Por Juan Gabriel Gómez
La manera como Dominique Strauss-Kahn tuvo que renunciar a su cargo de director del Fondo Monetario Internacional ha dado lugar a las más variadas especulaciones, sobre todo después de que la consistencia de la versión de la principal testigo se ha venido abajo. En Francia mucha gente cree que fue víctima de una conspiración orquestada por Sarkozy para sacarlo de la carrera a la presidencia. El mismo DSK contribuyó a alimentar esa teoría conspirativa con declaraciones de ese orden al diario Libération poco antes de su caída.
Yo también creo que DSK fue víctima de una conspiración. No creo, sin embargo, que la carrera presidencial en Francia haya sido el motivo principal. Creo que a DSK le orquestaron todo el escándalo de que fuimos testigos por haber amenazado la hegemonía del dólar.
Sé que voy a tener que apelar a la benevolencia de los lectores para que lean esta columna hasta el final. Las teorías conspirativas son dignas de poco crédito. A ello ha contribuido la desconfianza sin método de muchas personas que siguen defendiendo teorías conspirativas refutadas desde hace mucho tiempo (para la muestra un ejemplo: la teoría que sostiene que las misiones Apolo nunca salieron de la órbita terrestre y que los alunizajes fueron montajes en el mejor estilo de las películas de ciencia ficción). Yo no tengo evidencia concluyente, pero sí puedo apuntar hacia los lugares donde deberíamos buscarla.
Primero que todo, hay que decir que en febrero de este año DSK le dio su respaldo a todos los que han venido proponiendo que los derechos especiales de giro del FMI se conviertan en la moneda internacional de reserva. La posición oficial del FMI, mientras DSK fue su director, es que los SDR (por su sigla en inglés) le darían al sistema financiero internacional la estabilidad que no le puede ofrecer el dólar.
La hegemonía de los Estados Unidos, o si se quiere hablar en otro lenguaje, su lugar preeminente en el sistema internacional, depende en parte del hecho de que el dólar sea la moneda internacional de reserva. De ello también depende el alto nivel de vida que gozan los ciudadanos estadounidenses. Mientras haya gente que acepte que le paguen con billetes verdes, Washington puede seguir exportándole su inflación a todo el mundo.