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E. BOTERO T.

jueves, 14 de abril de 2011

TRES TIEMPOS ENTRE DOS SIGLOS: GÜNTER GRASS




LICENCIA SOLICITADA A LAS NORMAS DEL ENSAYO


Mi hija, M., va a cumplir los 18.  Es lectora sin otra ambición que la de alimentar su escritura.  Dice: “yo no leo para recordar, leo para aprender a escribir.” Es algo que celebro: hay cosas de nosotros que deseamos también para nuestros hijos.  Ambos, a decir verdad, lo celebramos en la intimidad de nuestro hogar.  Ella, me lo ha dicho, prefiere que sus aficiones pasen lo más desapercibidas posibles pues siente que si las diera a conocer se granjearía la desconfianza de sus pares.  Me hace pensar en este tiempo en el que la desconfianza de muchas personas se dirige hacia gentes como ella, a la par que entregan ciegamente toda su adhesión a otra clase de personajes. Dice que sus amigos prefieren no hacer preguntas acerca de nada, salvo del último modelo tecnológico y, a duras penas, acerca de cuánto vale y dónde se consigue.


Ella ha terminado de leer “Mi Siglo” de Günter Grass (Günter Grass, Alfaguara, 1999, pp. 158-161)  Y se me ha acercado para decirme que no sabe si considerar un error o un recurso el que el escritor emplea en este libro.  Pregunto a qué se refiere y me contesta: “mira, por ejemplo, 1938: Günter Grass no escribe solamente los recuerdos que tiene de ese año, cuando contaba con 11 de edad.  Habla de 1989, de una clase dictada por el profesor de Historia, el mismo día en que cae el Muro de Berlín y claro que la relaciona con lo sucedido en 1938, una tal Noche de los Cristales Rotos.  “¿Dudas entre si es un error o un recurso?”  Le pregunto sonriente.  Me mira desconfiando del tono que he empleado y de la sonrisa que muestro.  “Yo sé que es una pendejada, pero es que no ocurre así en otros capítulos, en los que sí se dedica al puro recuerdo.” “Tendría que volverlo a leer, porque creo que en varios capítulos opera no solamente incluyendo el tiempo actual como forma de traer los recuerdos, sino voces ajenas, como en este caso de 1938”, le digo.  “¿Cómo voces ajenas?” me pregunta.  “Observa que es ‘otro’ narrador más joven, un alumno de 1989, no el mismísimo Grass”, le respondo.  “Cierto”, me dice, “pero tengo una pregunta más: ¿por qué es el capítulo que tú más subrayaste?”.  Como ambos somos agnósticos nos damos ciertas licencias que siendo decididamente ateos no podríamos concedernos, como por ejemplo exclamar, en un momento exacto de la conversación ¡por Dios! “¡Por Dios, Manuela! ¿Cuántas lecturas estás haciendo al tiempo?”  Ella se ríe y se despide diciéndome con cierta picardía pues me guiña un ojo: “Es que una tiene su manera de averiguar qué piensa su papá” y sale del estudio dejándome el libro que había traído con ella.


Lo tomo de nuevo y a vuelo de pájaro compruebo su aseveración.  Es cierto: en ninguno otro de los capítulos me detuve tanto en subrayar apartes de su contenido.  Mientras tanto pienso en su desconfianza con dar a conocer los demás de su vocación literaria.  Se protege contra una discriminación, pienso.  Y el señalamiento, concluyo. 


Releo ese capítulo, 1938 (pp. 158-161) y me maravillo otra vez con el recurso de Günter Grass, ese escritor implicado y comprometido con los horizontes de diferentes épocas.


GÜNTER O HÖSLE: ¿CUÁL ES EL MEMORIOSO?


“Y ante la asamblea de padres de alumnos, nuestro profesor de Historia, como reconoció mi padre, se defendió muy bien.  Al parecer, dijo a los padres: ningún niño podrá comprender el fin de la época del Muro si no sabe cuándo y dónde comenzó la injusticia, y qué fue lo que llevó en definitiva a la participación de Alemania.  Entonces, al parecer, casi todos los padres movieron la cabeza asintiendo. Sin embargo, el señor Hösle tuvo que interrumpir y dejar para más adelante el resto de sus clases sobre la Noche de los Cristales Rotos.  En el fondo, una pena.”

Günter Grass
Mi Siglo


Mi Siglo se publica cuando su autor tiene 72 años.  Nacido en Danzing, en 1927, Grass no omite reconocerse implicado por los efectos de la barbarie nazi. Será en el 2006, con la publicación de su autobiografía (Alfaguara, 2007) que lo reconozca abiertamente: dirá que, en su juventud, se dejó seducir por el nazismo “sin hacer preguntas”.  Es tajante su conclusión: no preguntar supone una forma de compromiso. 


Se puede considerar “Mi Siglo” como el recorrido necesario y a manera de elemento de pródromo de su posterior autobiografía.  Incluso con su primera novela, escrita desde su exilio en París después de la Guerra: El Tambor de Hojalata (Alfaguara, 1978).


“Mi Siglo” es algo más que el compendio de cien relatos, uno por cada año: es un ejercicio de libertad con la memoria de tal modo que para cada año no necesariamente corresponda una escritura estrictamente del recuerdo.  Para el caso, por ejemplo: 1938.


“Los problemas con nuestro profesor de Historia empezaron cuando todos vieron en la televisión cómo en Berlín, de repente, se abría el Muro, y todos, también mi abuela, que vive en Pankow, podían pasar tranquilamente al Oeste.  Sin embargo, el profesor Hösle debía de obrar de buena fe cuando no sólo habló de la caída del Muro, sino que nos preguntó a todos:

-¿Sabéis qué otras cosas pasaron en Alemania un 9 de noviembre? ¿Por ejemplo hace exactamente cincuenta y un años?” (p. 158)


Todo este capítulo es la muestra de la condensación de dos tiempos, 1938 y 1989, para los que el autor logra disociarse en dos: el que probablemente recuerda, el mismo Günter Grass que para ese primer año contaba con 11 de edad y un narrador joven, alumno en 1989 de ese magnífico profesor de Historia apellidado Hösle.  Un alumno implicado en la recolección de firmas de una carta, dirigida al alcalde de su ciudad, para evitar que un compañero curdo, Yasir, fuese expulsado a Turquía con sus padres.


Viñeta simultáneamente de dos épocas y de dos acontecimientos de época, con sus respectivos estados de ánimo.  La más actual, significada por la reacción de los padres de familia de aquellos alumnos, época de la alegría con la puesta a fin del Muro, y aquella otra, época triste: en la explicación de Hösle:


“Se llamó así porque ocurrió en todo el Reich alemán y mucha vajilla que pertenecía a judíos resultó rota, sobre todo muchos floreros de cristal. También rompieron con adoquines todos los escaparates de las tiendas de judíos.  Por lo demás, muchos objetos de valor quedaron destruidos.” (p. 158)

Claro que añadiría más sucesos escabrosos: la quema de sinagogas, los asesinatos, toda una serie de historias tristes que contrastaban con el ánimo bullicioso y feliz de ese tiempo con motivo de la caída del Muro.


La ciudad de ese 1989: Esslingen.  Los reproches de los padres de familia de esa escuela no cesan.  El padre del narrador, alguien que había logrado pasar en dirección oriental occidental, consideraba que el profesor Hösle había escogido un momento muy malo para recordar los desmanes contra los judíos del año 38.  En general, todos atribuían a Hösle una tendencia a obsesionarse por el pasado.


EL NARRADOR Y EL ACONTECIMIENTO


Contra las críticas de los padres, los alumnos logran interesarse en las historias del profesor Hösle.  Se enteran –y se emocionan vivamente, incluidos los turcos que comparten el aula con los alemanes- de lo acontecido en el orfelinato judío de la ciudad, situado en Whilhelmspflege y con las reacciones de los habitantes de Esslingen.


Al orfelinato llegan los esbirros y hacen salir a los niños al patio.  Delante de ellos queman toda clase de libros, incluidos los rollos de la Tora.  Su profesor es molido a palos y dejado inconsciente.  Todos temían ser quemados enseguida.  No sucedió así. 


El narrador, Hösle y Grass reparan en el comportamiento de los pobladores.  Son de dos tipos, el primero excepcional, el segundo común.


“Gracias a Dios, hubo también en Esslingen gente que trató sencillamente de ayudar, por ejemplo un taxista que quiso llevar algunos huérfanos a Stuttgart.” (p. 160)


El segundo comportamiento, el más común:


“… sabemos un poco más de eso.  Por ejemplo, que en Esslingen casi todos se quedaron mirando sin decir nada o hicieron sencillamente la vista gorda cuando paso lo del orfanato.” (p. 160)


Es justamente en el tiempo en que el profesor Hösle ha tenido que defenderse de las acusaciones de los padres de familia, reprochándole aguar la fiesta de la caída del Muro  directamente a sus antepasados, cuando el narrador nos pone al tanto de que su compañero curdo, Yasir, va a ser expulsado a Turquía con sus padres.  Entonces la vida les pone a los biznietos una excelente oportunidad de reparación de aquella falta que silenciosamente heredaron de sus antepasados, el silencio con la ignominia.  Y redactan una carta al alcalde pero siguiendo el consejo del sabio profesor Hösle: guardando silencio absoluto acerca de lo que sucedió con los huérfanos judíos, cincuenta y un años atrás en Whilhelmspflege. 

Evoco que también muchos intelectuales y políticos de la época guardaron silencio.  Que un intelectual, el Dr. Whilhelm Reich  (Wilhelm Reich. LA PSICOLOGÍA DE MASAS DEL FASCISMO. Versión   al   español  de  Raimundo  Martínez Ruiz, de  la  edición  alemana de Sex –Pol, Verlag ,  Zurich , 1933), advirtiera al resto de la intelectualidad, sobre todo a la intelectualidad marxista de su tiempo, acerca de un fenómeno que rebasaba todo nivel de análisis restrictivo y dogmático, de nada serviría para evitar el horror.  Reich había sabido señalar con precisión que el fascismo era un fenómeno de masas, no simplemente la 
obra de un líder.  Ni el partido comunista ni la sociedad psicoanalítica quisieron mantenerlo en sus senos…


DE NUEVO CON M.


Termino mi re-lectura y llamo a M.  La recibo con una pregunta: “¿Qué piensas acerca del personaje Yasir?”  Me mira desconcertada.  “Cuál Yasir?” “Yasir, el curdo”  “¿Curdo?  ¿Qué es curdo?”  Le alcanzo el libro, abierto en la página 158.  “Relee el capítulo.”  Cara de pocos amigos.  La soporto.  Se sienta a leer y cuando termina me dice: “Creo que a veces por aprender a escribir leyendo mucho, una información que me habría servido para entender si se trataba de un error o de un recurso de Günter Grass, no la tuve en cuenta.” 










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