Eduardo Botero T.
"Si arrastré por este mundo
la vergüenza de haber sido
y el dolor de ya no ser..."
(CUESTA ABAJO. Gardel-Le Pera)
En nuestra familia existió un hampón, un gángster. De cuello blanco operaba en las altas esferas de la sociedad y de la mafia local. Mi padre, desde que dicho individuo ingresó en la familia, no volvió a comer quesito con bocadillo, el único placer público que le conocíamos. Su tristeza infinita encubría una rabia que todos sabíamos cierta. Pero hicimos lo que se hace en estos casos y algo más, excepcional: no hablar del asunto y rechazar todo regalo que proviniera del hampón. Una vez le escuché susurrar a mi padre que le provocaba “picarlo en pedacitos”.
"Si arrastré por este mundo
la vergüenza de haber sido
y el dolor de ya no ser..."
(CUESTA ABAJO. Gardel-Le Pera)
En nuestra familia existió un hampón, un gángster. De cuello blanco operaba en las altas esferas de la sociedad y de la mafia local. Mi padre, desde que dicho individuo ingresó en la familia, no volvió a comer quesito con bocadillo, el único placer público que le conocíamos. Su tristeza infinita encubría una rabia que todos sabíamos cierta. Pero hicimos lo que se hace en estos casos y algo más, excepcional: no hablar del asunto y rechazar todo regalo que proviniera del hampón. Una vez le escuché susurrar a mi padre que le provocaba “picarlo en pedacitos”.
No era un hampón cualquiera, qué va. Era un duro. Un capo. Sabía ser soberbio y no ganaba amigos así no más de entrada. Mi hermana espació sus visitas a nuestra casa, pero nunca nos retiró el saludo. Su malandro cónyuge le prohibió que nos visitara diciendo que todos éramos unos perdedores. Por las páginas sociales del periódico local, nos dábamos cuenta de las fiestas en las que ambos participaban. Mamá seguía votando, cada cuatro años, por los nuevos amigos de su criminal yerno, decía que nos equivocábamos quienes los acusábamos de cómplices.
Mis dos sobrinas nunca nos visitaron. Sabíamos de ellas por amigas de las amigas de otras sobrinas. Una vez recibimos fotos a través de internet y las encontramos muy parecidas a nosotros. Temimos por la vida de nuestra hermana. Pero ella llamó a mi mamá y la tranquilizó cuando se enteró de nuestro temor. “Son de él, mamá”, dizque le dijo, “él me obligó a hacerme las pruebas”. Pobrecita mi hermana, pero siempre le gustaron los tipos así: codiciosos, altivos y soberbios. “Ganadores”, los llamaba, “son unos ganadores”.
Hasta que un día el malandro perdió. Los pedacitos de su cuerpo picado aparecieron mezclados en un tonel de material sintético relleno con cemento. La noticia fue motivo de escándalo por parte del diario en que solía aparecer en sus páginas sociales. “Ajuste de cuentas entre mafiosos”, fue uno de sus titulares. En casa el teléfono no paraba de sonar. Como si nosotros tuviéramos algo que ver con las andanzas del pícaro. Y hasta la fecha no falta quien desee insinuar algo para que el tema salga a colación. Nosotros soportamos, solidarios, la vergüenza de mi hermana y de las dos sobrinas, como propia.
Nunca, a ninguno de nosotros, le dio por decir que a nuestro familiar político lo había matado la guerrilla, ni cosa parecida. Aunque era lo que se acostumbraba. Mi padre siempre dijo que se era hombre no solo en la cama, sino en la vida.
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