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E. BOTERO T.

sábado, 18 de septiembre de 2010

POSIBILIDADES REFLEXIVAS PARA DEFINIR UNA ÉTICA DEL COMPROMISO CON LOS DERECHOS HUMANOS EN LA SALUD MENTAL

Ponencia
Día de la Salud Mental
Secretaría Municipal de Salud
Santiago de Cali
Biblioteca Departamental





1.  ELEMENTOS GENERALES PARA UNA DESCRIPCIÓN DE ÉPOCA

¿Tiene algo de malo aspirar a la felicidad? Con esta pregunta deseo iniciar mi ponencia acerca de las posibilidades a considerar para definir una ética del compromiso con los derechos humanos en la salud mental.

Pregunta que al mismo tiempo incluye la ingenuidad con la promesa.  Su realización implica su licitud.  No obstante, doy testimonio de que me fue formulada con toda la seriedad del caso.  Me la formuló alguien que estaba leyendo apasionadamente un libro de auto-ayuda, de los muchos libros que han contribuido a democratizar el rol de opio del pueblo que hasta hace poco, según el discurso marxista,  pertenecía exclusivamente a la religión.  Esta aseveración, por supuesto, no provenía del usuario del pensamiento light sino de quien lo escuchaba, es decir, de quien ahora asume el reto de justificar públicamente una opinión sobre la que sustentaba una apreciación en el ámbito de aquella conversación privada.

Quien me la formuló, repito, lo hizo muy seriamente, tal vez todavía presa del impacto sugestivo que las afirmaciones fáciles suelen producir entre los buscadores de fórmulas que les faciliten la instalación armónica de su yo con la hostilidad del mundo que les rodea.  Quien le escuchaba, es decir, éste para quien los baluartes de la filosofía de la sospecha le facilitaron – es un decir – su instalación relativamente serena en las bondades de hacer inteligible lo conflictivo, no podía menos que admirarse por no haber reconocido más tempranamente los destinos que iban a tener el desprestigio de los ensalmos, las jaculatorias y las oraciones aprendidas de memoria. 

Descartes no lo pronosticó pero que tiene mucho que ver no queda la menor duda: el yo se ha vuelto el único territorio posible de libertad en Occidente y, con la introspección, las únicas posibilidades para el desplazamiento en libertad por sus caminos.  Lo llamativo es que habiendo puesto al yo en la condición de medida de todas las cosas, la decepción con el iluminismo volvió a poner en la palestra de los ideales, el de la comunión sin fractura con el huevo original, el paraíso. 

La clepsidra acuariana vendría a relevar a la desconfianza de la fe con la razón, restituyendo la condición  exclusivista de la creencia en contra de las angustias propias del sometimiento de la realidad al ejercicio del pensamiento.  Muy seguramente que el poderío de una sola bomba atómica supera con creces la crueldad de la hoguera inquisitorial, pero es preciso que la lectura acerca de los exterminios ocurridos durante el medioevo  determinara que la peste también era obra de la divinidad enojada, aunque en este caso la institución que la representaba no delegara el acto castigador en su brazo secular.  Por algo el nombre en clave con que era denominada la bomba atómica por el dispositivo científico-técnico-industrial-militar estadounidense, era Dios. 

La aspiración a restituir el discurso religioso y monarquista una vez cundiera como verdolaga en playa la decepción con el iluminismo, resultó posible solamente en aquel territorio que se mantuvo ajeno al oscurantismo occidental y en donde hasta el siglo XIII se conservaron las consecuencias prácticas del paganismo griego.  No en occidente donde Napoleón, Stalin, Hitler, Mussolini, el gran complejo militar-industrial estadounidense y otros tantos discípulos suyos, avanzaron en la perspectiva de restitución del Pensamiento Único que exige de los asociados obediencia y nada más. 

Lo que se ha producido no es propiamente la hecatombe del ideal de la fe causal como antídoto contra la angustia que en el campo religioso se expresa más como un reacomodamiento, una redistribución de la feligresía que como un incremento del número de fieles.

La psicología gestáltica, el control mental, la onda verde, el naturalismo, el yoga, las técnicas psicocorporales, el arte interior, el aikido, la programación neurolingüística, las flores de Bach, el autoconocimiento computarizado, las terapias alternativas, la psicoradiónica, la astrología, el tarot, la biodinámica, las gemas, los cristales, los elíxires, la promoción de la autoestima, la teosofía, la etiopatía, el psicodrama, la terapia sistémica, la evolución akásica, el rebirthing, la ciencia de los nombres, la parapsicología, la sanación natural, la antroposofía, la eutonía, la cromoterapia, la integración corporal, el movimiento consciente, la auriculoterapia, el shiatzú, la biodanza…*.  Una larga lista de procedimientos, técnicas y manuales con respecto de las cuales cada practicante asegura haber derivado consecuencias favorables destinadas al logro de la felicidad en medio de este mundo  convulsionado que nos ha tocado vivir como, a decir de Borges, siempre le ha tocado vivir en todas las épocas a todos los hombres.

Al igual que la burocracia religiosa, que colonizó a la muerte hasta el punto de postularse como su única y legítima administradora, dada su jamás probada vinculación con los designios de la divinidad, esta diáspora de un  Oriente más desconocido que nunca, pareciera haber entrado a reclamar su derecho al patrimonio sobre la salud hiriendo de gravedad el monopolio religioso y democratizando el papel de garantes del ideal supremo, la restitución del puesto de la creencia  contra el pensamiento y la razón.

La vida cotidiana demuestra que esa democratización no se ha configurado en términos dialécticos, a la manera de las relaciones entre contrarios, sino por la vía de un sincretismo que al tiempo que invoca la voluntades divinas de cada capilla se entrega a la confianza de mantener suficientes cantidades de cristales de cuarzo en los bolsillos.  El hecho es que el resultado es el mismo: la restitución del placer de creer en lo que no vemos, la restitución de la fe en su lucha contra la razón. 

La desconfianza suprema con el pensamiento progresivamente va inundando la mente de quienes en un principio disocian la entrega a las bondades de la fe de los fundamentos en que reposa su formación intelectual y académica.  Pero resulta demasiado significativo el hecho de que poco a poco, sin que se lleve a cabo un ejercicio crítico con respecto de esos fundamentos, se vincula el ideal de felicidad con el ideal de la facilidad y así, todo aquello que sea difícilmente pensable y, mucho más, difícilmente solucionable como problema, queda ipso facto declarado proveedor de angustia y desequilibrio. 

Es entonces que el adulto joven y medio se desesperan y piden a gritos que les sea brindada a manera de manual quirúrgico, de protocolo, de metodología sencilla, los modos de proceder más fácilmente con la dificultad, eximiéndose voluntariamente de la necesidad de pensar y delegando esta acción en cualquiera de los que hacen de su experticia un vademécum de fórmulas al servicio de los intereses de unos cuantos privilegiados que ya no pueden justificar el serlo por designio de una divinidad, sino más seguramente, por el hecho de haber nacido favorecido por la confluencia de aries con capricornio, a las 6  de la tarde de un 6 de junio de 1966.

  1. LA NUDA VIDA Y LA BIOPOLÍTICA   

Creo firmemente que estamos asistiendo, entre nosotros, al surgimiento de una coyuntura que va a proporcionarnos más dolores de cabeza de los que hemos padecido hasta la fecha.  La ocurrencia cada vez más frecuente de linchamientos contra individuos acusados de cometer delitos atroces, y su elevación a la condición de espectáculo por parte de los medios de comunicación que suspenden durante la transmisión toda acción reflexiva con respecto de los mismos, configura, a mi parecer, lo que será el libreto y la actuación de una nueva ordalía contra la diferencia, contra lo excepcional, contra lo que nos escandaliza y asombra.

La disposición de las sociedades civilizadas con respecto de la excepción, partía siempre de suponer un derecho surgido de la vinculación con un territorio y con unos lazos de sangre.  La proclamación universal de los derechos del hombre y del ciudadano, se amparaba en esta fundamentación.  Su artículo I dice  que los hombres nacen libres e iguales en derechos. Es decir, es el nacimiento lo que se constituye en el referente para derivar la libertad y la igualdad como beneficios.  Basta nacer para lograrlo.  No se requiere de ninguna otra cosa.  Y, simultáneamente, al sustentar la soberanía en la nación, como única soberana, se establece que ni la raza, ni la religión, ni el sexo, ni la concepción del mundo, sean  condiciones necesarias para gozar de tales beneficios. 

Se trata entonces de acordar que, un momento de la vida, como es el haber nacido, basta para postularse beneficiario de los derechos.  El nacimiento es lo que, en palabras de Giorgio Agamben*, quedó inscrito “en el corazón mismo de la comunidad política”.  La palabra nación deriva del latín nacere, y al establecer el nacimiento en un territorio y en unos lazos de sangre, quedaría establecida definitivamente la transición de la soberanía de origen divino a la soberanía nacional. 

No es pues el hombre el que está en el principio de la soberanía, sino su nacimiento, su nuda vida.  Ella es la que hoy constituirá el fundamento terreno de la legitimidad y la soberanía del estado.  Cualquier análisis que realicemos con respecto a los dispositivos de poder y al modo en como el estado penetra en los cuerpos de los sujetos y en sus formas de vida, deberá remontarse a la consideración de que dichos dispositivos configuran todo un repertorio que el gran pensador Michael Foucault nos enseñó a reconocer a través de su laborioso ejercicio de deconstrucción  expuesto a través de numerosas obras y conferencias. 

Dos expresiones relativamente recientes de movimientos biopolíticos, es decir “que hacen de la vida natural el lugar por excelencia de la vida soberana” (G. Agamben, op. cit., página 163), fueron el nazismo y el fascismo.  Su acción consistió fundamentalmente en volver problemático el sello entre el nacimiento y la nación, al establecer la preguntas acerca de la diferencia (ya sugerida en la declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano), entre lo que debía considerarse hombre y lo que debía considerarse ciudadano, y, por tanto, establecer qué hombre no lo era. 

Con ello, la pregunta acerca de qué era y qué no era alemán, pasó a coincidir con la tarea política suprema, la de llevar a cabo el ideal de superioridad de la raza aria.  Tanto en el nazismo como en el fascismo, lo que se hizo fue redefinir las relaciones entre hombre y ciudadano, lo cual no podía hacerse inteligible sino a la luz de esa Biopolítica inaugurada por el establecimiento simultáneo de la soberanía nacional con la declaración de los derechos.  Todo esto se tradujo en la multiplicación de toda clase de normas a través de las cuales se operaría en consecuencia con la diferencia entre ser hombre y ser ciudadano. 

Al momento de establecer, entonces, al enfermo mental que en tanto que hombre posee derechos, pero que en tanto que ciudadano,  es susceptible de ser privado de ellos en razón de su enfermedad, la normatividad será llevada hasta los extremos.  Es  cuando surge el concepto de vida que no merece vivir, expresión  acuñada en 1920 por Karl Binding y Alfred Hoche, el primero un especialista en derecho penal y el segundo un profesor de medicina que se había dedicado a la cátedra de ética de la  medicina (G. Agamben, op. cit., pág. 172). 

Escogiendo el suicidio como expresión de la voluntad del hombre y dada la realidad de su impunibilidad, en tanto que el suicidio no se deja comprender como delito ni como acto jurídicamente indiferente al mismo tiempo, el derecho tiene que establecer como una consecuencia de ello  que el hombre vivo es soberano de su propia existencia.  El derecho carece  de un poder con respecto del suicidio: no se puede postular en garante de su prohibición.

Es de esta realidad que el penalista infiere la legitimidad de autorizar “la supresión de la vida indigna de ser vivida”.  El panfleto en que aparece este concepto novedoso, nos recuerda Agamben, era uno destinado a promover la legitimidad de la eutanasia.  Agamben considera que esta es la primera aparición, en la escena europea, de la articulación jurídica de la Biopolítica en la estructura fundamental de la modernidad. 

Para Binding, el acto suicida prefiguraba la  legitimidad de la impunidad en la supresión de la vida ya no limitándose al suicida mismo sino a la muerte de otros.  Esto produjo una pregunta que nos recuerda Agamben en la página 174: “¿Existen vidas humanas que hayan perdido hasta tal punto la calidad de bien jurídico, que su continuidad, tanto para el portador de la vida como de la sociedad, pierde asimismo de forma duradera cualquier valor?”

Y nos explica Agamben que de este modo: “el concepto de vida sin valor (o indigna de ser vivida) se aplica ante todo a los individuos que, a consecuencia de enfermedades o heridas deben ser considerados perdidos sin posibilidad de curación y que, en plena consciencia de sus condiciones, desean obtener su liberación y han manifestado de una u otra forma ese deseo” (op. cit. pág. 175)

No deja de sorprendernos el matiz humanista de este discurso, la conquista del bien social.  Dicho en las palabras de Binding se trata de “idiotas incurables, tanto en el caso de que lo sean por nacimiento, como en el de los que hayan llegado a esa situación en la última fase de su vida, como por ejemplo, los enfermos de parálisis progresiva*.  Estos hombres – escribe Binding-  no tienen la voluntad de vivir ni la de morir.  Por una parte no pueden dar su consentimiento, a menos de forma verificable, a que se les dé muerte; pero por otra, esta no choca con una voluntad de vivir que deba ser superada.  Su vida carece absolutamente de objetivo, pero ellos no la sienten como intolerable”. (G. Agamben, op. cit., pág. 175).  La conclusión no puede ser otra que “descubrir” la ausencia de razones jurídicas, sociales o religiosas para  pensar en contrario.  Para Binding estos hombres no son otra cosa que la imagen invertida de la humanidad.  La competencia para autorizar su muerte, según Binding, la tiene el propio enfermo en caso de que sea capaz, o bien un médico o un pariente próximo y que la última decisión estatal repose en una comisión compuesta por un médico, un psiquiatra y un jurista (p. 176).

La biopolítica crea pues una nueva realidad: la de un umbral de la vida “más allá del cual la vida deja de revestir  valor jurídico y puede, por tanto, ser suprimida sin cometer homicidio” (p. 176). 

La nuda vida pasa a ser habitante en el cuerpo biológico de todo ser vivo y en tanto se establece la veracidad de la soberanía del individuo sobre su propia existencia, la condición de ciudadano amplía su horizonte, verdadero horizonte de nuestra época. 

  1. DE PRONÓSTICOS Y DE ACIERTOS

Traigo  a colación dos pronósticos de procedencia bien diferente con respecto de los cuales me parece que deberíamos formularnos todas las preguntas necesarias al respecto.  Considero que en la actualidad estamos llamados a decidirnos radicalmente por el segundo de ellos en tanto que el primero desde hace un buen rato ha sentado sus reales entre nosotros a través de la creación del término “deshechables” y del trato que se le ha dado a los así llamados.

PRIMER PRONÓSTICO

Cuenta Giorgio Agamben lo siguiente: “Durante el proceso de los médicos en Nüremberg, un testigo, el doctor Fritz Mennecke, refirió haber oído a los doctores Hevelmann, Bahnen y Brack, durante una reunión reservada celebrada en Berlín  en febrero de 1940, comunicar que el Gobierno del Reich acababa de aprobar una disposición que autorizaba la eliminación de la vida indigna de ser vivida con particular referencia a los enfermos mentales incurables”  (p. 177).  Aunque la información no era del todo exacta ya que no se sabe porqué razones Hitler se había negado a conceder una forma legal explícita a su programa de eutanasia, lo que se destaca es el hecho de que las reflexiones del profesor Binding en 1920, si habían sido tenidas en cuenta por el gobierno del III Reich.

La justificación de todo este aparato de exterminio ¡era de tipo humanitario! El programa duró 15 meses y hubo de ser retirado  por las cada vez más feroces protestas de obispos y familiares.  Ese programa, por lo menos en una de las ciudades, funcionaba del siguiente modo de acuerdo con los testigos que intervinieron en el juicio de Nüremberg y que también cita G. Agamben: “El centro recibía cada día a cerca de 70 personas (en edades comprendidas entre los 6 y los 93 años) elegidas entre enfermos mentales incurables que se encontraban distribuidas en los diversos manicomios alemanes.  Los doctores Schumann y Baumhardt, que eran los responsables  de los programas en Grafeneck, realizaban una visita sumaria a los enfermos y decidían si reunían o no los requisitos exigidos por tal programa.  En la mayor parte de los casos, se mataba a los enfermos dentro de las 24 horas siguientes a su llegada a Grafeneck.  Se les suministraba primero una dosis de 2 cm de Morfina-escopolamina y después se los introducía en una cámara de gas. En otras instituciones (por ejemplo en Hadamer), se quitaba la vida a los enfermos con una fuerte dosis de Luminar, Veronal y Morfina.  Se calcula que de esta manera fueron eliminadas cerca de 60.000 personas”. 

Repitámoslo: había toda una justificación de tipo humanitario para  proceder de este modo, invocando la cesación del sufrimiento del enfermo, el costo que representa para la sociedad y la contribución al establecimiento del orden y la armonía sociales junto con otras medidas tomadas durante el primer año de gobierno de Hitler como son los campos de concentración y el diseño de una economía de guerra.

Finalmente, seguimos con Agamben: “Los médicos Karl Brand y Víktor Brack, que como responsables del programa fueron condenados a muerte en Nüremberg, declararon, después de la condena, que no se sentían culpables, porque el problema de la eutanasia volvería a plantearse de nuevo.  La exactitud de la predicción podía darse por descontada; más interesante es, empero, preguntarse cómo fue posible que, cuando los obispos pusieron el programa en conocimiento de la opinión pública, no se registraron protestas por parte de las organizaciones médicas.  Y, sin embargo, no solo el programa de eutanasia contradecía el pasaje del juramento de Hipócrates que reza no daré a ningún hombre un veneno mortal aunque me lo pida, sino que, al no haberse promulgado ninguna disposición legal que asegurara la impunidad, los médicos que participaban en él podrían encontrarse en una situación jurídica delicada (esta última circunstancia dio lugar, consecuentemente, a protestas de juristas y abogados). 

Hasta aquí lo que sería el primer pronóstico.

Las conclusiones de Agamben  son muy claras:

En primer lugar, en la biopolítica moderna, soberano es  aquel que decide sobre el valor o el disvalor de la vida en tanto que tal.

En segundo lugar,  es bajo el régimen nazi que occidente asiste a una nueva forma de relación entre medicina y política “que es uno de los caracteres esenciales de la biopolítica moderna”.  En este punto me permito interrogarme acerca de porqué Agamben no estima lo suficiente el hecho de que la Revolución Francesa estuvo dirigida por un comité que no gratuitamente llevaba por nombre el de Comité de Higiene Pública, uno de cuyos colaboradores más cercanos era Philippe Pinel, miembro a su vez del grupo de los Ideólogos agrupados por el estudio de Condillac, el filósofo francés que se encargó de difundir en Francia la obra de John Locke, filósofo inglés simultáneamente discípulo de Thomas Sydenham, el llamado Hipócrates inglés.

En tercer lugar, la decisión soberana sobre la nuda vida “se desplaza, desde motivaciones y ámbitos estrictamente políticos, a un terreno más ambiguo, en el que médico y soberano paren intercambiar sus papeles”.

En cuarto lugar, la predicción de los gestores del programa de eutanasia del III Reich, según la cual el problema de la eutanasia volvería a plantearse de nuevo, debe ser tomada con toda la seriedad por nosotros, al menos para situar algunas preguntas alrededor de políticas públicas relacionadas con el tratamiento concedido a los enfermos mentales. 

¿Qué implicaciones tiene la delegación del tratamiento de los enfermos mentales a organizaciones cuya misión y visión contienen el afán de lucro dentro de sus presupuestos?  ¿A qué concepción valorativa de la vida le corresponde una política que reglamenta la oferta de salud de un modo tal que desconoce las singularidades de cada caso e impone para todos el mismo protocolo de atención?  ¿Bajo que óptica evaluar la reducción del equipo de profesionales encargados de ejecutar la política pública en salud mental?  La reducción del caso a la condición de mera cifra y la manutención de fronteras restrictivas en el ámbito de la pura designación diagnóstica, para lo cual se requiere obligatoriamente del acortamiento feraz de la duración de la cita médica, ¿acaso no apuntan a la expropiación de la experiencia subjetiva del sufrimiento tanto del enfermo como del médico?  La sustitución de un nombre, de una historia de vida y de una oportunidad para expresar el para qué de la enfermedad misma ¿acaso no significa la introducción de una muerte decretada contra las posibilidades terapéuticas derivadas de la dialéctica subjetiva entre el saber y el no saber, tanto del enfermo como del terapeuta?  La negativa a permitir  escoger libremente el terapeuta por quien se desea ser tratado ¿no coloca al enfermo en condición de lactante sin derecho a hacerse responsable de las consecuencias de su acto?  ¿No se restituye en un rol de menor de edad que solo puede esperar la magnanimidad de los superiores para con su malestar? 

Con todo lo anterior es indudable que reaparezca una puesta en cuestión de la multifactorialidad de los determinantes de la enfermedad mental, al proceder exclusivamente del ámbito de un yo en la actualidad puesto en el lugar de Supremo y exclusivo  territorio, irredento con respecto de las veleidades de una genética prescrita no desde las argumentaciones científicas basadas en una investigación propia sino desde la repetición escolar de las universidades de bajo nivel académico en las cuales se considera a la investigación una operación que afecta peligrosamente a los costos.  Con todo esto, el enfermo pasará a ser exclusivamente portador de una enfermedad cuya etiología lo antecede como individuo con posibilidades de remitirse hasta las calendas griegas, al tiempo que destinatario de una oferta de salud que obliga a su enfermedad a que se mantenga en los límites de lo no catastrófico ni incapacitante ni propiciatoria de alto costo social. 


SEGUNDO PRONÓSTICO

Varias décadas atrás Theilhard de Chardin planteaba que llegaría un momento en que la humanidad globalizada, volcada hacia el futuro, tomaría plena conciencia del problema básico de su empeño, es decir, el sentido de su trabajo y esfuerzo - ¿para qué?, ¿por qué? -   y no tendría más escapatoria que mirar el problema de frente. 

Jacques Lacan advirtió casi bordeando el asunto de la legitimidad del psicoanalista que este nada tendría que decir si no se vinculaba con el horizonte de su época.  Es posible que la reaparición del hambre, la enfermedad, la guerra, la supervivencia planetaria y otras cosas más, nos estén acercando a ese momento en el cual tenemos que volver a preguntarnos por el sentido de nuestro trabajo y de nuestro esfuerzo.  Aspirar a construir una intelegibilidad del mundo en que nos ha tocado vivir implica indefectiblemente el dejar de hacer caso omiso al horizonte al que nos ha tocado en suerte conocer directamente.  Ese es tal vez el problema que tengamos que mirar de frente: definir si el mundo que nos rodea es inteligible o no lo es y actuar en consecuencia, esto es, optando por el establecimiento de las posibilidades y de los límites del uso del pensamiento crítico o escogiendo el camino de la ilusión y de la resurrección del mundo como mera representación imaginaria. 

Todo esto implica  definir como prioritaria la pregunta acerca del sentido de nuestro trabajo y de nuestro esfuerzo, extendiéndola a todos los ámbitos de nuestra práctica, de nuestra formación, de nuestro ejercicio.  Reconocerla y actuar en consecuencia, en la definición de una ética del compromiso que como toda ética fecunda vaya más allá de los problemas de la moral y apunte a establecer la verdad, el problema de la verdad, con todas sus consecuencias.

La inteligencia se define como la capacidad de afrontar reflexivamente lo conflictivo, sí, pero también como la capacidad de enumerar los hechos y establecer las relaciones que existen entre ellos.  Necesitamos dejar de preguntarnos porqué es que la humanidad no puede gozar sin beber y pasar a preguntarnos como es que algo que la humanidad descubrió para hacer más llevadera su vida en lugar de permitirle gozar le lanza en los laberintos del narcisismo de las pequeñas diferencias, el olvido del aprecio por la convivencia y la sujeción de todas las aspiraciones a la posesión de una de las hilachas de la indumentaria de los semidioses contemporáneos. No sobra recordar que si se unieran todos los pedacitos de la túnica inconsútil que se venden en Jerusalem y en Roma, la historia y la religión estarían obligadas a probar de qué modo Jesús de Nazareth fue capaz de recorrer el mundo con una túnica de un tamaño tal que le daría más de tres vueltas al planeta. 

La puesta en marcha de una meditación reflexiva que haga inteligible la procacidad cotidiana a través de la cual la soberanía del mercado atrapa a sus áulicos y corifeos en el grito de las brujas ofendidas por la inasistencia del diablo al aquelarre, debería contener como premisa la restitución de las preguntas fundamentales con respecto del ser y del estar en esta vida, y permítaseme la apreciación, que es una sola y cada uno tiene que ver demasiado con lo que  suceda en su transcurso.


4. EL ESOTERISMO  DEFENSA Y REFUGIO CONTRA EL PENSAMIENTO REFLEXIVO

La complejidad de lo real siempre dará lugar al establecimiento de la eliminación del pensamiento con respecto de lo conflictivo como paso necesario para la conquista de la felicidad.  “Armonía” y “equilibrio”, elevados a la condición  exclusiva de ideales del yo, se formulan como destinos deseables de la felicidad, la cual siempre se presenta en términos de valor absoluto. 

Consecuentemente con la postulación de la existencia de “una vida que no merece ser vivida”, las arengas contra todo aquello que difiera de las supuestas homogéneas costumbres y los supuestos compartidos valores, pasa a completar el listado de enfermedades o condiciones de estado de salud susceptibles de ser eliminadas para supremo beneficio del conglomerado social.

De ahí que como muchos reconocen se esté estableciendo un verdadero paradigma de la simplificación que se expresa, por ejemplo, en la promoción de planes de formación en medicina, enfermería y psicología, que le resten peso a la conceptualización en beneficio de exaltar las bondades de un practicismo ahora sí capaz de garantizar la exaltación de la eficacia terapéutica bajo los preceptos, claro está, de las leyes propias del mercado de valores, ese mismo que hoy apela como mendigo a la ayuda del  estado del que se despreciaba su condición de benefactor. 

El predominio de esta subjetividad  aferrada a las supuestas virtudes de las estructuras míticas de lo imaginario, no ha hecho otra cosa que hacer saltar en pedazos y hasta el infinito las culturas tradicionales, promoviendo la fragmentación violenta de los territorios al tiempo que haciendo tambalear verdaderos universos simbólicos  proveedores de signos de valor sin los cuales las identidades quedan forzosamente conducidas a la anomia y a la elevación de lo banal a la condición de trascendencia y a la reducción de lo trascendente a la condición de lo banal. 

Ya Sigmund Freud había considerado que gran parte del malestar actual con la cultura o del descontento de los ciudadanos con la civilización, provenía inexorablemente del relajamiento de toda eticidad por parte de las llamadas clases dirigentes de la sociedad.  El desmonte de una concepción acerca de lo público y el paso siguiente, la exaltación de las bondades de lo privado como supremo bien, necesitaba, obligatoriamente, de una operación tendiente a significar valores como los de la solidaridad, la rabia contra la injusticia y otros, como pruebas evidentes de la pertenencia de quien los porta a un proyecto sociolítico, bastando la adjetivación histriónica para que el grueso de los ciudadanos identificaran el peligro como procedente de personas que nacieron y se criaron con ellos mismos. 

La disolución de lo social no ha transcurrido al margen del triunfo indiscutible de proyectos políticos relacionados con la corrupción y que mantienen fronteras difusas con prácticas que se eximen del sometimiento a la ley.   Todo proyecto de construcción del porvenir, como tarea que obliga a toda civilización que se quiera seguir preciando de serlo, desaparece, pasando a significar como sospechoso de sociopatía a quien denuncie que tal desaparición es concomitante con el logro de resultados favorables por parte de quienes lograron completa impunidad para sus crímenes,  para sus expropiaciones.

La felicidad, como fábula, requiere de que la “armonía” y el “equilibrio”, se constituyan en ideales del yo: en ellas están las claves del éxito, de la elevación de la autoestima, de la autonomía…  Ignorando que todo esto no hace parte sino de un verdadero marketing mediático y que la entrega acrítica a sus veleidades de lo único que está librando a su practicante es del uso de su razón en beneficio de no tener que preguntarse acerca del porqué, por ejemplo, esta sociedad invirtió las cosas de tal modo que ni la educación ni el trabajo hoy en día son garante de la obtención de una relación enriquecedora, en el más amplio espectro, con el trabajo honrado.  

Progresivamente nos deslizamos hacia una realidad en la que llamaremos enfermo mental a todo aquel que sea incapaz de adaptarse serena y felizmente a estos ideales del marketing contemporáneo.  Y, por esa vía, tenemos que afirmarlo así, tajantemente, en pocos años será enfermo mental todo aquel que de muestras de  protestas contra esa  adaptación.  Del que se niegue reflexivamente a hacerlo no le esperarán mejores días pues progresivamente su acto (acto de pensamiento en público) pasará a ser considerado verdadera etiología del malestar y entonces, su exterminio, engrosará las filas de todos aquellos que hasta la fecha, fueron tildados de “deshechables”, término por excelencia biopolítico y que, entre nosotros, anuncia lo que es de esperar por parte de todo aquel que se afirme en la diferencia al tiempo que proclama que dicha afirmación no se contradice con la posibilidad de construir tejido social vivo.

Considero, y ya para terminar, que las declaraciones de promoción de los derechos humanos de los enfermos mentales nos obligan simultáneamente a refrendar día a día la legitimidad de su promulgación y a verificar las bases sobre las cuales han sido formuladas y los contextos en que se han amparado.  Como profesionales de la salud habremos de considerar que la imposición del practicismo en desmedro de la  conceptualización sobre los que se apoyan las prácticas, es una imposición capaz de hacer cumplir los pronósticos de los criminales de guerra nazi, anunciados mientras se negaban a declararse culpables de aquel genocidio. 

La defensa por el derecho a pensar libremente sin recibir castigo por hacerlo, será una manera de que todos nos pongamos en una perspectiva más cercana al pronóstico de Theilhard de Chardin: la de volver a hacernos las preguntas fundamentales acerca de lo que significa vivir.  Lo cual, a su vez, nos permitirá profundizar en la deconstrucción de un discurso que es Amo no por proceder de especiales virtudes de quien ocupa su lugar sino por la bondadosa concesión que nuestra contribución al pronturario de la estupidez humana les ha conferido.  Vale bien la pena recordar la dialéctica del amo y del esclavo, desde los griegos hasta hoy: existen los amos, sí, porque existen los esclavos.

Muchas gracias.





 









* La lista es mucho más extensa, pero para efectos de esta ponencia basta con lo enunciado hasta aquí.
* Giorgio Agamben, “HOMO SACER, el poder soberano y la nuda vida”.Pre-textos, Valencia, 2003, página 162.
* Se trata de la misma sífilis terciaria.

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