DÍA SÉPTIMO
Parrhesía es el término que describe el acto de decirlo todo. Parrhesiasta, Facundo, eso fuiste y solamente la artera puntería del sicario forzó tu silencio sin contemplaciones. La muerte en emboscada frenó el grito, la voz fecunda del Facundo cabreado, pero apenas esos que dependían del cuerpo vivo, no las palabras que quedaron grabadas en los discos y en las memorias.
Tal vez alguien te acuse de ingenuidad cuando te oiga decir que “ser bueno es tan buen negocio que si los malos lo supieran se volverían buenos.” A través de tu voz cantaban los que a pesar de haber fracasado en sus empresas revolucionarias, sabían que la justeza de su lucha no podía depender solamente de los pecados de las burocracias. Que el afán por transformar las cosas era más fuerte que las traiciones, las delaciones y las novedades provenientes de sus macabros realismos. Pero la debilidad del grito de la arenga, las vacilaciones propias de los que fracasan, la desesperanza instaurada como desolación, todo eso, Facundo, encontraban en tu voz posibilidades para mantener viva la bronca y saber de qué lado de las cosas se estaba en esta dialéctica eterna de la vida.
Otros quisimos también hacer viajes interiores, buscar dentro de sí novedosas carambolas, fabricar nuevas maneras de ser y de estar en esta vida, única que tenemos; a lo mejor creímos que el tuyo fuera un viaje interior hacia un retorno de aquello que, fortunosa la vida, nos habíamos alejado: pero los dioses, los budas, los cristos y los filósofos que fueron apareciendo en reemplazo de tus dolores, alicias, manuelas, marías, señoras de juan fernández, etc., no eran las divinidades cooptadas por las burocracias eclesiásticas ni por los industriosos promotores del miedo inveterado. Eran más del lado del ser que trashumante se hace testigo de la diversidad y de la alegría. Y que, vocero de la infinitud del cosmos y del pálpito que aúpa la vida, notifica al resto su aventura.
Amén de que, como me lo expresaba Javier Navarro, conocimos a tantos ateos criminales y déspotas descubriendo entonces que el descreimiento tampoco era garantía de nada. Que las oficinas de intereses de ambos bandos en últimas no responden sino a un solo mandato, el de la muerte.
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