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E. BOTERO T.

sábado, 18 de septiembre de 2010

LA EDUCACIÓN DE LA JUVENTUD: UNA OBLIGACIÓN CIUDADANA



No acaban de apagarse los ecos producidos por un nuevo escándalo de pederastia que en esta oportunidad sindica al episcopado belga de haber propiciado, con su silencio, la complicidad con las acciones criminales de algunos de sus clérigos, cuando la autoridad eclesiástica de la ciudad de Medellín, a través de su portavoz, el Arzobispo Ricardo Tobón, secundado por el emisario de la Pastoral Social de la dicha arquidiócesis, se han dejado venir, lanza en ristre, contra la política de promoción de la salud sexual y reproductiva de la alcaldía de Medellín, en cabeza de Alonso Salazar y su Secretaria de Salud, la doctora María del Pilar Pastor.

Los términos con que encabezo el comienzo de esta presentación, dan cuenta, por encima de todas las demás consideraciones que asistimos al enfrentamiento entre dos tipos de autoridades de origen disímil, cuestión esta que no puede pasarse de soslayo al momento de definir una postura  respecto del debate.  En efecto, el alcalde de la ciudad, como todos los alcaldes del país, ha sido elegido por los ciudadanos; las autoridades eclesiásticas no, ellas han sido designadas por el poder de un mandatario extranjero y que es cabeza de una religión entre muchas tantas de las que existen en el mundo entero.

Se trata, pues, de dos procedencias diferentes.  Siendo obligación de los mandatarios velar por el cumplimiento de las leyes que nos rigen  las cuales TODOS debemos acatar, el acatamiento de la normatividad religiosa solamente compete a la feligresía que se acoge a una autoridad con respecto de la cuál dicha feligresía no ha tenido otra alternativa que la de la obediencia y la sumisión.
Con base en lo anterior debería recordarse  a los portavoces del clero que también ellos deben acatamiento a la autoridad civil aunque el ámbito de su ejercicio pastoral esté contemplado en acuerdos suscritos entre el Estado Social de Derecho y las autoridades eclesiásticas vaticano romanas.

Pero el ejercicio de ciudadanía, también se diferencia del ejercicio de obediencia propio del feligrés, en la promoción de la discusión abierta y civilizada de las divergencias fundamentales que se presentan en el manejo de la salud pública de la población. 

Somos ciudadanos en virtud de que, estableciendo el nacimiento como el rasero desde el cuál se nos vincula a la existencia, nos sabemos iguales en derechos, todos entre sí.  

Sin discriminación de raza, de credo ni de origen.  Y validos de esta realidad proclamamos nuestra independencia absoluta con respecto a regímenes que se organizan alrededor de la creencia.

Con base en lo anterior se nos antoja altamente cercana a la sedición la declaración del Padre Emilio Betancur cuando afirma que: “Tenemos que evitar que la formación de la juventud y la orientación de las familias se sometan al criterio del gobernante o de su familiar de turno".  ¿Cómo así?  ¿De modo pues que formación y orientación de la ciudadanía debe emanciparse del acatamiento de la ley y de la norma que hacen del gobernante representante de los ciudadanos? Si esto es así, ¿qué ha ganado la sociedad manteniendo el castigo a los criminales acusados de pederastia, por fuera de la normatividad jurídica que sí se aplica a los no clérigos que cometen los mismos delitos?

No señor Betancur: el gobernante es el responsable de velar por la salud de la población en tanto que ha sido ELEGIDO para llevar a cabo tal misión por la cual debe responder ante quienes lo hemos elegido.  Ya en el inmediato pasado han fracasado los intentos por deslegitimar la gestión de Alonso Salazar, procedentes de candidatos contradictores que fueron derrotados por aquel, de bandas criminales al servicio de los terratenientes y del narcotráfico.  Colocarse en los linderos de la sedición contra la autoridad legítimamente establecida, es pasar a colocarse en la fila de los maleantes.

 LOS AVATARES DEL MALESTAR

Pensamos que los comportamientos sexuales juveniles no pueden reducirse a la condición ni de delitos ni de patologías.  Es al hedonismo que la autoridad papal ha adjudicado la responsabilidad por los crímenes de pederastia cometidos por representantes del clero en una buena porción de países en el mundo.  Dicha autoridad supone que sustraerse de las nefastas consecuencias de la represión sexual, entendida por esta el sometimiento del cuerpo a los castigos que incluyen autoflagelación, privación y sacrificio, es lo que explicaría, EN EL MISMO NIVEL, la tendencia a practicar una vida sexual activa durante la juventud con la práctica de la pederastia. 


No se trata de una simple confusión.  De manera ladina se insinúa a los agredidos que debemos comprender las afrentas cometidas por criminales que se valieron del prestigio que les concedía la pertenencia a una institución eclesiástica, y que, por tanto, toda la sevicia que emplearon al cometer su delito no se debió a otra cosa que a la influencia del hedonismo en sus vidas. 

Y que es de este mismo orden que estamos hablando cuando se trata de acometer la comprensión acerca de lo que significa la vida sexual de nuestros jóvenes.  

Avatares del malestar cultural son precisamente estas aseveraciones que buscan camuflar dentro de la práctica de una sexual corriente las que son prácticas criminales que representan, en primer lugar, conductas excepcionales, en tanto ni todos lo curas practican la pederastia ni todos los pederastas son necesariamente curas.  Pero resulta deplorable, por decir lo menos, considerar que tanto las prácticas sexuales corrientes (normales) como las excepcionales (en este caso, las criminales), obedecen a la misma explicación: el afán hedonista.

No nos asombremos si el día de mañana se procure tratar a los jóvenes con el mismo régimen disciplinario con el que se castigará a los pederastas, haciendo del trato a estos últimos, ejemplo a imponer al resto de la sociedad. 

PROCREACIÓN Y CONTAGIO

¿Alguien se ha preguntado porqué justamente cuando la tasa de mortalidad por homicidios, cuyas principales víctimas son jóvenes, la tasa de natalidad de adolescentes se incrementa aunque no de modo directamente proporcional? 

Cotejar ambos fenómenos nos concita a pensar el problema de una manera más expedita para el hallazgo de posibilidades pedagógicas y persuasivas, pero también accionarias, tendientes a hacer del placer sexual actividad enriquecedora del vivir bien y no motivo de pecado que es preciso expiar.  En lugar de proscribir como crimen que el deseo se haya impuesto a la precaución, que es lo que sucede en buena parte de los embarazos inesperados por las adolescentes, deberíamos avanzar tratando de entender a qué motivaciones responden los jóvenes que, simultáneamente acatan el imperativo de sus pulsiones con el acatamiento de la prohibición de la interrupción del embarazo. 

Sobre las primeras, si millones de años de evolución no han logrado (tampoco se lo han propuesto)  su domesticación absoluta, instituciones que no cumplen todavía los 2000 años, van a lograrlo por la vía del sermón y del castigo.  Sobre lo segundo, la prohibición de interrupción de los embarazos no deseados, que no necesariamente son los embarazos inesperados muchos de ellos impuestos por el deseo inconsciente, procede justamente de una institución que se lamenta por el hecho de que la humanidad ni haya querido ni haya podido domesticar sus más antiguas pasiones.  Eso es colocar a la juventud en el lugar de Onán, a quien el señor su Dios le ordenaba simultáneamente no desear la mujer del prójimo (ni sus tierras, ni sus bueyes) al tiempo que le ordenaba preñar a la esposa de su hermano.  Onán, que equivocadamente pasó a la historia como un gran  masturbador, no era más que  practicante del coito interruptus, método altamente deficiente en materia de control natal. 

Escuchar las muchachas que se proponen embarazarse del hombre que aman antes de que este caiga en una de las múltiples probabilidades de morir que tienen los jóvenes de las comunas populares de las ciudades del mundo, nos ofrece posibilidades de comprender, en el orden de lo humano claro está, la decisión consciente o inconsciente por quedar embarazadas de ese hombre, antes de que muera.  Puede que se trate de un atavismo, puede que el mandamiento sobre el que se apoya su acto no sea otro que ese realismo pesimista de No Futuro, que el escritor Alonso Salazar y el cineasta Gaviria han sabido explicarnos con una precisión antropológica capaz de objetividad y de estética simultáneamente. 

Pero por otra parte existen consideraciones demográficas, históricas, que es preciso tener en cuenta.  Hace cincuenta años ni las mujeres estudiaban carrera alguna y, fuera de esto, su primera menstruación ocurría entre los 15 y los 16 años.  Solían casarse jóvenes, a los 16 o 17 años, total que entre su primera menstruación y su primera relación sexual (se supone que esta ocurría dentro del matrimonio y a su ocurrencia se le denominaba consumación del matrimonio).  Con los hombres pasaba algo similar en cuanto a que se casaban jóvenes, en tiempos en que la pubertad duraba más años y la mayoría de edad se adquiría a los 21. 

De un tiempo para acá, y la fecha varía según los países y las clases sociales –qué le vamos a hacer, pero es así-, las cosas han variado con lo que los antropólogos señalan como perpetuación de la adolescencia.  El ingreso en el dispositivo escolar por parte de hombres y de mujeres, ha hecho que la emancipación de la casa paterna ocurra muchos años más tarde de lo que sucedía antes.  Por otra parte, las edades de la primera menstruación en las mujeres, ahora se colocan entre los 11 y los 12 años.

Ante estas realidades, en las que poco tiene que ver la voluntad de los implicados y mucho menos la de los pastores, médicos, psiquiatras, pedagogos y padres de familia, si los jóvenes tuvieran que acatar el mandato según el cual la primera relación sexual solamente es legítima dentro de un matrimonio que ocurrirá, probablemente, tantos años después, no estemos muy seguros de que una continencia de tal tipo hablaría de una sociedad monstruosa dado que para conseguirla debería apelarse a quién sabe que clase de inquisitoriales castigos, que la humanidad conoce no propiamente por exageración de los cuentistas y de los filósofos, sino porque todavía pervive una institucionalidad oficial de la que fue jefe supremo el actual Papa.

Se trata de una realidad inobjetable, pues, a la que es preciso considerar si en verdad nuestras opiniones se apoyan en un genuino interés por educar a nuestros jóvenes y no en los prejuicios que a algunos condujeron a prometer, por toda la vida, la práctica del celibato, decisión desde todo punto de vista respetable pero que se convierte en altamente ofensiva cuando se pretende imponer al grueso de la población.

EDUCAR O REPRIMIR

La opción laica es la de la educación.  Considerar el hedonismo, de entrada, como un anti-valor, nos conducirá a un desfiladero que nos ofrece en su horizonte la pira inquisitorial.  Si así va a operar con los curas pederastas será algo contra lo que la ciudadanía también tendrá que levantarse en su momento porque el criminal también goza de derechos en el pacto social de los estados sociales de derecho. 

¿Por qué no pensamos en acciones educacionales que procuren resaltar el valor de ligar el derecho al ejercicio de una sexualidad placentera con la defensa de la vida?  ¿Por qué no podemos pensar en acompañar a nuestras jóvenes embarazadas para que puedan ser mejores madres de los hijos que inesperadamente o no han concebido con sus compañeros?  ¿Para qué insistir en criminalizar la conducta sexual libre, y colocarla al mismo nivel de las conductas criminales? 

Las autoridades laicas han mostrado estadísticas en las que se establece que ha habido algún efecto beneficioso, por ejemplo, en la reducción del número de embarazos ocurridos en adolescentes.  Pero esto no es suficiente.  También es preciso ayudar a quienes se han embarcado en esta experiencia de vida, para que formen ciudadanos y ciudadanas capaces de contribuir a revertir las situaciones que se derivan de un orden social altamente inequitativo e injusto.

Por lo demás, se llenan la boca diciendo que la inmadurez de los jóvenes es la que explica todo el problema.  Pero se olvidan de que, por ejemplo, la guerra, es una actividad que usualmente instigan los ancianos y en la que mueren los jóvenes.  La que hemos sufrido en nuestro país no es la excepción a ese balance etáreo.  No les digamos a los jóvenes qué es lo que deben hacer, para considerarlos aptos.  Ellos por lo menos hacen el amor, quienes los criminalizan… mejor no digamos más.






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