EL GOCE EN LO COTIDIANO
Eduardo Botero Toro
Un acontecimiento banal, el cotejo Santa Fe VS Millonarios, ocurrido el pasado 3 de abril de este 2011. Una escena y una declaración.
La escena. La cámara panea a la hinchada “azul”: una de las barras hace una variación del saludo nazi, extiende cada uno su brazo derecho en dirección al campo de juego, supongo que hacia el lado que ocupa “su” equipo. La modificación, también intrascendental pero no por esto menos elocuente: en lugar de extender la totalidad de la mano, la cara interna de la falange distal del dedo índice reposa sobre el la parte dorsal de la falange distal del pulgar. Ignoro si previamente habrán besado esa que suele hacerse como señal de la cruz expresando la fuerza divina sobre la que se ampara un juramento.
La declaración. Un hincha de Santa Fe es entrevistado por periodistas de la TV. Marcha a casa adolorido con la derrota que ha sufrido “su” equipo. El periodista le pregunta qué piensa de la derrota de “su” equipo, a lo que el hincha responde: “No… Santa Fe no hace sino hacernos padecer… pero bueno, a eso venimos, a disfrutar.”
Me pregunto si esos chicos y chicas que hacen la mezcla de saludo nazi con “por esta cruz bendita”, conocen los acontecimientos en los que ambos emblemas se han visto involucrados. El genocidio que consiguió poner a América toda bajo el dominio europeo y el genocidio contra judíos, homosexuales, comunistas, gitanos y disidentes del III Reich.
A lo mejor lo conocen pero los han incorporado como una cualidad humana con la que simpatizan. Desde la cancha los jugadores envían a la tribuna saludos de gladiadores y apuran la bendición cuando han hecho un gol en el arco contrario. También se ven cosas, como por ejemplo, patear hacia el arco, fallar e inmediatamente darse la bendición, mirar hacia el cielo y decir (es notable lo fácil que resulta reconocer esa/s palabra/s sin que seamos sordomudos expertos en leer los labios…) ¡hijueputa!
Ya en cierta ocasión me referí al asunto de las barras bravas, como son llamadas eufemísticamente por los media. Se pueden encontrar esas notas en http://masalladelprincipiodeldivan.blogspot.com/2010/09/da-lo-mismo-asistir-un-taller-de.html. Allí me refería al hecho de que “El ‘equipo amado’ bien puede ser tomado por subrogado de una deidad y, como ésta, idealizado, esto es, convertido en objeto maravilloso, objeto único por fuera del cual no hay salvación, haciendo de la relación con el mismo exclusivo objeto de interés. Llamamos a eso entusiasmo vacío, porque en lo que ocurra con el equipo y con el juego, nada del ser es puesto en cuestión, a lo sumo unas cuantas monedas en las apuestas clandestinas.”
Sobre la base de ese entusiasmo vacío, se construye un topo (de topía) que convoca inmediatamente a la muerte del pensamiento y la sustitución de este por la arenga, el cántico, el himno y todos los emblemas ligados al subrogado de la deidad. Se le concede a este el poder de conceder toda la felicidad o toda la tragedia en que puedan quedar exaltados o postrados sus seguidores. Se saluda extendiendo el brazo de ese modo porque se le atribuye al objeto maravilloso deificado la función de ser todo para el fanático, incluso, aquello mismo que puede conducirlo a arruinar su vida cuando a nombre de la defensa de su equipo mata al fanático de otro.
Entonces la declaración del hincha, tomada por la cámara y presentada a los televidentes, resume aquella instancia que, colocada más allá del principio del placer, le anima y estimula. Es lo que se denomina “goce” (a diferencia de “gozo”), esto es, una manera de derivar satisfacción y entusiasmo a partir del sufrimiento. Con más claridad no puede decirse: “No… Santa Fe no hace sino hacernos padecer… pero bueno, a eso venimos, a disfrutar.”
Es cuando decimos que el sujeto “desea padecer”. Se hacen simultáneos, e igualmente intensos, placer y dolor, Freud llamó a esto Masoquismo Moral y lo desarrolló en EL PROBLEMA ECONÓMICO DEL MASOQUISMO (1924) (Ed. Amorrortu, T. XIX). Lo que resulta interesante es que en un momento dolor (rivalidad) y placer (deseo) pueden configurarse como un par esencial en la participación del sujeto en la vida de relación con los otros.
Aquí emerge otra dimensión, la de cierta economía de las pulsiones de vida y de las pulsiones de muerte: toda la pulsión erótica inviste a la barra a la que se pertenece, organiza los emblemas a través de los cuales cada miembro se identifica, planea las acciones tanto de consolidación del propio grupo como de las que están destinadas contra los rivales y la ejecuta sin ningún miramiento. Al mismo tiempo, toda la pulsión de muerte se vuelca contra el adversario al que se dota de todos los valores negativos que sea menester para hacer más justificables las acciones que se llevan a cabo contra él.
Y en la valoración, a posteriori, de esas acciones, todo aquello que es prueba de la maldad del otro, pasa fácilmente a considerarse atributo de sí cuando es practicada por uno de los miembros de la propia “barra”.
El entusiasmo vacío, pues, habilita las condiciones individuales y sociales para que emerja una manera de desear propia de las sociedades que se autodestruyen incapaces de pactar el sometimiento de lo pulsional sin límites. ¿Todavía existe quién se pueda sorprender de la cantidad de armas blancas y de fuego que cada vez con más frecuencia le son decomisadas a estas fanaticadas?
El deseo de padecer, esa perentoria prescripción de una ideología que promete mejor vida, otra vida, a quien se acepte habitante de un valle de lágrimas. ¡El Fürher, Dios, el Patrón!
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