LOS HUNDIDOS Y LOS SALVADOS
Un capítulo en “Si esto es un hombre” de Primo Levi
Narrar lo vivido, a pesar de que lo vivido haya sido casi que la muerte misma, prolongada, aplazada, eludida… ¿Merece la pena preguntarse por la excepcional condición humana que confluyó en los campos de concentración nazis? Y, sobre todo: ¿merece que de todo lo vivido quede cualquier clase de recuerdo? Primo Levi responde afirmativamente y de su respuesta surgen mediante la escritura numerosos títulos que vuelven sobre la experiencia vivida y que a él afectó desde que tenía 24 años, militante antifascista capturado por los italianos y entregado a los alemanes para ser conducido a Auschwitz desde el 13 de diciembre de 1943.
Parece que el nombre de la novela de Primo Levi iba a ser el de este capítulo que sirve de título a esta presentación. Lo que no deja de forzarnos a detenernos en la forma empleada, el condicional, para el título elegido en definitiva, forma de uso poco acostumbrado, a decir verdad.
Si esto es un hombre… dice de una pregunta, de una inquietud ante lo que pareciera ser pero, por su presentación, genera dudas razonables y obliga el interrogante. El condicional dice del estado a que pudo llegar lo que fuera o que pareciera humano, incluidos los prisioneros del campo de concentración como los carceleros capaces de mostrar una capacidad de castigar sin cólera que los denunciaba dispuestos a ocupar lugares impensables para la especie.
Ese funcionario alemán que calcula sin atisbo de emoción alguna la selección de quienes serán cremados… ¿esto es un hombre?
Ese prisionero que con tal de salvar la suya condena la de otros a la muerte… ¿esto es un hombre?
Ese prisionero caquéctico que deambula robotizado cuando viene del exterior a su barraca, sostenido casi por la sola dureza de sus huesos… ¿esto es un hombre?
Ese seleccionado para los hornos de cremación que ya sabe su destino… ¿esto es un hombre?
Pero también el condicional insinúa unos puntos suspensivos: si esto es un hombre… qué va a ser de todos nosotros.
Auschwitz –pero no solo este campo de concentración, también otros- reveló, entre otras cosas, que era posible sostener un dispositivo industrial basado en el uso de mano de obra gratuita que quizás tenga sus más parecidos antecedentes en la historia de la esclavización de los africanos. Solo que aquel ocurre después del Iluminismo, después de las revoluciones burguesas, después de la proclamación universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. La esclavitud va de antiguo, pero el capitalismo aun no había hecho su aporte singular. Auschwitz, con el fascismo, encarnan del modo de tratar los problemas de la producción y del intercambio, con los métodos de la esclavitud.
La prepotencia nazi supuso posible que en cuestión de unos pocos años, la ideología pudiera justificar el uso de otros seres humanos que, colocados en condición de total indefensión, vieron transformar su pertenencia a una cultura con la que se enorgullecían, en motivo suficiente como para que sus amos justificaran todos los alcances de su dominación.
Primo Levi nos narra el modo como él vivió el tiempo que duró prisionero, huérfano de acusación y de juicio, sometido a un castigo proveniente exclusivamente de una realidad ineludible para cualquier ser humano, las condiciones en que nació.
El capítulo titulado “Los hundidos y los salvados” trata de esa verdadera formación social en los campos, toda ella en relación con las decisión de sucumbir o de sobrevivir que cada quien hubiera tomado. Un prisionero alemán*, el sargento Steinful del Ejército austro-húngaro, cruz de hierro de la guerra del 14-18… se lo había hecho saber meses atrás: “Que somos esclavos sin ningún derecho, expuestos a cualquier ataque, abocados a una suerte segura, pero que nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento” (Pág. 43). Levi, con su escritura total, hace uso de su facultad de negar su consentimiento llevando a cabo, en este capítulo, una labor de observación y de análisis de lo que acontece en el campo en términos de formación social.
Levi recuerda que las palabras de Steinful eran verdaderas cosas extrañas para sus oídos, parcialmente entendidas y aceptadas, “y mitigadas por una doctrina más fácil, dúctil y blanda, la que hace siglos que se respira más acá de los Alpes y según la cual, entre otras cosas, no hay vanidad mayor que esforzarse en tragarse enteros los sistemas morales elaborados por los demás, bajo otros cielos” (p. 43)
Pues bien, el capítulo “Los hundidos y los salvados” representa el ejercicio de hacerse a un sistema mediante el cual poder acceder a los modos en que se sobrevivía en el campo de concentración, el tipo de relaciones sociales que generaba y los modos de ocupar posiciones determinadas, por parte de cada uno. Como lo expresaba la doctora Sandra Ríos: “un verdadero estudio sociológico”.
PRECAUCIONES NECESARIAS
“La vida ambigua del Lager… La descripción de Primo Levi no puede menos que considerarla así, ambigua. No exagera en cuanto a lo excepcional: de hecho, estrujados contra el fondo, escribe, han vivido muchos hombres de nuestros días. Cabe preguntarse si merece guardar algún recuerdo de esa excepcional condición humana que no es exclusiva del campo.
Con precaución responde afirmativamente: bien vale la pena recordar no solo para dar testimonio, para hacer valer la condición de testigo presencial e interesado del hecho, sino, por sobre todo, para demostrar como hecho notorio la gigantesca experiencia biológica y social que significó el Lager. Sus consecuencias para la modernidad apenas serán esta vez insinuadas, otros (G. Agamben, por ejemplo), serán los encargados de mostrarlas.
Así como la proliferación de cadáveres hace que cada vez sea más difícil pensar en la muerte, la proliferación de escenas macabramente repetidas podría hacernos perder la perspectiva más notable de lo que allí ocurrió. Por consecuencia: todo velo sobre el significado de un acontecimiento termina por afectar la percepción y la interpretación de su repetición en el presente. Tal vez por esta razón el capítulo que hemos elegido para comentar tenga un peso mayor en la ponderación de la importancia de la obra en su conjunto. Porque lo que Primo Levi toma aquí por objeto es la facilidad con la que el ser humano renuncia a practicar todas aquellas acciones que promete llevar a cabo cuando todavía no se encuentra abocado a la desgracia. “Si a mi me llegara a suceder… yo…”
La precaución deja establecidas las coordenadas sobre las cuales Primo Levi realiza su labor reflexiva acerca de las condiciones sociales en que se desenvuelve esa masa artificial formada por el campo. Es como si anunciara que el estudio del horror del espectáculo contendrá referencias que pueden herir ciertas susceptibilidades toda vez que alguien podría inferir un cierto juicio moral con respecto de lo que cada quien tuvo que hacer para sobrevivir a aquella experiencia.
No vacilará, de entrada, en destacar el hecho de que el campo de concentración obedece a la voluntad de un grupo determinado, sí, pero no se detendrá exclusivamente allí para establecer lo que hizo posible la vida cotidiana en el Lager y los destinos de los que fueron prisioneros.
El campo es un experimento que bien puede servir a alguien que después de encerrar variados miembros de la especie humana en condiciones iguales, sometidos a un régimen de vida constante, controlable y por debajo de todas las necesidades, quiera establecer rigurosamente “qué es esencial y qué es accesorio en el comportamiento del animal-hombre frente a la lucha por la vida”.
VIDA EN COMÚN Y VIDA EN EL CAMPO
El campo conforma una masa. Se trata de una masa artificial no contemplada en La Psicología de las Masas y Análisis del Yo, de Sigmund Freud. Un ensayo que busca desentrañar la maleabilidad del Yo, infatuado como Jinete, sujeto a las variaciones propias de la vida gregaria, sometido fielmente a la ideología del Amo. Pero en ese trabajo (como recuerda Lacan en su comentario acerca de la Psiquiatría Inglesa y la Guerra ), Freud elige el análisis de la relación vertical entre el líder y la masa. Correspondería a un Wilfred Bion (siempre según Lacan), avanzar en la comprensión de la vida de relación, del cada quien con cada quien, la relación horizontal entre los miembros del grupo.
En este capítulo de Primo Levi, también asistimos a una presentación de la masa artificial que se ha conformado en el Lager, no optando por la vía de elegir entre lo vertical o lo horizontal de las relaciones, sino las categorías que él escoge como representadas nítidamente en la vida del campo: los salvados y los hundidos.
Es la alternativa seleccionada frente a otra tal vez más fácil, más dúctil y blanda: la de la supuesta brutalidad constitutiva del hombre, capaz de vencer todas sus inhibiciones “cuando toda superestructura civil es eliminada”. En su lugar, Levi piensa que necesidad y malestar físico que oprime, expulsa las costumbres y los instintos sociales al lugar del silencio. No es que exista una maldad constitutiva sino que la reducción de la vida a la mera supervivencia por debajo de las necesidades, desaparece la esperanza en la utilidad de la solidaridad y de la defensa.
Primo Levi considera que los pares de contrarios tales como los buenos/los malos, los sabios/los tontos, los cobardes/los valientes, los desgraciados/los afortunados, son parejas poco definidas para describir los modos de afrontar la vida en el campo. Los salvados/los hundidos, es una pareja de contrarios que permite contener una vida que reducida a la condición de mera supervivencia.
Lo que hace evidente que esa sea la pareja de contrarios más “útil” para describir la vida de relación en el campo, es la soledad del hombre en la vivencia de tal experiencia. Por eso considera que la pareja perdería nitidez en la vida ordinaria pues en esta el hombre no estaría solo y su vida sí estaría unida al destino de sus vecinos. Toda eventualidad puede sortearse de distintos modos en la vida ordinaria. En el campo no.
Muy bien, la diferencia podemos comprenderla. Pero viene a continuación un ejemplo que lleva a detenernos y a aplicar, de nuevo, de parte nuestra y como lectores desde este tiempo, una interrogación no exenta de respuestas perturbadoras. Escribe Primo Levi que: “(en la vida común) cada uno posee por regla general reservas espirituales, físicas e incluso pecuniarias tales, que la eventualidad de un naufragio, de una insuficiencia ante la vida, tiene menor probabilidad. Añádase también la sensible acción de amortiguación que ejerce la ley, y el sentimiento moral, que es una ley interior; en efecto, un país se considera tanto más desarrollado cuanto más sabias y eficientes son las leyes que impiden al miserable ser demasiado miserable y al poderoso ser demasiado poderoso” (p. 94)
Aquí, el más desprevenido de los lectores, se preguntará si en las condiciones actuales de existencia, en los modos como las formaciones sociales se ven afectadas por las nuevas modalidades de producción y las nuevas reglas aplicadas al intercambio de mercancías, en los fracasos de toda ley civilizadora como superestructura y los vaivenes de la llamada ley interior, se cumpla aquello que Primo Levi considera propio de los países más desarrollados. De no ser así –y por más que la propaganda oficial insista en tomar su deseo por realidad y busque imponerlo como verdad única- lo cierto es que, por no ser así, es por lo que entonces podemos encontrar aquí uno de los puntos que permitirá que otros aseveren que el campo de concentración es paradigmático para occidente y que el cierre de sus instalaciones no significó su desaparición.
En la vida del Lager, continúa Levi, (y digamos nosotros: en la vida de aquellos países en los que fracasa la sabiduría de la ley y revela sin tapujos toda su ineficacia para impedir el acrecentamiento de la riqueza del más rico concomitantemente con el incremente de la pobreza del más pobre), las cosas suceden de tal manera que “la lucha por la supervivencia no tiene remisión porque cada uno está desesperadamente, ferozmente solo”.
Estar enfermo, desfallecer, no motivará la solidaridad de nadie. El desdichado tiene que cargar solo con su desfallecimiento, esperar que solamente con la muerte logre mitigar el dolor. Su caso no producirá admiración alguna y será echado a un lado, sin contemplación. Por el contrario: el más vivo (en el sentido de avivato), será más fuerte y temido y por esta razón, aumenta las probabilidades de supervivencia. No importa qué haya hecho para escurrirse de un trabajo pesado, conseguir unos gramos de pan más, mantener en secreto las fórmulas para lograrlo, todas estas “fórmulas” lo harán estimable y respetable, con lo que se hará más fuerte, más temido y tendrá mayores probabilidades de sobrevivir.
Primo Levi no lleva al extremo la comparación entre vida en común y vida en el Lager. De ahí su insistencia en la ambigüedad propia de la vida en el campo de concentración. Por eso considera, en contraste con lo afirmado más atrás, que “en la historia y en la vida, parece a veces discernirse una ley feroz que reza: ‘a quien tiene, le será dado; a quien no tiene, le será quitado’”. Puede suceder o no en la vida, pero en el Lager es la ley que está en vigor y que “es reconocida por todos”.
Que sea reconocida por todos explica, entre otras cosas, que los mismos jefes mantengan relaciones casi de camaradería con los presos que se han adaptado, los fuertes y los astutos. Con el derrotado, el llamado “musulmán”, las cosas son distintas: no ameritan ninguna influencia especial que justifique hacerse amigo de ellos, no se hacen a raciones extras, desconocen los modos secretos para ocupar mejores posiciones, no pertenecen a grupos que realizan trabajos ventajosos… Por eso mismo se sabe que están de paso, que sus vidas durarán poco, que pronto serán reducidos a cenizas en los hornos crematorios. No dejarán rastros en la memoria de nadie, escribe Levi.
Para el escritor italiano lo que acontece no es más que un proceso de selección natural que destacaba como aptos para la supervivencia no a cualquiera sino a quienes cumplían ciertas condiciones: médicos, sastres, zapateros remendones, músicos, cocineros, jóvenes homosexuales atractivos, amigos y paisanos de las autoridades del campo. Pero por sobre todo aquellos “individuos particularmente crueles, vigorosos e inhumanos, instalados (a consecuencia de la investidura por parte del comando de los SS, que en tal selección demostraban poseer un satánico conocimiento de la humanidad) en los cargos de Kapo, de Blockältester u otros: y, en fin, los que sin desempeñar funciones especiales, siempre habían logrado, gracias a su astucia y energía, organizarse con éxito, obteniendo así, además de ventaja material y reputación, la indulgencia y estima de los poderosos del campo”: (Pp 95-96).
Organisator, Kombinator, Prominent: son los cargos de la jerarquía del campo, quien no logre acceder a uno de ellos, le espera el destino de “musulmán”. En la vida habrá terceros caminos, en el campo solamente esos dos. O salvados o hundidos.
LOS HUNDIDOS
Elocuente la síntesis con que Primo Levi los presenta: “Sucumbir es lo más sencillo: basta cumplir órdenes que se reciben, no comer más que la ración, atenerse a la disciplina del trabajo y del campo” (p. 96). Los vencidos lo eran desde que llegaban y se comportaban del modo descrito, pero, además, no aprendían alemán (el idioma de los carceleros) ni discernían nada en el enredo de leyes y de prohibiciones. Intentaban hacerlo cuando ya era demasiado tarde, conformando un numeroso grupo de no-hombres, “demasiado vacíos ya para sufrir verdaderamente”. Están demasiado cansados para comprender la muerte.
En Levi pueblan su memoria, memoria de seres sin rostro y, para él, imagen capaz de sintetizar “a todo el mal de nuestro tiempo”. Nuestro tiempo, escribe, varios años después de pasar por aquel otro tiempo, el del campo. Imagen elocuente, fácil de encontrar en nuestras barriadas, en nuestras oficinas: “un hombre demacrado, con la cabeza inclinada y las espaldas encorvadas, en cuya cara y en cuyos ojos no se puede leer ni una huella de pensamiento” (p. 96)
Carecen de historia los vencidos, los hundidos, siempre ha sido así. Tortuoso y doloroso el despeñadero por el cual rueda su vida de manera acelerada. Los caminos para salvarse son ásperos e impensados.
LOS SALVADOS
Según Levi, la vía regia para salvarse es la Prominenz. Los Kapos, los cocineros, los enfermeros, los guardias nocturnos, los barrenderos de las barracas, los encargados de las letrinas y de las duchas… Levi los describe con la precisión de una nómina. Creyendo haber tomado precauciones suficientes, se detiene a considerar entre los prominentes, a los prominentes judíos “puesto que, mientras a los otros se los investía de cargos automáticamente al ingresar en el campo, en virtud de su supremacía natural, los judíos debían intrigar y luchar duramente para obtenerlos” (p. 97)
“Monstruos de insociabilidad y de insensibilidad” es en lo que se convierten por la convergencia de los sufrimientos –pasados, presentes y atávicos-, y las tradiciones y la educación de hostilidad hacia el extranjero. Primo Levi, judío, no tiene reparo alguno para describir una condición en el oprimido que facilitará el funcionamiento de aquel dispositivo criminal y carcelario.
Pero, para él, son, por encima de cualquier otra consideración, “el típico producto de la estructura del Lager alemán: ofrézcase a algunos individuos en estado de esclavitud una posición privilegiada, cierta comodidad y una buena probabilidad de sobrevivir, exigiéndoles a cambio la traición a la solidaridad natural con sus compañeros, y seguro que habrá quien acepte.” (p. 96)
El miedo a ser desplazado por otro más cruel y despiadado, explicará la impiedad y la crueldad de las que se mostrarán capaces con tal de no perder el privilegio. El asunto se cierra en torno al desplazamiento del odio: “Sucederá además que su capacidad de odiar, que se mantenía viva en dirección hacia sus opresores, se volverá, irracionalmente, contra los oprimidos, y él se sentirá satisfecho cuando haya descargado en sus subordinados la ofensa recibida de los de arriba” (p.97)
Sin esa contribución, el dispositivo de control, de vigilancia, garantías de la eficiencia del campo (eficiencia en seleccionar, eficiencia en producir, eficiencia en mantener en orden las condiciones que hacían posible la producción), no habría podido prosperar si por ello se entiende su continuidad en el tiempo. El Lager pone en evidencia un comportamiento humano visible en todas las representaciones que enfrentan oprimidos con opresores, por fuera del Lager mismo.
Los prominentes no judíos, estúpidos y bestiales, como no iban a serlo: eran seleccionados por los alemanes en las cárceles alemanas. Se trata de criminales cuya selección fue hecha con toda la racionalidad administrativa que se ejerció en el manejo de los campos. Su currículo criminal los hacía competentes para un empleo que consistía en dar vía libre a la crueldad y a la sevicia en el trato con los prisioneros.
Finalmente, entre los salvados, se incluye otra categoría de prisioneros que se amparan en sus propias fuerzas para sobrevivir. “Hay que remontar la corriente, dar la batalla todos los días al hambre, al frío y a la consiguiente inercia; resistirse a los enemigos y no apiadarse de los rivales; aguzar el ingenio, ejercitar la paciencia, fortalecer la voluntad. O, también, acallar la dignidad y apagar la luz de la conciencia, bajar al campo como brutos contra otros brutos, dejarse guiar por las insospechadas fuerzas subterráneas que sostienen a las estirpes y a los individuos en los tiempos crueles.” (p. 98)
Como para rematar, las historias de cuatro sujetos son traídas a manera de ejemplo de los diversos modos mediante los cuales era posible la salvación.
Habilidades para el robo, cultivar un aspecto respetable como garantía de ser respetado, trabajar de modo excesivo y admirable y, por último, la capacidad de poner en práctica la organización, la compasión y el hurto, son los cuatro conjuntos de características que describen a Schepschel, Alfred L., Elías y Henri, cuatro sujetos que supieron sobrevivir mediante la negativa a cumplir con todo aquello que conducía, inexorablemente, a la aniquilación: basta cumplir órdenes que se reciben, no comer más que la ración, atenerse a la disciplina del trabajo y del campo” (p. 96). Hubo quien concluyera que la locura provenía de la represión de las agresiones justificadas por los ataques recibidos. Enloquece quien reprime la agresión justificada. Con este capítulo de Primo Levi, agregamos otra conclusión: no solamente puede enloquecer sino, también, desaparecer totalmente.
Santiago de Cali, Marzo 8 de 2010
POST SCRIPTUM
Dos días después de la tercera sesión del seminario La Literatura del Desastre, la noche del domingo al lunes, tengo el siguiente sueño:
Me encuentro con alguien que no logro distinguir con precisión, conversando en las afueras de un campo de concentración nazi. Conversamos mientras miramos hacia dentro del campo, la alambrada eléctrica de por medio. Como se está en una proyección cinematográfica de 3D, lo que acontece nos involucra aunque no somos visibles ni para los prisioneros que con sus vestidos a rayas deambulan por el campo ni para los centinelas alemanes que no llevan sus armas terciadas al hombre sino en la mano, como disponibles para una emergencia.
Mi interlocutor escucha de mi descripciones acerca de la vida en los campos de concentración, recuerdo haberle mencionado aspectos de LA NOCHE de Wiesel y de SI ESTO ES UN HOMBRE, de Primo Levi, los dos textos que hemos estudiado durante el seminario.
Me escucha atentamente y, mientras le hablo, algo sucede: un soldado alemán se acerca presuroso a uno de los centinelas y le habla algo al oído, después de lo cual ambos corren desesperadamente gritando cosas que son in entendibles para nosotros, mientras que los prisioneros los miran sonriendo. Mi interlocutor me pregunta si sé puede suponer qué le comunicó, con tal sigilo, el uno al otro. Le digo que sí, que le está contando que Hitler se acaba de suicidar.
De pronto, siempre “seguimos en 3D”, los altavoces del campo de concentración comunican la noticia del suicidio de Hitler y se escucha el himno de La Internacional Comunista. Mi interlocutor se despide de mí y yo, siento que todo alrededor se apaga. Luego me despierto repitiendo no más salvadores supremos/ ni César, ni burgués ni Dios/ que nosotros mismos haremos/ nuestra propia redención.
* En el campo de concentración los judíos no eran los únicos prisioneros, también estaban los “políticos”, los gitanos, etc.
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