión que no diferencia ni entre la memoria de… ni la obra de.  Directamente: conocí a Freud. 


Pero debemos recabar es ante todo no en la “nueva” sino en la rigurosa definición de fábula, pues, en tanto que género literario, ella remite más a un modo de proceder en dichos términos, es decir, literariamente, que a una especie de mala intención o de bajeza caprichosa de quien la realiza.  La antropomorfización de animales o de objetos es lo que caracteriza al género literario y de la importancia de su estatuto encontramos referencias en un Aristóteles (Poética, cap. VI). para el que junto con los caracteres, el canto, la elocución, el pensamiento y el espectáculo, la fábula era uno de esos seis elementos que componen la tragedia.


Creo que al privilegiar la definición de Gilbert, Onfray hace uso de una acción que desconoce toda una tradición histórica de la fábula desde Mesopotamia hasta nuestros días, pasando por Esopo, Demetrio de Falero, Nicóstrato, Horacio, Flavio Aviano, Nivard de Gand, Pedro Alfonso, Leonardo da Vinci, La Fontaine, Samaniego, José Rosas, Jean Chollet, etc.  Hegel la tomó como objeto: “La fábula es como un enigma que será acompañado siempre por su solución” (Estética, II).


En general, lo que caracteriza a una fábula como género que se diferencia de otros (el cuento, la parábola, etc.) es que procura siempre un objetivo didáctico, a veces moralizante (la moraleja), su brevedad y reducción al mínimo del número de personajes, la inverosimilitud de la situación que narra, el empleo del sarcasmo, la ironía y la malicia.  Un buen ejemplo de fábula (por lo demás, de una gran actualidad), es el siguiente poema de don Rafael Pombo:


“Un campesino que en su alacena
Guardaba un queso de nochebuena
Oyó un ruidito ratoncillesco
Por los contornos de su refresco.
Y pronto, pronto como hombre listo
Quien nadie pesca de desprovista
Púsole al gato para que en vela
Hiciese al pillo la centinela.
E hízolo el gato con tal suceso
Que ambos marcharon, ratón y queso.

Gobiernos dignos y timoratos
Donde haya queso no pongáis gatos.


Aunque ya no goza de la popularidad que alcanzó sobretodo durante los comienzo de la Ilustración, la fábula se prestaba como el mejor de los géneros para realizar sátiras sociales que denunciaban aspectos de las sociedades en que emergían, como es el caso de Ysengrinus, de Nivard de Gand, que mediante la narrativa de la lucha entre el zorro y el lobo, ponía al descubierto toda la injusticia ligada a la sociedad feudal. 
Tomemos, finalmente, un ejemplo de fábula pertinente a nuestra empresa. Tomada de Aviano, la transcribo en español antiguo, como fue publicada la obra de este fabulador que vivió en el siglo V de nuestra era.


De las dos langostas o cangrejos.

Ninguno deve redarguyr a otro de la tacha o vicio que él tiene sin primero corregir a sí mismo, según se nota d' esta fábula.
Una langosta o cangrejo, mirando a su fija que andava tuertamente y que no traya derechos los pies porque se lisiava en las piedras malas y ásperas de las aguas, por causa que anduviesse derechamente y sin lisión, díxole la madre assí:
-Hija amada, no vos plega de andar por estos caminos ásperos y sin carrera. Y también mirad porque no andéys assí a tuertas al través con los pies, mas andad derecha y fermosamente e no vos lisiaréys tanto.
Respondió la hija:
-Madre, anda vos primero bonitamente adelante e mirar vos he cómo vos movéys e seguiré lo mejor que podré vuestras pisadas.
La madre, començando a andar, vio la hija que yva tan tuerta y feamente como ella, y assí le respondió:
-Maravíllome cómo me redarguys del andar, no sabiendo vos misma mejor caminar.
E assí demuestra que torpe y cosa fea es reprehender el hombre en otro, lo que en sí mismo es digno de reprehensión. 
No reprehendas a otro el vicio que en sy cabe



Existe otra connotación de fabulación, referida al síntoma característico de los amnésicos que intentan compensar sus fallos de memoria con la invención de sucesos que en realidad no ocurrieron.  Aquí cabe considerar que se trata de un modo de proceder mediante el cual el sujeto niega la falla compensatoriamente, es decir, mediante un procedimiento que lo ponga a salvo de un juicio crítico proceda de otro o de él mismo. 


Estamos ante algo mucho más complejo que lo que la definición de Gilbert, utilizada por Onfray, nos revela.  Nunca una simple manera caprichosa… y hasta mentirosa… de presentar los hechos.  Sobre todo, después de Levi Strauss, después de los aportes de la investigación lingüística, después de toda la producción crítico literaria que se ha producido en los últimos años, circunscribir la definición de fábula a la ya citada es muestra de desdén cuando no de apego a considerar un simple deseo, un capricho, como una verdad.  Nietzsche y Gilbert no se apoyan entre sí, sin dialectizar los dos contenidos que cita, Onfray no escapa a las consecuencias de esa negativa: veremos si opta por seguir a uno o a otro, o si su declaración encarna el verdadero espíritu de esta época (zetgeist) cuando a cierta subjetividad le resulta normativa la capacidad de presentar un pensamiento sin dialéctica. 




























1 comentario:

  1. Te acompaño desde mi propio recorrido. También lo he empezado ahora.
    Oportuna la discrepancia con los partidarios de silenciar.

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