DÍA OCTAVO
No hubo guitarra más sencilla que la tuya. Dos, tres, máximo cuatro acordes te bastaban para que una milonga hiciera fiesta. Y teniendo todo el tiempo del mundo para ejercer la dificultad y todo el don de la música entre las venas y todo ese historial del que nos hiciste testigos para sublimar y elevar a arte la desgracia… Una noción de sencillez como esa tiene que demostrarse para ser verosímil y tal vez eso tuvo mucho que ver en que tu audiencia se conservara extensa todo el tiempo.
Los cursos de las cosas son fractales, el azar ya se revela predecible. En la realidad latinoamericana que nos agobia, basta con que salgas a la calle y la probabilidad de que una o varias balas perdidas te encuentren es alta. Lo que siempre me ha asombrado es la puntería de las balas perdidas contra los niños, vos no fuiste la excepción, alma infantil que creía en la fuerza de las palabras y en la exactitud de los deseos. Creías que bastaba soñar para ser carne y hueso y provocación y envío. Tres balas dirigidas a otro, según dicen, dejaron polvorosa constancia del imposible retorno.
A veces la vida le devuelve a los que la cantan, la versión ominosa que subsiste y se desborda sin clemencia. La pobreza, la muerte de tus seres queridos, el cáncer que te afectaba y este final infeliz y doloroso. Después de muerto, Facundo, tus canciones parecieran venir de tu exaltada manera de aferrarte a lo sencillo. No pudieron blindarte contra el señor que aspira a ser amo de todo y al que muy pocos, tal vez demasiado pocos, resistimos. Sea hombre o mujer los idolatran y les levantan altares melodramáticos y hacen de su historia verdadera pablología al delito.
Un extraño Facundo para ellos: no pagabas cuotas por un carro, no comprabas salas ni comedor ni alcoba, no visitabas religiosamente el mercado, ni te consumías coleccionando títulos ni hojas de vida, no desfilabas buscando empleo, no te escondías en la soledad de un cuarto para maldecir las cosas de la infamia.
Apenas sí con tu guitarra y tres acordes eras capaz de revelar los secretos de una milonga sencilla y sin adornos. Un tesoro impagable para quien cree que puede comprarlo todo. Un motivo de envidia amigo mío, peligrosa en este mundo del mercado.
Dolorosamente escrito, agradezco este ángulo del pensamiento que permite pensar para encontrar serenidad.
ResponderEliminarBello homenaje. Tienes alma de poeta, igual que Facundo.
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