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E. BOTERO T.

sábado, 18 de septiembre de 2010

SUBJETIVIDAD Y LENGUAJE



SUJETOS AL LENGUAJE, SOMOS SUJETOS



Puede considerarse verdad irrefutable que al ser humano, cuando nace, lo primero que se le ofrece es otro ser humano, un prójimo. Nacemos en una relación social y estamos condenados a esta verdad imperativa, tanto como la otra de hecho implicada, la de que nacemos de otro ser humano.

Verdades irrefutables, ambas producen por lo menos dos reacciones diferentes en quienes las escuchan.  Una de ellas es de fastidio inocultable: “¡Síiii! ¡Y qué!”, como queriendo decir, no perdamos el tiempo hablando bobadas…. Otra reacción muestra el asombro: “Ajá… ¡Qué bien!”.

Debo decir que cuando la escuché por primera vez mi reacción fue la segunda y creo que se produjo porque por entonces, en la Facultad de Medicina se discutía ardientemente acerca de si el ser humano debía ser tomado como un ser biológico, psicológico o social.  Discutir ardientemente significa que entre quienes participábamos, parecía que se ponía en juego algo más que el prestigio académico.  Era como si del establecimiento de cuál era la verdad se derivaran consecuencias en las respectiva estima que cada uno  tuviera de sí mismo. 

Recuerdo haber escuchado por primera vez esa verdad de boca de un profesor de sociología de la salud que se declaraba enemigo acérrimo del psicoanálisis al que consideraba ciencia de la burguesía y de la degeneración sexual.  No solamente se trataba de un profesor que preparaba con seriedad sus clases, sino que además estimulaba, con la vehemencia del sabio, nuestra participación activa durante el desarrollo de ellas.  “Quien asiste (a clase), tiene 3; quien persiste, tiene 4 y quien insiste, tiene 5”,  era su brújula  para evaluarnos. 

Años después, cuando ya me había orientado por el ejercicio del psicoanálisis, en plena preparación me encontré con que esa afirmación la hacía el mismísimo Sigmund Freud, fundador de la disciplina que nuestro buen profesor de sociología despreciaba con su encono.  Y lo que a continuación leí, en el cotejo obligatorio con otras fuentes del mismo y de otros autores, vendría a justificar las razones, entonces desconocidas, por las cuales había reaccionado con asombro, años atrás, frente a la afirmación.  El ser humano nace en una relación social.

NO ES UNA PARADOJA

Uno podría pensar que nacer significaría soltarse de una sujeción a la madre a través del cordón umbilical, el que debe cortarse y anudarse a unos cuatro dedos de distancia de lo que será el futuro ombligo del sujeto.  Pero, la frase misma revela la aparente paradoja: nos des-sujetamos para convertimos en sujeto.

No así no más.  Pues lo que pasa a sujetarnos ahora no es una cosa material sino algo diferente: quedamos sujetos a un vínculo social.  Esta sujeción es a otro precio, si  aquí cabe la expresión.

Mientras  estamos sujetos a la madre a través de cordón y placenta, lo único que hacemos es flotar.  Pero ¿qué digo? ¿Hacemos?  Para conjugar el verbo hacer y cualquier otro verbo, es necesario el pronombre.  ¿Somos alguna, cualquiera, de las personas del singular o del plural (no discriminemos ni gemelos ni mellizos ni hermanos por la madre pero de padres diferentes que comparten el mismo lago amniótico)?.  Lo que flota es lo que se llama feto y debemos agradecer que en siglos pasados no existieran partidarios de los lenguajes políticamente correctos porque después de nacidos no nos llamaríamos bebés sino post-fetos. 

En el vínculo social, la otra sujeción, nuestra supervivencia depende absolutamente de quien nos cuida.  Tanto de la forma en que da cuenta de que nos deseó como en los términos en que el cuidador se relaciona con todo lo que significa hacer parte de la cultura: darnos un nombre propio, inscribirnos en un lugar de la genealogía, todo esto y mucho más, a través de la acción repetida de cuidarnos con el alimento, con el abrigo, con el refresco, con el alivio, con el mimo. 

Desprovistos al nacer de un yo propio quedamos a merced del suyo, sujetos a su deseo y a la forma en que transmite el discurso de la Cultura.  Si ha apostado a las ventajas de aprender a hablar, a pensar, a sentir y a actuar en las condiciones puestas por la cultura a la que pertenece, debemos celebrarlo.  Si no, hay que cruzar los dedos…

Por ejemplo si nos ha tocado en suerte una cuidadora ejemplarmente adscrita a la racionalidad y vacunada contra toda fantasía e imaginación, esa señora (¿esa sujeto?), ella dirá, amparada en su saber, que para qué hablarle a un bebé si este no entiende.  La verdad no siempre nos hace libres y lo que ella dice es una, como se dice, de a puño.  Pero aquí podemos contribuir a la restitución del prestigio de la imaginación* de esa cuidadora, aparentemente loca, que  habla a su bebé independientemente de que este no  entienda  lo que le dice. 

El cambio de una sujeción (fetal) por otra (neonatal) nos prepara para algún día llegar a poseer una realidad mental con la cual podamos pensar, sentir y actuar.  No hay, pues,  paradoja: todo es asunto de palabras.  En efecto, la palabra sujeto puede ser usada como participio adjetivado cuando decimos “la cuerda estaba bien sujeta”, “el feto estaba bien sujeto a la placenta”. O bien cuando significamos uno de los términos de la oración: “en la frase ‘Juan ama a Estela’, Juan es el sujeto. O bien como asunto: “el sujeto de esta reunión es…” (poco usada por cierto).  O bien en forma descriptiva con cierto dejo peyorativo: “La policía capturó un sujeto que portaba un arma sin salvoconducto”.

SUJETOS EN UN VÍNCULO SOCIAL

Sujetos al vínculo social este se nos impone por el lenguaje.  Se trata de lo que los psicoanalistas llamamos el discurso del Otro y la mayúscula la empleamos para diferenciarlo de ese “otro” que es el cuidador, agente de la transmisión dirigida a nosotros de aquel discurso del Otro.  Todo discurso es una forma de vínculo social, también.

Lo que llegamos a poseer como realidad mental es lo que deja esa transmisión, de ahí que los psicoanalistas (en verdad, no todos) sostengan que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, porque por realidad mental se entiende la que occidente concibe después del descubrimiento freudiano.

La madre, que es la que más frecuentemente hace las veces de cuidadora, es la intermediaria entre la cultura y el bebé, a quien asiste valida del modo  como ella se inscribe en la cultura, es decir, con su singular  realidad mental, como sujeto.  Esto quiere decir que ella cuida al bebé con la totalidad de su psiquismo: consciente e inconsciente; yo, ello, superyo; real, simbólico, imaginario; etc.

No se trata solamente de la forma en que cuida sino de cómo transmite su palabra al niño.  El vínculo entre forma de cuidar y transmisión verbal, cumplirá un papel fundamental para que el sujeto llegue a poseer su respectiva realidad mental, su condición de sujeto.

La forma de cuidar tiene una característica que es esencial: la repetición del cuidado, hora tras hora, día tras día.  La repetición crea las condiciones para que el infante* empiece él mismo a representarse la realidad, lo que se denomina representación de cosa, poniendo en marcha su capacidad sensorial, al principio y principalmente visual y táctil.  Siendo capaz de percibir, la repetición conduce a recordar.  Como la percepción del objeto que cuida se liga a la experiencia de satisfacción (alimento, abrigo, mimo), el efecto es la memoria de la experiencia misma ligada a la representación.

Pero el infante también “mama” las palabras que la madre le ofrece.  Con las palabras que escucha y mediante un complejo mecanismo de asociación, las representaciones de cosa pasan a ser convertidas en representaciones de palabra sin que por ello desaparezcan las primeras. 

A partir del momento  que la representación de palabra comienza a poblar la realidad mental del niño  deja de ser infante y el proceso lo coloca en condiciones de transformación mediante la cual  de ser exclusivamente hablado por el otro  ahora puede hablar con el otro.

Antes no tenía otra manera de llamar al cuidador que mediante el llanto. El llanto del niño es una verdadera forma de comunicación que convoca al cuidador y le exige a este un ejercicio de desciframiento que puede compararse con  realizado por Champollion con los jeroglíficos egipcios. Ahora ya puede llamar al otro con palabras.  Al principio con los fonemas, después con las sílabas, luego con la repetición de silabas (primeras palabras), más tarde con frases, etc. 

Con todo lo que significa acceder a un lenguaje, la satisfacción que se obtiene jamás será absoluta, porque el lenguaje es invención humana y los humanos, a diferencia de ciertos dioses que no pueden equivocarse porque, considerados eternos, de hacerlo estarían condenados a sufrir por toda la eternidad, podemos celebrar la impertinencia del equívoco porque somos mortales y contamos con la posibilidad de descansar algún día si es que el equívoco nos hizo sufrir hasta la obsesión.

De esta manera, pues, es que decimos que el lenguaje es el responsable de la existencia de nuestra realidad mental, de nuestra subjetividad, de que podamos asumir una historia de vida en la que indefectiblemente muchas veces encontraremos el sufrimiento cuando busquemos la felicidad, o viceversa.  ¿Por qué no? 


  





* “La loca de la casa” de Teresa de Ávila.

* De ‘infans’, sin palabra.

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