Eduardo Botero Toro
No soy yo quién primero lo haya dicho pero he olvidado quién, o quiénes, lo han hecho: si alguna revolución ha sido fructífera en los últimos años, lo es la revolución femenina. Sus emblemas, sus reivindicaciones y sus aspiraciones ya no pueden ser ignorados por las sociedades humanas, por la cultura.
Dos parecen ser las características que han acompañado ese triunfo: en primer lugar, su vinculación con lo cotidiano y, segundo, su trámite incruento. Ha sido una revolución no armada, fundamentalmente persuasiva, que se involucró en la vida diaria de los espacios domésticos para no salir nunca más de ellos y extenderse por todo el ámbito público.
A más de uno y de una (para usar ese lenguaje políticamente correcto que han tratado de imponer a la costumbre) puede no serle de total agrado alguno o alguna de los modos en que las feministas defienden sus opiniones y procuran sacar adelante sus proyectos. Pero nadie puede ignorar que la antigua consigna del autoritarismo patriarcal, destinada a reducir al silencio y a la pura obediencia a las mujeres, ha sido definitivamente liquidada por estas y puesta a ocupar el lugar que merecía en la historia universal de las infamias.
No podía ser gratuito que saliendo de su malestar mediante el ejercicio activo de su derecho a disentir y a vivir como les plazca, esto no generase descontento, malestar y afanes de retaliación en las huestes del patriarcado, incrustadas y coaguladas en la red de personas, instituciones e ideologías que, puestas en cuestión, comenzaron a vivir su propio malestar.
Un malestar en la barbarie que no cesa de procurar pensamientos, sentimientos y actos revanchistas contra todas aquellas prácticas, científicas, intelectuales o artísticas, que tampoco cesan en su afán por avanzar en la conquista de la equidad y la justicia.
Un malestar que se expresa, por ejemplo, en la última manifestación del Ministerio de Educación Nacional, que no dio el aval a la propuesta que lanzó la Alcaldía Municipal de Santiago de Cali a través de la creación de una Caja de Herramientas para la Educación Sexual, destinada a los colegios y escuelas del municipio.
Quisiéramos conocer con base en qué presupuestos fue negado tal aval. La comunicación del Ministerio señala que dicha Caja de Herramientas sobre la diversidad sexual “no cuenta con el aval del Ministerio de Educación por no tener en cuenta los lineamientos, metodología y enfoque del programa de educación para la sexualidad y construcción de ciudadanía, que es el programa que ha sido diseñado y promovido por el ministerio” (El País, Santiago de Cali, Nov. 9/2010, p. A10).
Ya en discusiones realizadas en el Concejo Municipal de la ciudad, se escucharon voces de los representantes de los partidos tradicionales, que criticaban dicha Caja de Herramientas, basados en conceptos que francamente mantienen coagulada la mentalidad medieval y clerical en el presente. Incluso algunas voces de concejalas amenazan con entablar procesos acusatorios contra la Alcaldía por “detrimento patrimonial”, toda vez que el ente gubernamental contrató los servicios de la Fundación Mavi para la redacción de las cartillas que componen la Caja de Herramientas. Esta ha sido la opinión explícita de Clara Luz Roldán, probable candidata a la Gobernación del Valle en las próximas elecciones de enero.
Me parece que el momento exige que los departamentos de las facultades de Medicina, Psicología, Sociología, Antropología y Trabajo Social, salgan de su marasmo habitual y reemplacen la abominable y rutinaria tarea de simplemente diseñar horarios y adjudicar responsabilidades en la transmisión del conocimiento a través de las clases, por una fecunda labor de meditación reflexiva con respecto de este tema, el de la educación sexual, que a todos nos concierne y que, dejado en manos de clérigos y aúlicos de los mismos amenaza con hacer retornar el malestar entre los laicos y los ciudadanos.
Es una propuesta. Me postulo como uno de sus gestores.
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