EXPLOREMOS POSIBILIDADES REALES
Eduardo Botero T.
I. Espejo o martillo
Como dice Bertolt Brecht del arte, así mismo podemos decir del psicoanálisis: que no es un espejo que refleja la realidad, sino un martillo capaz de darle forma a la realidad (Cfr: Kancyper, Luis. Resentimiento terminable e interminable. Ed. Lumen, Bs. As., 2010, p. 11) Porque es ciencia y es arte, el psicoanálisis (“los psicoanálisis”: el plural sería más exacto…) a la par que espejo puede ser martillo, capaz de enlazar de lo real, lo que es externo y lo que es interno; la cinta de Môebius nos auxilie.
Los imperativos de la sociedad medicalizada se han extendido en lo cotidiano de modo tal que muchos comportamientos otrora clasificables en el registro de la normalidad, son presentados en la actualidad como verdaderos síntomas de enfermedad sobre los cuales es preciso actuar mediante la combinatoria de procedimientos que incluyen disciplina, fármacos y técnicas congnitivo comportamentales (TCC), esto es, acciones de amaestramiento con animales extendidas al trabajo psicoterapéutico con humanos.
Dos consecuencias siniestras se derivan de esto: la hegemonía de una concepción acerca de la enfermedad de la cual es sustraído el sujeto que afecta y el borramiento de las singularidades propias de cada individuo al momento de enfermar. Convertidos en verdaderos cobayas, los seres humanos quedamos tomados por una representación de nosotros mismos en la que se prohíbe tácitamente nuestra opinión y se nos clasifica entre adaptados y desadaptados, según el decir y el hacer que produzcamos sobre este imperativo.
La medicalización de la sociedad se produce mediante la puesta en obra de dos acontecimientos simultáneos: la proletarización de los profesionales de la salud y la entrega de los manuales de clasificación diagnóstica a los intereses de las corporaciones aseguradoras y farmacéuticas que derivan beneficio del modo en el que dichos manuales son redactados e impuestos como referentes internacionales.
Con lo primero se produce un golpe fundamental al criterio profesional que debe empezar a dar cuenta de idoneidad y pericia en la forma en que, durante la consulta, elimina la preocupación por el conocimiento acerca del ser humano que busca sus servicios. ¿Cómo hace usted para que su consulta dure 10 minutos?, preguntaba un salubrista a un terapeuta médico, a lo que este respondía: “No lo miro a los ojos”. Sentado en su consultorio, el trabajo del médico tratante se ha convertido en el de un simple escribano que, valido de los “test’s”, apura su oficio y lo perfecciona mediante el logro de un diagnóstico que se corresponda con alguno de los que aparecen en el Manual.
Con lo segundo, la investigación clínica pierde los nexos que tenía con el afán por establecer la verdad y queda conminada a corresponderse con los intereses del complejo industrial farmacéutico.
Martillar sobre esto lo que busca es poner en evidencia (nuestra crítica procura basarse en la evidencia…) la progresiva desaparición del sujeto de todo aquello que lo afecta, verdadera cruzada con la que gobiernos y compañías farmacéuticas buscan imponer el orden social afecto y obsecuente a sus propios intereses. Es muy probable comprender que las contribuciones económicas de los grandes monopolios de las drogas legales a la campaña electoral de Obama, explique la pusilanimidad con la que este ha afrontado como gobernante la reforma de la salud. El interés común vuelve a registrar su orfandad con respecto de un gobierno que prefiere no perjudicar los intereses de esa industria.
II. Todos estamos enfermos…
Un afán por la buena salud puede ser la nueva forma que ha encontrado la extensión metastásica de la hipocondría, de unos cuantos a vastos sectores sociales. Una investigación meticulosa y concienzuda de la relación entre los estilos de vida y la enfermedad, arroja como resultado un saber que fácilmente es tomado por dogma y, a la par, sirve para que las aseguradoras progresivamente comiencen a afectar su oferta de indemnización ponderando de otro modo la contribución de los individuos, a través de sus estilos de vida, a la producción de la enfermedad. Las pre-existencias entonces adquieren nuevos contornos y las reclamaciones de los usuarios mayores obstáculos.
Al margen de esto, la medicalización de la vida cotidiana, sin embargo, aumenta el número de diagnósticos existentes, tal como ha ocurrido con el caso del Manual Diagnóstico y Estadístico de la Asociación Psiquiátrica Americana que ha visto multiplicar, a lo largo de cinco ediciones, esa cantidad. Así, en su primera edición (DSM-I) contenía la descripción de 119 conductas diagnosticadas como patológicas, en la cuarta (DSM-IV) las aumento a 886.
Por otra parte las estadísticas informan del creciente número de personas medicadas. En los EU, 2,3 millones de adolescentes consumen metilfedinato y benzodiacepinas. En este país, entre 1991 y 2003, el número de prescripciones de anfetaminas a los niños aumentó un 500%. En el Reino Unido, de 3000 niños que consumían metilfedinato en 1993, se pasó a 220.000 en el 2002. En España, la Seguridad Social pasó de entregar 7.285.182 envases de antidepresivos en 1994 a 21.238.858 envases en 2003. En (Cfr: Pundik, Juan. El DSM: la biblia del totalitarismo. Revista Topia, No. 59, año XX, agosto-octubre de 2010, pp 25-27).
Las ganancias no cesan de crecer. En bruto, el valor de la producción anual de metilfedinato en 2005 se ha incrementado al menos diecisiete veces con respecto del valor de 1990. ¡De menos de 2 toneladas anuales se ha pasado a más de 30! Sus consecuencias sobre la peligrosidad del uso de esta sustancia han sido desestimadas por las compañías farmacéuticas y sus defensores prácticos. Informes de agencias norteamericanas reportan que el abuso en la adolescencia de estas sustancias producía 12 veces más probabilidad de consumir heroína, 14 veces más de consumir éxtasis y 21 veces más de consumir cocaína. (Cfr: Pundik, Juan, Ibídem. Basado en cifras del National Center on Addiction and Substance Abuse, de los EU).
III. Sin sujeto, puros objetos.
De la descripción de la enfermedad el discurso médico ha obtenido la descripción de la normalidad. Habiendo inundado los comportamientos cotidianos de representación diagnóstica, el peso de la forma de reaccionar frente al malestar ocupa un lugar destacado. Es en intercambio con los otros que los sujetos damos a conocer nuestra vinculación con una dialéctica de encuentro/desencuentro, con la que conformamos nuestra disposición para vivir en sociedad.
Traducidos en trastornos o desórdenes, los comportamientos que dan cuenta de la vida de relación con la sociedad en la que vivimos se convierten en pruebas de nuestra adhesión o inconformidad con el modelo social en el que vivimos. Una buena parte de los nuevos diagnósticos, en lo que a salud mental se refiere, adjudican a los modos de evidenciar un comportamiento crítico para con el orden social, el significado de verdaderos síntomas patológicos. Incluso se avanza obstinadamente en considerarlos pronósticos de enfermedad mental, v. gr., el llamado Síndrome Pre-psicótico que aparece en el DSM-V, que adjudica los comportamientos oposicionales y reivindicativos de los adolescentes el valor de un síntoma patológico. Igualmente la extensión del Trastorno de Atención Deficiente a los adultos, que eleva la volatilidad de la atención a la categoría de síntoma.
Prescindiendo de toda singularidad, es decir, declarándose “ciencia verdadera” por el hecho de eliminar lo subjetivo en el análisis de las llamadas enfermedades mentales, aparece como instrumento ideal el cuestionario “para todos” o “tabla” o “test”, que se supone capaz de información suficiente haciendo caso omiso de la singularidad de los síntomas de quien lo contesta. Los padecimientos son reducidos simplemente a su frecuencia (siempre, frecuentemente, a veces, nunca), abordaje que puede ser hecho por humano o por computador, sin que exista diferencia alguna. Eliminada la subjetividad, no queda más que el territorio de los objetos y los instrumentos de medición. Con su respetiva Disneylandia: resulta simpático escuchar al jefe de policía de una ciudad manifestando su contento porque “con respecto del año pasado, este año, a la fecha, en lugar de haberse presentado 160 homicidios, dicha cifra bajó a 140”. ¡Ah! ¡La estadística da para todo! ¡Incluso da para la estulticia disfrazada de conocimiento!
IV. Investigadores, planeadores estratégicos y ejecutores
La barbarie, pues, a nombre de la ciencia. No gratuitamente el malestar social se revela más cruento cuanto más se avanza en esta pretensión por eliminar al ser humano que está implicado en el acto de enfermar o de sanar. Por todas partes, a medida que se afinan los instrumentos de medición a través de la acción gubernativa y burocrática (directa o delegada a través de ONG’s), el malestar se cuela por todos los intersticios del saber y la retórica de los funcionarios, cada vez más cercana a una verdadera jerga disfrazada con los tecnicismos, se revela igualmente cada vez más vacua y superficial.
Pero la vacuidad y superficialidad de esta retórica no deja de corresponderse con la emergencia del autoritarismo al momento de definir quién y cómo está enfermo, independientemente de cualquier consideración personal por parte del afectado. La vieja tradición stalinista parece haber impregnado contagiosamente a los nuevos estrategas del marketing medicamentoso. Así, la publicidad del nombre comercial de la Lamotrigina (usada para tratar el trastorno bipolar), no vacila en decirlo explícitamente: “(Aquí el nombre del medicamento)… desenmascara el trastorno bipolar… Ayuda a recuperar a la persona real” (Cfr: Revista Colombiana de Psiquiatría. Farmacodependencia. Año 46, vol. 39, suplemento, 2010. Contraportada).
Como en las peores épocas de la dictadura stalinista, cuando el diagnóstico de “depresión enmascarada” se usaba por parte de los psiquiatras de la KGB contra los disidentes políticos, hoy, occidente, parece recuperar esa tradición dando a entender que el objetivo de los fármacos es el de la recuperación de aquella “persona real” que estaría detrás del trastorno mental.
De aquí a plantear el origen divino de las enfermedades no hay más de una micra de distancia: en efecto, los laboratorios habrían tenido acceso a una comprensión de la enfermedad mental que, sin basarse en investigaciones al respecto, habría detectado la imposición de una enfermedad a un individuo que quedaría cubierto por ella. Como en la época presocrática: ni los hombres ni la naturaleza ni la cultura tendrían algo que ver con la enfermedad que los aquejaba, puesto que esta era enviada por los dioses.
El gran descubrimiento hipocrático consistió en enviar al lugar adecuado dichas explicaciones, considerando no solamente que los dioses nada tenían que ver ni en la producción de la enfermedad ni en la recuperación de los enfermos, y que, por el contrario, el conocimiento de la historia natural de aquella creaba las condiciones para comprenderla y, por tanto, saber cómo abordarla y tratarla.
Sin la subjetividad considerada, un aspecto fundamental que desaparece, es el de la historia personal de los sujetos, toda ella continente de posibilidades etiológicas acerca de la enfermedad.
A nivel social, el pregón del perdón y del olvido, como forma de asumir las consecuencias de conflicto cruento que cebó toda su infamia contra los más pobres y en beneficio de unos cuantos criminales que se enriquecieron con ello, no es otra cosa que el resultado de este afán por eliminar lo subjetivo del acontecimiento humano, sea de la enfermedad, sea del conflicto social.
Una buena manera de comenzar a establecer si existen o no condiciones para que los martillos de diversas disciplinas contribuyan a crear malestar en el seno de la barbarie, debe considerar el conocimiento de las características personales de los investigadores, planificadores y ejecutores de este verdadero “sujeticidio” (pido disculpas por el neologismo, pero me parece que sintetiza lo dicho hasta aquí).
Un libro llamado La banalización de la injusticia social, de Christophe Dejours (Cfr: Dejours, Ch. La banalización de la injusticia social. Editorial Topia, Buenos Aires, 2006 citado por Enrique Carpintero, El Psicoanálisis es un Plural. Revista Topia, año XVII, No. 50, agosto-octubre 2007, p. 4), ofrece magníficas posibilidades para comprender cómo son quienes imponen esa política deliberada y fríamente calculada. Para Dejours la popularidad de que goza la indiferencia frente a la infelicidad y el sufrimiento propiciados como efectos de la imposición neoliberal a los pueblos del mundo, ha configurado una verdadera enfermedad y apela a un término que los psicoanalistas usamos de cuando en vez con ironía, cuando se nos pregunta acerca de la extensión de las neurosis: “normopatía”.
Indiferencia ante el mundo exterior y distante, suspensión de la capacidad de pensar por si mismo que es sustituida por los lugares comunes del discurso dominante y abolición de la facultad de juzgar y de la voluntad de actuar colectivamente contra la injusticia, son las tres categorías que definirían al normópata. Si bien este puede tener reacciones frente a determinados hechos (el escándalo, parece ser, por excelencia, la forma en que los medios han moldeado la forma de reaccionar), el normópata no lleva a cabo acción alguna tendiente a corregir y transformar esa situación de injusticia. El miedo a perder su calidad de vida y a sufrir de exclusión y señalamiento social, llevarían a legitimar la inhibición ante el mal, quedando el sujeto atado a las posibilidades que le brinde el azar, este último siempre reducido a la condición de suerte (de ahí la importancia de familiarizarnos con las nuevas teorías del caos, los fractales, etc.).
Significando la singularidad de este modo de proceder ante un modelo económico percibido siempre no como continente sino como perseguidor y amenazante, podemos avanzar en el propósito de comprender las trazas subjetivas que describe la popularidad de la barbarie. No estamos ante sujetos entusiasmados por el sufrimiento como sí auto-recluidos en los meandros del entusiasmo vacío, la evitación y la fuga, pero que no encuentran refugio suficientemente poderoso como para librarlos del malestar que procuran ahorrarse.
Esta no es propiamente una descripción de “los otros”. En buena parte ella nos cabe a todos los que de algún modo nos defraudamos habiendo fracasado en diversos modos de intentar una transformación del mundo quedándonos conformes simplemente con interpretarlo.
La normopatía es entonces el obstáculo esencial. Su fortaleza proviene de hacer posible un ideal de representación de lo humano que consiste en eliminar voluntaria o desde afuera el uso del pensamiento propio como forma de afrontar la adversidad.
La tarea es larga. Pero el camino más largo, enseña un refrán chino, comienza siempre con el primer paso.
ADDENDUM
Citaré los nuevos diagnósticos que aparecen en el DSM-V, y algunas consideraciones acerca del mismo, tomadas de Allen Frances, Jefe del Departamento de Psiquiatría de la Escuela de Medicina de la Universidad de Duke, en la cual es profesor emérito; al mismo tiempo, el Dr. Frances fue Jefe del Grupo de Trabajo del DSM-IV (Cfr: Frances, Allen. Preparémonos. Lo peor está por venir: el DSM-V, una pandemia de trastornos mentales. Revista Topia, año XX, No. 58, abril-julio 2010, pp 19-22).
El profesor Frances destaca de entrada el descuido evidente que hay con la redacción del Manual: “la pobre redacción es también signo de un mal pronóstico, sugiriendo que las secciones de texto del DSM-V para los variados trastornos podrían eventualmente ser inconsistentes, variables en calidad y a veces incoherentes”(Ibídem, p. 19). Una locura, pues, en la redacción del manual que la diagnostica. Casos variados estos. En la placa colocada den las paredes y que contiene los derechos y deberes del paciente en un hospital psiquiátrico cuyo nombre me eximo comunicar, aparee como último deber del paciente “plantear coherentemente sus reclamaciones” al personal del hospital. Siempre me ha parecido extraña esta exigencia, extraña por decir lo menos. Pero sigamos con los comentarios acerca del DSM-V.
La elevación de las tasas de trastornos mentales es una consecuencia grave de este descuido, de tal modo que “nuevos diagnósticos que podrían ser extremadamente comunes en la población general y umbrales diagnósticos más bajos para muchos desórdenes existentes” (ibídem, p. 19). La conclusión que se desprende de lo anterior es gravísima: “El DSM-V podría crear decenas de millones de nuevos mal identificados pacientes ‘falsos positivos’ exacerbando así, en alto grado, los problemas causados por un ya demasiado inclusivo DSM IV”. Y continúa el profesor emérito: Habría excesivos tratamientos masivos con medicaciones innecesarias, caras y a menudo bastante dañinas. El DSM-V aparece promoviendo lo que más hemos temido: la inclusión de muchas variantes normales bajo la rúbrica de la enfermedad mental, con el resultado de que el concepto central de `trastorno mental’ resulta enormemente indeterminado” (id. p.19, subrayado por mi).
El Dr. Frances, adicionalmente señala como otra consecuencia desafortunada la “insensibilidad al posible mal uso como parámetros forenses” (del DSM-V y su descuidada redacción).
Luego presenta una lista de nuevos diagnósticos, a su parecer problemáticos. Estos son:
El Síndrome de Riesgo de Psicosis
El Trastorno Mixto de Ansiedad Depresiva
El Trastorno Cognitivo Menor
El Trastorno de Atracones (Binge eating disorder)
El Trastorno Disfuncional del Carácter con Disforia
El Trastornos Coercitivo Parafílico
El Trastorno de Hipersexualidad
Adicciones Conductuales
No vamos a entrar en consideración, aun, de estos trastornos. Digamos que todos ellos adolecen de una presentación descuidada, pero en lo que concierne a dos de ellos (el T. Coercitivo Parafílico y el T. de Hipersexualidad), debemos puntualizar lo siguiente. Con respecto del primero, ya en el DSM-III se había descartado su uso porque los criterios que lo definen no permiten diferenciar, con nitidez, es decir en forma válida y confiable, “a aquellos violadores cuyas acciones son el resultado de una parafilia de la gran mayoría de violadores motivados por otros factores (tales como el poder)” (Id. p. 20). La turba de pederastas pre-validos de su puesto de poder, deberán estar –y con ellos las instituciones a nombre de las cuales ejercen su oficio- muy agradecidos con una redacción descuidada que beneficiará los alegatos de sus abogados defensores queriendo presentar una conducta criminal y sádica como enfermedad. Si uno ignora la cantidad de millones de dólares que algunas instituciones están teniendo que pagar a las víctimas de secuaces suyos que abusaron de niños y de niñas validos del poder que representaban, entenderá al servicio de qué causa está el descuido. ¿Descuido deliberado? En cuanto al T. de Hipersexualidad, el profesor Frances dice: “será un regalo para los buscadores de excusas en los falsos positivos y un potencial desastre forense” (id. p. 20).
Bajo la rúbrica de disminución de los umbrales para definir trastornos mentales, el profesor hace otra lista:
Trastorno de Déficit de Atención con o sin Hiperactividad
Trastorno de Adicción
Trastorno de espectro de Autismo
Medicalización del duelo normal
La Pedohebefilia
Detengámonos también en dos: T. de Adicción y Pedohebefilia. Hasta el DSM-IV se diferenciaba el T. por Uso de Sustancias del T. por Abuso de Sustancias. No era lo mismo un consumidor ocasional que un adicto. El DSM-V elimina esta diferencia y crea un solo diagnóstico: Trastorno de Adicción.
La Pedohebefilia implica la inclusión de púberes en la definición de pedofilia. Con esto, siendo uno de los trastornos más pobremente descriptos, se contribuiría a la medicalización “del comportamiento criminal y posteriormente llevaría al previamente descripto abuso de la psiquiatría por el sistema legal” (id. p. 20)
Otras consideraciones críticas hacia el DSM-V, se refieren a enfoques globales y conceptuales previos y que el Dr. Frances critica con igual intensidad. Ellos son:
Borramiento del sistema multiaxial
Descuido en una gran variedad de cambios menores
Valoraciones dimensionales
Puntuaciones dimensionales para la personalidad.
Finalmente, el profesor emérito nos entrega como primer párrafo de sus conclusiones, lo siguiente:
“Posiblemente la dirección del DSM-V alegará que soy excesiva y prematuramente alarmista, que ellos están aún en los primeros pasos del proceso del DSM-V, y que alguna de las sugerencias problemáticas serán eventualmente suprimidas en las pruebas de campo. Esto es poner el carro (la prueba de campo) delante del caballo (por ejemplo: tener esquemas de criterio útiles para testar) y sigue perdiendo el punto de que el DSM-V ha estado y continúa en serios problemas. Siento que es mi responsabilidad dar claras alarmas ahora a causa de que el pasado desempeño de la conducción del DSM-V no inspira confianza en su futura habilidad para evitar serios errores” (id. pp 20-21)
No se diga, por lo pronto, más.
Santiago de Cali, noviembre 4 de 2010
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