Devienes presencia, eco de grito antiguo, reflejo de sombra envejecida, huella. Te haces carne otra vez y habitas entre nosotros, pero todo hay que decirlo, muda y apenas con una muda de ropa. Una mudita. Más bien poca para el gusto de mi madre, más bien bastante para el de mi primo Wenceslao, libido andante. Llegas como si no te hubieras ido nunca, miras alrededor queriendo simular desparpajo, como si buscaras los anteojos que dejaste olvidados apenas hace un rato. Increíble y todo como parecen tu regreso y el cinismo, no obstante, te recibo, es de buen recibo recibir a quien nos ha dejado. Levantas la ceja derecha como preguntando "¿Y? ¿Algún problema"? No digo nada, apenas te miro fijamente, sin enojo, no dejo de mirarte fijamente a los ojos, bajas la ceja derecha y te haces la desentendida, abres una cajetilla de cigarrillos, me ofreces uno,lo rechazo, enciendes el tuyo y cuando ya me apresto a escuchar tus primeras palabras observando la fuerte aspirada de humo que le concedes al primer pitazo, todo se desvance alrededor, casi salto para tomarte del brazo e impedir que el desvanecimiento te incluya, fracaso, te vas deshaciendo entre mis dedos progresivamente a la par que lanzas una estridente carcajada de guacamaya herida y desapareces...
Al despertar el olor a cigarrillo continúa en el ambiente... pero me siento contento, de algún modo contento. Un poco. Lo sufienciente, quizás, como para asegurarme que no volverás nunca más nicotina
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