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E. BOTERO T.

sábado, 18 de septiembre de 2010

LA NOVELA DE RAFAEL BAENA

“Tanta sangre vista” o de uno de los usos posibles de la operación historiadora y literaria del pensamiento



“Tanta sangre vista” es el título de la obra de Rafael Baena, el reportero gráfico que con esta novela se inaugura como escritor de “historias de ficción”, según ha escrito  Germán Hernández en la solapa del libro que ha sido editado por Alfaguara.

En el oficio de la reportería gráfica, Rafael Baena cuenta con una extensa experiencia: se trata de un reportero gráfico de amplia trayectoria pues ha sido redactor del Diario del Caribe, de las desaparecidas revistas Antena y Cambio 16, de la revista Cromos y  –por razones ligadas también a la sangre derramada y vista- del que antes fuera semanario, El Espectador.  También ha trabajado en Noticias Uno, Teledeportes y el Noticiero de las 7.  Actualmente se desempeña  como Coordinador Editorial y editor gráfico de la Revista Credencial. 

Es, pues, un hombre de los medios, que se mueve en los medios, y bien vale la pena hacer esta aclaración en  tiempos en los  que la pereza de pensar y contentarse con prejuicios elevados a la condición de jaculatorias, lleva a algunos a confundir los asalariados de los medios con los propietarios.

Rafael Baena ha  trasegado por los medios y por lo que nos entrega en su novela podemos inferir que se trata de un hombre de pensamiento independiente y culto.  Darío Jaramillo Agudelo, otro testigo de la sangre vista y sufrida por él mismo, destaca de esta novela la estructura deliberadamente anacrónica que sitúa acontecimientos en el ámbito rural en una época en la que “el dogma invisible prescribe la moda de la novela urbana”.

DE LAS FORMAS

La novela es la saga de una familia involucrada en las guerras civiles de la segunda mitad del siglo XIX en un territorio que, definitivamente el lector identifica con Colombia.  La carátula, obra de Santiago Mosquera, es un diseño que incluye una foto a blanco y negro titulada “Guerrilleros Liberales, 1900”, con un marco que se inserta sobre ella, de color púrpura y en el cual aparecen los nombres de la editorial, de la novela y del autor.  Una de las espadas sostenidas por uno de los guerrilleros, sentado y rodeado por otros, se destaca empleando, también, el color púrpura. Creemos que no se trata de una elección al azar sino deliberada en tanto que el color morado remite a un actor que ha tenido gran responsabilidad en el desarrollo de las guerras civiles en Colombia.

La novela es una sucesión de capítulos en los que intercaladamente se expresan la primera y la tercera persona.  Enrique Arce, General del Ejército Revolucionario y comandante del Cuarto de Lanceros, destacamento al servicio de la causa liberal, narrando las operaciones militares que condujeron a la derrota.  La tercera persona, revelándonos lo acontecido con la historia personal del General Arce, su matrimonio, su descendencia, su pasado y su presente.

Esta forma de intercalar primera y tercera persona a lo largo de toda la novela, provoca un texto implícito que obliga al lector a postularse pensador activo durante todo el recorrido de la lectura.  La época histórica escogida, inmediatamente previa a la Guerra de los Mil Días, cuando en las confrontaciones armadas aparecieron el fusil Remington y la ametralladora Gatling, esa que, a decir de uno de los personajes, Almagro,  “basta con apuntarla hacia el bulto, caballeros, y tumba hombres como una guadaña, ni más ni menos” (p. 135).  Será obra del lector convertir dicho texto en explícito.  Valdrá la pena que consulte algunos textos de historia, en particular aquellos que se refieren a las confrontaciones armadas del siglo XIX.

Leída hoy, una saga escrita de ese modo acerca de acontecimientos que involucraron a la familia Arce Almagro, logra hacernos pensar activamente en los modos y las formas que ha adquirido la guerra en Colombia en el presente y de la cual somos testigos todos.  Volvemos a repetir esa mezcla se sentimiento y pensamiento que nos produjeron novelas como “Las Memorias de Adriano” y “El Nombre de la Rosa”, de Margueritte Yourcenar y Humberto Eco, y en las obtenemos pistas para descifrar el presente leyendo reflexiones acerca de las que explican el pasado.

CONTRA EL DETERMINISMO DE LA MEMORIA

La novela, esta novela, es un ejercicio de la operación narrativa e historiadora del pensamiento.  Toda historia narrada no asegura contra el influjo de una ficción al servicio del prejuicio. Todo depende de quién la narre. Siendo la historia oficial  la  de los vencedores, con la ficción propia de la euforia y la soberbia de tales, esta saga nos ofrece una historia narrada por un vencido, a dúo con el escritor. 

Hemos insistido desde hace varios años que tendremos posibilidades de desplazar el malestar en la cultura hacia la barbarie, a condición de que podamos desprendernos de nuestra fijación al carácter determinista de la memoria.  Cuando podamos decidir que nuestra relación con el presente no dependa única y exclusivamente del apego al pasado sino de someterlo a la criba del pensamiento como también de las posibilidades de la creatividad, de la imaginación, de la fantasía, de los sueños…

Más allá de sufrir con la reminiscencia (Freud) esto significa que si vamos a postularnos víctimas del conflicto o afectados, podamos dar el paso de resignificar dicho estatuto de tal manera que identifiquemos de qué modo estamos concernidos en el camino que nos condujo a la condición de tales.  Con ello estamos obligados a repensarnos más allá de la mera condición de espectadores del conflicto para asumirnos en la de contribuyentes, activos o pasivos, de su ocurrencia. 

La literatura, como tantas otras veces, ahora con esta novela, viene a auxiliarnos en ese propósito.  La subjetividad del vencido jamás  claudica con respecto de los principios a nombre de los cuales se involucró activamente en el conflicto armado; tampoco transforma en execrable lo que fuera un acto de dignidad; pero da testimonio de que el heroísmo no solamente tiene que ver con la capacidad de arrojo demostrada durante la acción armada, sino que tiene que ver, por encima de todo, con la capacidad ética de asumir lo sucedido en su afán por establecer la verdad del acontecimiento.

Y la verdad que postula esta novela, valida de la ficción, es la de la ineficacia de los revolucionarios al momento de llevar adelante su programa durante el tiempo en que “fueron” gobierno al poner a rodar por el despeñadero del tiempo los ideales iniciales en los que se ampararon para declarar la guerra.  En las reflexiones de la primera persona (Enrique Arce) el lector no encontrará un análisis al respecto pero sí referencias “personales” a ciertas coordenadas ideológicas y políticas que explicarían como la simple toma de un gobierno no es garantía suficiente para llevar a cabo los cambios formulados por el programa. Y cómo la perpetuación de la guerra puede llegar a convertirse en la causa que la despojará de los ideales románticos para conducirla a la catástrofe de su degradación absoluta convertida en ideal perpetuo.

El título de la novela –“Tanta sangre vista”- queda sometido a lo que podríamos denominar un procedimiento de licuefacción que nos revela el universo subjetivo que estaría encubierto por la amalgama.  El escritor opera aquí no con el bisturí sino con  el despliegue de la palabra puesta al servicio de una disección que nos va revelando progresivamente no solo que, recordemos a Borges, en todas las épocas a todos los hombres nos tocó vivir momentos difíciles, sino que también, el descubrimiento de las trazas que definen una fatalidad pueden colocarse en el entredicho, en el balbucir, en el tartamudeo, es decir, en ese significante de lo no sabido, tal vez la única posibilidad que nos queda para exiliarnos voluntariamente de la patria estrecha del determinismo de la memoria y comenzar a investir, de otras maneras, el futuro.

Porque Rafael Baena no hace nada por ofrecernos propuestas que permitieran calificar la novela de esperanzadora.  No le corresponde. Apenas sí, y de qué manera, deja esbozadas ciertas temáticas que nos ayudan a comprender a qué punto hemos llegado en este país que todavía se obstina en justificar la matanza como retaliación (espontánea u organizada) y como vendetta. La novela está allí, expuesta, para ser leída y tomar la decisión de construir el propio texto.

Decisión  que quizás auspicie otros modos de hablar contra la habladuría y existir contra la simple y, a veces,  anodina supervivencia.

Santiago de Cali, Febrero de 2008 





  




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