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E. BOTERO T.

sábado, 18 de septiembre de 2010

NO REVICTIMIZAR CON NUESTRA CONCEPCIÓN

CONFERENCIA 28 DE MAYO
UNIVERSIDAD SAN BUENAVENTURA
SANTIAGO DE CALI



Antes que todo debo agradecer esta invitación al grupo de profesores y estudiantes de la Facultad de Psicología de esta Universidad que toma su nombre de ese Buenaventura acucioso por apoyar a Guillermo de Baskerville ante la arremetida mordaz del tenebroso Bernardo Gui en la maravillosa novela de Humberto Eco, El Nombre de la Rosa. 

Contra todo pronóstico, fácil de entrever en este como en cualquier otro auditorio actual, quisiera comenzar deteniéndome con respecto de la que podemos denominar la gran impertinencia de todos los discursos “psi” (psicoanálisis, psicología, psiquiatría, etc.), cuando cualquiera de estos intenta aproximarse a una realidad más extensa de lo que es su campo de acción.

Y el conflicto armado en Colombia representa una realidad más extensa que los ámbitos dinámicos y espaciales de la pernepsi, las emociones o las clasificaciones diagnósticas psicopatológicas. Pero esto lo podemos afirmar con respecto de muchas otras temáticas, como la violencia,  la comunicación o la tecnología, para poner algunos ejemplos.

La gran impertinencia se refiere a aquella misma de la que acusa  George Canguilhem a la psicología que se pretende objetiva cuando se involucra con otras ciencias: “… una ciencia que se pretende objetiva, situándose entre las otras ciencias objetivas con la pretensión de instruirlas sobre las funciones intelectuales que les permiten ser las ciencias que son”[1] (G. Canguilhem, El cerebro y el pensamiento, En: Revista Colombiana de Psicología, No. 5-6, Universidad Nacional, Santa Fe de Bogotá, pág. 29. El subrayado es mío).

En el campo de las ciencias (y quiero darle toda la fuerza expresiva a la palabra campo en estos tiempos de pasión consumista por el eclecticismo), nadie puede postularse dueño del saber como de una parcela, quiero decir: ninguna ciencia puede enarbolar supuestos derechos de autoría con los cuales impedirle a los científicos de otra valerse de su saber para cualquier propósito. 

En ningún momento estoy postulando que el psicoanálisis no tenga todo el permiso para valerse de la lingüística, de la lógica matemática o de la antropología, para tratar a dichas ciencias como continentes proveedores de abordajes a temáticas que son comunes con las de los psicoanalistas.  Eso está muy bien, pero de ahí a pretender que los psicoanalistas se postulen instructores de los otros científicos, pregonando una pretendida mayor exactitud en las presunciones psicoanalíticas acerca del objeto de abordaje que les es común, expresa, la mayor parte de las veces, una grosera infatuación, una gran impertinencia. 

Dejaré por un instante el desarrollo de este asunto, para volver a tomarlo más tarde. 

Todos ustedes están al tanto: la oposición a que el psicoanálisis tenga algo qué decir o qué hacer con respecto a su participación en labores de pensamiento y de acción acerca del conflicto armado en Colombia, viene de mucho tiempo atrás.  Muchas veces se le acusa de querer reducir la dimensión social del conflicto a un simple problema de neurosis, cuando no de querer sacar del consultorio el diván y poner a la realidad social del conflicto a que diga de sí aquello mismo que diría el sujeto cuando se acuesta en el diván. 

Yo creo que gran parte de esas críticas se asientan sobre la base misma de toda resistencia al psicoanálisis no tanto por lo que este proponga hacer como sí de los modos que invita a pensar lo real del conflicto. 

Desde una desconfianza revelada en la exigencia a que “lo psicológico” se someta a “lo objetivo”, hasta una proscripción explícita de su participación en los trabajos comunitarios, las ideas de un Derek Summerfield resaltan promoviendo una decidida oposición a que de las intervenciones psicosociales el prefijo “psi” debe desaparecer definitivamente[2].

Para dicho autor resulta fundamental definir la concepción con la que debe entenderse la afectación de las poblaciones por la violencia:

“…la manera como se entiendan tales acontecimientos es crucial para poder determinar cómo las poblaciones afectadas por la guerra los experimentan y describen.”[3]

Debemos recordar que la crítica de Summerfield procede de lo que, a su entender, perturba y estorba la eficacia de las intervenciones psicosociales y que consiste en una simplificación del acontecimiento.

“…es simplista concebir a las víctimas como meros receptores pasivos de los efectos psicológicos negativos los cuales pueden ser juzgados como presentes o ausentes”.[4]

Su crítica es contundente y recae sobre la tendencia a ubicar a las víctimas en la condición de enfermas a través del diagnóstico de Trastorno por Estrés Postraumático, propiciando discriminaciones fastidiosas en el seno mismo de los afectados e induciendo a que las víctimas se desconecten de su comunidad y del contexto de sus experiencias y de los sentidos particulares que les adjudican.

Si nos detenemos un momento en los argumentos de Summerfield, podemos descubrir que su aporte crítico es precisamente este: La patologización del acontecimiento constituye un reduccionismo y afecta a la concepción del problema al crear lo que sería una presentación simplista del mismo.  No obstante, uno puede preguntarse si cuando se trata de que se consiga efectuar una reparación de los daños producidos, la ausencia de diagnóstico no signifique la imposibilidad de cuantificarlos, impidiendo el resarcimiento exacto proporcional al daño.

Sin embargo la conclusión grande del autor es radical: el prefijo “psi” (y todo lo que este implica) debe ser eliminado definitivamente de las intervenciones denominadas psicosociales.  A nuestro parecer la conclusión es desesperada más que precisa y que ella parte de creer que todos los enfoques psi comparten el diagnóstico de Trastorno por Estrés Postraumático o el hecho de que los modos de representarse los acontecimientos que afectan a las poblaciones obligatoriamente tengan que pasar por la reducción a través de un diagnóstico de enfermedad.[5]

Entre otros apoyos a su discutible proposición, Summerfield recuerda lo sucedido en Rwanda entre un equipo de psicólogos y una población de mujeres violadas por el enemigo.  Mientras los psicólogos insistían en que ellas debían ser tratadas del Trastorno por Estrés Postraumático, las mujeres insistían que debían concentrar todos sus pensamientos y esfuerzos en la construcción de una escuela.  Summerfield, acusando cierto debilitamiento en su sagacidad, “demuestra” que el equipo de psicólogos en lugar de contribuir a la intervención psicosocial, se presentaba como un obstáculo para la misma. 

Podemos tomar este ejemplo en varias direcciones: la primera de ellas, que los psicólogos mismos, estando involucrados en la cercanía de la ocurrencia del conflicto, apelaron a la única herramienta conceptual y terapéutica con la que contaban para ofrecer su ayuda en aquella circunstancia.  El problema radica en que se escotomiza un dato fundamental del acontecimiento y es que las mujeres adjudicaban la disposición de los hombres para cometer el abuso, a la falta de educación; consideraban ellas que la construcción de una escuela sería el modo mediante el cual lograrían incidir en la subjetividad de aquellos hombres con el afán de modificar sus tendencias sádicas. 

Construir una escuela: ¿no sería esta una magnífica oportunidad para conformar grupos, cada cual definiendo la tarea específica que le corresponde cumplir para lograr los resultados de la tarea general, y el trabajo de los psicólogos encontraría aquella dinámica que permitiría la inclusión de las afectadas en los propósitos de elaboración del acontecimiento traumático, pudiendo estar tan cerca de ellas y por tanto encontrando un dispositivo de calidad superior al de la mera entrevista diagnóstica individual?  Sin menoscabo de acciones individuales pertinentes y necesarias para aquellas afectadas que requirieran atención especial, el equipo de psicólogos habría podido evitar el congelamiento de su accionar.  Culparlos por no haberlo hecho es ignorar que también la subjetividad del que ofrece atención psicosocial está atravesada por el acontecimiento traumático y a todos nos es lícito –y según el psicoanálisis, necesario- el equívoco.

La conclusión de Summerfield es la del partidario de privilegiar una acción allí donde la realidad reclama con urgencia una reflexión: ¡Fuera!

En todo caso el trabajo citado de Summerfield me parece que es de estudio obligatorio entre otras cosas porque arroja elementos de juicio indispensables al momento de pensar las concepciones con las que abordamos los problemas de la cultura, en particular el de la violencia y sus efectos.




Beatriz Taber es una psicoanalista que nos ayuda a sintetizar el peso de la cultura en la obra de Freud, advirtiendo que no hay mención a textos clásicos tales como El Malestar en la Cultura, Porvenir de una ilusión y otros, tal el caso de su análisis sobre figuras de la política mundial como El presidente W. Wilson.

Los textos freudianos llamados sociales, todos y cada uno tratan del título: "Lazo social y transferencia". En ellos Freud describe y fundamenta razones de los dos ejes transferenciales presentes en los procesos colectivos: por un lado, con relación al Otro, padre o ideal, el padre de la horda primitiva en "Tótem y Tabú", Moisés en "Moisés y la religión monoteísta", el líder visible de las masas o la presencia invisible del líder en las masas artificiales, Iglesia o Ejercito, en "Psicología de las masas y análisis del yo"; y por otro lado él trata en los mismos escritos con respecto de la transferencia al "otro", las relaciones con el semejante, los hermanos de la horda, los fenómenos de masa.[6]

En 1918, en el Congreso Mundial de Psicoanálisis realizado en Budapest, Hungría, Sigmund Freud se refería explícitamente al problema social relacionado con una condición, la neurosis, agudizada como epidemia en Europa durante los días posteriores a la primera Gran Guerra.  Entonces, en su intervención dirigida al Congreso, Freud sostuvo:

“...puede preverse que alguna vez la conciencia moral de la sociedad despertará y le recordará que el pobre no tiene menores derechos a la terapia anímica que los que ya se le acuerdan en materia de cirugía básica. Y que las neurosis no constituyen menor amenaza para la salud popular que la tuberculosis, y por lo tanto, lo mismo que a esta, no se las puede dejar liberadas al impotente cuidado del individuo perteneciente a las filas del pueblo.”[7]

No obstante durante más de cien años de desarrollo del psicoanálisis, lo que se ha denominado psicoanálisis en extensión, ha demostrado posibilidades de vinculación del ejercicio psicoanalítico con la pedagogía, la psiquiatría, la medicina, los procesos sociales de conciliación, las disciplinas forenses, etc. Pero quizás el ámbito en el que el psicoanálisis ha podido construir todo un recorrido conceptual y práctico fundamental, ha sido en el del trabajo con grupos, estrategia tan cara a las actividades propias de la Promoción de la Salud.  En dicho ámbito es pionero Wilfred Bion, desde Inglaterra y de cuya experiencia han surgido variedad de modelos de intervención grupal exitosos no solamente desde el punto de vista terapéutico sino en cuanto a que aportan a resoluciones de tareas específicas afrontadas por sus participantes. 

María Laura Frucella presenta una síntesis a modo de concepción sobre lo grupal que permite pensar el aporte del psicoanálisis al trabajo con grupos y que citamos a continuación:

“El dispositivo grupal es entendido como un espacio transicional en el que el sujeto asume una posición activa a partir de la cual puede emitir sus propios trazos. Es una instancia de cruce entre lo individual y lo colectivo, que propone no solamente el despliegue de la singularidad deseante sino también la posibilidad de arribar a acciones instituyentes a nivel de lo comunitario. Desde el lugar de la coordinación, se interviene apuntando a desanudar los obstáculos que se van presentando en el camino hacia el despliegue de la singularidad. Al mismo tiempo, se hace posible la detección de demandas de atención clínica individual que surjan entre los concurrentes a los talleres y se le da lugar por medio de la derivación.”[8]


 




[1] G. Canguilhem, El cerebro y el pensamiento, En: Revista Colombiana de Psicología, No. 5-6, Universidad Nacional, Santa Fe de Bogotá, pág. 29. El subrayado es mío
[2] Summerfield, Derek, El impacto de la guerra y de la atrocidad en las poblaciones civiles. - Principios básicos para intervenciones de ONG’s y una crítica de los proyectos de trauma psicosocial.  En: Castaño, Bertha y cols., Violencia política y trabajo psicosocial, Corporación AVRE, Prisma Ltda.., 1998, página 71.
[3] Ibíd., pág. 71
[4] Ibíd., pág. 89
[5] Fue lo que decididamente discutimos en un trabajo de 2000 y al que remitimos.  Cfr: Botero, E., Castaño, M., Solís, R., Velásquez, E., Duelo, acontecimiento y vida, ESAP-COLCIENCIAS, Santa Fe de Bogotá, Marzo de 2000.
[6] Taber, Beatriz.  Lazo social. En: http://www.acheronta.org/acheronta14/lazosocial.htm, No. 14, 2001. Visualizado el 27 de marzo de 2007.
[7] Freud, Sigmund….
[8] Frucella, María L., En busca de las huellas colectivas. –Una experiencia singular. En: http://www.acheronta.org/acheronta12/huellas.htm, No. 12, Diciembre de 2000.  Visualizado el 27 de marzo de 2007.  Las cursivas son nuestras

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