Juan Pablo Mollo - psicoanalista
“Ni la exclusión social ni la desigualdad justifican la opción por el delito”
¿Cuáles son las razones que llevan a alguien a delinquir? Freud hablaba del peso de la culpa. Una infancia desamparada y un contexto social adverso son decisivos, pero nada exime de responsabilidades.
Por Claudio Martyniuk
Qué hace a alguien delincuente ? Con ligereza, en vez de atenderse la complejidad del fenómeno, se suele caer en formas de determinismo y estigmatización. Juan Pablo Mollo es un estudioso del psicoanálisis y la criminología, que trabajó diez años con “pibes chorros” en instituciones terapéuticas. Con esa experiencia, cree que cuando se evalúa a una persona que comete delitos se deben tener en cuenta ciertas transformaciones culturales que le restan eficacia al sentimiento de culpabilidad, sin subestimar la responsabilidad de cada sujeto por sus acciones. Mollo recalca que ni la mayor desgracia, por sí sola, hace que las personas se vuelvan transgresoras de las normas.
Freud escribió sobre quien delinque por sentimiento de culpabilidad. ¿Qué fuerza sería esa, que puede volcar a una persona hacia la acción delictiva? Toda culpabilidad se construye en referencia a la ley. Si hay más ley, más razón, más ideales sociales, más cultura, habría menos violencia y delitos. La culpa sería algo, en principio benéfico, que podría impedir el crimen. Por ejemplo, uno va a robar, pero la culpa no lo deja: se le cae el arma, se hace atrapar porque está la culpa funcionando. Ese sentimiento de culpabilidad supone una ley. Pero Freud rompe con ese paradigma y señala que la culpa, en vez de detener el acto, puede empujar a su realización. No es la culpa benéfica ni la que deberían tener todos los ciudadanos que respetan el pacto social. Es una culpa oscura que empuja a cometer un delito para hacerse castigar. Esta noción de Freud muestra que todo lo que era presencia de una moral perfecta y luminosa se puede transformar en el peor enemigo para un sujeto. Pero ese paradigma freudiano ya no existe, porque las razones sociales y los ideales culturales han perdido fuerza para orientar la vida de las personas. Ya no existe el peso de la razón y de la culpa. Esos ideales se evaporaron.
Si ese análisis de Freud, que tiene un siglo, se volvió anacrónico, ¿acaso el sentimiento de culpa no sea ya tan relevante para promover barreras de contención del delito? Vivimos en una época de declive de los valores paternalistas, que son los valores del derecho y la religión. Por eso es problemática la contención de la gente que quiere avanzar con sus intereses individuales, ajenos a la fraternidad. La culpa ya dejó de ser una brújula para pensar la delincuencia, cosa que para Freud sí lo era. Él distinguía culpables o no culpables. Pero eso ya no nos sirve. Hoy hay otras formas de delincuencia, indiferentes a la culpa.
¿Entonces Crimen y castigo de Dostoievski habría perdido su densidad existencial? Rascolnicov tenía ideales; su ideología era muy particular: sostenía que podía ponerse por encima de otros; que su vida valía más que la de otras personas. Esa ideología lo llevó al delito. Cuando se derrumba su ideología le aparece la culpa y se interpela sobre si confesar el crimen. Ésa es la culpa benéfica, la que le lleva a decir: “está mal lo que hice”.
Hablando de esa culpa, y pensando en el estudio de Freud sobre el pacto social - Tótem y tabú- , ¿en qué sentido el crimen podría ser constitutivo de nuestro lazo social? En ese texto de Freud, de 1912, el crimen está en el origen de la ley. La sangre está en el origen de la paz. Las instituciones sociales se edifican a partir de un crimen primordial. A partir de ahí, todos los hermanos son culpables. Esa perspectiva está asociada a la idea de pacto social. A partir de 1920, Freud revisa esa hipótesis.
¿Pero mantiene actualidad? Hasta cierto punto nos sirve. Pero como se nos cae la culpa, ese crimen y esa hermandad tampoco nos ayudan a pensar lo que pasa hoy. No existe más esa culpa que oprime. No existe más el delincuente por sentimiento de culpa. Ahora, esto no quiere decir que no haya gente que se sienta culpable. La hay. Pero hay una decadencia social de la culpa.
¿A quiénes se refirió Freud al hablar de “los que no han desarrollado metas ni inhibiciones morales”? Freud lo dice al pasar, hablando de los que no se sienten culpables. Son los que están afuera del Edipo, la neurosis y los diques morales. Pero no son amorales, sino que no están dentro de la ley ni del contrato social.
¿Cómo se edifica la personalidad de aquellos que tuvieron una infancia carente de afectos? Hay enfoques psicoanalíticos clásicos, como los de Melanie Klein y Donald Winnicott, que ven la constitución de la subjetividad -más que en las cuestiones asociadas a la ley-, en las primeras relaciones con la madre, en el ambiente, con sus relaciones objetuales. Este desplazamiento del foco de atención es interesante para pensar la delincuencia.
¿Se podría admitir una especie de condicionamiento psicológico de lo vivido en los primeros años de vida? Si fuera así, sería problemática la atribución de responsabilidad.
Es un tema central y se debe incluir también la incidencia social. Se trate de alguien que haya sido tempranamente abandonado y que a partir de ese desamparo afectivo no pueda encontrar su lugar en la sociedad, ni en una familia, ni en la escuela; o se trate de alguien que haya nacido en una villa, en el extremo de la vulnerabilidad social, con la desigualdad a flor de piel, ninguno de ellos está eximido de la responsabilidad por sus actos. Una persona pudo haber tenido una infancia catastrófica, pero de eso no se puede deducir que carezca de responsabilidad. Tampoco es válido que se exculpe a alguien poniéndolo en el lugar de víctima, alegando que tiene que pagar el otro porque el delincuente ya sufrió mucho.
¿Adónde conduce el camino freudiano que marca la imposibilidad de curar, educar y gobernar? Como dice Freud, es imposible gobernar, educar y psicoanalizar. Pero es cierto también que hay formas y formas de hacerlo. Yo creo que el delincuente tiene su propia constitución y su propia noción de justicia, más allá del control social, del discurso médico-legal y, si se quiere, más allá del poder. Sobre todo eso se puede trabajar.
¿El crimen sería una subcultura con sus propios valores? Exactamente. La subcultura delictiva es una organización que tiene sus códigos. Su miembros no están en la ley, pero tienen código. Esto plantea un atolladero. Mi hipótesis es que tienen una ley, pero no es la ley del control social. Y tienen un sentido de justicia, pero no es el judicial. Paradójicamente, cuando los jóvenes delincuentes leen el diario, se identifican con los buenos.
¿Hay delincuente o hay delitos? ¿Hay una naturaleza del delincuente, como lo proponía la criminología positivista de hace un siglo? No, no hay una “naturaleza”. Lombroso ha sido famoso por la manipulación de cráneos y por buscar la tipología física del delincuente. Hoy tenemos intentos de reflotar ese positivismo recalcitrante, que es un modo velado de criminalizar a la infancia y la adolescencia. Se alega que la biología permitiría detectar precozmente las inclinaciones criminales de una persona. Así, el delincuente tendría un déficit neurocognitivo y habría que medicarlo desde los 3 años. Esto integra políticas de medicalización generalizadas y sostenidas por fuertes intereses.
¿El psicoanálisis integra el dispositivo de control social? El psicoanálisis no forma parte ni del control social, ni del orden público, y ahí está su verdadero secreto. Pero también hay que preguntarse cómo un psicoanalista conoce a un delincuente. Al consultorio no va, porque no puede pagar la consulta. El psicoanalista lo conoce a través de instituciones. Y ellas forman parte del dispositivo de control social. Las instituciones del Estado y las instituciones de la salud mental en general tienen los objetivos de rehabilitar y readaptar. En ese punto, hay algo difícil de resolver. La ética del psicoanalista no tiene nada que ver con readaptar, pero si va a trabajar a una institución, ¿qué otra cosa puede intentar hacer? ¿En qué espacios de control hay psicoanalistas? Está lleno de psicoanalistas por todos lados. Pero es un arte difícilmente practicable en algunos espacios como la cárcel, donde no es posible hacer algo que no sea control social. En hospitales de día o en las villas hay muchos psicólogos y psicoanalistas que hacen trabajos sociales.
¿Cómo se puede intervenir en el camino de los chicos y jóvenes que delinquen? La exclusión social y económica y la desigualdad son evidentes. Pero ambas no justifican, a priori, la opción por el delito. Siempre hay una elección subjetiva. No es que por nacer en una villa se tenga que robar. No es que una persona se hace delincuente porque le cayó en la mano una navaja, y si le caía un ajedrez se hacía ajedrecista. Claro que no es lo mismo cuando un delincuente está afiliado al club de la subcultura porque tiene cinco generaciones de padres en Sierra Chica y la madre en Ezeiza. En este caso hay un camino trazado. El otro tipo de delincuente que yo intento considerar es el que tiene un desamparo afectivo inicial. Es un abandonado e intenta golpear a las instituciones sociales, pero para entrar. Golpea la puerta como preguntando si puede entrar, y lo hace porque está afuera. Es el delincuente que puede entrar en una legalidad, porque su delito puede ser transitorio. Frecuentemente es juvenil y tiene “cura”, entre comillas. No porque uno lo quiera curar, sino porque si entra en la posibilidad de legalidad, funciona. Es el pibe que iba a la escuela, no se drogaba ni vagabundeaba. Pero se le murió la madre y vive en la calle. Bastaría con que viniera otra madre para que deje de robar. Eso yo lo vi mil veces, porque trabajé diez años con pibes chorros en instituciones, en comunidades terapéuticas.
Copyright Clarín- domingo 30 de enero de 2011.
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