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E. BOTERO T.

domingo, 19 de septiembre de 2010

PSICOANÁLISIS EN EXTENSIÓN III -SCHREBER-HITLER...

ACTUALIDAD DE UNAS PUNTUALIZACIONES PSICOANALÍTICAS

Schreber, Hitler: ¿ideales del Yo aquí y ahora?




EL TESTIMONIO DE UN ENFERMO DE LOS NERVIOS

Paul Schreber escribe sus “Memorias de un Neurópata” hacia el año de 1900 y las publica en 1903.  La difusión de su obra constituye un acontecimiento en Alemania y en Austria, pues Paul es hijo del higienista Daniel Moritz Schreber, el creador del  Kindergarten, pedagogo médico que  a través de publicaciones y de conferencias, había formulado las razones para explicarse el debilitamiento del poderío alemán.  Sus ideas tuvieron amplia difusión, testimonio de ella   la organización de centenares de “círculos schreberianos” a lo largo de los dos países, a los que asistían educadores, médicos, padres de familia y funcionarios de la educación y de la salud.  La ideología schreberiana contenía la respuesta a un diagnóstico sobre la cultura alemana: su declinación como potencia provenía de  la pérdida de sus valores, incluida la declinación de la función paterna.  Se consideraba   efecto del romanticismo. Para el pedagogo,  el sentimentalismo era enemigo de los valores espartanos que otrora habían decidido la grandeza de Alemania.

Que uno de los hijos más brillantes del pedagogo no solamente enloqueciera sino que diera testimonio de su enfermedad a través de la publicación de sus Memorias, colocaba en el ambiente cultural alemán una temática mortificante para aquel movimiento que ejercía gran influencia en el diseño de los métodos de enseñanza oficiales, aunque negaran la relación entre su enfermedad y los métodos de crianza empleados por un padre que había puesto en práctica sus recomendaciones públicas en la crianza de los propios hijos.

Pero habría más: Schreber, hijo, enloquecería después de haber sido tratado por una de las autoridades psiquiátricas más famosas de entonces, el Dr. Fleschig, quien le habría diagnosticado una Hipocondriasis grave a la par que una infertilidad.  Fleschig era acusado por Schreber como responsable de un crimen contra este, el almicidio, en alianza del psiquiatra con Dios.  Esto representaba también, un acontecimiento, pues, el llamado a curar era puesto por su enfermo como el responsable del estado en que quedó después de haber sido tratado.

CRIANZA Y PEDAGOGÍA: LO FAMILIAR Y LO SOCIAL

Paul había sido criado por la severidad de un padre que aplicaba con sus hijos  los ejercicios  recomendados públicamente en sus conferencias y manuales, entre estos últimos, uno de “Gimnasia Médica” que contenía, entre otros, este ejercicio  para conseguir el fortalecimiento de la tolerancia a la frustración: obligaba a sus hijos a un ayuno prolongado y, al final del día, los llamaba, mediante el sonido de un pito, al comedor, cuya mesa estaba repleta de toda clase de ricas viandas.  No estaban autorizados a sentarse inmediatamente, cada hijo debía colocarse de pie detrás del asiento adjudicado,  debiendo esperar, para sentarse, el nuevo sonido del pito sin estar autorizados todavía a servirse comida alguna.  Para esto era necesario otro sonido del pito, que no se producía nunca pues el obstinado padre daba la orden a un mesero de que llevara aparte, lejos de los hambrientos y atormentados hijos,  toda la comida.

Porque el debilitamiento de la tolerancia a la frustración era considerado por Moritz Schreber uno de los signos que explicaba la declinación del poderío alemán, a través del relajamiento de las costumbres cotidianas, todos los ejercicios versaban sobre intervenciones en esas costumbres.

Ya había señalado la popularidad de que gozaban los métodos diseñados por el higienista pedagogo en Alemania.  Se sabe que un lector interesado de las publicaciones fue Adolf Hitler, que en su juventud se entregó a la lectura apasionada del texto schreberiano. Veremos que esta socialización de la obra también produciría sus efectos.
Aquí toma relevancia presentar a modo de síntesis la evolución de la hipocondriasis del abogado Paul Schreber, destacando el momento del ocasionamiento de la enfermedad.  Siendo nombrado  Presidente del Tribunal Supremo de Dresde, institución en la que sus antiguos profesores quedarían ahora bajo su tutela directiva al mismo tiempo su esposa le informa que está embarazada.  Lo que se produjo fue la eclosión de un delirio cuyo contenido simultáneamente incluía la certeza de la imperfección humana, la idea de que esa imperfección se debía a una cierta imperfección de Dios y la conclusión de que al convertirse él, en mujer, y logrando la cópula con Dios, de esta unión surgiría una raza superior, perfecta.

En las “Puntualizaciones Psicoanalíticas acerca de un caso de Daementia Paranoides el delirio schreberiano representaba, para Freud, un  modo de resolver el conflicto con un padre amado y a la vez temido en la infancia, desde una posición femenina del hijo, postulándose como componedor de las imperfecciones del supremo creador a través de su conversión en mujer.  Con Fleschig el sentimiento se mudó en amor, toda vez que Schreber consideraba altamente expresivo el agradecimiento de su mujer con el psiquiatra, dado que le había devuelto sano a su marido enfermo.  La señora Schreber conservaría hasta su muerte, el retrato del profesor Fleschig en el nochero de su habitación matrimonial compartida con quien Fleschig  había diagnosticado como infértil.

La lectura de los libros de Moritz Schreber, hecha por Hitler, le llevó a encontrar el diagnóstico que él interpretaría: la debilidad alemana procedía de la dimisión del padre alemán de aquellas funciones que, mientras cumplió, explicaban la grandeza del país.  El Tercer Reich, entonces, vendría a suplir a ese padre: dado que el padre alemán ha dimitido, que sea el Tercer Reich el que lo sustituya.  Philippe Julien así lo sintetiza.  La búsqueda de libreto para un ideal del yo, logra su  cometido: el Tercer Reich será el encargado del renacimiento de una raza superior, la raza aria, con la misión de extenderse por todo el planeta, convirtiendo a Hitler al mismo tiempo que su profeta, en el encargado de la misión.

Resulta harto interesante conocer, pues,  cómo una idea que es admitida y defendida como posible por millones de alemanes y austríacos, haga parte de un elemento esencial del contenido delirante del abogado Schreber, el hijo del pedagogo, a tiempo que lo hace de la ideología nazi.  Interesante, entre otras razones, porque la definición de delirio como pensamiento que se coloca fuera del surco del pensamiento de los demás, que no es compartido por lo demás, aquí encuentra un obstáculo. 

Ideología Nazi y delirio schreberiano postulan un ideal y adjudican al autor de cada uno la responsabilidad de su ejecución. En Schreber, transformarse en mujer y copular con Dios; en Hitler, a través de la creación del dispositivo científico, técnico y militar encargado de la promoción de la ideología nazi y del exterminio de los seleccionados. Todo esto habla de la contribución narcisista que se expresa a través de un delirio de grandeza y, esto es lo que deseo destacar, que hace lazo social, creando la particular situación en la que el ideal del yo es compartido por millones de seres humanos.  Ni el narcisismo se contrapone a la colectividad, ni el hecho de ser colectivo desmiente la contribución narcisística. 

El resultado es conocido por todos: la Segunda Guerra Mundial fue el acontecimiento relacionado con el afán por lograr la realización de ese ideal.  La ideología necesitaba representarse los signos de la debilidad y sus culpables, quiénes los portaban y cómo proceder con ellos.  La eliminación sistemática de toda clase de culturas (gitanos, judíos), de comportamientos (homosexuales, etc.), de opositores políticos (comunistas, liberales, etc.), constituyó el dispositivo criminal nunca tan extenso y prolongado como el cometido por españoles, portugueses e ingleses en las tierras americanas, pero singular porque revelaba la monstruosidad de una variante del sueño de la razón, ya no en tiempos de la transición medieval sino en los modernos.

Cuando Freud finaliza el estudio que hizo de la obra de Schreber hijo, nueve años después de haber sido publicada y después de que otros se habían referido a ella como en el caso de Kraepelin y de Bleuler, se vale de la ironía para llamar la atención sobre el alcance social del delirio schreberiano: la historia dirá si las puntualizaciones psicoanalíticas acerca del caso constituyen un delirio y la obra de Schreber una teoría o si ocurrirá al contrario.  Y es que, a mi parecer, las consignas schreberianas del higienista padre del enfermo, que demostraban el peso progresivo de su popularización, anunciaban dos tiempos de demostración de que la barbarie también podía ser practicada por las naciones más civilizadas del planeta: la primera y la segunda guerra mundiales.  Entre ambos tiempos, la revolución bolchevique y la extensión del psicoanálisis en la cultura occidental. Freud y Marx representaban para el Tercer Reich y para las poblaciones alemana y austríaca, lo peor de aquella población que se había negado a financiar al ejército alemán en la primera guerra mundial, contribuyendo con su negativa a una derrota que fue interpretada por Hitler como demostración de la malignidad que influenciaba negativamente en los sueños de potencia y de raza superior.

La mayoría pensaba que eso era lo correcto, Wilhelm Reich lo proclamó en su estudio sobre el fascismo: no se trata de la obra de un solo individuo, de un loco, millones y millones de alemanes estaban de acuerdo.  Y  lo que pone de presente la ironía de Freud es el problema de esa verdad, ni más ni menos. 

Pero todo este recorrido tiene algún valor si se le pone a cumplir el papel de antecedente relevante para comprender realidades propias de nuestra cultura, como lo es la tensión prebélica en el norte de Suramérica entre países cuyos mandatarios insisten en postularse como representantes políticos de pueblos hermanos.


PA´DELIRANTE  ¿DELIRANTE Y MEDIO?*

La política neoconservadora estadounidense ha puesto de presente su  intención: el derrocamiento de la nefasta influencia liberal sobre la cultura americana.  Nietzche, Marx, Freud, Darwin, todos a una, son los blancos preferidos por un ataque que se perfila cada vez más como una verdadera cruzada contra la corrupción de la cultura.  Pero el punto de partida de esa política no se queda en el ámbito doméstico: todo lo que acontezca en cualquier parte del planeta es considerado asunto de seguridad nacional para los EU, y siendo hegemónico su poderío sobre todo en el campo de la fabricación de armas, podemos inferir la condición utilitarista de ese punto de partida.  “Los herederos de la tierra son los fabricantes de armas; mientras tanto los demás se matan entre sí”, expresa al final de la película “Hombre peligroso”, el personaje  representado por Nicolas Cage. 

En la interpretación mítica de los neoconservadores estadounidenses, ideólogos y accionistas al mismo tiempo, ellos se representan a sí mismos pregoneros de la cruzada contra el mal así como sus más calificados ejecutores.  Una reproducción perfecta del dispositivo nazi que fue capaz de combinar la formación delirante sobre la superioridad de la raza aria con el más racional ejercicio técnico-administrativo del exterminio de quienes se representaba como obstáculo para su realización. 

La política neoconservadora apela a una caracterización de la realidad que fácilmente hace lazo social en una población que, como psicoanalistas sabemos, en ciertas épocas ama más fácilmente la guerra que la paz, sobre todo en tiempos de mal humor pusilánime, cuando frenética se entrega a las consignas de los voceadores más chillones, tal como es recordado por Marx en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”.

Esa caracterización se apoya en los cambios que se producen en la interpretación de las causas del malestar propio de la cultura, que a su vez sirven como indicadoras para inferir la posibilidad real del estallido de una guerra.  De esos cambios da cuenta la divulgación lúcida de un Lawrence LeShan* a quien seguiremos en estas líneas.  El punto de partida es claramente psicoanalítico -aunque LeShan no lo sea sin embargo  considera que toda la psicología no es más que un comentario al pie de página de la obra de Freud, como lo es la filosofía con la obra de Platón: lo que hace posible la guerra es la fascinación que ella ejerce sobre las poblaciones, aunque sean estas las que sufran. 

En diversas aproximaciones “sociológicas” en la obra de Freud, las masas no son propiamente ejemplo del peso de la racionalidad sobre sus conductas. Que el yo deja a un lado su exigencia de dar cuenta de la realidad y la reemplaza por la paranoia.  La política neoconservadora deriva su éxito en buena parte  del hecho de que ella traduce la fantástica reverberación de tendencias pulsionales hostiles en la mentalidad de los ciudadanos.  Creemos que el afianzamiento de esas tendencias, involucradas más allá de cada individuo, puestas en la misión de hacer lazo social, también depende del modo cómo los opositores a tal ideología organizan su resistencia, pero esto da para otro ensayo.

Para LeShan, con respecto a las guerras, debe formularse una pregunta que es clave (p.47): “¿Por qué éstas son tan frecuentes hoy (cursiva de LeShan) después de la Revolución Industrial?”.  Siendo predominantes las desventajas (destruyen más riqueza de la que producen), no obstante resultan satisfactorias.  Como lo dice el personaje de Shakespeare*: “Dadme a mí guerra, es lo que digo; excede a la paz como la noche al día; hace vivir, despierta, produce ruido y da que hablar en abundancia. La paz es una verdadera apoplejía, un letargo; adormece; es sorda, amodorrada, insensible; engendra más bastardos que hombres destruye la guerra”.

LeShan trae una síntesis del modo en que la percepción de la realidad cambia y de cómo es experimentado ese cambio por las poblaciones,  diferente en tiempos de paz y en tiempos de guerra.  A la percepción durante la paz, la denomina sensorial. A la que acontece previamente y durante el estallido de la guerra, la denomina mítica. Voy a reproducir in extenso dicha síntesis que aparece entre las páginas 49-51 de su obra, pues ella nos permite entender los modos de la alegría en medio del dolor. 







EN TIEMPOS DE PAZ
(predomina el “modo racional”)
EN TIEMPOS DE GUERRA
(predomina el “modo mítico”)

Se distinguen muchos matices entre lo que es considerado el Bien y el Mal.  Son legítimos los juicios de diversos grupos.  Sus opiniones, y las cosas en general, son relativamente buenas o malas, satisfactorias o insatisfactorias, estúpidas o interesantes.

El Bien y el Mal se reduce a Nosotros y Ellos.  No existen observadores inocentes: o se está a favor o se está en contra de nosotros.  Los asuntos cruciales son percibidos en blanco o negro.  Las opiniones correctas o incorrectas en estas materias se perciben en términos absolutos

Este tiempo es similar a otros tiempos.  Hay más de algunas cosas y menos de otras: las diferencias son cuantitativas.

El ahora es especial, cualitativamente diferente a todos los tiempos.  Se juega al todo o nada: el que gana ahora, gana para siempre.

Las grandes fuerzas de la naturaleza, como Dios o la evolución humana, no están particularmente presentes en nuestras disputas.

Goot Mit Uns, Dieu et mon Droit, «nuestro destino manifiesto », « la historia lucha de nuestro lado » y otras consignas de este tipo indican que creemos que las grandes fuerzas motivadoras del cosmos están de nuestra parte. 

Cuando termine el período actual, las cosas seguirán como hasta ahora. 

Cuando termine esta guerra todo será muy diferente.  Si ganamos, será mucho mejor; si perdemos, será terrible.  Ganar o perder transformará el significado del pasado, y de ello dependerá la forma que tome el futuro.

Hay muchos problemas por resolver, y su importancia relativa varía de un momento a otro.  La vida es esencialmente compleja y puede enfocarse desde diversos puntos de vista.

Solo hay un problema principal que resolver.  Todos los otros son secundarios.  La vida es esencialmente simple.  Solo existe un punto de vista correcto.

Todas las personas actúan más o menos impulsadas por los mismos motivos.

Ellos actúan motivados por un deseo de poder.  Nosotros actuamos por defensa propia, por generosidad y por razones de decencia y moralidad públicas.

Los problemas provienen de muchos ámbitos diferentes, sean estos económicos, políticos o personales, y deben ser enfrentados en esos mismos niveles.

El verdadero problema comenzó por un acto de voluntad del enemigo, y solo puede ser resuelto quebrantando esa voluntad o inutilizando su capacidad de acción.

Nos preocupan las causas de los problemas que intentamos resolver.

No estamos preocupados por las causas sino por los resultados.

Podemos dialogar con los que disienten.  La negociación es posible.

Naturalmente el enemigo miente, porque es malvado.  La comunicación es imposible.  Solo la fuerza puede resolver el conflicto.  Nosotros decimos la verdad (educación, noticias).  Ellos mienten (propaganda)

Todas las personas son fundamentalmente iguales.  Las diferencias son cuantitativas.
Nosotros y ellos somos cualitativamente diferentes, tanto que las mismas acciones son “buenas” cuando las realizamos nosotros y “malas” cuando las lleva a cabo el enemigo.  Dudamos de que ellos y nosotros pertenezcamos a la misma especie.

DEL AQUÍ Y DEL AHORA

Guerra demencial, personalidad psicopática, delirante, mesianismo, son, entre otros, términos con los que se quiere describir el lado siniestro de la humanidad de la guerra. Mientras esto ocurre los fabricantes de armas del mundo, cuyos países hacen parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (EU, GB, Rusia, China, Francia…), esperan la aparición de un mercado que les permita resolver los problemas de stock de su mercancía. Accionistas del  denominado complejo militar-industrial los responsables de la política neoconservadora ya han comenzado a caracterizar cuáles serán sus objetivos y la interpretación mítica de la realidad no les impedirá que, validos de la neutralidad de los financieros prestamistas de la banca internacional, negocien armas con miembros de todos los bandos en pugna. 

La actualidad de la mentalidad nazi y del delirio schreberiano es que como lo hicieron  ambos hay quienes hoy se postulan también únicos determinantes de quién merece vivir y quién no.  Las poblaciones se agrupan en bandos en una polarización que hace parte del marketing del gran complejo técnico-militar del primer mundo.  La defensa de la seguridad nacional de la primera potencia del mundo determina que se trata de una elección al modo de “o ellos o nosotros”.

En medio de este estado de cosas comprendemos porqué cada vez nos va resultando más difícil ejercer nuestro derecho a pensar.  LeShan lo explica en la página 57: “Gradualmente, a medida que más y más gente se desplaza al modo mítico de percepción, los renegados van dándose cuenta de que deben guardar silencio.  Cuando un porcentaje crítico de cualquier población ha hecho tal desplazamiento, poner en tela de juicio la nueva sabiduría resulta peligroso y tan efectivo como aducir argumentos lógicos para disuadir a una multitud exaltada”.

Todas las llamadas “filosofías de la sospecha” hacen parte de ese blanco definido por la política neoconservadora que aprestigia su acción como progresista en la medida en que las confunde con el blanco fundamentalista musulmán: se trata de la defensa de la libertad, dicen, y de un estilo de vida.  Pero no se trata de combatir simplemente a los portadores de esas filosofías; se trata ante todo de combatir lo que suponen los neoconservadores los efectos perniciosos de sus ideas en las vidas cotidianas de los pueblos.  De ahí que caracterizamos a esta fase prebélica, como una guerra por la conquista de la psicología de las poblaciones en su cotidianidad  a través de la promoción y la imposición de los considerados estilos de vida moralmente saludables.

Los neoconservadores comparten con el higienista Schreber la idea según la cual una potencia declina por la pérdida de sus valores esenciales.  La recomposición como potencia pasa  por la restitución de esos valores.  Para ello es necesario crear un enemigo externo y llevar la idea de sistematización delirante más allá del campo de la constitución de un delirio personal: al campo de lo social.  La pasión por la guerra, que anida en todo corazón humano, espera para engancharse con la ideología: será entonces cuando la racionalidad administrativa (todo el dispositivo industrial, técnico, administrativo y militar para el exterminio) comience su accionar.  Esta racionalidad se expresa ya, cuando se diseñan armas destinadas a propiciar más heridos que muertos entre los adversarios, forma que inclusive haría sonrojar de la vergüenza al más romántico de los guerreros.

Entre tanto, la advertencia de LeShan, formulada en 1992, la encontramos repetida en Humberto Eco, apenas recientemente, en 2007: “… los tiempos son oscuros, las costumbres corruptas y hasta el derecho a la crítica, cuando no lo ahogan las medidas de censura, está expuesto al furor popular”.*


¿SE PUEDE HACER ALGO AL RESPECTO?

Al advertir cuáles son los signos del advenimiento inminente de la Guerra, LeShan recuerda que este es el procedimiento racional para lograr  su evitación. Sin hacerse ilusiones al respecto, el llamado mundo de la cultura tiene mucho por cumplir en la misión pacificadora.

En primer lugar, LeShan destaca un hecho y es que si bien, la interpretación mítica azuza los espíritus, la interpretación racional es la encargada de hacer posibles las consignas.  Esto implica promover la incertidumbre con el resultado, enfatizando en el hecho de que los inevitables cambios que producirá la guerra serán, de todos modos, impredecibles.  Al no poder garantizarnos estar felices para siempre, la guerra no sirve de nada.  Incluso los victoriosos no pueden evitar la desilusión que sucede a su triunfo.

Sugiere proceder de este modo (página 139): elaborando una “lista” que verifique los cambios en la forma de pensar y de comunicarnos, que indiquen si está ocurriendo el desplazamiento hacia una forma de interpretación mítica de la realidad. 

La lista que recomienda hacer LeShan es la que sigue:

1.    Se comienza a simplemente menospreciar al bando contrario, ignorando sus características individuales y las razones que lo han llevado a pensar y a actuar como lo hace. “No tenemos problemas con el hermano pueblo venezolano, sino con sus líderes”, es un ejemplo.

2.    La producción de una acelerada pérdida del interés por las razones de las diferencias entre “ellos” y “nosotros”.

3.    Se vuelve peligroso expresar ideas contrarias.  “Expresar oposición a la ortodoxia predominante se vuelve riesgoso, primero para la reputación personal y luego para la seguridad física” (P. 140)

4.    Las condenas contra el pensamiento crítico se traducen en sindicaciones de “apátridas”, “traidores” y “saboteadores”.

5.    Se exime cada bando de aplicar ciertos estándares morales con respecto de los adversarios, pues ello significaría debilidad y lo colocaría en desventaja.

6.    Juzgamos las mismas acciones como “buenas” si las llevamos a cabo nosotros, “malas” si las llevan a cabo ellos.

7.    Las motivaciones iniciales para hacer la guerra (defensa contra un ataque determinado, por ejemplo) evolucionan hacia la justificación de la misma como el medio para realizar una “causa gloriosa” (por la seguridad y la democracia, por un nuevo orden mundial, por la causa bolivariana…)


El segundo sistema de protección es el sistema educacional. LeShan propone unas bases mínimas para ser puestas en práctica en los sistemas educacionales.  Cito in extenso de la página 145:

1. Aceptar, valorar, expresar  y celebrar la propia persona como un individuo único.

2. Aceptar, valorar, expresar y celebrar a la propia persona como un miembro de la comunidad local; contribuir a esta comunidad y a sus necesidades de la forma más apropiada a cada personalidad individual.

3. Flexibilizar el propio sistema de valores para comprender los de otros.

4.  Asumirse en la vida de relación con la práctica de la tolerancia y el respeto para con los que piensan distinto.

5. Poner bajo consideración crítica los modos de aprender existentes.

El tercer sistema de protección, siempre según LeShan, enfatiza en la relación de las sociedades con sus respectivos gobiernos.  Cada sociedad debería hacer el balance entre la capacidad del gobierno para hacer la guerra y su capacidad para hacer la paz. 






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Cierto que no debamos hacernos ilusiones con la eficacia de las recomendaciones de LeShan.  Ellas mismas se apoyan, indudablemente, en las ilusiones racional cognitiva y humanista, tan afectas a validar la eficacia de sus intervenciones mediante la reducción de la realidad compleja y diversa a unos trazadores comprobables y evaluables.  Pero no podemos dejar de utilizar su contribución  como abordaje que posibilita la discusión entre nosotros, aunque no esté motivado por los modos de proceder del psicoanálisis. 

Además, el psicoanálisis no ha sido indiferente a prestar su concurso a la comprensión de la psicología de la guerra y a la intervención decidida y eficaz en determinados momentos.  No solamente lo atestiguan algunos escritos de Freud, sino la valiosa contribución de un Wilfred Bion en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial, que arrojó nuevas luces a la comprensión de la psicología de las masas: la importancia del nexo uno a uno, entre pares, como forma de promover la cohesión y de hacer más difícil el predominio del eje vertical de la relación con los jefes. 

Cuando Shopenhauer compara la vida de relación entre los humanos con la vida en comunidad de los erizos, no hace más que resaltar que para el logro de nuestros fines como colectivo y para la reproducción, no debemos proponer la eliminación de las espinas (lo que pondría en peligro a toda la comunidad de erizos), sino establecer mediante la búsqueda activa  las formas de convivir a sabiendas de la inevitabilidad de su presencia.

Es urgente que entre nosotros se lleve a cabo esta discusión al respecto conexa con una práctica consecuente.  Después de recordar lo que, acerca de la misión del docto, nos dice Norberto Bobbio*, no podemos eludir el compromiso que asumimos al momento de volver públicas nuestras reflexiones: tenemos el deber de promover las ideas acerca del bien, del mal, de la justicia, así como de contribuir a establecer cuáles son las  necesidades del presente “para alcanzar los fines propios de ese momento, porque el docto no solamente ve el presente, sino asimismo el futuro” (Humberto Eco, op. cit., página 75).

Sirvan, pues, las palabras de Bobbio para terminar este ensayo:

“Soy un ilustrado pesimista.  Soy, por así decirlo, un ilustrado que ha aprendido la lección de Hobbes, de De Maestre, de Maquiavelo y de Marx.  Me parece, además, que la postura pesimista se adecua más al hombre ilustrado que la postura optimista.  El optimismo siempre implica ciertas dosis de entusiasmo, y el hombre ilustrado no debería ser entusiasta.  Y son también los optimistas los que creen que la historia es efectivamente un drama, pero un drama con final feliz.  Solo sé que la historia es un drama, pero no sé, porque no puedo saberlo, que es un drama con final feliz.  Los optimistas son los otros, los que son como Gabriel Péri, que muriendo gloriosamente dejó escrito: ´Prepararé dentro de poco las mañanas que cantan´. Los mañanas han llegado, pero los cánticos no los hemos escuchado.  Y cuando miro a mi alrededor no oigo cánticos sino rugidos.

No querría que esta declaración de pesimismo se entendiera como un gesto de renuncia.  Es un acto de sana austeridad tras tantas orgías de optimismo, un rechazo a participar en el banquete de los retóricos siempre festivos.  Es un acto de saciedad más que de disgusto.  Y, además, el pesimismo no refrenda la laboriosidad, sino que la encamina y la dirige mejor a su objetivo.  Entre el optimista cuya máxima es. ´¡No hagas nada, ya verás como todo se arregla!´ y el pesimista que replica: ´¡Haz lo que tengas que hacer, aunque las cosas vayan de mal en peor!´ prefiero al segundo. […] No digo que los optimistas sean siempre fatuos, pero los fatuos son siempre  optimistas. No logro separar en mi mente la ciega confianza en la providencia histórica o teológica de la vanidad de quien cree que es el centro del mundo y que todo sucede por indicación suya.  Respeto y aprecio, en cambio, al que actúa bien sin pedir garantías de que el mundo mejore y sin esperar, no digo, premios, sino ni siquiera confirmaciones.  Solo el buen pesimista está en condiciones de actuar con la mente despejada, con la voluntad decidida, con sentimiento de humildad y plena entrega a su deber”.*


Es, más o menos, la intención de este ensayo.  

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