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E. BOTERO T.

sábado, 18 de septiembre de 2010

VÍCTIMAS DE OTRAS VÍCTIMAS



Desvaríos alrededor de su defensa irrestricta





La defensa irrestricta de las víctimas bien puede enviar a sus promotores a destinos que por no haber sido presupuestados en un comienzo no significa que se demuestre la inocencia de sus intenciones.

Nadie puede quitarle a otro su  derecho a resarcir el buen nombre de su familiar asesinado y que, ya muerto, no está en condiciones de defenderse por si mismo.  Y a nadie se le prohíbe fabricar la leyenda que a bien tenga para propalar del difunto otra fama, otro destino.  Me parece que resulta perfectamente explicable que muchos familiares de quienes han caído asesinados en este país por diversas razones, quieran invitarnos a los demás a que los recordemos como los santos que no fueron ni las bellezas que la cosmética de la muerte nos pinta.

No cabe la menor duda: el réprobo o el santo, una vez fallecidos, apenas son imagen en las representaciones mentales de cada quine que los recuerda. 

Si todos somos afectados por el modo en que el sobreviviente pretende elaborar su respectivo duelo, estamos en el derecho de elegir si deseamos hacer parte o no del repertorio que fabrica para realizarlo, siempre y cuando no seamos responsables, por alguna vía, de la muerte de su ser querido.

A raíz de la promulgación de la ley de víctimas en Colombia, el actual gobierno ha objetado la que fuera aprobada después de conciliación entre los proyectos presentados por Cámara y Senado, alegando que no resulta legítimo considerar en igualdad de condiciones a quienes han sido víctimas de la guerrilla o del paramilitarismo que a quienes lo han sido de agentes del estado.  El jefe del ejecutivo invoca razones de orden económico para establecer lo que constituye una verdadera discriminación y que se traduce en que la reparación de las primeras se hace directamente mientras que a las segundas les tocará someter su pleito a los procedimientos de ley establecidos por la Constitución.

Esta discriminación refrenda lo que desde hace tiempo viene sucediendo en Colombia: un conflicto que se lleva a cabo entre sobreviviente de víctimas de la violencia contra otros sobrevivientes de otras víctimas de la violencia. 

¿Qué son los proyectos revolucionarios y contrarrevolucionarios sino la respectiva expresión de quienes se postulan, victimizados por los otros, legítimos representantes del conjunto de la sociedad?

Cada quien va a lo suyo sin reparar en que en la mayor parte de las veces, la diferencia entre ambos se ve borrada por la apelación a idénticas formas de lucha.  Unos y otros terminan sacralizando los medios que emplean contra el adversario, a sabiendas de que prácticamente son los mismos.  Y en este punto resulta trágicamente risible la peregrina tesis de que los crímenes cometidos por agentes del estado, se diferencian de aquellos cometidos por actores ilegales. 

Entre los medios que se destacan por la semejanza al momento de ser aplicados por unos y por otros, la defensa irrestricta de sus víctimas da cuenta de una invocación a la fidelidad en la memoria que bien a las claras termina representando los actos de los vivos como la mera ejecución de los presuntos deseos de los muertos.

Parafraseando a Stendhal, ese muerto que se mata goza de perfecta salud.  A riesgo de caer en un esquematismo ramplón, se puede hablar de dos momentos: el primero, durante el cual una minoría se abroga el derecho a representar a las víctimas de su respectivo bando, lo que se expresa en la nominación de los agrupamientos que se conforman para ejecutar las acciones militares (“Héroes” de aquí, “héroes” de allá, etc.).  El segundo, cuando, lograda una cierta certidumbre en la victoria sobre el adversario*, se establece una pugna por la hegemonía en la representación de todas las víctimas existentes, inclusive aquellas que el mismo vencedor propiciara en su adversario. 

Uno de los ejes principalísimos de todos los conflictos armados ha sido justamente ese, el de la conquista de la representación de las víctimas para lo cual resulta fundamental la definición de un estatuto que establezca quiénes “merecen” tal nombre porque a través de ello se mantiene imperturbable la misma ideología que condujo a la realización de las acciones violentas.

Hablar por la víctima es una manera de ejercicio del poder que mantiene intactos todos los mecanismos en virtud de los cuales se produjeron las víctimas: la retaliación del pensamiento divergente, los castigos ejemplarizantes, la expropiación no solo de sus bienes, sino también de su pensamiento, de su identidad, de la justicia de sus reclamaciones, etc.

Si nos representamos el presente como el del triunfo relativo de un proyecto contrarrevolucionario que no necesitó de haber sido totalmente derrotado por una revolución para constituirse, la defensa irrestricta de las víctimas ha pasado a ser otro escenario de una vieja guerra que no existe por ser nominada por nadie sino por la lógica del desarrollo de formaciones sociales diversas que, en nuestro medio, incluyen restos de semifeudalismo con formas de capitalismo de desarrollo mediano, todas ellas bajo la hegemonía del capital financiero.  Ese proyecto contrarrevolucionario también ha combinado todas las formas de lucha, las legales a través de su hegemonía en el manejo de los aparatos de estado, las ilegales a través de grupos paramilitares y de sectores lumpenizados que apostaron a la ilegalidad como fuente suprema del valor agregado de sus productos. 

Ser víctima de la contraparte, la guerrilla, se convirtió en justificación necesaria para el desarrollo de esta combinación de formas de lucha contra ella.  Ser víctima de la gran burguesía, se convirtió en justificación necesaria para desarrollar la combinación de todas las formas de lucha contra ella, para la guerrilla.  Mientras el mundo se dividía en dos grandes bloques, las dinámicas internas de la confrontación, colocaban a los unos como defensores de los privilegios del pasado y a los otros como defensores de las esperanzas de la humanidad en el futuro.  Caída la Unión Soviética, ambos quedaron afectados por una orfandad cuyos alcances prefirieron no establecer dada su frenética adhesión a la conquista de rentabilidades simultáneamente sangrientas, rápidas y gigantescas cuya realización penetró todas las esferas legales e ilegales de la actividad humana en nuestro país.

Hoy  perseveran en su postulación  como representantes legítimos de todas las víctimas.  Pero como cualquier órgano que es tomado por el cáncer, el Estado ha terminado tan afectado por la corrosión que pedirle ahora sea garante de recuperación de la buena salud es imposible. No logran evitar que especularmente tiendan no solo a representarse el uno en el otro sino a depender inevitablemente del otro para sobrevivir.

Los colectivos humanos pueden llegar a vivir momentos en que las transformaciones no dependan tanto de la buena voluntad de sus líderes como si de condiciones objetivas a las cuales resulta imposible detener, por más buena voluntad que se ponga en el empeño.

Mientras tanto los despojados de uno y otro lado, exhaustos con una tragedia que se repite cada vez más como comedia, angustiosamente esperan que cualquiera de las instituciones que los representan como víctimas perpetuas de un conflicto que también, simultáneamente, arroja una minoría de beneficiados con la ocurrencia del mismo, les revele que una reparación con justicia será la mejor manera de preparar una transición pacífica hacia el anhelado post-conflicto, hoy apenas un tecnicismo del deseo, que una realidad factible.



 


















* Certidumbre que puede ser imaginaria, delirante, procedente del puro deseo, o verdadera, objetiva, real.

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