Educar para la vida significa preparar al joven para que sepa inevitable la adversidad y posible la elaboración de su postura frente a ella. Inevitable lo primero, posible lo segundo, es decir: educar para la vida es educar para el vivir.
Cuando discutimos acerca de lo que acontece con nuestros jóvenes hoy en día, solemos escamotear toda consideración acerca del lugar desde el cual nos aproximamos al tema. Una vez puesto el tema, de inmediato, con una facilidad que asombraría si no fuera porque ella misma ya es previsible (ya quiere decir: al tenor de los conocimientos actuales), nos colocamos en el lugar de una repetición. Repetimos, casi al igual que las anteriores generaciones, esa actitud soberbia que nos hace suponer más allá del problema que estamos considerando, casi que a salvo totalmente de él.
Rápidamente decimos, con un aire que es mezcla de ínfulas entre pontificales y marciales: “en mi época….”. Y ¡zaz! Como si quisiéramos prevenir a nuestro interlocutor de que nuestra siguiente aseveración se hará a nombre de una supuesta superioridad ya ganada.
Los jóvenes hoy viven como nosotros vivimos, solo que un poco más desesperadamente que nosotros. Y, como nosotros, cometen el mismo error: creen que madurar es empezar a imitarnos. Todo el dispositivo educacional y recreativo se encuentra inmerso en una lógica de mercado que nosotros no pudimos derrotar como merecía.
Eso no los hace mejores ni simplemente víctimas. Lo que podría agobiarnos, y esto sería un signo no de la juventud actual sino de los tiempos por los que atravesamos, es la notoria ausencia de una disposición organizada a definir los límites con que topan, a superar los escollos con los que se encuentran y a establecer nuevas maneras de relacionarse unos con otros que demuestren una mejor calidad que las practicadas por nosotros mismos.
Pareciera que los jóvenes hubieran sido tomados presas de todo aquello que creímos haber reprimido lo suficiente dentro de nosotros mismos, y, designados portadores de nuestras peores tentaciones, nos las enrostraran con particular truculencia y no menor patetismo.
Somos nosotros mismos, algo de nosotros mismos, lo que se revela a través del comportamiento de nuestros jóvenes. Escogeré un tema, apenas, como para argumentar a favor de esta afirmación: la justificación de lo que existe.
¿Con base en qué discurso convincente podemos sustentar como justo el actual orden social al que todos contribuimos en mayor o menor medida?
Tanto nosotros como nuestros jóvenes practicamos un mutismo absoluto al respecto. Un ser todopoderoso quiere que vivamos así, tal como vivimos… Durante muchos siglos todas las generaciones compartieron la idea de que el orden material en que transcurrían sus vidas, era la realización de un deseo divino. Todo el dispositivo de poder no solamente garantizaba que así fuera, sino que cada quien, ocupando su respectivo lugar, se suponía instrumento de un deseo que estaba más allá de él mismo, que era una voluntad superior la que deseaba que las cosas fueran de ese modo.
Entonces la palabra resignación tenía su especial prestigio. La pobreza de espíritu era capaz de ella en virtud de que dicha capacidad se traduciría en recompensas en la otra vida. Todas las generaciones compartían la incuestionable existencia de la otra vida, aquella en la cual, la falta de resignación debía ser justicieramente castigada.
Hoy ¿estamos seguros de que compartimos tanto la creencia en la existencia de otra vida como la consideración de que el actual estado de cosas obedece a una Voluntad superior a la que es preciso plegarse sumisamente?
Yo no estoy muy seguro de que suceda así. De lo que sí puedo estar seguro es de que mientras sigamos compartiendo un silencio a ESE respecto, nos mantendremos sometidos a ser meros partícipes de esa especie de reality cuya ocurrencia satisface los apetitos ambiciosos de unos pocos que son capaces de mantener la impostura de la tranquilidad de quien se sabe eximido de todo efecto de lo real sobre sí.
Mientras compartamos con nuestros jóvenes la convicción en la inutilidad de nuestra explicitud a ESE respecto, seguiremos escandalizándonos con el hecho de que ellos hagan con tanta facilidad la guerra y con tanto tormento el amor.
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